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LO CARGÓ SOBRE SU PROPIA CABALGADURA.
ACTOS DE COMPASIÓN

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Y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y, montándole sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él (Lc 10,34).


Calasanz no podía permanecer impasible ante el desamparo en que se quedaron los niños. ¿Qué sería de ellos ahora que su mamá no estaba? Sentía que debía hacer algo rápido; así que, mientras pensaba en una solución más permanente, entregó unas monedas a una vecina para que los cuidara.

El corazón de Calasanz quedó herido por la miseria de los niños. No podía ni debía pasar de largo, como hicieron el sacerdote y el levita del evangelio. Cuando hay una persona medio muerta al borde del camino, no caben muchos planteamientos; hay que socorrerla de modo urgente y después ya se verá lo que se hace. Resonaron en su interior las palabras bíblicas: «A ti se te acoge el pobre. Tú serás el amparo del huérfano» (Sal 10,14). Así que cargó con la dura realidad de los niños, asumiendo las primeras consecuencias que implicaba su cuidado. Sentía que era el mismo Dios quien le ponía delante esta realidad para que diera una respuesta.

También el samaritano se acerca al herido, se compadece de él y le practica los primeros auxilios. Los actos de compasión que realiza el buen samaritano: vendar las heridas, echarles aceite y vino y montar al herido en su cabalgadura, son solo gestos de un proceso más largo destinado a restaurar a la persona completa e integrarla en la comunidad.

La acción asistencial es una cura de urgencia ante las desgracias que no admiten demora. Es necesario aliviar situaciones urgentes como el hambre, la enfermedad, el exilio y la falta de vivienda. La atención primaria a los pobres es un deber de humanidad, pero no genera de por sí un cambio social y puede originar relaciones de dependencia.

«La asistencia se preocupa por paliar los efectos sin atender de momento a las causas. La promoción se preocupa ya de atacar las causas de la pobreza; concretamente, aquellas que radican en el mismo individuo. Y el cambio de estructuras, por fin, se preocupa de aquellas causas de la pobreza que no radican en el individuo, sino en la sociedad» 22.

La compasión también movió a Jesús a curar a los enfermos, a bendecir a los niños y a enseñar a la multitud, que estaba como ovejas sin pastor. Ante el sufrimiento causado por la exclusión, Jesús actúa rápido, devolviéndoles la dignidad con la curación, la bendición y la palabra.

Entendemos la compasión como un sentimiento de responsabilidad ante el necesitado, con el sufrimiento ajeno fundamentado en la dignidad y finitud del hombre. Solo porque este posee dignidad, el hombre puede compadecer y ser compadecido. Y solo desde la dignidad y vulnerabilidad, desde la admiración y reconocimiento de todo hombre y del hombre concreto, la miseria, el sufrimiento y la opresión en él se consideran como una ofensa y engendran responsabilidad y compasión.

Reproducimos un hermoso relato de la vida de san Francisco de Asís que pareciera repetir la escena del samaritano y que ejemplifica bien su compromiso por cuidarlo:


En un recodo del camino vio Francisco a un leproso: uno de esos infelices que, por la ruptura total de comunicación entre sanos y contagiados, habían sufrido el despojo de todos sus derechos. Al ver acercarse a un jinete, el enfermo agitó su carraca y se puso de cara al viento, como siempre debía hacerlo al cruzarse con gente sana.

Y entonces Francisco bajó de su cabalgadura, se aproximó al leproso y, superándose a sí mismo, se llegó a él y le dio un beso.

Según narra también la biografía, tiempo después Francisco se fue a donde los leprosos. Se hallaban estos acogidos en el hospital de San Salvador, entre Asís y Santa María de los Ángeles. Allí, el hombre que antes, movido por la repugnancia, se tapaba la nariz al divisar de lejos las casetas de los enfermos, empezó a rodearlos de misericordia. Vivía con ellos y servía a todos por Dios con extremada delicadeza; lavaba sus cuerpos infectos y curaba sus úlceras purulentas...

El mismo Francisco reconocería más tarde, en su testamento, que al comienzo le pareció muy amargo ver leprosos. Solo venciéndose a sí mismo llegó a ser amigo, familiar y servidor de aquellos hombres y mujeres, a quienes en otro tiempo no daba limosna sin volver el rostro.

