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Diversidad de radicalidades

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El fascismo está lejos de ser la única corriente de extrema derecha radical. Además, existen productos políticos más a la derecha que los fascismos. En Italia, el filósofo Julius Evola (1898-1974), autor de El fascismo visto desde la derecha, funda una doctrina llamada «tradicionalista», que en las décadas de 1960-1970 se extiende hacia la extrema derecha europea occidental. En Alemania, el «nacional-bolchevismo» de Ernst Niekisch (1889-1967) constituye «la más extrema derecha». (35) La historia del partido nazi tendió a ocultar el pluralismo del nacionalismo alemán, tanto en términos de ideologías como de formaciones. No puede reducirse a las doctrinas sumarias de Adolf Hitler, Alfred Rosenberg y Walter Darré. Su base proviene del Movimiento Alemán (Deutsche Bewegung), amplia corriente de ideas que va desde Herder hasta el romanticismo y que se establece como reacción tanto al racionalismo francés como al empirismo inglés. Toda esta familia intelectual está estructurada en torno a una visión del mundo (Weltanschauung) antes que a una ideología, en la que el concepto de germanidad ocupa un lugar central, al igual que la idea de Reich, mucho más cercana a la de imperium que a la de Estado-nación. Así pues, antes del nacional-socialismo, están Paul de Lagarde y Julius Langbehn; el movimiento völkisch y el movimiento juvenil del Wandervogel (en sus dos fases distintas, una que va de 1895 a 1914, la otra hasta la «puesta en vereda» de 1933, que le impone integrar la Hitlerjugend, lo que rechaza a una parte de sus miembros). Y, junto al nazismo —participando de él en parte y a menudo manteniéndose a una distancia crítica, como hizo Ernst Jünger—, existe otra corriente principal: la Revolución Conservadora, cuya historia intelectual fue investigada por el suizo Armin Mohler, en su abundancia y complejidad. (36) Muy probablemente se puedan ver, siguiendo a Mohler, equivalentes extranjeros de la Revolución Conservadora en los rusos Dostoievski y Aksakov, en el español Unamuno, en los italianos Vilfredo Pareto y Julius Evola, en los ingleses D. H. Lawrence y G. K. Chesterton e incluso en el pensamiento del teórico del sionismo revisionista Vladímir Zeev Jabotinsky, de quien también se puede argüir que transpuso al nacionalismo judío el pensamiento nacionalista polaco de su contemporáneo «enedecista» [de la Narodowa Demokracja] Roman Dmowski. Las diversas corrientes rivalizan tanto intelectualmente como en la voluntad de imprimir su sello en la carrera por el poder. Se resienten de la bipartición de la extrema derecha: ya en 1928, el revolucionario conservador Hartmut Plaas promueve la distinción entre los «nacionales» («conservadores») y los «nacionalistas» («revolucionarios»). (37) En Francia, esta distinción se vuelve dogmática después de la guerra de Argelia, gracias a la publicación de Pour une critique positive [Para una crítica positiva] de Dominique Venner. Solo restaba saber qué dinámica dar a esa pluralidad.

La dimensión «antisistema» tiende a ser el mínimo argumentativo para incluir a la agrupación en la extrema derecha. Es en 1927 cuando los cuadros alemanes de diversas corrientes de las extremas derechas —el nacional-socialista Joseph Goebbels, el nacional-bolchevique Ernst Niekisch y el neonacionalista Ernst Jünger— denuncian el Systemzeit de la República de Weimar, sistema que consideran políticamente nefasto y culturalmente degenerado. Contra ese magma, llaman a la unión de sus oponentes, los miembros de la «Periferia», los extremistas, que golpean el «Centro» (imagen tomada de Werner Sombart, el teórico de un socialismo alemán muy apreciado por las extremas derechas europeas, también vigente entre los geopolíticos alemanes que utilizan este concepto para elaborar el de «espacio vital»). Para los nazis, el «Sistema» iba de la mano del Kulturbolschewismus [bolchevismo cultural]. Rosenberg vio en él el elemento que desintegraba el alma del pueblo, y así como para Hitler sus agentes son los judíos que buscan que los alemanes pierdan sus «raíces», para Goebbels se trataría de aquellos que no tienen raíces, los cosmopolitas.(38)

