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DÁCTILES


Pequeñas divinidades o geniecillos de la mitología griega, habitantes de los montes Ida (el de Creta y el de Frigia); su número variaba desde tres hasta cinco o diez como los dedos de la mano. Se les llamó también Idei, por el nombre de la montaña donde residían. Algunas fuentes los hacen hijos de Helios y de Atenea, otras de Crono y de Alcíope, o de Zeus y de la ninfa Ida. Muy hábiles, estaban especializados en forjar los metales con el fuego subterráneo. En época más tardía fueron agrupados junto con los Curetes y los Coribantes.


DAFNE


Ninfa, hija del dios Peneo, del río Ladón o de Amiclas. Era, como Ártemis, amante de la caza y de la soledad, y cuando Apolo, enamorado de ella, se le presentó de improviso, rehusó atemorizada sus requerimientos amorosos y huyó. El dios la persiguió, y en su afanosa carrera atravesaron valles y bosques, hasta que la joven, a punto de ser alcanzada (su larga cabellera, que durante la fuga se había soltado y ondeaba al viento, estaba próxima a ser asida por el dios enamorado) y viéndose perdida, se arrojó al suelo e invocó con desespero la ayuda de la Tierra. La diosa, apiadada, transformó su cándido cuerpo en un tronco rugoso, sus brazos en ramas y sus hermosos cabellos en hojas duras y verdes. Cuando Apolo, finalmente, consiguió abrazarla, se había transformado ya en un árbol, que le estuvo consagrado, ciñendo con una corona de lalurel las sienes de los poetas y de los héroes. Esta leyenda inspiró a numerosos vates y artistas, que tomaron de ella el tema para sus obras. Se llamaban Dafneforias las antiguas fiestas que se celebraban en Beocia en honor de Apolo y que consistían en solemnes procesiones con guirnaldas de laurel y de flores.


DAFNIS


Mítico pastor siciliano. Sus peripecias amorosas fueron el tema preferido de la poesía bucólica, de la que se le consideraba fundador. Hijo de Hermes y discípulo de Pan, era un excelente tañedor de gaita; por su destreza y belleza excepcionales, agradaba sobremanera a todos los dioses y diosas. Según algunos, amó a una muchacha llamada Naide, quien, al verse traicionada, lo cegó. Dafnis entonces se arrojó desde lo alto de una roca, pero Hermes lo recogió y lo llevó al cielo. Fue objeto de culto por parte de los pastores. Según otros, Afrodita lo dejó morir de melancolía por haber rechazado a una muchacha que la diosa le había propuesto.


DAMASTES


Gigante que habitaba en las inmediaciones de Eleusis. La mitología tradicional lo presenta como adversario de Teseo. Damastes capturaba a todos los que tenían la desdicha de pasar cerca de su morada y los obligaba a tenderse sobre su lecho. Si el afortunado resultaba ser de estatura demasiado elevada para las dimensiones del lecho, Damastes le cortaba los miembros que sobresalían; si era demasiado bajo, lo estiraba hasta hacerle alcanzar las dimensiones deseadas, de donde proviene su apelativo de Procuste («el estirador»). El cruel gigante recibió una justa muerte a manos del héroe Teseo.


DÁNAE


Hija de Acrisio, rey de Argos. Su belleza enamoró a Zeus, pero el padre de ella, a quien el oráculo había predicho la muerte a manos de uno de sus nietos, encerró a su hija en una caverna subterránea. Zeus no se desalentó y penetró en el antro en forma de lluvia de oro. Amó a Dánae y de sus amores nació Perseo. Cuando se enteró Acrisio, para escapar de su destino arrojó al mar una caja en la que estaban encerrados madre e hijo. Pero los dioses no querían la muerte de dos inocentes y estos fueron empujados hacia las islas Cícladas, donde un pescador llamado Dictis los recogió y condujo ante el rey de la isla, su hermano Polidectes. Este quiso tomar por esposa a Dánae, pero al verse rechazado, la retuvo como esclava. Para librarse de Perseo, cuya venganza temía, lo envió a combatir contra Medusa. Tras esta empresa, el héroe empezó la serie de sus maravillosas aventuras. Más tarde, tras regresar a Argos con su madre Dánae, tal como el oráculo había predicado, Perseo mató a su abuelo Acrisio. El mito de Dánae relata que, después de llegar a playas tirrénicas, se casó con Pilumno, tatarabuelo de Turno, rey de los rútulos.


