Читать книгу Navidad en Reindeer Falls - Jana Aston - Страница 13

Capítulo 7

Оглавление

El tercer día de viaje, Nick me da una sorpresa.

—Ponte algo cómodo y reúnete conmigo en el vestíbulo en media hora —dice cuando volvemos al hotel tras pasar el día en la empresa El Oso de Baviera.

Ha sido una experiencia increíble, y tengo que admitir que Nick estaba en lo cierto al insistir en que fuera. He conocido al equipo de producción y he afinado el diseño de un nuevo reno de peluche con el atuendo típico de Baviera que están desarrollando. Además, he visto de primera mano la cafetería con ositos de peluche y he aprendido los pormenores del servicio de comida para llevar. El gerente me dio bastante información e ideas y he aprendido que en Núremberg llaman «bretzels» a los pretzels. Eso me ha dado la idea de añadir una parte de bretzels en nuestro escaparate de comida para llevar porque sería un guiño encantador a nuestras raíces alemanas. Encantador y rentable. Sacaremos el máximo beneficio del tráfico peatonal de Main Street que busque un tentempié por la tarde o durante las primeras horas de la noche y utilizaremos los mismos hornos de la cafetería.

Estoy impaciente por actualizar la estimación de ingresos y enseñársela a Nick. Me he pasado todo el trayecto en taxi de vuelta al hotel poniéndolo al día de la idea, mientras disparaba las palabras a medida que el concepto tomaba forma en mi cabeza y se materializaba en mis labios. No lo he visto en casi todo el día, ya que ha tenido reuniones distintas a las mías y yo estaba más emocionada de lo que me gustaría admitir para pedirle el visto bueno.

Este viaje no es lo que había esperado y tal vez Nick tampoco es como pensaba. Lo cierto es que ayer me sentí culpable cuando me comí el bombón del calendario del rosco. Es decir, el bombón de Adviento. Bueno… Da igual. La cuestión es que Nick no se está comportando como un Grinch durante el viaje. No me ha incordiado ni ha mencionado a Santana. Fuera de la oficina, se muestra más relajado de lo que estoy acostumbrada o, a lo mejor, la que está relajada soy yo.

En cualquier caso, tengo la guardia baja.

Me cambio rápido de ropa y me pongo un par de vaqueros y un jersey cómodo; me recojo el pelo en una coleta baja y cojo la bufanda y el abrigo antes de bajar al vestíbulo. Me estoy subiendo la cremallera cuando Nick entra en el ascensor. También se ha puesto unos vaqueros con un chaquetón de plumas ligero y lleva una bufanda azul marino colocada a la perfección alrededor del cuello. Está al teléfono y, con un asentimiento de cabeza, señala la puerta principal. Le pregunta al jefe de almacén por el retraso de dos días en el procesamiento de un envío a los vendedores.

Nick permanece en silencio mientras escucha lo que quiera que le esté diciendo antes de interrumpir:

—Papá Noel no hace entregas el veintiséis de diciembre y nosotros tampoco. Soluciónalo. —Entonces, cuelga, se guarda el móvil en el bolsillo con una mano y, con la otra, llama a un taxi—. Hauptmarkt —le dice al conductor en cuanto nos sentamos en la parte trasera.

Pasamos varios minutos en silencio en los que Nick saca el móvil del bolsillo para escribir un correo electrónico con movimientos rápidos y agresivos. Yo me dedico a observar el paisaje, todavía sin saber muy bien a dónde nos dirigimos.

—¿Va todo bien? —pregunto cuando el flujo de escritura se detiene y deja escapar un suspiro breve e irritado.

Fuera está oscuro, pero la ciudad es mucho más que romántica con todas estas luces de Navidad. Ristras de luces centellean por toda la calle. En las puertas, cuelgan ramas de pino. La nieve se ha asentado en las juntas de los tejados picudos y la magia se respira en el ambiente.

—Irá bien. El almacén está sobrecargado y va con retraso. Tendremos que hacer algunos cambios.

Antes de que pregunte qué significa eso, el taxi se detiene y Nick le da al conductor unos billetes de euros tras abrir la puerta. Antes de salir del coche detrás de él, ya tengo los ojos como dos galletas glaseadas. Ante nosotros, se extiende el mercado navideño más mágico que he visto en la vida. En realidad, es el único que he visto porque en Reindeer Falls no tenemos un mercado navideño como tal.

