Читать книгу La Biblioteca de Ismara - Javier L. Ibarz - Страница 15

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Gabriel y Óscar conversaban en el despacho cuando lo notaron. Esa extraña desazón, tan temida. Gabriel echo mano a su pecho y miró el medallón. Las filigranas brillaban con una luz mortecina. Eran malas noticias.

—Fernando ha caído. Nos han localizado.

—No —replicó Óscar—, solo lo han localizado a él. Si supieran dónde estamos, habrían organizado una ofensiva y en este momento estaríamos luchando.

—Pero si han localizado a Fernando, tal vez ya han encontrado… —Gabriel calló. Ambos sabían lo que eso significaba.

—Confiemos en que no. Lo único claro es que andan muy cerca.

—Salgamos. Tendremos que ocuparnos del cadáver.

—No, Gabriel —le detuvo Óscar—. Pueden haber dejado un merodeador esperando que se presente alguien. Por mucho que nos duela, no podemos hacer nada hasta mañana. La mejor manera de no despertar sospechas es seguir con nuestra rutina hasta que podamos volver a Ismara.

—Ismara. —Gabriel negó con la cabeza—. No lo veo claro. Clara todavía no está preparada.

—Estaría segura —insistió Óscar—. Piénsalo bien; allí nadie la alcanzaría, sabríamos en todo momento dónde está… Todo son ventajas.

—No para ella —replicó Gabriel—. Estuviera dispuesto a enviarme esa carta o no, mi hermano dejó muy clara su voluntad: quería, por encima de todo, que Clara se criara alejada de mí, de los nuestros. Que yo no le contara nada de, en sus propias palabras, «mis absurdas ideas sobre el mundo, reales o no». Murió por mi culpa, porque yo no fui capaz de mostrarle la verdad sin ofenderle. No voy a traicionar su última voluntad. No… —La voz se le quebró—. Mientras Clara no tenga edad para decidir por sí misma, intentaré darle una vida normal.

—Estupendo. Solo tienes que convencer de eso a los que nos están matando.

—No la llevaré a Ismara, Óscar.

—Muy bien. Pues entonces sigamos con el plan original. Vayámonos a Bosca. No estaremos en Ismara, pero sí cerca.

—Bosca… Antes estaba de acuerdo, pero ahora… No sé si es buena idea volver a abrir el refugio en la boca del lobo.

—El lobo solo puede ver su propia boca si la ve reflejada —contestó Óscar—. Y los lobos no se miran al espejo. Es lo que dices siempre.

—Cuando solo éramos tú y yo. Ahora es distinto. Ahora la tenemos a ella. Ahora podemos perderlo todo. —Gabriel se frotó los ojos, cansado, y suspiró—. Fernando muerto… No puedo creerlo.


Clara estaba dormida en su cuarto, pero algo extraño, como una desazón, la sacó del sueño, y en el duermevela le pareció ver brillar el medallón que le había regalado su tío. Pensó que debía ser un reflejo, o la luz de la ventana. A través de la puerta llegaba la voz apagada de su tío hablando con Óscar, pero solo entendió unas pocas palabras inconexas: «lobo», «muerto», «Fernando».

Sin duda estaba soñando. Se arrebujó en la cama y volvió a dormirse casi de inmediato.

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