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HERIDOS AL BORDE DEL CAMINO.
LOS QUE LA SOCIEDAD DESCARTA

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Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y lo asaltaron unos bandidos; lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto (Lc 10,3).


Gianluca fue uno de tantos niños que se quedaron huérfanos a causa de las epidemias de peste que asolaron Roma a finales del siglo XVI. De no haber ingresado en un hospicio se habría quedado en la calle, buscándose la vida en la mendicidad y la delincuencia. La familia de Gianluca sufrió el maltrato de una sociedad clasista que la marginó y descartó por improductiva. Quedaron heridos al borde del camino, a la espera de que un caminante generoso los socorriera.

En esa época había pobres de solemnidad (caballeros pobres, jornaleros, viudas, huérfanos, frailes mendicantes y curas rurales) que tenían derecho a recibir limosna y estaban bien integrados en la sociedad. Pero lo más común eran los pobres indigentes y vagos, que se consideraban peligrosos porque podían propagar epidemias, revueltas y vicios. Eran considerados una pesada carga improductiva y baldía que vivían de modo parasitario a costa de la comunidad. Por ello debían ser vigilados, y se les pedía realizar un trabajo a cambio de comida. Un autor de la época describe con claridad el paisaje de la pobreza: «Por Roma no se ve otra cosa que a pobres mendigos, y en tan gran número que no se puede estar ni ir por las calles sin que continuamente se vea uno rodeado de ellos, con gran descontento del pueblo y de los mismos pordioseros» 10.

La literatura recoge la incultura de los mendigos, su mundo de groserías y de hechicerías, su altanería y descortesías en los modos de exigir limosna. Se describen sus malos tratos, y hasta era frecuente que, por mezquina ambición, se enzarzasen en peleas callejeras.

Los pícaros eran personas desarraigadas que provenían de distintos grupos sociales, desde pobres nacidos en la ciudad hasta hijos de campesinos, hidalgos arruinados, soldados desertores, estudiantes y jóvenes sin empleo. Solían acabar en las ciudades y se dedicaban a la picaresca para subsistir, rozando en muchas ocasiones la delincuencia. Los mendigos y los vagabundos eran desarraigados que vivían de la limosna, de la caridad o de la pequeña delincuencia. Solían vivir en las ciudades y se apostaban cerca de las iglesias.

Los niños eran el sector más castigado por la pobreza. Muy pocos podían asistir a la escuela, otros tenían la suerte de ser aprendices en los talleres; pero la mayoría vagaba por las calles buscándose la vida de modo indigno.

Había gran variedad dentro de los pobres y marginados. Existía una pobreza permanente y una pobreza transitoria, producida por causas excepcionales. Pero, en general, un gran porcentaje de la población vivía en la pobreza estructural, que le impedía salir del círculo vicioso de la miseria.

Las causas de la pobreza eran múltiples; las epidemias y enfermedades imposibilitaban el acceso al trabajo, amén de menguar sus capacidades físicas o psíquicas. El clima hostil traía como consecuencia que se obtuvieran malas cosechas, lo que repercutía en la mala alimentación de la población y en los pocos beneficios de campesinos y comerciantes, que podían acabar en la pobreza. La guerra podía acabar con la vida y las fuentes de ingresos de muchas familias; en cuestión de horas, algunas familias podían perder todo lo que tenían y sumirse en la miseria. También la inflación causaba la subida de precios de los alimentos, lo que provocaba hambrunas en familias enteras. Como consecuencia se abandonaba a los niños, que pasaban a formar parte del paisaje de la pobreza de las ciudades. Otras causas más particulares, como la orfandad, la viudedad o la vejez, llevaba a personas a la pobreza y la mendicidad como método de subsistencia.

El modelo social ha cambiado, pero sigue habiendo personas que viven en la precariedad con una educación insuficiente, deterioro de la salud y pérdida de vínculos sociales, que produce excluidos. Vivimos instalados en una cultura del descarte donde el ser humano no solo es considerado como un bien de consumo, sino como un sujeto sobrante.

El profesor Amartya Sen 11 define la pobreza como la incapacidad de producir que tiene una persona o un grupo. En este enfoque, el énfasis está puesto no tanto en el resultado (ser pobre en el sentido de no disponer de ingresos o bienes suficientes), sino en el ser pobre como imposibilidad de alcanzar un mínimo de realización vital por verse privado de las capacidades, posibilidades y derechos básicos para hacerlo. Este es el enfoque adoptado por el PNUD –Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo– para establecer los criterios de desarrollo humano, como son la esperanza de vida, los logros educacionales y el ingreso económico. La pobreza se ceba sobre todo en los que no son productivos y los que no lo pueden ser nunca por su condición personal: niños, jubilados, personas con discapacidad, enfermos crónicos y minorías étnicas. Es la «cultura del descarte» de la que habla el papa Francisco y «que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que se convierten rápidamente en basura» 12 (LS 2).

Otro enfoque complementario concibe la pobreza como un estado de privación o falta de recursos para poder adquirir unos bienes y servicios necesarios para vivir una vida mínimamente saludable.

En definitiva, la pobreza es la carencia de algún bien, ya sea material o espiritual, que impide vivir una vida digna: la alimentación, la vivienda, la educación, la asistencia sanitaria, el agua potable o la electricidad. Puede afectar a una persona, a un grupo de personas o a toda una región geográfica.