Estamos en la plaza céntrica del casco antiguo de Núremberg; tiene una iglesia que data de siglos atrás situada en un extremo y filas y filas de puestos se despliegan ante nosotros, cubiertos con toldos a rayas blancas y rojas. Las guirnaldas envueltas con luces penden entre las ventanas de los edificios circundantes. Diminutas lucecitas parecen colgar de cada superficie libre, y en el aire flota el olor de un sinfín de cosas maravillosas: castañas asadas, salchichas ahumadas y alegría. Huele a Navidad.

No es posible que hayamos venido para esto. Mantengo los pies anclados con firmeza al pavimento mientras echo un vistazo a nuestro alrededor en busca del restaurante al que vamos. Seguro que tenemos una cena de negocios programada en la agenda de esta noche. Me muerdo el labio y aparto la mirada anhelante del mercado. Observo a Nick cuando toma mi mano.

—No puedo dejar que te vayas de Núremberg sin experimentar el mercado navideño.

—¡Sí! —Dejo escapar el aire, feliz. Nick se ríe y el sonido hace que una oleada de calor me recorra el cuerpo. Por un breve instante, creo que va a seguir cogiéndome de la mano, hasta que baja la vista. Sacude la cabeza con ligereza y me suelta.

—Vamos. —Señala el mercado con la cabeza, todavía con una sonrisa en los labios—. Cenaremos salchichas de Núremberg y beberemos vino especiado como los lugareños.

Contengo las ganas de dar vueltas como los niños y nos dirigimos a la primera hilera de puestos con luces brillantes. Una sonrisa enorme se me instala en el rostro y ni siquiera intento reprimirla. Hay tanto que ver que apenas me concentro. Vemos unos adornos para el árbol de Navidad y figuritas divertidas hechas con ciruelas pasas. Nick me cuenta que es una tradición del mercado y, al rebuscar entre ellas, descubro que hay una variedad infinita: espantapájaros, panaderos, parejas que se besan y médicos. Incluso hay un Papá Noel de ciruelas pasas.

—Dice la leyenda que, mientras tengas un hombrecillo de ciruelas pasas en casa, tendrás dinero y felicidad.

Nick se inclina hacia mí para susurrarme las palabras al oído y me hace reír, aunque un escalofrío me recorre la espalda y, bajo el abrigo, siento un cosquilleo en la piel. Es ridículo, ni siquiera son palabras seductoras. Te aseguro que utilizar «ciruelas pasas» y «hombrecito» en la misma frase no es una forma de seducción.

Doy un paso atrás. Aun así, compro un Papá Noel de ciruelas pasas. Ya le buscaré un lugar en mi colección; porque tengo una colección de figuritas de Papá Noel, por supuesto. No tiene nada que ver con querer un recuerdo de esta tarde.

—Supongo que querrás conocer a la Christkind —menciona Nick cuando deambulamos por una sección del mercado dedicada a los niños. Hay un carrusel que derretiría el corazón del mayor escéptico de la Navidad. Junto a él, hay un trenecito que pasea por unas vías con forma ovalada alrededor de un grupo de árboles navideños y una casa de galleta de jengibre de un metro de alto. Hago una foto para Ginger.

—¿Qué es eso?

—Es la princesa del Bastón de Caramelo original.

—Venga ya. —Le doy un codazo en las costillas. Estoy segura de que me toma el pelo, pero, por una vez, no me importa.

—Va en serio. —Esquiva mi codo con facilidad y señala hacia una adolescente rubia tras una cuerda roja y una fila de niños que esperan para hacerse fotos con ella. Tiene el pelo largo y rizado, una corona de treinta centímetros y un traje dorado a juego. Observo la escena unos segundos y comprendo que Nick ha dicho la verdad. Está claro que Reindeer Falls adaptó esta tradición de Núremberg.

—Vaya —consigo decir—. Su corona es mucho más grande que la mía.