DANAIDAS


Eran las cincuenta hijas de Dánao que se casaron con los cincuenta hijos de Egipto, hermano de su padre. Habían sido obligadas a casarse y, por orden de este último, mataron a sus maridos mientras dormían, la misma noche de bodas. Tan sólo una de ellas, Hipermestra, sinceramente enamorada de su marido Linceo, desobedeció a su padre y le salvó la vida. Linceo, que sucedió a Dánao en el reino de Argos, mató a su vez a su tío y a las cuarenta y nueve danaidas, que fueron condenadas en el Averno a llenar de agua eternamente vasijas sin fondo, para simbolizar la inutilidad de su cruel delito. En cambio, otra leyenda narra que se casaron con jóvenes de Argos y fueron las progenitoras de los Dánaos.

Los episodios de Dánao y de las Danaidas sirvieron de argumento a las tragedias de Esquilo Las suplicantes y Prometeo encadenado.


DÁNAO


Hijo del rey de Egipto, Belo, y de Anquínoe, fue el fundador de la estirpe de los Dánaos aqueos y tuvo cincuenta hijas, las Danaidas. Con ellas huyó a Argos para salvarlas de las insidias de los cincuenta hijos de Egipto, su hermano, quienes pretendían casarse con ellas. No desistieron y persiguiéndolas llegaron a Argos. Dánao, que allí reinaba, acabó por consentir el matrimonio de sus hijas, a las que ordenó que matasen a sus esposos la noche de bodas.

Según una leyenda, a Dánao lo mató su yerno Linceo. Enseñó a los argivos a excavar pozos y en reconocimiento tuvo una estatua en el templo de Apolo Délfico. En memoria suya, primero los argivos, y luego todos los griegos, recibieron el nombre de dánaos.


DARDÁNIDAS


Sobrenombre de los troyanos, como descendientes de Dárdano.


DÁRDANO


Hijo de Zeus y de la atlántida Electra, fue el fundador de la dinastía troyana.

Emigró de Arcadia a Samotracia y de allí a Frigia, y fundó una ciudad que llamó Dardania con autorización del rey Teucro. Se casó primero con Crisa, que le regaló el Paladio, luego con Batiea, hija de Teucro, de la que nació Erictonio, padre de Tros y abuelo de Príamo.


DAULIA


Ciudad de la antigua Fócida, en el camino que va de Orcómeno a Delfos. Se afirma que su origen está relacionado con la ninfa Daulía y con el mito de Tereo, Progne y Filomela.


DÉCUMA


Una de las Parcas latinas. Originariamente eran diosas de los nacimientos. Décuma, como su hermana Nona, tomaba el nombre de los últimos meses de la gestación, el noveno o el décimo precisamente.


DÉDALO


Hijo de Meción y bisnieto de Erecteo, simboliza en la mitología el genio técnico y artístico. Se le consideró inventor de la escultura por ser el primero que, modelando la piedra, consiguió formar imágenes a semejanza del hombre, así como de muchos instrumentos de trabajo, como la regla y la vela. A pesar de estas cualidades, Dédalo no pudo evitar el pecado de la envidia. Cuando su sobrino Talos, demostrando una agudeza excepcional, inventó la sierra inspirándose en la mandíbula de una serpiente, sintió tanta envidia que lo mató, arrojándolo a traición desde la Acrópolis. El Areópago, tribunal de Atenas, no dio por válidas sus disculpas y lo desterró a Creta. Llegó allí con su hijo Ícaro y entró al servicio de Minos, rey de la isla, que le ordenó construir en torno al antro del Minotauro, monstruo de voracidad insaciable, un intrincado palacio con infinitas estancias, con múltiples y tortuosos corredores y atravesado por innumerables callejuelas y patios. Se le llamó Laberinto, porque así denominaban los cretenses en su dialecto el hacha de dos filos de Zeus, símbolo que Dédalo grabó en numerosas partes de su construcción. Cuando Teseo consiguió, con ayuda del hilo de Ariadna, penetrar en el palacio, matar al monstruo y salir de nuevo, muchos creyeron que el héroe había sido ayudado también por Dédalo, deseoso de vengarse de Minos, que le impedía regresar a su patria. El rey de Creta lo hizo encerrar entonces junto con su hijo en la misma construcción con intención de retenerlo prisionero, pero no tuvo en cuenta la capacidad inventiva del ingenioso artífice, que, viendo cerrados los caminos marítimos y terrestres, pensó que le quedaban, sin embargo, los del cielo para alcanzar su amada patria. Recogió entonces todas las plumas que pudo y, ordenándolas según su longitud de forma decreciente, las unió con barro y cera, y las modeló con una forma ligeramente curvada. Había fabricado un par de alas que aplicó a sus espaldas y a las de Ícaro. El artificio funcionó y ambos abandonaron Creta volando. Dédalo no dejó de advertir a su hijo que no volase demasiado bajo para que el barro de sus alas no se disolviese con el vapor del agua del mar, ni demasiado alto, pues el calor del sol podía derretir la cera. Ícaro al principio le siguió obediente, imitándolo. Pastores y navegantes los contemplaban maravillados, creyéndolos dioses. Sin embargo, el adolescente se enorgulleció de su nuevo arte y, olvidando toda prudencia y todos los consejos, se elevó cada vez más alto intentando en su presunción alcanzar el sol. Las advertencias de su padre se cumplieron. Ícaro, desprovisto de sus alas, se precipitó al mar, que de él tomó el nombre de Icario, y se ahogó. El pobre Dédalo tuvo que enterrarlo en Cumas, donde consagró a Apolo su par de alas, que se guardaron durante siglos en un templo por él construido y adornado. Desde allí, según se dice, pasó a Sicilia acogido benignamente por el rey Cócalo, donde terminó sus días.


