Читать книгу Navidad en Reindeer Falls - Jana Aston - Страница 11

Capítulo 5

Оглавление

Nick ha pasado a buscarme para que vayamos juntos en coche al aeropuerto. Menos mal que solo estamos a una hora y media del Aeropuerto Metropolitano de Detroit. Lo malo es que tengo que pasar esa hora y media con Nick.

Y, al contrario que mis hermanas, no estoy tan loca como para pensar que vamos juntos porque, en secreto, albergue el deseo de pasar tiempo conmigo.

—Que ni se te pase por la cabeza perder el vuelo, señorita Winter. —Así es como me planteó el ir en su coche cuando salía del despacho el viernes. Entonces, se detuvo a un metro de mi mesa y se dio la vuelta—. Ahora que lo pienso, será mejor que vayamos juntos. Te recogeré de camino al aeropuerto.

Después, me sonrió y me deseó un buen fin de semana. Salió de la oficina antes de que pudiera protestar o preguntarle si tenía mi dirección.

Me ha recogido hace diez minutos.

Han sido los diez minutos más largos de mi vida. Y todavía nos quedan ciento cuarenta kilómetros de camino.

Hasta ahora, la conversación brilla por su ausencia. Nick parece cómodo y disfruta del silencio ensordecedor mientras yo hago una lista mental con todos los temas de conversación posibles.

Tiene una postura relajada en el asiento del conductor, con una mano en el volante y la otra en el reposabrazos que hay entre nosotros. De vez en cuando, tamborilea con los dedos sobre el volante o cambia de mano con total naturalidad.

Mientras tanto, estoy tan nerviosa como un elfo que se ha atiborrado con bastones de caramelo.

Más silencio.

Me pregunto si recuerda siquiera que estoy en el coche.

—¿Y si ponemos canciones navideñas? —sugiero. Lo que sea con tal de romper el silencio y no estar tan ociosa. Demasiado teniendo en cuenta que estoy en presencia de Nick y que los latidos de mi corazón se aceleran porque pienso en cosas que no debería. Cosas como qué sentiría Nick en el hostal Vagina—. Tengo una lista de reproducción en el móvil.

Nick me mira de reojo desde el asiento del conductor y veo un atisbo de sonrisa en su rostro justo antes de que niegue con la cabeza y exhale una risa.

—Paso.

Claro. Por supuesto que no. Nerviosa, tamborileo con los dedos sobre el muslo. Por suerte, tengo preparada una lista de temas del trabajo que podemos discutir esta semana. Me inclino para coger el bolso que tengo a mis pies cuando Nick habla de nuevo:

—Solo por curiosidad, ¿en qué mes empiezas a escuchar la lista de reproducción de Navidad? —Aparta los ojos de la interestatal durante un breve segundo. Le brillan con algo parecido a la diversión cuando me mira—. ¿El día después de Acción de Gracias? ¿El 1 de diciembre? ¿En julio?

—Ja, ja. —Dejo el cuaderno en el bolso. Me he dado cuenta de que no tengo a mano la lista que preparé. Tendré que racionarla.

—¿Quieres repasar la agenda del viaje?

—Vale.

Agarro el bolso. Recito el horario de memoria, pero, de todas formas, quiero tener el itinerario enfrente. Vamos a tomar el vuelo de la tarde-noche de Detroit a Frankfurt y, luego, tenemos el enlace a Núremberg al despuntar el alba. Además de las reuniones que ya hemos fijado en el Oso de Baviera, tenemos una visita a la fábrica de trenes de juguete con la que la compañía que quiere colaborar con nosotros y reuniones con algunos proveedores.

Nick no me interrumpe mientras recito el horario, pero tampoco parece prestarme demasiada atención. Cuando estoy segura de que he cubierto la agenda de la semana, cierro el cuaderno, lo dejo sobre mi regazo y acaricio los bordes de la tapa de cartón con la yema del pulgar. Luego, dejo escapar un pequeño resoplido de resignación similar al que hace la perrita de mis padres cuando le pongo un gorro de Papá Noel en la cabeza.

—¿Qué has hecho el fin de semana?

La pregunta me pilla por sorpresa. Sale de la nada cuando termino de recapitular la agenda. Parece sincero y que de verdad siente curiosidad. A lo mejor, también se ha aburrido de estar en silencio y le preocupa que sugiera otra vez lo de la lista de canciones navideñas.

—Lo he pasado con mis hermanas. Ginger quería compañía mientras hacía otra tanda de galletas de jengibre. He hecho la colada y la maleta para el viaje. He envuelto unos regalos de Navidad. Y, por supuesto, he ido a la coronación de la princesa del Bastón de Caramelo de este año en el parque Heritage a la luz de las velas.

