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Nota para el lector

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«Bueno, pues ya hemos llegao a Japón», dijo Cristóbal Colón cuando descubrió América.

Esto resume de forma magnífica la figura del almirante: un tipo que lideró una expedición disparatada basada en cálculos erróneos y que no tenía la menor idea de adónde cojones había llegado por casualidad.

Tal fue el dislate que cambió el mundo.

Así suele acontecer en la historia: más allá de los grandes planes de los personajes célebres y de las tendencias sociales, al final las cosas toman una dirección u otra por azares absurdos. Napoleón, por ejemplo, tenía un plan ambicioso para dominar los mares y vencer a los británicos, pero, entonces, le encargó la misión a un tal Villeneuve, que, en lugar de hacer caso a Napoleón, se dedicó a hacer un crucero que duró meses por el Atlántico y el Mediterráneo, huyendo de cuantos enemigos encontraba. Y así, por culpa de un idiota, los grandes planes de Napoleón quedaron en nada y las guerras napoleónicas (y con ellas, el mundo) tomaron una dirección que no habrían tomado de haber nombrado almirante a otro. O quizá sí, según los miles de acontecimientos posteriores.

Esto queda clarísimo en lo tocante a Colón, y no solo por su rocambolesco descubrimiento: a lo largo de este libro, el lector encontrará mil equívocos, casualidades afortunadas o desafortunadas, malentendidos terribles, órdenes ignoradas y decisiones pésimas, todo ello aderezado con meses y meses de retraso en las comunicaciones, cosa que solo podía mejorar el mejunje. El resultado de esta sucesión de acontecimientos y casualidades fue un hallazgo tan impresionante como game-changer y una colonización descontrolada y virulenta que, a medio plazo, erradicaría a muchos pueblos nativos y diezmaría a los supervivientes.

Acercarse a Cristóbal Colón sin ideas preconcebidas es prácticamente imposible. Incluso el menos interesado en la historia conoce el personaje y lo considera o bien un héroe descubridor para mayor gloria del Imperio español, o bien un tirano genocida. Yo, como amante del lado pobre de la historia (soy de bárbaros antes que de romanos, como soy de indígenas antes que de colonizadores), no me acercaba a Colón con demasiada simpatía en el cuerpo. Aunque los españoles no tuvieran una voluntad expresa de aniquilar a los pueblos indígenas (al contrario, lo que querían era absorberlos y explotarlos bien como buenos siervos cristianos, bien como esclavos), la dominación, la violencia y, especialmente, el intercambio bacteriológico acabaron con la mayoría de ellos. Esto es un hecho histórico que deberíamos recordar, sobre todo cuando nos acercamos a las «celebraciones» del 12 de octubre como si los indígenas hubieran tenido la gran suerte de que los españoles llegaran a América porque les enseñaron a rezar a Cristo en castellano.

Pero todo humano es un infinito conjunto de matices. Colón, por fuerza, era algo más que un héroe descubridor y un tirano genocida, y yo quería descubrirlo adentrándome en los diarios y registros de sus viajes, y en sus detalles; sospechaba que hallaría lo mismo que descubrí al leer las fuentes de las exploraciones de Conquistadores secundarios: que aquello fue un puto cachondeo.

Y así ha sido.

Si la conquista y colonización de América fue una aventura disparatada, el descubrimiento y la primera colonización en La Española fue un dislate todavía mayor que incluye territorios imaginarios, violencia desmedida, funcionarios inútiles, huracanes, barcos podridos, caníbales, enfermedades, folleteo y una buena cantidad de trolas. Y Colón se nos descubre no solo como un aventurero y un tirano aficionado a la tortura y el castigo, sino también como un hombre valiente y resuelto, marinero excelente, mejor comerciante, gobernador pésimo, rencoroso, tacaño, imaginativo y soñador, imprudente y quejoso hasta la extenuación. Y perseverante. Muy perseverante.

Vamos a adentrarnos, pues, en los extraños vericuetos del descubrimiento de América y las aventuras y desventuras de Cristóbal Colón cuando creyó haber llegado a Japón.

Y asistamos, una vez más, al espectáculo de la historia que tiene lugar a partir del azar y el caos más absoluto.

¡Quédense cerca de los botes por si naufragamos!

Cuando Colón llegó a Japón

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