Avanzamos y pasamos junto a un edificio gótico cuya estructura tiene forma de aguja. Debe de tener unos seis metros de alto. Nick me cuenta que es una fuente, la Schöner Brunnen, que data del siglo xiv. La fuente está adornada con figuras coloridas y, por la noche, se ilumina desde la base. Nick dice que representa las artes liberales y que los anillos de latón incrustados en la verja de hierro forjado que rodea la fuente traerán buena suerte a quien los haga girar.

Es un guía turístico consumado.

Y tiene mucha paciencia ante el hecho de que me paro a mirarlo todo. Nada es demasiado pequeño o extraño para que no llame mi atención. Hay mucho donde escoger en el mercado y la cabeza me da vueltas por el espíritu navideño. Nick me ayuda a escoger regalos tradicionales para mi familia: para Noel, un adorno hecho a mano por un artesano local; y, para mis padres, un ángel llamado Rauschgoldengel. Tiene las alas cubiertas de pan de oro y Nick me entretiene con su leyenda.

Me cuenta que Núremberg es famosa por sus galletas de jengibre a las que llaman Lebkuchen y que las preparan desde hace cientos de años. Las hay de todos los tamaños y formas imaginables y con todo tipo de coberturas. Compro un surtido para Ginger a sabiendas de que le encantará probarlas e intentará reproducir las recetas.

—Si pudieras pedir cualquier cosa por Navidad, ¿qué sería? —pregunto mientras esperamos a que la dependienta envuelva mi colección de galletas de jengibre. Se queda callado y no estoy segura de si me ha oído, así que me giro con expresión interrogante y una ceja arqueada.

—Nada que pueda tener —responde, y parece incómodo; evita mirarme a los ojos.

Mientras trato de descifrar lo que ha dicho, se adelanta para alcanzar la bolsa que le tiende la dependienta.

—Puedo llevarla yo —insisto e intento quitársela.

Nuestros dedos se rozan y ese pequeño contacto es suficiente para que el estómago me dé un vuelco y contenga el aliento.

Tiene que ser el mercado navideño.

Eso es todo.

Los mercados navideños me ponen cachonda. Tiene sentido, cualquiera lo estaría. Apuesto a que la tasa de nacimiento de Núremberg está por las nubes cada septiembre. Seguro que sueltan feromonas en el aire con el aroma a canela. Alteran a la gente y los emborrachan con vino especiado para asegurar el crecimiento de la población local.

—¿Echas de menos vivir en Europa? —pregunto con una curiosidad repentina. Siento curiosidad hacia él de una forma que no tiene nada que ver con que lo atropelle un trineo o que una tribu de elfos granujas lo maniate.

—Claro —responde—, pero no tanto como Reindeer Falls.

Casi se me para el corazón.

—¿Echabas de menos Reindeer Falls? ¿Tenías intención de volver?

—Pensaba volver. —Me mira con extrañeza—. ¿Cómo podría alguien no volver a Reindeer Falls?

—Cierto —admito, salvo que me falta el aliento porque el aire que hay entre nosotros está cargado. Porque sus ojos se han suavizado cuando lo ha dicho. Porque algunas personas se van a la mínima oportunidad y sin intención de volver.

Juraría que Nick me mira los labios, pero parpadeo y ya no estoy segura de si me lo he imaginado. Quizá los tengo agrietados. Busco el bálsamo labial en el bolso y me lo paso por los labios mientras Nick mira algo detrás de mí.

—Venga, vamos a comer.

Nick me guía hacia un puesto de comida. El olor a salchichas ahumadas flota en el aire y el estómago me ruge. Los dos pedimos una salchicha tradicional de Núremberg, que consiste en tres salchichas pequeñas servidas en un bollo. Luego, vamos a por las bebidas a otro puesto, el equivalente al bar del mercado navideño. Hay vinos especiados y ponche de huevo con alcohol, además de una gran variedad de otras bebidas cuyos nombres no puedo descifrar. Estas se sirven en una taza de cerámica, lo que me parece encantador y ecológico. Las tazas se pueden devolver por un reembolso parcial o te las puedes quedar como recuerdo.

Sé lo que voy a hacer con la mía.

Nick insiste en que pruebe el Glühwein y luego se ríe por la cara que pongo tras dar el primer sorbo. Básicamente, es vino tinto caliente con especias, azúcar, toques de canela y clavo y una pizca de vainilla que me invade la lengua. Es más fuerte de lo que pensaba, pero no tardo en aprender a apreciarlo.