DEIDAMÍA


Hija de Licomedes, rey de Esciro. La muchacha se enamoró de Aquiles cuando este se ocultó en la corte del rey disfrazado de mujer para escapar de la guerra de Troya.

Deidamía tuvo un hijo suyo, Pirro, llamado también Neoptólemo («nuevo guerrero») porque ocupó el lugar de Aquiles en la guerra de Troya.


DEÍFOBO


Hijo de Príamo y Hécuba, fue uno de los más valerosos guerreros troyanos. Junto con Paris mató a Aquiles y, tras la muerte de aquel, se casó con Helena. Lo mató el celoso Menelao.


DEIMO


Demonio del espanto. Junto a Enyo, diosa del exterminio, y Fobo, demonio del temor, era uno de los habituales compañeros de Ares, dios de la guerra.


DELFOS


Antigua ciudad de la Fócida, en el corazón de la Grecia central. Estaba situada en la vertiente sudoeste del Parnaso, a unos seiscientos metros de las aguas del golfo de Corinto, lugar montañoso pero próximo al mar. Su belleza selvática no tardó en impresionar la imaginación de los antiguos, que la escogieron como la sede del más célebre santuario y oráculo de Grecia. A la ciudad de Delfos se podía llegar por dos caminos. Por mar, desde el puerto de Itea hasta el golfo de Corinto, y atravesando la Acrópolis de la antigua Krisa, que dominaba la llanura de los Olivos y el lecho de Pleisto; y por tierra, recorriendo la vía que parte de Atenas, atraviesa Beocia, asciende por las faldas del Parnaso y desemboca cerca del santuario de Atenea Pronea, situado al este del de Apolo. El lugar sagrado está formado por una profunda hendidura en la roca, sombreada por un laurel, la planta consagrada a Apolo. Tenía tres fuentes, la más célebre de las cuales era la de Castalia, con un agua fresca y abundante, además de la de Casotis, que mediante un sistema de canales llegaba hasta el templo de Apolo. Desde los tiempos más antiguos y antes de que existiesen los olímpicos Apolo y Atenea, Delfos era un lugar de culto donde se alzaban templos y santuarios. En la época micénica se practicaba el culto a la diosa Gea (la Tierra), cuyo recuerdo se mantuvo vivo en la memoria de los griegos. Los dioses del lugar eran recordados en las plegarias de la sacerdotisa Pitia antes de entrar en el templo de Apolo. Esta saludaba a la Tierra como primera profetisa, luego a Temis y a Febe, que la sucedieron y que precedieron a Apolo en el lugar del oráculo. Esquilo afirma que el paso del culto de la Tierra al de Apolo tuvo lugar pacíficamente y con pleno acuerdo por ambas partes. Entre los nuevos dioses que junto con Apolo se instalaron en Delfos, la Pitia recordaba a Atenea Promacos, a las ninfas de la gruta corintia que habitaban en una cueva situada más abajo de Delfos, en la altiplanicie del Parnaso, y que se visita todavía, a Dioniso y por último a Poseidón y Zeus, el dios supremo, padre de Apolo. Eurípides, en cambio – Homero avala su versión–, sostenía que el paso del oráculo, de la Tierra a Apolo, provocó un conflicto, resuelto por Zeus en favor de su hijo. Según esta versión, Apolo, nacido de Delos, se estableció en Delfos tras haber matado al dragón que guardaba el antiguo oráculo de la Tierra. El enorme y feroz animal se llamaba Pitón, y de este deriva el epíteto del dios, llamado Pitio, el de la profetisa Pitia y el de los grandes juegos organizados para celebrar la llegada de Apolo y que se llamaban precisamente Píticos. Con Apolo se implantó el método de profetizar a través de la exaltación y el delirio, subsistiendo al mismo tiempo los sistemas más antiguos de adivinación inductiva. La sacerdotisa Pitia se sentaba sobre su trípode, el mismo que Apolo consagrara después de su victoria sobre Pitón, que se colocaba sobre un abismo. De él emanaban vapores embriagadores. Como fuera de sí y presa del delirio, esta pronunciaba palabras incongruentes y emitía sonidos, basándose en los cuales los sacerdotes formulaban la respuesta, a menudo ambigua y oscura. Por eso, entre las nuevas divinidades colocadas al lado de Apolo figuraban las Ninfas y Dioniso, que eran (por excelencia) las divinidades que inspiraban la