El concepto de «Sistema» penetra los ámbitos neofascistas franceses a partir de 1951 (39) y sirve como referencia a Jean-Louis Tixier-Vignancour y Maurice Bardèche en la argumentación de la Agrupación Nacional, fundada en 1954 para unir a alrededor de veinte grupúsculos. La cuestión sigue siendo encontrar el modo de reunir una fuerza política balcanizada, hasta un punto particularmente intenso en Francia. Frente a la bipartición del espacio de la extrema derecha, el teórico de Acción Francesa Charles Maurras propuso en 1934 que las extremas derechas formaran un «Frente Nacional», a través de un «compromiso nacionalista». El proceso fracasa, entre otras cosas porque los radicales temen que ese FN no esté al servicio de la reacción. Ese Frente Nacional reunirá, sin embargo, entre 1934 y 1940, y al mando del legislador parisino Charles Trochu, a militantes de Acción Francesa, de Jeunesses Patriotes [Juventudes Patrióticas] y de Solidarité Française [Solidaridad Francesa], pero no incorporan a los de Croix-de-Feu [Cruz de Fuego], ni a los del Parti Populaire Français [Partido Popular Francés], ni a los del Parti Franciste [Partido Francista]. En 1937, Jacques Doriot intenta lanzar su propia agrupación unitaria en torno a su PPF llamando hasta a la izquierda reformista. La extrema derecha-régimen de Vichy se expresa en una pluralidad de movimientos de extrema derecha y fuerza algunos intentos infructuosos de los radicales de establecer un partido único.

La cuestión de las extremas derechas en Francia ciertamente se encuentra en la complejidad de su forma. La mayoría de los historiadores no han cuestionado el análisis que ya hacía Raoul Girardet en 1955, según el cual en el período de entreguerras francés se había producido un fenómeno de «impregnación fascista», a falta de un verdadero «movimiento fascista». (40) De este modo, Philippe Burrin sitúa Francia en el «campo magnético» del fascismo. (41) Sin embargo, entre la idea de la inexistencia del fascismo en Francia y la que satura Francia de fascistas, figura la posibilidad de una tercera vía analítica. En Alemania e Italia, el fascismo fue responsable de un partido militarizado y jerarquizado que recibió el poder. Sin embargo, no fue esta la forma que abrazó en Francia. Si bien en el período de entreguerras Francia atraviesa un poderoso fenómeno de antiliberalismo que descansa ampliamente en su historia nacional y en la difusión de las ideas prefascistas analizada por Sternhell, los hechos fascistas quedan limitados a la acción de los grupúsculos y a la aculturación de elementos extranjeros, con el nacionalismo de fin de siglo como sustrato. Así, como ha demostrado Jean-Louis Loubet del Bayle, los inconformistas no son fascistas, pero contribuyen al «espíritu de los años treinta» y a la «impregnación fascista».(42)

¿Era de extrema derecha el régimen de Vichy? Indiscutiblemente sí, a condición de recordar que la Revolución Nacional logra reunir a una minoría de intelectuales y políticos provenientes de la izquierda neosocialista o planista, incluso tránsfugas del comunismo y expacifistas del socialismo revolucionario, al cabo, para algunos, de un itinerario que los condujo del dreyfusismo a la colaboración. (43) El régimen del mariscal Pétain derroca la República, los partidos y las instituciones democráticamente elegidas, no solo por las circunstancias excepcionales, sino por espíritu de venganza hacia los valores de 1789 y las conquistas republicanas más recientes, como el laicismo. Pero lo que probablemente cobre más sentido en la acción de Vichy sea el antisemitismo de Estado, sin el cual, para los promotores del «orden nuevo», la regeneración de la nación francesa no podía ser completa. No obstante, no podemos silenciar el hecho de que los hombres provenientes de la derecha nacionalista o revolucionaria se opusieron a Vichy: fue lo que sucedió con Georges Valois, que se unió a la Resistencia y murió deportado, y con el coronel De la Rocque, también deportado. Además, es esta oposición de una parte de la derecha antes cercana a las ligas disueltas (Charles Vallin, dirigente del Parti Social Français [Partido Social Francés], llega a Londres en 1942) o de representantes de las formaciones conservadoras (Louis Marin, para la Federación Republicana; Georges Mandel y Paul Raynaud) la que permitió dar consistencia, después de 1945, al vocablo «extrema derecha» para designar las fuerzas políticas comprometidas con el ocupante nazi y los pequeños grupos que luego se identificaron con el petainismo, por oposición a las derechas legitimadas por su inscripción en la Resistencia.