Nos detenemos junto a unas mesas redondas mientras comemos, rodeados por otras personas que hacen lo propio. Nos rodean familias con niños en carritos y jóvenes con traje de chaqueta. Parece que los mercados son un punto de encuentro popular para los que buscan una cena rápida o tomarse algo con los amigos. Nick me lo confirma y me sorprende, ya que he supuesto que está dirigido a los turistas, pero saber que es una experiencia local auténtica hace que me guste incluso más.

—Necesitamos un mercado navideño en Reindeer Falls —le digo—. O al menos tenemos que poner más decoración navideña en la fachada de El Osito en honor a la magia de aquí. —Hago un ademán con la mano para abarcar el mercado en su totalidad, pero nos interrumpen antes de que Nick me responda.

—¡Nick!

Una mujer atractiva de pelo castaño y más o menos de nuestra edad se detiene junto a la mesa, coge a Nick por los hombros, lo besa en ambas mejillas y lo saluda con una retahíla de palabras en alemán.

—Johanna. —Nick le devuelve el saludo con una sonrisa sincera. Me presenta y me explica que trabajaba con ella cuando vivía en Núremberg.

Johanna me dedica una mirada amistosa, me da un abrazo rápido a modo de saludo y me pregunta si me gusta la ciudad. Hablo con entusiasmo de las maravillas y el encanto de Núremberg, pero me detengo de forma abrupta cuando me doy cuenta de que Nick me mira. Johanna sonríe de oreja a oreja antes de volver a dirigir la atención hacia él. Intercambian otra retahíla de palabras en alemán. No se me escapa el ligero asentimiento que hace ella en mi dirección ni que Nick me mire de reojo y sacuda la cabeza en respuesta a lo que sea que le haya preguntado. Johanna vuelve a pasear la mirada de uno a otro con una sonrisa traviesa antes de explicar en inglés que tiene que irse porque su familia la está esperando, y señala a un hombre alto y a un niño de un año o dos en un carrito que están a unos metros.

—Auf wiedersehen —responde Nick en alemán a modo de despedida, e intercambian un breve abrazo antes de que ella desaparezca entre la multitud.

Le doy un sorbo a mi bebida y lo observo. Tengo la ligera impresión de que hablaban de mí, pero parecía inofensivo. ¿No?

—¿Qué ha dicho? Cuando hablabais en alemán —pregunto un momento después. La curiosidad saca lo mejor de mí. Me atrevo a decir que, fuera el que fuese el tema de la conversación, es inofensivo y Nick me lo va a contar. Y si es algo horrible, se inventará cualquier cosa para ahorrármelo.

Me mira durante un buen rato y no estoy segura de que vaya a responderme. Eso, o no quiere compartir conmigo el tema de la conversación y le está llevando mucho tiempo inventarse una historia plausible.

Ha despertado mi curiosidad.

—Me ha preguntado si estamos liados —responde al fin. No rompe el contacto visual conmigo cuando lo dice, ni se ríe, y ni siquiera le asoma una sonrisa a los labios.

Me atraganto con la bebida.

—¿Qué? —espeto entre toses. El corazón me va más rápido que Rudolf en Nochebuena. Clavo la mirada en la mesa. En las luces. En la espiral imponente de la Schöner Brunnen. En cualquier sitio excepto en Nick.

—Ya, cómo no. —Repongo. Me obligo mirar a Nick—. ¿Cómo se dice «no» en alemán? —pregunto con una gran sonrisa en un intento de quitarle importancia a la conversación.

Otra larga mirada.

—Alles, was ich zu Weihnachten möchte, ist einen Kuss von dir —dice con tranquilidad. Me mira un breve instante a los labios antes de apartar la mirada. La he sentido como una caricia. Ni siquiera estoy segura de si eso es posible, pero ha sido así.

Me estremezco, aunque no tengo frío.

Es la brujería del mercado navideño.

—Esas son muchas palabras para decir que no —consigo decir.

—Sí, es un idioma complicado. —Nick hace una bola con el envoltorio de los bocadillos y la tira en un contenedor cercano—. Vamos, quiero enseñarte algo.

Navidad en Reindeer Falls

Подняться наверх