locura. La sacerdotisa, al ser presa del delirio profético y sentir que se enturbiaba su razón, parecía más una bacante que un ministro del tranquilo y sereno Apolo. En efecto, parece seguro que la importancia de Dioniso era semejante a la de aquel y, como se creía que este último durante el invierno abandonaba Delfos para invernar entre los Hiperbóreos, los dos cultos se alternaban armónicamente. Las consultas tenían lugar en fechas fijadas de antemano y determinadas por el calendario religioso de las fiestas de Apolo. En la época más antigua de Pitia daba sus respuestas regularmente una vez al año, en el aniversario del nacimiento del dios, el siete del mes Disio, es decir, al comienzo de la primavera, en marzo o abril. Más tarde empezó a profetizar una vez al mes, siempre el día siete, excepto en el invierno. Sin embargo, se podía consultar a la sacerdotisa en ocasiones excepcionales, siempre que no se tratase de los días considerados nefastos. Quien deseaba interrogar al oráculo, ya fuese por iniciativa personal o como delegado de una ciudad, debía ante todo pagar una tasa llamada pélano, que consistía en una ofrenda en especie, seguida de otra en dinero. El importe variaba, dependiendo de si el oferente iba solo o en representación de una ciudad. Con el pélano se obtenía el derecho a aproximarse al altar donde tenía lugar un sacrificio, cuya víctima era, generalmente, una cabra. Los sacerdotes deducían de los movimientos del animal inmolado si el dios estaba presente y dispuesto a dar sus respuestas. Antiguamente esta comprobación se hacía observando el vuelo de los pájaros. Si el sacrificio había dado un resultado favorable, los consultantes eran admitidos en el templo y se reunían en un modesto zaguán al refugio del sol y de la lluvia. Para las consultas se seguía un orden que concedía la preferencia a los que poseían una especie de tarjeta de prioridad. Si eran muchos los que disfrutaban de este privilegio, se echaba a suertes, y el mismo procedimiento se utilizaba con los simples peregrinos. Comprobada la presencia de Apolo, los sacerdotes y profetas que habían asistido al sacrificio iban en busca de la Pitia para introducirla en el templo. Según Eurípides, la sacerdotisa era elegida entre todas las mujeres de Delfos de intachable conducta, sin tener en cuenta su edad. Desde el momento en que los sacerdotes la designaban como profetisa se convertía en cierto sentido en la esposa de Apolo y, como tal, debía guardar pureza y castidad, vivía recluida en la casa que le estaba destinada, al parecer en el interior del santuario de Apolo. En la época en que el oráculo gozó de mayor fama llegó a haber tres Pitias a la vez, dos en ejercicio y una de reserva, pero en tiempos de Plutarco bastaba una sola sacerdotisa para cumplir su cometido. Es probable que la Pitia, antes del comienzo de las consultas, se encaminase a la fuente de Castalia para las abluciones y rituales de purificación, antes de acercarse al dios. Al entrar en el templo, acompañada por un cortejo de sacerdotes y adivinas, así como de consultantes, atravesaba el vestíbulo y entraba en la celda donde se alzaba el altar de Poseidón, el asiento de hierro de Píndaro y los trípodes votivos. Arrojaban hojas de laurel en un brasero junto con harina de maíz, a modo de incienso. Luego, el cortejo se dirigía al sancta sanctorum del templo, es decir, a las estancias subterráneas, donde la Pitia recibía las revelaciones de Apolo. Las respuestas se daban en verso y correspondía a los adivinos que acompañaban a la Pitia redactarlas de dicha forma, interpretando todos los sonidos incoherentes que esta emitía mientras deliraba, sentada en el trípode. Por el tipo de respuestas dadas a las ciudades, de evidente interés político, el templo de Delfos ejerció durante siglos una gran influencia política, favoreciendo a una o a otra de las ciudades que aspiraban a la hegemonía. Al afianzarse el cristianismo, su fama decayó, cerrándose el templo por orden del emperador Teodosio en el año 384 d. de C.


