Читать книгу La práctica de la piedad - Jerry Bridges - Страница 10

Capítulo tresEjercítate Para La Piedad

Оглавление

Desecha las fábulas profanas y de viejas.Ejercítate para la piedad. 1 Timoteo 4:7

El apóstol Pablo no daba por sentada la piedad de su hijo espiritual Timoteo. Aunque Timoteo había sido su compañero y colaborador por varios años, Pablo sintió la necesidad de escribirle: «Ejercítate para la piedad». Y si Timoteo necesitaba ser animado en ese sentido, con seguridad también nosotros lo necesitamos hoy.

Al instar a Timoteo a ejercitarse para la piedad, Pablo tomó prestado un término del atletismo. El verbo traducido en distintas versiones de la Biblia como «entrenar», «disciplinar» o «ejercitar» se refería originalmente al entrenamiento de atletas jóvenes para participar en los juegos competitivos de la época. Después adquirió un significado más general de entrenar o disciplinar ya sea el cuerpo o la mente para una habilidad particular.

Principios para ejercitarse

Hay varios principios en la exhortación de Pablo a Timoteo en cuanto a ejercitarse para la piedad que son válidos para nosotros hoy.

El primero es la responsabilidad personal. Pablo dijo: «ejercítate». La Biblia de las Américas traduce «Disciplínate a ti mismo». Timoteo era personalmente responsable de su progreso en la piedad. Él no debía encargarle ese progreso al Señor y luego relajarse, aunque él ciertamente entendía que cualquier progreso logrado era solo por capacitación divina. Él entendería que debía ocuparse de este aspecto particular de su salvación confiando en que Dios estaba obrando en él. Pero captaría el mensaje de Pablo de que debía esforzarse en este asunto de la piedad; él debía seguir la piedad.

Los cristianos podemos ser muy disciplinados y laboriosos en nuestros negocios, nuestros estudios, nuestro hogar o incluso nuestro ministerio, pero tendemos a ser perezosos cuando se trata del ejercicio en nuestra propia vida espiritual. Preferiríamos orar: «Señor, hazme piadoso», y esperar que Él «derrame» piedad en nuestras almas de algún modo misterioso. Dios en efecto obra de una forma misteriosa para hacernos piadosos, pero Él no lo hace sin que nosotros cumplamos con nuestra propia responsabilidad personal. Nosotros debemos ejercitarnos para la piedad.

El segundo principio en la exhortación de Pablo es que el objetivo de este ejercicio era el crecimiento en la vida espiritual personal de Timoteo. En otro lugar Pablo anima a Timoteo a progresar en su ministerio, pero el objetivo aquí es la devoción personal de Timoteo a Dios y la conducta que surge de esa devoción. Aunque era un ministro cristiano altamente calificado y con experiencia, Timoteo aún necesitaba crecer en las áreas esenciales de la piedad: el temor de Dios, la comprensión del amor de Dios y el deseo de estar en la presencia de Dios y tener comunión con Él.

Yo llevo más de veinticinco años en un ministerio cristiano de tiempo completo y he servido tanto en el exterior como en los Estados Unidos. Durante este tiempo he conocido a muchos cristianos talentosos y capaces, pero creo que he conocido menos cristianos piadosos. Lo que se enfatiza en nuestra época es servir a Dios, lograr cosas para Dios. Enoc fue un predicador de justicia en una época de enorme impiedad, pero Dios consideró apropiado que el relato breve de su vida enfatizara que él caminó con Dios. ¿Para qué nos estamos ejercitando? ¿Estamos ejercitándonos solo para la actividad cristiana, por muy bueno que eso sea, o nos estamos ejercitando ante todo para la piedad?