La princesa del Bastón de Caramelo se corona a principios de diciembre para que cumpla con sus tareas durante el resto del mes, que básicamente consisten en salir en la carroza de la cabalgata anual de Navidad y ayudar al Papá Noel de Main Street con las colas de niños los sábados.

—Ah, la coronación de la princesa del Bastón de Caramelo —repite Nick despacio—. ¿Asistir es parte de tus tareas como antigua princesa?

¿Lo sabe? El calor me sube por el rostro de la vergüenza o de la timidez, no estoy segura. No parece que se esté burlando de mí, así que no sé cuál es su objetivo.

—No es un requisito, no —consigo decir—. Es divertido, solo eso.

—Mmm —musita Nick—. Parece que necesitas algo más de diversión en tu vida, Holly.

Vale.

¿Lo ha dicho en tono sugerente o han sido imaginaciones mías? Su voz suena a caramelo con azúcar y mantequilla y a besos bajo el muérdago. El calor me recorre el cuerpo. El hostal Vagina ha encendido un cartel de neón que dice «Disponible» y mi mente hiperactiva despliega un sinfín de maneras en las que llenarla. ¿Y si mis hermanas tienen razón? ¿Es posible que Nick tenga potencial de ser algo más que un miserable Scrooge? Quizá no sea tan malo fuera de la oficina. Quizá.

Entonces, lo arruina.

—Supongo que Santana estaba ocupado, ya que no lo mencionas. ¿Tenía una gira? Los músicos deben de estar ocupados en esta época del año.

Menudo mentecato.

Al menos, Ginger tenía razón sobre algo: es curioso lo satisfactorio que es llamar «mentecato» a alguien.

—Sí, sí, está en una gira. —Me inclino para guardar el cuaderno en el bolso y me acomodo en el asiento del copiloto con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada al frente. Observo los carteles, por si me dan una pista de cuánto falta para que lleguemos al aeropuerto—. Es increíble lo ocupado que está, pero hemos desayunado juntos —añado antes de procesarlo.

—¿Esta mañana?

Sip. —Pronuncio la «p» como si acabara de sacar un corcho, satisfecha por llevar de nuevo la delantera—. En El rincón de la miel.

La cafetería ha sido la esencia de Main Street desde que nací y su especialidad son los desayunos. Los gofres que hacen te cambian la vida. Crujientes por fuera y esponjosos y con sabor a mantequilla por dentro. La perfección en un plato. No has comido un gofre en tu vida si no es de El rincón de la miel, créeme.

Ahora mismo desearía que Santana existiese, porque me ruge el estómago al recordar que hace demasiado que no como esos gofres. Lo cierto es que hoy solo he comido dos huevos duros, y eso ha sido una hora antes de que Nick me recogiera.

—Qué raro. Yo también estaba allí y no te he visto.

—Era temprano. Estarías durmiendo. —Seguro que duerme en una cueva que ha excavado bajo su propia casa. Las cuevas son el escondrijo perfecto de los Grinch de todo el mundo.

—He ido temprano. No esperaba que mi invitada fuese tan madrugadora.

Puaj.

Me contengo para no decirlo en voz alta, pero mi pulso se acelera, inquieto. Muevo el cuello y me enderezo en el asiento mientras le dirijo una mirada a escondidas. Apuesto a que su amiga Taryn ha pasado la noche con él. Taryn, su amiga con derecho a roce.

—Pensaba que dejar que se quedara despierta hasta tarde me garantizaría dormir más, pero no ha sido así.

«Ay, por Papá Noel, ¡no digas más, por favor!». Ahora la cabeza se me ha llenado de imágenes de Taryn despertándolo desnuda para un revolcón matutino. Ha visto a Nick desnudo y ha desayunado los mejores gofres del mundo. Ya no me cae bien, que le den al espíritu navideño y al negocio de velas familiar.

—Ahora se pasará la mañana de mal humor y será culpa mía.

Vale, ya está bien. Ahora la describe como si fuera una niña malcriada. ¡Pedazo de cerdo misógino!

—Por suerte, estaremos sobrevolando el océano Atlántico cuando me llame mi hermana para regañarme por haberme saltado el horario.

Espera. ¿Su hermana? Rebobino la conversación y elimino mis suposiciones.

—¿Tu sobrina se ha quedado a dormir contigo?

Hago un esfuerzo mental titánico para combinar la idea que tengo del Nick que conozco del trabajo con el hecho de que pase la noche con su sobrina Abby. La he visto un par de veces: el año pasado en la fiesta de Navidad de la empresa y una vez en verano, cuando Sara la trajo a la oficina. Es una niña animada y revoltosa, como la mayoría de los niños de entre uno y dos años.