DELOS


La menor de las islas Cícladas, celebérrima porque en ella nacieron Apolo y Ártemis. La leyenda afirma que la isla surgió de entre las aguas a causa de un golpe del tridente de Poseidón y que estuvo flotando en el mar hasta que Apolo la detuvo. En Delos se alzaba un magnífico templo consagrado al dios. Estaba prohibido enterrar a los muertos, los cuales eran trasladados a una de las islas vecinas.


DEMÉTER (CERES)


Hija de Crono y Rea, y hermana de Zeus, su nombre significa «madre tierra» y personificaba la fuerza creadora y reproductora de la tierra. Su atributo específico, que la distinguía de Gea, con la cual se la identificó más tarde, era el de diosa de la tierra cultivada y de los cereales, aquella por cuya voluntad el sueño fructificaba. Los mitos que formaban su leyenda se relacionaban con la fertilidad de la tierra y con el trabajo encaminado a obtener de ella los alimentos. Entre las fábulas más antiguas figura la que narra su unión con el héroe inmortal Jasón, de la que nació Pluto («riqueza»); fábula que significa la abundancia de dones que la tierra brinda a los que la cultivan. Según otra leyenda, Deméter fue raptada por Poseidón, dios de las aguas, elemento indispensable para la vegetación, que se casó con ella. Sin embargo, la más importante, sobre todo para comprender el culto de la diosa, es la leyenda referente a su hija, la bellísima Perséfone, fruto de su relación con Zeus. Este prometió a la muchacha por esposa a su hermano Hades, rey de los Infiernos, el cual un día subió a la tierra en un carruaje tirado por sus caballos inmortales y raptó a la hija de Deméter llevándosela consigo al interior de la tierra. La madre no se dio cuenta de lo que ocurría ante la fulminante actuación de Hades, pero oyó los desesperados gritos de Perséfone mientras desaparecía. La llamó, la buscó, pero no obtuvo respuesta. Durante nueve días y nueve noches, penetrando en la oscuridad de las tinieblas con ayuda de antorchas, Deméter erró sin descanso en busca de su hija, hasta que Helios, que todo lo veía, se conmovió ante su dolor de madre y le reveló el paradero de Perséfone, sin ocultarle que el rapto se había producido con el consentimiento tácito de Zeus. Entonces la diosa, airada, abandonó el Olimpo, y encerrándose en su dolor se retiró a vivir a un lugar apartado provocando así la aridez del suelo, que, privado de su presencia, dejó de producir mieses y frutos. El género humano corría peligro de perecer a causa de la universal carestía y en vano Zeus envió a la diosa mensajeros para inducirla a regresar. Deméter no cedió, exigiendo a cambio de su retorno la restitución de Perséfone. Por último Zeus envió a Hermes a los Infiernos para pedir a Hades que restituyese a la joven, que era ya su esposa, pero esta, a quien el marido había dado algunos granos de granada, símbolo del amor, ya no estaba dispuesta a regresar a la tierra. Se llegó entonces a un acuerdo, según el cual Perséfone viviría dos terceras partes del año con su madre y el resto con su esposo, el señor de los Infiernos. Así pues, al comenzar la primavera cada año Perséfone regresaba a la tierra y resplandecía en la plenitud de su juvenil belleza iluminada con la fulgurante luz del Olimpo, mientras que en otoño de nuevo desaparecía en las sombrías entrañas de la tierra. En este mito se descubre claramente el ritmo de la vegetación, obligada en invierno a un triste letargo, interrumpido por el gozoso despertar de la primavera. Existe otra leyenda relacionada con el origen de los misterios de Eleusis, cuya protagonista es Deméter. Durante su angustiosa y desesperada búsqueda de Perséfone, la diosa llegó a Eleusis. Cansada y con la figura de una mísera viejecita, se sentó cerca de una fuente, llamada el pozo de las vírgenes, para reposar a la sombra de un verde olivo, hasta que acudieron a buscar agua algunas jóvenes, a las que pidió socorro y hospitalidad. Estas eran las hijas de Céleo, rey de Eleusis, que la llevaron consigo a su palacio, convenciendo a su madre Metania para que la admitiese como nodriza del último hijo del rey, el pequeño Demofonte. Para corresponder a la generosidad y gentileza de quienes la acogieron, Deméter quiso hacer inmortal al niño que le habían confiado. Lo alimentó con ambrosía y por las noches comenzó a