El tercer principio en las palabras de exhortación de Pablo a Timoteo es la importancia de las condiciones mínimas necesarias para el ejercicio. Muchos de nosotros hemos visto varias competencias olímpicas por televisión, y a medida que los comentaristas nos cuentan la historia de los distintos atletas, nos damos cuenta de ciertos mínimos irreducibles para el entrenamiento de los competidores olímpicos. Es muy probable que Pablo tuviera en mente esas características mínimas cuando comparó el ejercicio físico con el ejercicio para la piedad.

El costo del compromiso

El primero de estos mínimos irreducibles es el compromiso. Nadie llega al nivel de los Olímpicos, o ni siquiera a competencias nacionales, sin un compromiso a pagar el precio del entrenamiento diario y riguroso. Y de forma similar, nadie llega a ser piadoso sin un compromiso a pagar el precio del entrenamiento espiritual diario que Dios ha diseñado para nuestro crecimiento en la piedad.

El concepto del compromiso aparece reiteradamente a lo largo de toda la Biblia. Se encuentra en el clamor de David a Dios: «De madrugada te buscaré» (Salmo 63:1). Se encuentra en la promesa de Dios a los cautivos en Babilonia: «Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón» (Jeremías 29:13). Aparece cuando Pablo habla de seguir adelante a fin de alcanzar aquello para lo cual fue alcanzado por Cristo Jesús (cf. Filipenses 3:12). Es la base de exhortaciones como «seguid (…) la santidad» (Hebreos 12:14) y «poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe (…) piedad» (2 Pedro 1:5–7). Esto de buscar, seguir adelante o poner toda diligencia no va a suceder sin un compromiso de nuestra parte.

La piedad tiene un precio, y la piedad nunca está en descuento. Nunca se obtiene barata o fácilmente. El verbo ejercítate, que Pablo escogió deliberadamente, implica un esfuerzo perseverante, arduo y diligente. Él era muy consciente del compromiso total de esos atletas jóvenes para ganar una corona que no duraría. Y mientras pensaba en la corona que sí duraría —la piedad que para todo aprovecha, tanto en la vida presente como en la venidera— él alentaba a Timoteo, y nos alienta a nosotros hoy, a asumir el tipo de compromiso necesario para ejercitarnos para la piedad.

Aprendiendo de un maestro hábil

La segunda condición mínima para entrenar es un maestro o entrenador competente. Ningún atleta, independientemente de la habilidad natural que tenga, puede llegar a los Olímpicos sin un entrenador capacitado que le exija el estándar de excelencia más alto y que vea y corrija cada falla pequeña. De la misma forma, nosotros no podemos ejercitarnos para ser piadosos sin la enseñanza y el entrenamiento del Espíritu Santo. Él nos exige el estándar de excelencia espiritual más alto a medida que nos enseña, reprende, corrige y entrena. Pero Él nos enseña y nos entrena por medio de Su Palabra. Por tanto, tenemos que exponernos constantemente a la enseñanza de la Palabra de Dios si queremos crecer en la piedad.

En Tito 1:1 Pablo menciona «el conocimiento de la verdad que es según la piedad».9 No podemos crecer en la piedad sin el conocimiento de esta verdad. Esta verdad solo se encuentra en la Biblia, pero no es simplemente conocimiento académico de datos bíblicos; es el conocimiento espiritual impartido por el Espíritu Santo conforme Él aplica la verdad de Dios a nuestros corazones.

Hay un tipo de conocimiento religioso que de hecho es perjudicial para el ejercicio de la piedad. Es el conocimiento que envanece al llenarnos de orgullo espiritual. Los cristianos corintios tenían este tipo de conocimiento. Ellos sabían que un ídolo no era nada y que comer lo sacrificado a los ídolos era indiferente en términos espirituales. Pero ellos no entendían su responsabilidad de amar al hermano más débil. Solo el Espíritu Santo imparte ese tipo de conocimiento —el que conduce a la piedad.

Es posible ser muy ortodoxo en la doctrina y muy recto en el comportamiento y aun así no ser piadoso. Muchas personas son ortodoxas y rectas, pero no son devotas a Dios; son devotas a su ortodoxia y a sus estándares de conducta moral.