Bajo Vichy, la negativa de Pétain a implementar un partido único y las rivalidades entre grupos y personalidades culminaron en la publicación del cuadro pintado por Pierre-Antoine Cousteau (1906-1956) en el número de Je suis partout del 17 de septiembre de 1943: «El fascismo francés existe. No es un partido (es, si se quiere, un polvo de partidos), pero es ante todo un estado de ánimo, un conjunto de reflejos, una manera heroica de concebir la vida, es mucha dureza y mucha exigencia, es una constante voluntad de grandeza y pureza, es la acepción de Europa sin renunciamiento nacional, es el socialismo sin los judíos, es la razón y es la fe». (44) En suma, Cousteau nos dice que, para definir el fascismo francés, en el nivel estructural, no es necesario que haya un partido: se trata ante todo de un «estilo fascista». El fascismo en Francia está constituido por una plétora de grupos con pocos miembros. Así lo señala Philippe Burrin: «incluso si incluimos al movimiento De la Rocque, lo cual sigue siendo problemático, las tropas de este fascismo se acercarían a la vara del millón de adherentes, es decir, mucho menos del 5% de la población adulta». (45) No solo en el fascismo francés no se reconoce un elemento tan importante como un guía, sino que este aspecto incluso ha sido teorizado por los hombres de La Cagoule [nombre con el que se conoció al Comité Secret d’Action Révolutionnaire (Comité Secreto de Acción Revolucionaria)], desde Deloncle que en 1941 arguye que «sociedades secretas convenientemente fragmentadas, separadas unas de otras: [son] el punto crucial», hasta el Mouvement Social Républicain [Movimiento Social Republicano] de fines de Vichy, que considera que el fascismo es una «nueva caballería», pero sin jefe, lo cual debe favorecer la reagrupación de las fuerzas colaboracionistas. La posguerra vio la continuidad tanto de la bipartición de la extrema derecha francesa como el funcionamiento en red de su ala radical. Es verdad que otros países de Europa experimentan en ese momento el mismo fenómeno: los servicios de inteligencia daneses y franceses observan en términos muy similares una vasta nebulosa después de la guerra, donde varias asociaciones no son sino el abrigo de otra, donde los militantes de los grupos se interconectan en movimientos ciertamente diversos, pero que constituyen un espacio común a la fragmentación parcialmente deseada y construida. Según los servicios de inteligencia franceses, algunos ex Waffen-SS franceses forman en 1946 una red que busca implantar cuadros en movimientos anticomunistas para lograr una dinámica subversiva dentro de la contrasubversión. Allí se encuentra, entre otros, el exagente de la división Charlemagne, Pierre Bousquet, que pertenecerá a Jeune Nation [Joven Nación], a Europe-Action [Europa-Acción], a Militant y será el primer tesorero del Frente Nacional de 1972. (46) En 1947, un clandestino Comité Nacional de Coordinación afirma en un memorando que hay que infiltrar cuadros en los movimientos anticomunistas para orientar la vida política a través de esta red oculta; y concluye: «Somos la nueva resistencia…». En 1951, se vuelve a cristalizar la oposición entre petainistas y colaboracionistas, donde los segundos se agrupan en torno al semanario Rivarol (47) (que se sigue publicando). Luego de la disolución del Joven Nación de Pierre Sidos en 1958, se lanza un Partido Nacionalista que desea (solo oficialmente) reunir al conjunto de los movimientos en un Comité de Entendimiento, pero también se disuelve. (48) Los intentos de maniobra del movimiento poujadista por parte de ex-JN y ex-PPF no llegan a ningún resultado, a pesar de que los militantes esperaban utilizarlo para hacer exitosa la manifestación antiparlamentaria del 6 de febrero de 1934, que terminó en tragedia. En poco tiempo, la esperanza de que la OAS (Organización Armada Secreta) pueda ser un compromiso nacionalista ganador resulta vana. Precisamente en función de esto, Dominique Venner escribe Pour une critique positive, donde rechaza el compromiso nacionalista maurrasiano si no es sostenido por los nacionalistas con una praxis leninista: «Cero más cero siempre da cero. […] La táctica del frente no puede pensarse sin una poderosa organización nacionalista capaz de imprimirle su impulso y de imponerle su línea política». (49) Para Venner, no es ilógico concebir la unión en términos más cercanos a Doriot que a Maurras. La distinción entre «nacionales» y «nacionalistas» se impone de forma paralela a algunos intentos de estructuración horizontal nacional-nacionalistas. Al respecto, la revista L’Esprit public, el aparato de superficie de la OAS, sirve como banco de ensayo, aunque es un fracaso: Raoul Girardet solo ve confusión y delirio étnico en el pensamiento de un Jean Mabire que exalta el revolucionarismo y el mundo blanco.(50)

Las extremas derechas en Europa

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