Читать книгу Mensaje urgente a las mujeres - Jean Shinoda Bolen - Страница 18
Niños traumatizados y el papel de opresor
ОглавлениеLa preocupación de las madres por hacer del mundo un lugar seguro para la infancia podría conducir al planeta hacia la paz y hacia la posibilidad de un sostenimiento global. La mayoría de los opresores que intentan intimidar o ejercer control sobre otros fueron durante la niñez o en la edad adulta víctimas de la humillación, y de sus secuelas con frecuencia traumáticas, ejercida por quienes tenían poder sobre ellos.
La ansiedad comienza en el vientre de la mujer embarazada que vive el terror de la violencia que la rodea, o que teme por su propia vida y por la del ser que lleva en su seno. El cortisol, la hormona del estrés, sube en las mujeres embarazadas sometidas a situaciones traumáticas, llega a la placenta y afecta al cerebro del feto. Estas madres a menudo dan a luz bebés prematuros o pequeños, que se convierten en niñas y niños con poca predisposición a controlar los impulsos, niñas y niños faltos de interés, con problemas de comportamiento y aprendizaje –propensiones que se agravarían en el caso de que presenciasen actos de violencia, o fueran víctimas de la brutalidad o el abuso–. La violencia ciertamente engendra violencia.
Las niñas y los niños mayores dominan a los de menor edad; los niños abusan de las niñas: es el resultado de un patrón de dominación. En las niñas y niños adecuadamente alimentados y atendidos, con madres capaces de responder a su aflicción y a sus necesidades, se desarrolla una confianza básica. Por el contrario, los niños y niñas que viven en zonas de guerra no se sienten seguros; viven sobresaltados por la intensidad del ruido, los cañonazos, las explosiones y las voces coléricas o aterradas. Un barrio peligroso, en el que inesperadamente se producen tiroteos, o aquellos hogares en los que estalla la violencia doméstica y donde las mujeres y los más pequeños resultan lastimados, son zonas de guerra para los que allí viven. En semejantes situaciones, las necesidades de esas niñas y esos niños son ignoradas; viven en peligro, y sienten un gran desamparo si las personas adultas se ausentan por cualquier razón. Sin una persona adulta o una sociedad que los proteja, las niñas y niños son vulnerables a todo aquello que tenga el potencial de hacerles daño. Los muchachos esperan su turno para ser hombres y llevar la delantera; la aculturación de las chicas las lleva a convertirse en mujeres sin ninguna confianza en sí mismas.
La campaña de Amnistía Internacional Stop Violence Against Women: It’s in Our Hands [Está en nuestras manos: no más violencia contra las mujeres] considera las estadísticas de actos violentos cometidos contra mujeres como una catástrofe de los Derechos Humanos: al menos una de cada tres mujeres ha sido golpeada, forzada sexualmente, u objeto de otras formas de malos tratos a lo largo de su vida. No son raros los abusos a los que se ven sometidas muchas mujeres embarazadas por parte de sus parejas masculinas. Generalmente, el que comete los abusos sexuales es un miembro de la familia, o alguien conocido. Y es una común incitación a la violencia la negativa a mantener una relación sexual.
La violencia doméstica es la causa más importante de muertes y lesiones de mujeres con edades comprendidas entre los 16 y 44 años; es responsable de más muertes y problemas de salud que el cáncer o los accidentes de tráfico. En Estados Unidos, las mujeres representan el 85% de las víctimas de la violencia doméstica. El 70% de las mujeres víctimas de asesinato muere a manos del hombre que es su pareja. Además de la violencia doméstica, Amnistía Internacional enumera los actos de violencia que se cometen contra las mujeres en la comunidad y los que comete el Estado, entre ellos los perpetrados o consentidos por la policía, los guardias de prisiones, los guardias fronterizos, etcétera, así como las violaciones perpetradas por miembros de las fuerzas armadas durante los conflictos, la violación de mujeres refugiadas y de mujeres retenidas bajo custodia.
Las madres que viven asustadas y sin confianza en sí mismas no pueden proteger a sus hijas e hijos por mucho que los amen. Para un bebé o un niño o niña de corta edad, su madre es todopoderosa: ella es la fuente de alimentos y de consuelo, de aprobación o castigo. Las personas adultas son gigantes en comparación con el diminuto organismo físico de esos pequeños seres. Así pues, si una madre (que en muchas culturas tradicionales podría ser a su vez poco más que una niña) es incapaz de procurar protección y cuidados a su prole, esos niños y niñas se sienten profundamente traicionados, no sólo por su madre, sino por el mundo. Aquellas madres convencidas de su impotencia inspiran desconfianza y transmiten a sus hijos e hijas una imagen devaluada de la mujer.