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Detectives del pasado

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Si has decidido avanzar es porque realmente quieres conocer la verdad. En este capítulo, igual que un investigador recopila pruebas para descubrir la responsabilidad de un crimen, intentaré ofrecer las suficientes pistas para que puedas estar completamente seguro, no de quién es el asesino, por supuesto, sino del origen de los evangelios.

En primer lugar, es imprescindible saber que los detalles más importantes y fundamentales del mensaje están contenidos en las fuentes históricas cristianas –de manera especial en el Nuevo Testamento–, pero son las fuentes no cristianas, desde mi punto de vista, las que aportan luz y desempolvan dudas sobre las primeras, en el caso de que las hubiese. Entendemos por fuentes no cristianas todos aquellos testimonios provenientes de autores ajenos al cristianismo y, por tanto, sin ningún tipo de intención religiosa. Ellos son los que respaldan la existencia de Jesús de Nazaret y la comunidad religiosa que surgió después. Son justamente estas fuentes las que certifican definitivamente la verosimilitud del relato cristiano: Plinio el joven –procónsul de Bitinia–, Tácito y Suetonio –historiadores romanos–, el Talmud –uno de los libros más importantes del judaísmo– y Flavio Josefo –historiador judío–. Todos ellos corroboran la existencia de Jesús de Nazaret y ninguno es sospechoso de haber mantenido algún vínculo con los apóstoles, ni mucho menos. Citaron a Jesús como una cámara rápida es testigo de algo extraordinario que es descubierto mucho tiempo después en un laboratorio y por casualidad. En este sentido, me gustaría que prestaras atención a lo que cita Flavio Josefo. En su libro Antigüedades judías escrito en el siglo I, muy pocos años después de la muerte de Jesús, nos cuenta esto:

Por aquel tiempo existió un hombre sabio, llamado Jesús, porque realizó grandes milagros y fue maestro de aquellos hombres que aceptan con placer la verdad. Atrajo a muchos judíos y a muchos gentiles. Delatado por los principales de los judíos, Pilato lo condenó a la crucifixión. Aquellos que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo. Desde entonces hasta la actualidad existe la agrupación de los cristianos.

Flavio Josefo parece convertirse en uno de esos fisgones históricos que nos invitan a observar con atención lo que verás a través de los evangelios y de las cartas apostólicas. Si alguien pusiese en duda la antigüedad del contenido del Nuevo Testamento, las fuentes no cristianas se convierten en una prueba histórica que lo avalan.

Como ya mencioné anteriormente, no tengo la menor intención de escribir un texto que no sea de lectura ágil y, a la vez, certero en la búsqueda de la verdad. Dejo para el interés de cualquier curioso lector la investigación sobre el resto de las fuentes no cristianas –hay mucho y es fácil de encontrar1–. Lo más importante es que te sitúes en el siglo I, pocos años después de que Jesús de Nazaret fuese crucificado. ¿De verdad que los evangelios son tan antiguos? Pues sí. Lo son.

Debemos tener en cuenta el término sinóptico2, el cual hace referencia a los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas y su parecido entre sí. Hay diferentes teorías, pero la más extendida es la que propone un evangelio anterior a todos –desaparecido–, muy próximo a la muerte de Jesús, al que han denominado Fuente Q –abreviatura de Quelle, palabra que significa «fuente» en alemán3–. Según el escritor Papías hacia el 100 d.C., Mateo habría publicado un evangelio entre los judíos, escrito en su propio dialecto. También san Agustín a mediados del siglo IV mantendrá esta idea. Este texto primero habría servido como punto de referencia para los evangelios de Mateo y Marcos, escritos en griego –Lucas y Juan también–, y el evangelio de Lucas habría sido escrito teniendo en cuenta a Mateo y a Marcos –de ahí su parecido entre ellos–, así como también el testimonio de Pedro, tal como citan con posterioridad los santos padres Clemente y Papías, entre el siglo I y II.

No es mi intención aquí debatir cuál de estos evangelios fue el primero, sino establecer la relación que existe entre ellos por su valor sinóptico. Parece evidente que, al escribirse el evangelio de Lucas, ya existía el primigenio texto de Mateo en arameo –Fuente Q– y muy probablemente el evangelio de Marcos también, que para muchos fue el primero. De lo que sí estamos seguros es de que Marcos jamás podría haber llegado a finales del siglo I porque el escritor y papa Jerónimo –que murió en el 97 d.C.– cita el evangelio de Marcos antes.

Sin embargo, me gustaría que nos detuviésemos a pensar por un momento en el evangelio de Lucas. Este evangelista era un médico de la época, un hombre culto perteneciente al mundo griego y que compartió con Pablo algunos de sus viajes4. Sabemos que fue autor de dos obras y en este orden: su evangelio y el libro de Hechos de los apóstoles. Este segundo libro ya nos advierte de la existencia del primero. Así comienza Hechos: «En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo…».

¿Cuándo se escribió este libro?

Hay varias pistas que nos llevan a intuir que Lucas lo finalizó bastante antes del año 70 d.C., tal como lo plantea César Vidal5. ¿Por qué? Veamos:

• El libro finaliza con el comienzo de la prisión de Pablo en Roma, hacia el año 60. Sabemos que Pablo muere durante la persecución de Nerón en el año 65 d.C. Si este libro hubiese sido posterior a esta fecha, ¿por qué Lucas no menciona ni su muerte ni nada de lo sucedido durante los últimos años de su vida? Parece poco probable que Lucas eligiese a Pablo como uno de los protagonistas de su libro para luego ignorar cómo acabó su vida, ¿verdad? Si Lucas deja a Pablo en prisión y esperando ser recibido por el emperador por su ciudadanía romana, no es por falta de interés sobre el resto de su existencia, sino porque, simplemente, cuando acaba este libro Pablo estaba todavía en prisión, y no muerto. Si utilizamos el ejemplo de cualquier novela de hoy en día, sería una estafa para cualquier lector dejar sin resolver la trama en la que está involucrado uno de los protagonistas.