El joven Francisco descubrió en su encuentro con el leproso que lo plenamente humano es amar primero a los que nadie en este mundo quiere amar 23.


Suele identificarse la compasión solo con los primeros auxilios y una piedad lastimera que solo se preocupa de la atención de emergencia, pero que deja al pobre en un estado de dependencia respecto al que ayuda. Para Ortega y Mínguez, la compasión es algo más completo: «Es un encuentro con el hombre desposeído, con “toda” su realidad, a la vez que un compromiso político de ayuda y liberación que lleva a trabajar por transformar las estructuras injustas que generan sufrimientos y situaciones de dependencia y marginación» 24. En el próximo capítulo profundizaremos en los vínculos entre el cuidado y la justicia.

Emmanuel Lévinas ha reflexionado en profundidad sobre lo que sucede cuando nos encontramos con el «otro» herido al borde del camino. Este –el herido– se impone con su propia fuerza e implica una responsabilidad inexcusable que precede a todo consentimiento libre, a todo pacto o contrato. El «otro vulnerable» es quien hace surgir en el yo la conciencia, que, de entrada, es ya moral. La relación desnuda –cara a cara–, sin intermediarios, saca de su inercia al yo para referirlo de por vida al otro en cuya relación se encuentra el sentido.

El «otro» se revela y se impone a la existencia a través de la «epifanía del rostro». Antes de cualquier argumento racional, el «otro» está presente interpelándome y apelando a mi sentido de la responsabilidad. El «otro» exige ser reconocido en el mundo por el hecho de ser constitutivamente un ser indigente. Este «otro» se revela, se manifiesta, irrumpe en la existencia, se impone por sí mismo, se asoma como el ser que no es constituido por la razón.

En definitiva, la identidad de la persona se constituye desde la responsabilidad hacia el «otro vulnerable»:


De hecho, se trata de afirmar la identidad misma del yo humano a partir de la responsabilidad; es decir, a partir de esa posición o de esa deposición del yo soberano en la conciencia de sí, deposición que, precisamente, es su responsabilidad para con el otro. La responsabilidad es lo que, de manera exclusiva, me incumbe y que humanamente no puedo rechazar. Esta carga constituye una suprema dignidad del único. Yo no soy intercambiable, soy en la medida en que soy responsable: Yo puedo sustituir a todos, pero nadie puede sustituirme a mí. Tal es mi identidad inalienable de sujeto. En este sentido preciso es en el que Dostoyevski dice: «Todos somos responsables de todo y de todos ante todos, y yo más que todos los otros» 25.


A partir de la perspectiva abierta por Lévinas se puede desarrollar toda una pedagogía para la compasión tomando como punto de partida el encuentro con el «otro» vulnerable y herido que reclama cuidado y justicia.

En la misma línea, Prohaska reflexiona sobre el dinamismo del encuentro interpersonal como fuente de desarrollo humano. Afirma en su Pedagogía del encuentro 26 que las personas pueden encontrarse en el espacio físico, el psicológico y el pneumático (espiritual); pero solo en el espacio espiritual se produce un verdadero encuentro entre las personas, que se da en libertad, gratuidad y desde el corazón de la propia existencia. La persona elige libremente tener un encuentro con el otro; en muchas ocasiones, el encuentro irrumpe en la vida sin planificarlo (gratuidad) y toca la propia experiencia personal (existencial). Si la persona pone su corazón en la relación, se abrirá un vínculo capaz de restaurar la dignidad herida del «otro». El encuentro humano que cumple con los rasgos de libertad, gratuidad y existencialidad tiene un efecto educativo; y esto solo se produce en el espacio espiritual, que es cuando damos sentido y profundidad a la relación.

El evangelio recoge experiencias de encuentro de Jesús con personas heridas en su dignidad: la mujer pecadora, la hemorroísa, el ciego de Jericó, el endemoniado. A Jesús le afecta la situación de la gente, de modo que no queda indiferente ante sus necesidades primarias. Brota de él un sentimiento de compasión que le lleva a realizar los milagros. En todos los casos, Jesús los mira con misericordia y les devuelve su dignidad con su cercanía y presencia.