purificarlo sosteniéndolo sobre el fuego. En esta actitud la sorprendió un día Metanira que, temiendo por la suerte de su hijo, interrumpió con un grito la obra de la diosa. A causa de esta oposición Demofonte no obtuvo la inmortalidad, sino únicamente fama eterna por haber recibido los cuidados de una diosa. Así lo explicó Deméter a Céleo y Metanira, a los cuales reveló finalmente su verdadera identidad. Los invitó a construir un templo dedicado a su culto en Eleusis y consagró sacerdotes suyos al propio Céleo y a sus hijos, Triptólemo, Eumolpo y Diocles, iniciándolos en los misterios de su culto. Según otras leyendas, Deméter fue nodriza de Triptólemo, a quien enseñó los secretos del arado y la siembra, encargándole que recorriese el mundo enseñando a los hombres. Con la difusión de la agricultura aumentó también la civilización de los pueblos y Deméter fue honrada, asimismo, como diosa que presidía las disposiciones civiles. Su culto tuvo gran difusión en toda Grecia, pero su centro siguió siendo Eleusis. De esta ciudad, situada en la bahía de Salamina y no lejos de Atenas, tomaron nombre las fiestas solemnísimas celebradas en honor de Deméter, que se llamaron precisamente Eleusinas. Se dividían en pequeñas y grandes; las primeras se celebraban a mediados de febrero para recordar el regreso de Perséfone a la tierra, y las segundas, a mediados del mes de septiembre, cuando se suponía que volvía a los Infiernos. Estas últimas se prolongaban nueve días, durante los cuales se sucedían diversos ritos y ceremonias que culminaban el quinto día con una gran procesión que iba desde Atenas a Eleusis. Los participantes eran numerosos, todos provistos de antorchas, ya que la procesión salía de Atenas a la hora del crepúsculo. A causa de la relación que Deméter tenía, a través de Perséfone, con el mundo infernal, su culto tuvo siempre, desde los tiempos más antiguos, un aspecto particular de culto secreto, conocido por el nombre de misterios eleusinos. En dicho culto podían participar tan sólo los iniciados, tras un periodo de aprendizaje que tenía lugar durante las pequeñas fiestas de Eleusis. Se aseguraba a todos los que tomaban parte una suerte mejor en la otra vida, negada a los demás mortales. Entre los seguidores del culto había una jerarquía que culminaba en el hierofante o sacerdote supremo y tenían la obligación, bajo penas severísimas, de mantener ocultos los secretos de la congregación. Otras fiestas en honor de Deméter eran las Tesmoforias, en las que se la honraba como diosa del matrimonio legítimo y protectora de las leyes, que se celebraban a principios de noviembre; duraban cinco días y en ellas podían participar tan sólo mujeres casadas. Los romanos identificaron con la griega Deméter a la divinidad itálica Ceres, la diosa de hermosa cabellera que protegía los pastos. El culto griego fue adoptado, según la leyenda, por consejo de los libros sibilinos, consultados a causa de una carestía que tuvo lugar tras la expulsión de los Tarquinios. Perséfone, la hija de Deméter, se llamó Proserpina y se creyó que su rapto por parte de Hades tuvo lugar en Sicilia, en las cercanías de Etina. Se edificó un templo, en el que Ceres era venerada junto con Dioniso y su hija, cerca del Circo, y sus guardianes eran los ediles plebeyos, a quienes estaba confiado también el cuidado del abastecimiento. Las fiestas de Ceres, las Cerealias, se celebraban del doce al diecinueve de abril y se inauguraban con una solemne y jubilosa procesión en la que todos los participantes iban vestidos de blanco. La recuperación de Proserpina daba lugar a la celebración de otra fiesta en agosto, durante la cual las matronas romanas, vestidas de blanco, ofrecían las primicias de los frutos y de las verduras. Otras ofrendas simbólicas hechas a Ceres eran los panales de miel. Se le sacrificaban el cerdo y el ternero. Generalmente, se la representaba con el aspecto de una augusta matrona, montada en un carro tirado por leones y con una corona de espigas entrelazadas en la cabeza. Sostenía otras espigas en una mano junto con un ramo de amapolas, y en la otra llevaba una antorcha. Se colocaba a su lado una caja cerrada, la llamada cesta mística. La estatua más antigua que se conserva es la esculpida por Fidias, colocada en el frontón oriental del Partenón.


