Читать книгу Mensaje urgente a las mujeres - Jean Shinoda Bolen - Страница 12
1. EL DÍA DE LA MADRE
ОглавлениеOriginariamente, la proclamación del Día de la Madre, redactada por Julia Ward Howe en 1870, no era una idea comercial creada con el propósito de vender tarjetas, flores o dulces; era una propuesta para que las mujeres de todas las nacionalidades se unieran a fin de traer paz a la humanidad. Howe había presenciado los horrores, la devastación y las repercusiones de la Guerra Civil americana, y luego vio cómo la guerra volvía a estallar, esta vez en Europa: la Guerra franco-prusiana.
El primer Día de la Madre fue un llamamiento para reunir a las mujeres. Iba dirigido a las mujeres, con el objetivo de que sumaran sus voces a “la voz de la Tierra devastada”, y les pedía que se interrogaran unas a otras a fin de encontrar el medio de traer paz al mundo. Los sentimientos que laten en la proclamación expresan lo que las mujeres del mundo entero han sentido desde que las guerras comenzaron. Ahora, a principios del siglo XXI, quizá sea verdaderamente posible llevar este propósito a buen término. Desde la segunda mitad del siglo XX ha habido un significativo cambio del status y de la influencia de las mujeres en el mundo, así como una imperiosa necesidad de encontrar el modo de poner fin a la amenaza de la guerra, con las armas nucleares listas para ser usadas. Matthew Arnold predijo en el siglo XIX: «Si llega alguna vez el momento en que las mujeres del mundo se unan pura y simplemente para beneficio de la humanidad, la suya será una fuerza como el mundo jamás ha conocido». El sentimiento maternal investido de poder es una fuerza femenina aún sin explotar que el mundo necesita para equilibrar y transformar la agresión.
El trabajo preparatorio fundamental para que la unión de las mujeres sea hoy potencialmente una fuerza semejante fue obra del movimiento de la mujer: las mujeres de los años sesenta y setenta que abrieron las puertas por las que la generación Baby Boomer entraría luego a raudales. En cuestión de unas décadas, las mujeres consiguieron oportunidades y puestos en el mundo que nunca antes habían conseguido. El segundo elemento que haría esto posible es la tecnología de las comunicaciones que se desarrolló durante aquellos mismos años, y que ha permitido que la información y las imágenes puedan enviarse casi instantáneamente de un lado a otro del planeta. Las mujeres pueden conocerse, discutir ideas y hacer planes a través del correo electrónico; pueden conseguir traducciones, celebrar conferencias y remitir noticias a todas sus amigas y amigos con sólo pulsar una tecla. El tercer elemento es la aparición en la conciencia colectiva de la certeza de que son las mujeres quienes han de cambiar el mundo.
En su origen, la proclamación del Día de la Madre fue expresión del desvelo que toda mujer es capaz de sentir por los hijos de otra, la importancia de manifestar el dolor y la tristeza, y la necesidad, luego, de continuar buscando los medios para promover la paz.
¡Alzaos, pues, mujeres de hoy! ¡Alzaos, todas aquellas mujeres que tengáis corazón, ya hayáis sido bautizadas con agua o con lágrimas!
Decid con firmeza: «No permitiremos que las cuestiones auténticamente significativas las decidan organismos insignificantes. No permitiremos que nuestros maridos vengan a nosotras con hedor de matanza en busca de caricias y de elogios. No dejaremos que nos arrebaten a nuestros hijos para hacerles olvidar todo lo que hemos conseguido enseñarles sobre la caridad, la compasión y la paciencia. Nosotras, mujeres de un país, sentiremos hacia las de otros países demasiada ternura como para permitir que nuestros hijos sean adiestrados a fin de herir a los suyos».
Desde el seno de la Tierra devastada se alza una voz que se une a la nuestra, y que dice: «¡Desarmaos! ¡Desarmaos! La espada del asesinato no es la balanza de la justicia». La sangre no limpia nuestro deshonor, ni es indicio de posesión la violencia. Al igual que los hombres a menudo han abandonado el arado y el yunque para atender a la llamada de la guerra, que las mujeres dejen ahora, hasta donde sea posible, las tareas del hogar, y celebren con sinceridad un gran día de asesoramiento. Que se reúnan primero, como mujeres, con el propósito de llorar y rememorar a los muertos. Que luego se asesoren solemnemente unas a otras sobre los requisitos para que la gran familia humana pueda vivir en paz, y que cada una de ellas deje tras de sí la sagrada impronta, no del César, sino de Dios.
En nombre de todas las mujeres y de la humanidad, pido fervientemente que se organice un congreso de mujeres, sin exclusión de nacionalidad alguna, que se celebre en el lugar más conveniente y que sea desde el primer momento coherente con sus objetivos, a fin de promover la alianza de las distintas nacionalidades, la resolución amistosa de cuestiones internacionales, de servir a los grandes y generales intereses de la paz.
JULIA WARD HOWE, Boston, 1870
Ciento treinta y cinco años más tarde, el 26 de diciembre de 2004, Amalia Ávila González, madre del marine cabo interino Víctor González, tomó un avión en San Francisco y, tras más de diecinueve horas de vuelo, se presentó en Amman, Jordania. Víctor González, de diecinueve años, había muerto en combate en Iraq apenas un mes después de haber llegado. Durante los ocho días que pasó en Jordania, Amalia Ávila González se reunió con refugiados iraquíes, entre los que había madres que, como ella, habían perdido a un hijo o a un pariente en la guerra. Los delegados de la organización internacional de derechos humanos Global Exchange y de la organización de mujeres por la paz Code Pink, organizadoras del viaje, habían facilitado un servicio de traductores, pero la señora González dijo que entendía lo que sentían aquellas mujeres debido al lazo que, como madre, la unía a ellas: «Lloraban».