Para el papa Francisco, el encuentro está ligado al concepto de «periferia». Afirma que «nos encontramos cuando salimos de nosotros mismos, de nuestro centro, y nos abrimos al otro precisamente allí donde el otro es diferente. El encuentro es aprender a recibir de todos, especialmente de los más pobres y de los más pequeños, de los que para el mundo no cuentan» 27.

«Hay encuentro con el otro cuando soy herido por el rayo de su ser, cuando soy tocado por su acción» 28; así pues –comenta el papa–, «acercarse a toda carne sufriente es abrir el corazón, dejarse conmover en las entrañas, tocar la llaga, cargar al herido; es también pagar los dos denarios y, finalmente, salir garante de lo que se gaste de más. Seremos juzgados en esto» 29.

Si el proyecto educativo quiere despertar el sentimiento de compasión y la responsabilidad social con los pobres, debe ofrecer experiencias para que los alumnos tengan un encuentro real con los excluidos de la sociedad y que toque su sensibilidad.

Según Ortega y Mínguez 30, la praxis de una educación para la compasión implica desarrollar las siguientes capacidades y emociones en los alumnos:

– El desarrollo de la empatía, que implica tomar conciencia del sufrimiento ajeno como algo injusto, asumir responsabilidades frente al otro y el compromiso de actuar para restaurar la dignidad perdida. A través de la relación empática, los alumnos establecen vínculos, se conmueven ante las necesidades de los demás y se entusiasman por el servicio.

– El desarrollo de las capacidades de comunicación, como son el diálogo, la escucha activa, la expresividad y la participación, constituyen una base necesaria para el aprendizaje de la comprensión empática en las relaciones interpersonales, relaciones que exigen ser de rostro humano, de aceptación y defensa de lo que es digno en la persona del otro.

– El desarrollo de la capacidad crítica para conocer y valorar «lo que está pasando». Se trata de capacitar a los alumnos para comprender y analizar las situaciones de injusticia social: sus causas y sus efectos.

– La experiencia del sufrimiento es uno de los escenarios más privilegiados para educar en la compasión. No solo es el sufrimiento físico o psicológico; también el moral y espiritual, el que afecta al sentido de la vida de las personas. Enfrentarse a la experiencia del sufrimiento, entrar en la densidad de la vida del otro débil e impotente, participar de su propia incertidumbre, ayuda a humanizar la relación.

– El sentimiento de indignación ante un estado violento provocado en alguna persona por una realidad tremenda, dura y radical o una acción injusta o reprobable. Decía Émile Durkheim que «una persona no se hace revolucionaria por la ciencia, sino por el sentimiento profundo de la indignación ética». Ante la injusticia no cabe la indiferencia, sino la indignación, que lleva al deseo de hacer algo para revertir la situación. Este sentimiento está en el inicio de muchos proyectos de solidaridad con los excluidos.

Cualquier actividad es buena si favorece la experiencia de encuentro con personas que viven una realidad de vulnerabilidad y exclusión social. Lo importante es que haya relación personal y se produzca una corriente de empatía entre los alumnos.

1) Invitar a los alumnos a escuchar a personas cercanas que viven alguna situación de vulnerabilidad que les produce un sufrimiento.

2) Identificar posibles situaciones de exclusión social dentro de la escuela y dialogar sobre el mejor modo de afrontar el problema.

3) Narrar alguna experiencia personal de sufrimiento.

4) Conocer a personas que se dedican al cuidado de los más pobres; especialmente la atención primaria.

5) Acoger en casa o en el colegio a un emigrante o refugiado.

6) Ayudar en un comedor de ancianos o de niños.

7) Visitar enfermos y compartir con ellos.

8) Trabajar textos literarios que describan realidades de sufrimiento y dolor.


Para dialogar en grupo


1. Comparte alguna experiencia personal de «encuentro» con otras personas; especialmente pobres. ¿Cómo te afectó?, ¿cómo reaccionaste?

2. ¿Qué iniciativas conoces de «atención primaria» para socorrer a las personas necesitadas?, ¿has participado en alguna?

3. ¿Qué necesidades primarias tienen los alumnos de la escuela y requieren de nuestra atención?

4. ¿Qué actividades podemos proponer a los alumnos para que desarrollen una conducta empática hacia los necesitados?

5. Identifica alguna película o libro que narre la historia de alguien que se ha visto afectado por el contacto con los pobres.

Una escuela en salida

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