DEMOFONTE


Hijo de Teseo y Fedra, tomó parte en la guerra de Troya. A su regreso, naufragó en Tracia y pidió hospitalidad al rey Sidón, comprometiéndose con su hija Filis, con quien, sin embargo, no llegó a casarse. Demofonte mató a Euristeo, el rey que impusiera a Heracles sus doce trabajos.


DEMONIOS


Los griegos llamaban demonios y los latinos genios a unos seres de naturaleza espiritual, intermediarios entre los humanos y los dioses, que eran responsables del destino de los hombres, de las familias y de las ciudades. Según fuese benéfica o maléfica su influencia se les llamaba agatodemones o cacodemones, de forma análoga a los ángeles y demonios de la religión cristiana, correspondientes a los dos principios antagónicos del bien y del mal. Todas las personas, lugares y naciones tenían su numen tutelar. Un culto más especial recibía el demonio de la cosecha anual, cuyas celebraciones tenían lugar durante el periodo de la vendimia. En todas las casas se veneraba al genio del cabeza de familia con motivo del aniversario de su nacimiento, con libaciones, fogatas, flores e incienso. Cada ciudad tenía veneración especial por su propio numen titular y en Roma estaba especialmente difundido el culto al genio del pueblo romano. El del emperador era objeto de gran veneración. Se consideraba solemne el juramento hecho en su nombre. El arte a menudo representó con forma concreta a estos seres, recurriendo a la serpiente como símbolo de la fortuna. Los genios personales se solían representar en figura varonil, vistiendo la toga y llevando en una mano el cuerno de la abundancia y una taza, y en la otra una amapola y unas espigas de trigo.


DESPILA


Hija de Adrasto. Su padre la entregó por esposa a Tideo, que se refugió a su lado durante su exilio.


DESTINO


Véase Hado.


DEUCALIÓN


1. Hijo de Prometeo y Clímene, fue rey de Ftía en Tesalia y se le consideró el más justo de los hombres. Tuvo por esposa a Pirra, hija de Epimeteo y de Pandora. Mientras reinaban en Tesalia, Zeus decidió castigar a los hombres, que se mostraban orgullosos e insolentes con él desde que poseían el fuego, y envió a la tierra un espantoso diluvio para destruir la raza humana. Se salvaron tan sólo Deucalión y Pirra, ya que, aconsejados por Prometeo, construyeron una barca en la que se encerraron, navegando durante nueve días y nueve noches. Al descender las aguas, la embarcación se quedó en el monte Parnaso y los dos supervivientes recibieron del oráculo de Temis el consejo de arrojar a sus espaldas «los huesos de la gran madre». Deucalión interpretó acertadamente el vaticinio, comprendiendo que los huesos de la tierra eran las piedras y, así, él y Pirra comenzaron a arrojar piedras tras de sí, que milagrosamente se transformaron en hombres y mujeres y dieron origen a los nuevos pobladores de la tierra. Hijos de Deucalión y Pirra fueron Heleno, progenitor de los helenos, Anfictión y Protogenia.

2. Hijo de Minos y Pasifae, participó en la expedición de los Argonautas y fue el padre de Idomeneo, uno de los héroes que combatieron valerosamente en la guerra de Troya.


DEYANIRA


Belicosa y bellísima hija de Eneo, rey de Calidón, y hermana de Meleagro, fue esposa de Heracles, que la arrebató tras una furiosa batalla al río Aqueloo, con quien Deyanira estaba prometida, y que combatió en forma de toro, uno de los muchos aspectos que podía tomar. Se celebraron las nupcias y Heracles se llevó a su esposa. Durante el viaje llegaron a un ancho río, cuyas aguas, turbulentas a causa del reciente deshielo, hicieron que los viajeros se detuvieran indecisos. Les ofreció sus servicios el centauro Neso, que, según dijo, se encargaba del transbordo del río. Deyanira se confió a él, mientras que Heracles atravesaba las aguas a nado. Sin embargo, el centauro, cuando estaba en el centro de la corriente, intentó raptar a la joven esposa, provocando la ira del marido, que lo mató con un dardo. Neso, mientras yacía agonizante en el fango, ideó una terrible venganza. Aconsejó a Deyanira que mojase en su sangre una túnica y que la conservase. Si su esposo demostraba algún día desamor hacia ella, haciendo que se vistiera con aquella túnica conseguiría reconquistarlo.

