Читать книгу Parroquia del Corral: Memoria documental - Jaime Reyes - Страница 8
ОглавлениеPATRICIO MORGADO
Prólogo
Si bien todas las iglesias reconstruidas en el sur de Chile después del terremoto de 1960 formaban parte de un mismo propósito y de una acción creativa que se asumía desde un fundamento común, en cada una de ellas se siguió un camino distinto. En el caso de la Parroquia de Corral había una carga significativa importante ya que, por un lado, el sitio era portador de una historia que se remonta al siglo XVII como lugar de defensa en el ingreso marítimo a la ciudad de Valdivia y, por otro, estaba localizada en el epicentro del terremoto y fue impactada a la vez por el tsunami que arrasó las costas del sur del país.
Para referirse a la reconstrucción que hace la Escuela de Arquitectura de la PUCV en Corral, es imprescindible aludir a quienes emprendieron esa magnífica y ejemplar tarea, puesto que llevar adelante una obra de reconstrucción en las circunstancias que se hizo, con implicancias sociales, culturales, económicas y eminentemente creativas, sólo pudo ser administrada gracias a un pensamiento ordenado, conducido e iluminado por la “indicación poética” que le dio origen y que los llevó a “ponerse manos a la obra” y comenzar esta verdadera cruzada. Como se puede comprender en los pasajes de este libro, el enorme trabajo que implicaba desplazarse a distintos lugares del sur de Chile, hizo que el equipo de profesores tuviera que distribuirse y alternarse ocasionalmente la responsabilidad de los proyectos y su construcción.
Las múltiples gestiones que hubo que realizar para cada uno de los casos, los cuales –por convicción y postura frente al oficio– fueron enfrentados sin excepción como “casos únicos”, como un desafío plenamente arquitectónico y a la vez pedagógico, dan cuenta de una acción comprometida en un amplio territorio, que abarcó desde Concepción hasta Puerto Montt. Es fácil entender que cada lugar presentaba condiciones propias y dificultades que hubo que ir superando en la propia marcha de las obras. Los equipos fueron integrados por arquitectos, ingenieros y estudiantes. Para éstos últimos, muy probablemente constituyó una marca a fuego en su formación como arquitectos y su posterior desempeño.
Teniendo como principales referencias y fundamentación arquitectónica el Estudio de Pajaritos de 1952 y los “Estudios Litúrgicos” que la Escuela venía largamente desarrollando, el conjunto de obras tan disímiles entre sí guarda por eso un mismo secreto, un mismo trasfondo. Este origen impregnó el espíritu de la empresa, sumado a la convicción y vehemencia que caracterizó la construcción y el diseño de todas las iglesias. De algún modo, anunció la trayectoria futura la Escuela de la PUCV.
Es muy difícil ser del todo objetivo e imparcial al escribir estas líneas, pues mantengo una relación afectiva importante con estas iglesias. El hecho de haber estudiado en esa Escuela, aunque más de una década después de la reconstrucción, dejó viva en mi la inquietud por saber más de lo que frecuentemente mencionaban los profesores sobre su propia historia, en lo cotidiano de su enseñanza. Por fortuna, casi 20 años después tuve oportunidad de estudiar estas obras, pero con especial interés en las circunstancias que las rodearon. No era sencillo comprender lo que todo eso había sido y cómo había logrado formar parte de un discurso continuo y coherente con todo lo que se hacía en la Escuela, muy probablemente, sentando los principios de lo que fueron después los talleres de obra de la Ciudad Abierta. Ahí caí en la cuenta de que estos hechos marcaron el camino que seguirían en adelante los profesores y que fue determinante en el desarrollo de la Escuela y en la formación de las siguientes generaciones de arquitectos y diseñadores.
José Vial es alguien a quien he tenido presente de manera muy particular toda mi vida y ha marcado todo mi quehacer. Fue él quien me hizo ver que cada cual podía y debía tener una teoría personal sobre las cosas de la arquitectura, una “teoría del espacio” un punto de vista ordenador e integrado. Que cada uno de nosotros debía lograrlo desde la observación y la experiencia. Que estaba en nosotros la posibilidad de convertir aquello en obra. Sus palabras eran siempre muy rigurosas, elegidas, justas. La palabra, el nombre, como sustancia del pensamiento y origen de las propuestas. Ellas encerraban la posibilidad creativa de la arquitectura y por ello la disciplina de escribirlas y decirlas eran un ejercicio fundamental.
Por eso ahora, al leer esta invaluable recopilación de los escritos de José Vial, cómo compartía con sus pares las dudas y decisiones que iban construyendo la obra, no es otra cosa que la evidencia de un modo de pensar y vivir, modo que transmitió a través de su enseñanza en total consecuencia. En los textos vuelve a comparecer ese modo, esta vez en su propio hacer. Los textos nos revelan la profunda reflexión y rigor de lo proyectado, el detalle voluntarioso del espacio, de la luz, del paisaje y la consideración por la cultura y oficios del lugar, la vocación formadora, la capacidad de legar. No deja de ser admirable el deseo por comunicar y debatir con sus pares (amigos y colegas) las reflexiones de una manera franca y sencilla, de vivir una armonía de voluntades, de una obra hecha entre varios, de poner en acción una filosofía compartida y dejarla plasmada en la obra de arquitectura.
Debo contar –me excuso por esto–, que me tocó ser uno de los ayudantes de José Vial en la asignatura de Presentación de la Arquitectura de primer año. El nos esperaba el sábado en la mañana en su casa para preparar los dibujos que luego presentaríamos al curso. Su trato llano y acogedor hacía de esas reuniones momentos de gran aprendizaje, donde él ponía un tono de perfección insoslayable en cada trazo, en cada palabra. Este libro nos regala esa dimensión del maestro a través de sus dibujos y manuscritos, simples, sin ostentación pero precisos y coherentes.
Las cartas y los dibujos presentados en esta obra dan cuenta de la intensidad creativa que se vivía en esos momentos, mediada por las dificultades de mantener una correspondencia ágil. El telegrama era lo más rápido, pero la carta era imprescindible y viajar era forzoso. Había que hacer gestiones con los arzobispados, administrar recursos, encontrar proveedores y además dirigir la obra sin un protocolo de proyecto, al modo tradicional.
Con todo eso y por sobre eso, prevalecía la voluntad de hacer arquitectura en cualquier lugar y con cualquier material. Alberto Cruz nos dijo una vez: “Hay que echar mano de lo que entre manos se tiene”.
En el libro se lee la siguiente cita de Jorge Sánchez (Pino) y José Vial (Pepe):
“los únicos brazos disponibles en Corral eran los pescadores, que habían quedado cesantes a raíz del maremoto. Con ellos se ejecutó la totalidad de la iglesia, y llegaron finalmente a tal grado de preparación y precisión, que muchos de ellos fueron contratados más tarde, en Valdivia, como carpinteros de primera”.
Corral como obra es quizás la mejor expresión de aquello, y estos textos son un fiel testimonio.
Agradezco sinceramente a Jaime Reyes Gil, autor del libro, por concederme la oportunidad y el honor de prologarlo y contribuir así a transferir una heredad que pervive por varias generaciones de arquitectos, diseñadores y tantos otros. Poner en las manos de otros las reflexiones y circunstancias que sostuvieron esta épica empresa, es una tarea que al igual que la Parroquia de Corral, sólo puede ser obra de varios.
Patricio Morgado Uribe
Concepción, agosto de 2020.