Por regla general, la persona que está hundida en el pozo de la exclusión «tiene una baja autoestima, mucha inseguridad personal, baja resistencia a la frustración, resignación, vulnerabilidad, complejo de víctima, necesidad de aparentar riqueza y deshumanización» 13.

La exclusión social se define como un «proceso que relega a algunas personas al margen de la sociedad y les impide participar plenamente debido a su pobreza, a la falta de competencias básicas y oportunidades de aprendizaje permanente o por motivos de discriminación. Ello aleja a las personas de las oportunidades de empleo, percepción de ingresos y educación, así como de las redes y actividades de las comunidades. Tienen poco acceso a los organismos de poder y decisión y, por ello, se sienten indefensos e incapaces de asumir el control de las decisiones que les afectan en su vida cotidiana» 14.

A pesar de que se ha hecho un gran esfuerzo por reducir la pobreza y la desigualdad social y que se han reducido los índices mundiales de la pobreza, lo cierto es que «en todo el mundo ha aumentado la vulnerabilidad, la desigualdad, la exclusión y la violencia en el interior de las sociedades y entre estas» 15.

La realidad de la exclusión permanece visible en las ciudades más prósperas en los ancianos abandonados, los inmigrantes, los indigentes, los drogadictos, las prostitutas, los niños abandonados y las minorías étnicas, entre otros. Estos «nuevos pobres» de la «sociedad del bienestar» han surgido como consecuencia de una crisis profunda de valores donde se han debilitado los vínculos sociales que integran la comunidad humana (familia, vecinos, clubes, Iglesias...) y dan sentido a la vida humana, aunque esta no sea productiva.

Estamos ante un «estallido de la exclusión» que puede desbordar la capacidad de nuestras escuelas para abordar este fenómeno. Cada vez llegan a la escuela más niños procedentes de entornos vulnerables: refugiados, emigrantes, hogares disfuncionales, personas con discapacidad, inadaptados sociales.

Un entorno vulnerable es «aquella situación que carece de resistencias, empuja hacia lo marginal y agranda el daño que allí se produce. Ahí están los emigrantes sin raíces, ahí están los jóvenes que buscan enclaves afectivos para salir adelante, ahí están las personas mayores, que alargan los años a costa de acumular fragilidades. Las exclusiones no son solamente espacios localizados, sino ante todo dinamismos que se sustancian en mecanismos invisibles y emiten incesantemente señales de riesgo» 16.

La exclusión surge en cualquier ámbito de la sociedad: la familia, el barrio, la escuela y la empresa. No depende tanto del contexto cuanto de la mentalidad clasista instalada de muchas personas. Por tanto, no solo hay que hacer lo posible por mejorar los contextos, sino las conductas, las actitudes y los principios que crean un pensamiento excluyente.

Como en el siglo XVI, las causas por las que se produce la exclusión social siguen siendo muy parecidas: la falta de acceso a los bienes básicos debido a la carencia de recursos económicos, la ignorancia y la falta de formación para tener un empleo de calidad, la falta de vínculos sociales y de valores morales para llevar una vida digna. Esa carencia de dinero, educación, afecto y valores deja a las personas a la intemperie, relegándolas a la exclusión social.

Está comprobado que una de las causas más decisivas que produce exclusión social es la falta de acceso a una educación de calidad. Los pobres tienen menos oportunidades de recibir una educación integral que desarrolle sus talentos y los incorpore al sistema productivo. La mentalidad neoliberal de muchas sociedades solo quiere tener sujetos productivos según un determinado perfil técnico-científico. El que no se acomode a este modelo queda descartado.

El libro Carta a una maestra es una lúcida reflexión crítica escrita por un grupo de niños de pueblo que denuncian el fracaso de una escuela que manda a multitud de niños a la calle sin un diploma y con un fuerte sentimiento de fracaso. La reforma que proponen para que la escuela sea realmente significativa y útil es «no hacer repetidores; a los que parecen tontos darles la escuela a pleno tiempo y a los vagos basta ofrecerles un para qué» 17.

La realidad de «exclusión social» debe entrar en la reflexión y la práctica de cualquier proyecto educativo integral. Esta es la opción que tiene la escuela popular, que nace no solo para romper el destino de los excluidos, sino para eliminar la mentalidad que genera desigualdad e injusticia social. Es aquella que se configura institucionalmente desde la solidaridad.

Se debe poner a los alumnos en contacto con figuras y contextos vulnerables de la realidad social, para que tomen conciencia crítica de estas situaciones y aprendan a sensibilizarse y comprometerse personalmente en la resolución de las mismas. En una alocución del 21 de noviembre de 2015, el papa Francisco comentaba que «los pobres nos enseñan los desafíos de una realidad que nosotros desconocemos».


Para dialogar en grupo


1. Identifica qué situaciones de exclusión social se pueden dar entre los alumnos y el personal de la escuela.

2. ¿Qué propuestas concretas hace tu escuela para sacar adelante a los alumnos con dificultades de aprendizaje y de adaptación social?

3. Identifica en el entorno del colegio (barrio, ciudad) cómo se hace visible la exclusión social y qué instituciones se encargan de ayudar a los marginados.

4. ¿Cuáles serían las causas principales de la exclusión social dentro y fuera de la escuela?

5. Narra alguna experiencia de contacto con la realidad amarga de la pobreza.

Una escuela en salida

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