Ocurrió entonces que Heracles tuvo que combatir contra la ciudad de Ecalia en la isla de Eubea, conquistando un riquísimo botín, del que formaba parte Yole, hija del rey de aquella ciudad. Deyanira sintió celos de la joven muchacha y, temiendo que Heracles tuviese intención de casarse con ella, pensó en poner en práctica el consejo del centauro Neso, enviando a su marido, como regalo, la fatídica túnica. Cuando este se la puso sintió abrasarse sus miembros y sus carnes. El héroe, que había soportado en su vida tantos dolores y fatigas, esta vez fue vencido y cayó exánime. Deyanira, al saber que había causado involuntariamente la muerte de su esposo, llena de dolor se suicidó.


DEYONEO


Padre de Día, esposa del rey Ixión. Este se negó a entregar a su suegro las ofrendas nupciales estipuladas, por lo que Deyoneo robó a su yerno sus caballos para resarcirse de dicha pérdida. Ixión se vengó, haciendo que se precipitara con engaños en una fosa ardiente, donde halló una horrible muerte. Zeus purificó a Ixión y le permitió participar en el banquete de los dioses.


DÍA


1. Esposa del rey Ixión.

2. Hijo de Erebo y de la Noche, a su vez descendientes del Caos, fue identificado con las horas luminosas, que nacen, precisamente, de la oscuridad nocturna.


DIANA


Nombre de los latinos para la diosa griega Ártemis.


DICTIS


Pescador de Serifós. Su figura aparece en la historia de Dánae y, por lo tanto, en el ciclo de aventuras de Perseo. Dictis recogió al jovencísimo Perseo y a su madre Dánae.


DIDO


Hija de Mutón, rey de Tiro, y esposa de Siqueo, su tío. Se la llamó también Elisa, y no se sabe con certeza si fue una figura mítica fenicia o un personaje histórico. Cuando el rey Pigmalión, su hermano, mató a Siqueo, Dido huyó de Tiro y se refugió en África. Fundó Byrsa, la roca sobre la cual debía alzarse Cartago. El rey indígena Yarbas la pidió por esposa y sus compañeros le aconsejaron aceptar, pero ella, que deseaba mantenerse fiel a Siqueo, prefirió quitarse la vida. Una versión latina posterior, que Virgilio inmortalizó en la Eneida, nos presenta a Dido como la viuda de Siqueo y reina de Cartago. Se enamoró perdidamente de Eneas cuando este, obligado por una terrible tempestad, desembarcó en las costas de África, cerca de Cartago, donde ella reinaba. El relato que le hizo, durante el banquete, de sus propias aventuras a partir de la desdichada noche en la que Troya quedó destruida, llenó de emoción el corazón de Dido, que, impresionada a primera vista por la belleza del hijo de Afrodita, admiraba ahora su valor y su fuerza, modelo acabado del héroe perfecto. Su amor hacia Eneas le privó del sueño y de la tranquilidad, convirtiéndose en una pasión irrefrenable. Este sentimiento, al que Dido se abandonó sin reparo, revelando toda su humanidad de mujer pero salvando su nobleza y orgullo de reina, provocó una tragedia íntima, precipitada y fatal. Durante una cacería se desencadenó el temporal preparado expresamente por Hera y Afrodita para favorecer los amores entre ambos; Dido y Eneas se refugiaron en una cueva para huir del aguacero y de los rayos, y allí se consumó su unión, que debía tener consecuencias trágicas y funestas. La Fama, malvado monstruo insomne, divulgó la noticia a los cuatro vientos, añadiendo detalles de su invención. Yarbas, rey de los gétulos, al que Dido había rechazado, fue informado, acudiendo entonces a Zeus, su padre, en demanda de justicia, por haber preferido la reina de Cartago a un extranjero. Zeus envió entonces a Hermes a entrevistarse con Eneas para recordarle su misión y ordenarle partir. El héroe obedeció y se dispuso a abandonar África. Dido se dio cuenta y salió a su encuentro, intentando retenerlo con palabras en las que se sucedían febrilmente los razonamientos, el amor y los reproches; pero el sentido del deber era más fuerte en Eneas que cualquier argumento y, aunque con gran pesar, no cedió, desplegando las velas en dirección a Italia. Dido sintió que sin Eneas no podría seguir viviendo y decidió suicidarse. Mandó preparar una hoguera y, proclamando odio eterno entre los descendientes de su pueblo y los de Eneas, se atravesó con una espada. No pudieron resistir a la fascinación de dicha leyenda poetas, dramaturgos, músicos y pintores de todos los tiempos. Algunos se inspiraron en la leyenda griega, pero la mayoría compusieron sus obras artísticas y literarias basándose en el episodio virgiliano, sobre todo teniendo en cuenta el importante significado histórico que le había dado el poeta.


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Enciclopedia de la mitología

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