• Tampoco menciona nada de la muerte de Pedro, durante la misma persecución que Pablo. Ni la muerte de Santiago, el hermano del Señor, tal como lo nombra el mismo Lucas en su libro y que el historiador Flavio Josefo data alrededor del año 62 d.C. Ambos apóstoles también son protagonistas de Hechos de los apóstoles y carece de sentido argumental, como en el caso de Pablo, omitir sus muertes… Salvo que no hubiesen sucedido todavía.

Evidentemente, todo esto nos lleva a concluir que Hechos de los apóstoles no fue escrito mucho más allá del año 60 d.C. y que, por tanto, su anterior libro, el evangelio de Lucas, mucho menos aún. Y si recordamos que, probablemente, Lucas habría conocido, al menos, el antiguo evangelio de Mateo al escribir el suyo –por el asunto de los sinópticos–, podríamos mantener que ninguno de estos evangelios fue escrito más allá de la década de los sesenta después de la muerte de Cristo. Una fecha que, si caemos en la cuenta, es tan, pero tan cercana a la fecha de la crucifixión de Jesús, que podríamos estar hablando de textos escritos algo más de veinte años después de este acontecimiento.

¿No parece, acaso, un testimonio casi directo?

A mí hace que me acuerde de aquellos versos de la canción Volver, el famoso tango de Carlos Gardel que nos recuerdan que veinte años no es nada.

Algunos escépticos ajenos al estudio a veces aventuran que todos estos textos podrían ser mucho más tardíos. Sin embargo, lo hacen desde la falta del más mínimo conocimiento histórico y bíblico. Es tolerable negar la resurrección de Jesús o lícita la opinión de que los apóstoles mintieran. Pero no es honesto transgredir las leyes de investigación histórica para datar su escritura. Por poco que nos pongamos a encajar fechas y datos como estoy intentando exponerte, te das cuenta de la barbaridad que supone una apreciación semejante.

Es más, en el caso de que alguien se negara a cualquier razonamiento histórico, siempre está el recurso del efecto final, cuando el mago sale al escenario con ese número inaudito que arranca los aplausos de todo el público. Pues es la hora del ver para creer, a lo santo Tomás. Las Escrituras se transmitieron tal cual fueron escritas en el siglo I y, como si se tratase de los restos de un naufragio, llegan hasta nosotros antiguos papiros que corroboran la antigüedad de todo.

El papiro Rylands, cuyo nombre de catálogo es P52, está guardado en la Biblioteca John Rylands, de Manchester. Se trata de un pequeño pedazo de papiro que recoge unos breves pasajes del evangelio de Juan escrito en griego y que constituye uno de los fragmentos más antiguos de cualquiera de los cuatro evangelios. Fue encontrado por casualidad, a finales del siglo XIX, en un vertedero cercano al valle del río Nilo. Está datado como anterior al año 150 d.C., teniendo en cuenta que, siendo el evangelio de Juan el más tardío, se cree que su escritura original la podemos establecer entre el 95-100 d.C.6.

También son testigos del pasado los papiros Chester Beatty, varios manuscritos en papiro de textos bíblicos, escritos en griego. La mayor parte están fechados en el siglo III y se conservan en la Biblioteca Chester Beatty y otra parte en la Universidad de Míchigan. Entre otros textos, tenemos partes de los evangelios de Mateo, Lucas y Juan, de los Hechos de los apóstoles y diferentes cartas paulinas contenidas en el Nuevo Testamento. Fueron encontrados cerca de las ruinas de la antigua ciudad de Atfih, en Egipto7.

Recientemente, en 2019, se halló un papiro proveniente del pueblo Teadelphia (Egipto) y perteneciente al Heroninos, el archivo de papiros más grande de la época romana. Científicos de la Universidad de Basilea identificaron la carta privada cristiana más antigua conocida hasta hoy en día, datada en el año 230 d.C. Es denominada como P.Bas. 2.43 y ofrece información sobre el mundo de los primeros cristianos del Imperio romano8.

Sin embargo, el último hallazgo de un grupo de expertos de la Universidad Evangelista de Acadia, en Canadá, ha sobrepasado a cualquiera de los anteriores. Se trata de un fragmento del evangelio de san Marcos datado entre el 80 y el 90 d.C. y es el fragmento más antiguo del Nuevo Testamento encontrado hasta la fecha. Según se cree, se trata de un papiro reciclado para elaborar una máscara funeraria, tradición habitual entre la población egipcia más pobre9.

Huelga decir que el contenido en griego de estos textos hallados coincide con lo que la marea de dos mil años trajo hasta las orillas de nuestras vidas, desde luego.

Por tanto, si has estado atento a todos estos datos –ni mucho menos todos los que hay, sino los que yo considero relevantes para argumentar la antigüedad de los evangelios–, ahora mismo ya estamos en disposición de adentrarnos en el mensaje principal que contienen. Demostrar la autenticidad de estos textos los acerca al hecho que relatan, pero para muchos esto no significa que cuenten la verdad.

¿Acaso nos encontramos con textos cercanos a la muerte de Jesús, pero que mienten, deforman, exageran o tergiversan?

Dale una oportunidad a la verdad. Ten paciencia.

Dios existe

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