Solo el Espíritu Santo puede sacarnos de esas posiciones de falsa seguridad, por eso debemos acudir sinceramente a Él para que nos entrene, a fin de que crecer en la piedad. Debemos pasar mucho tiempo expuestos a Su Palabra, dado que es el medio que Él usa para enseñarnos. Pero esta exposición debe ir acompañada por un sentido de profunda humildad en cuanto a nuestra habilidad para aprender la verdad espiritual y un sentido de total dependencia de Su ministerio en nuestros corazones.

Práctica y más práctica

La tercera condición mínima en el proceso de entrenamiento es la práctica. La práctica es lo que pone el compromiso en movimiento y aplica la enseñanza del entrenador. La práctica, que desarrolla la habilidad, es lo que hace al atleta competitivo en su deporte. Y la práctica de la piedad es lo que nos permite llegar a ser cristianos piadosos. No hay un atajo para adquirir habilidad al nivel de los Olímpicos; no hay un atajo para la piedad. Es la fidelidad en usar día tras días los medios señalados por Dios y empleados por el Espíritu Santo lo que nos permitirá crecer en la piedad. Nosotros tenemos que practicar la piedad, así como el atleta practica su disciplina particular.

Tenemos que practicar el temor de Dios, por ejemplo, si queremos crecer en ese aspecto de la devoción a Dios. Si estamos de acuerdo con el pastor Martin en que los elementos esenciales del temor de Dios son conceptos correctos sobre Su carácter, un reconocimiento constante de Su presencia y una consciencia permanente de nuestra responsabilidad hacia Él, entonces tenemos que encargarnos de llenar nuestras mentes con las expresiones bíblicas de estas verdades y aplicarlas en nuestras vidas hasta que seamos transformados en personas temerosas de Dios.

Si llegamos a estar convencidos de que la humildad es un rasgo del carácter piadoso, entonces meditaremos frecuentemente en pasajes de la Escritura tales como Isaías 57:15 y 66:1–2, donde Dios mismo exalta la humildad. Oraremos sobre esos pasajes, pidiendo al Espíritu Santo que los aplique a nuestras vidas para hacernos verdaderamente humildes. Esta es la práctica de la piedad. No es ningún ejercicio etéreo. Es práctico, realista e incluso un poco incómodo a veces mientras el Espíritu Santo obra en nosotros. Pero siempre es gratificante a medida que vemos que el Espíritu Santo nos transforma más y más en personas piadosas.

Usando la Palabra de Dios

Es evidente que la Palabra de Dios desempeña un papel crucial para nuestro crecimiento en la piedad. De manera que, una parte importante de nuestra práctica de la piedad será el tiempo que pasamos en la Palabra de Dios. La forma en que invertimos ese tiempo varía según el método empleado. "Los Navegantes usan los cinco dedos de la mano como recordatorios de los cinco métodos para alimentarse de la Palabra de Dios: escuchar, leer, estudiar, memorizar y meditar. Estos métodos son importantes para la piedad y deben ser considerados uno por uno.

El método más común es escuchar la Palabra de Dios que nos enseñan nuestros pastores y maestros. Actualmente vivimos en una época en que este método tiende a ser menospreciado por muchos pues lo consideran poco efectivo para aprender la verdad espiritual. Esto es un grave error. El mismo Señor Jesucristo ha dado a Su iglesia personas dotadas para enseñarnos las verdades de Su Palabra, recordarnos las lecciones que somos dados a olvidar y exhortarnos a ser constantes en aplicarlas. Necesitamos prestar atención a aquellos que Él nos ha dado con este propósito.