—¿Haces de canguro? —balbuceo y me giro en el asiento para mirarlo mejor.

—De mi sobrina, claro. Me paga veinte pavos la hora, así que por qué no —añade con un encogimiento de hombros y, entonces, se ríe al ver mi expresión—. Es broma. Mi hermana y su marido fueron a una fiesta anoche y su canguro habitual no estaba disponible. Iban a salir hasta tarde, así que les propuse que Abby se quedase conmigo a pasar la noche.

—Ah —digo, sin poder evitarlo.

—Mi hermana me advirtió que se despierta a horas intempestivas, pero no le hice caso. Como cualquier idiota que no tiene niños, pensaba que, si la acostaba tarde, no madrugaría al día siguiente. —Se encoge de hombros y me dedica una sonrisa fugaz que casi consigue que se me pare el corazón—. La pequeña embaucadora se quedó hasta tarde viendo una película navideña de perritos y aun así se ha despertado a las seis menos cuarto.

Madre mía. Se me pasa por la cabeza la imagen de Abby con un pijama de cuerpo entero acurrucada junto a Nick en el sofá mientras ven una película navideña y… es curioso lo mucho que me pone.

Y eso me perturba.

—¿Qué habéis hecho hasta que ha abierto la cafetería para desayunar? —pregunto. Todavía no asimilo ese lado desconocido de mi jefe. Es como descubrir que hay un spin-off de Cuento de Navidad en el que Ebenezer es el chico sexy y divertido.

—Hemos visto la misma película. Otra vez. De principio a fin. —Nick sacude la cabeza con arrepentimiento y una pequeña sonrisa se asoma a sus labios—. Está obsesionada con ella y parece que tiene la misión de difundir su palabra porque, en el segundo en que dejas de prestar atención, se da cuenta. Pensaba que podría ponerme al día con algunos correos en el móvil mientras ella la veía por segunda vez, pero, maldita sea, me gritaba «páusalo, páusalo» y agitaba la manita, como si fuera a perderme un momento crucial. Entonces, me miraba como si le ocultara galletas hasta que dejaba el móvil y dedicaba mi atención única y exclusivamente a la película.

Mierda.

Creo que mi corazón acaba de crecer dos tallas.

Por Nick.

¿Pero qué está pasando?

—Bueno —digo finalmente—, parece que ha sido una fiesta de pijamas estupenda.

—Lo ha sido —admite—. No es como quiero pasar todos los fines de semana todavía, pero ha estado bien.

¿Todavía? Entonces, ¿Nick piensa pasar los fines de semana así? ¿Ver una película en casa los sábados por la noche, los niños vestidos con pijamas de cuerpo entero, y desayunar en El rincón de la miel? Desde el día en que llegó para hacerse cargo de la empresa, he hecho suposiciones acerca de si está hecho para Reindeer Falls o no. Me da la impresión de que esto le queda pequeño, que es demasiado cosmopolita para que le parezca interesante. Reindeer Falls es la imagen de los valores de los estados del Medio Oeste, provinciano hasta la médula. Las coronaciones de la princesa del Bastón de Caramelo son el corazón de ciudades como la nuestra. Consideraba a Nick el típico chico que tiene un apartamento en una gran ciudad. Pensaba que estaba aquí a regañadientes porque tenía que dirigir la empresa. Nunca imaginé que de verdad quisiera volver a Míchigan.

—Te habríamos pedido que te sentaras con nosotros en el desayuno —añade y me mira de reojo, con una sonrisa taimada que se asomaba a su boca—. Si te hubiéramos visto.

Miro su perfil un momento. Pasa un kilómetro, luego otro. Me recuerdo que el Nick agradable es una trampa. Es como esperar a las rebajas de después de Acción de Gracias para empezar con las compras navideñas. Error de novatos.

Como sentir algo por tu jefe atractivo.

Repaso todas las razones de por qué lo odio. ¿Cuáles eran?

Es gruñón.

Exigente.

Perfeccionista.

Es taciturno, alto y más atractivo de lo que tiene derecho a ser ningún hombre.

Es. Mi. Jefe.

Todas son razones válidas.

Lo bastante como para que no piense en hacer cosas con él que me colocarían la primera en la lista de niñas malas de Papá Noel.

Aun así, lo hago. Pienso en esas cosas.

Me agobio en el coche. Me agobio por todas esas versiones de Nick que bailan en mi cabeza.

Navidad en Reindeer Falls

Подняться наверх