Ninguno de nosotros llega a ser tan autosuficiente espiritualmente como para que no necesite escuchar la Palabra de Dios enseñada por otros. Y la mayoría de nosotros no tenemos la habilidad o el tiempo para inquirir por nosotros mismos «todo el consejo de Dios» (Hechos 20:27). Necesitamos sentarnos bajo la enseñanza frecuente de un hombre dotado por Dios y entrenado para exponer la Palabra de Dios.

Una de las razones por las que el escuchar la Palabra de Dios, no es algo suficientemente valorado, consiste en nuestra desobediencia a la enseñanza de Apocalipsis 1:3: «Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas». Muy a menudo escuchamos para ser entretenidos más que instruidos, para ser conmovidos emocionalmente más que movidos a la obediencia. Nosotros no guardamos en nuestros corazones lo que escuchamos ni lo aplicamos a nuestras vidas cotidianas.

Los cristianos de la actualidad no somos muy distintos a los judíos del tiempo de Ezequiel, de quienes Dios dijo: «Vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra» (Ezequiel 33:31). Dios luego le dice a Ezequiel que para su audiencia el profeta no es más que un cantor con una voz hermosa y que toca bien un instrumento. Los judíos venían a él en busca de entretenimiento, pues no tenían la intención de poner en práctica lo que escuchaban.

La forma de escuchar la Palabra que Dios aprueba es ilustrada con los cristianos de Berea, quienes «recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así» (Hechos 17:11). Ellos no escuchaban y olvidaban; no escuchaban solo para ser entretenidos. Ellos reconocían que había asuntos eternos en juego, así que escuchaban, estudiaban y aplicaban. Teniendo en cuenta que ellos probablemente no tenían copias personales de las Escrituras, el hecho de que estudiaran la enseñanza de Pablo es admirable. Es una reprensión para nosotros hoy, que escasamente recordamos lo que escuchamos en el sermón del domingo después de que cruzamos la puerta de la iglesia.

Ya hemos considerado brevemente la idea expresada en Tito 1:1 —que el conocimiento de la verdad es lo que conduce a la piedad. Pero eso no es todo lo que dice el versículo. En el mismo pasaje, Pablo dice que él es apóstol de Jesucristo con el propósito de promover la fe de los elegidos de Dios y su conocimiento de la verdad que conduce a la piedad. Pablo fue llamado a ser maestro con el propósito manifiesto de fomentarla fe y la piedad entre los elegidos de Dios. Dios llamó a Pablo para esa tarea, y Él llama a los pastores y maestros en la actualidad con ese mismo propósito. Pero para nosotros beneficiarnos del ministerio de ellos a fin de crecer en el conocimiento de la verdad que conduce a la piedad, tenemos que escucharlos como los cristianos de Berea escucharon a Pablo: con gran expectativa y la intención de obedecer.

El segundo método para alimentarnos espiritualmente es leer la Biblia nosotros mismos. A través de la lectura bíblica tenemos la oportunidad de aprender directamente del Maestro Instructor, el Espíritu Santo. Si bien es de gran utilidad y provecho aprender a partir de la enseñanza de otros, hay un gozo incomparable cuando el Espíritu Santo nos habla directamente desde las páginas de Su Palabra.

Ya hemos visto que Enoc caminó con Dios, lo cual implica que él disfrutó de la comunión personal con Dios. Leer la Biblia nos permite también a nosotros disfrutar de la comunión con Dios a medida que Él nos habla desde Su Palabra, animándonos, instruyéndonos y revelándose a nosotros. Se dice de Moisés que el Señor le hablaba «cara a cara, como habla cualquiera a su compañero» (33:11). Hoy en día no tenemos ese privilegio particular, pero podemos disfrutar los mismos efectos cuando Dios nos habla durante nuestros tiempos de lectura bíblica personal. Nuestra práctica de la piedad estaría muy incompleta sin algún tipo de programa para leer la Biblia regularmente.

Un segundo beneficio de la lectura bíblica es la oportunidad de obtener una perspectiva general de la Biblia completa. Ningún pastor podría —ni debería— predicar toda la Biblia en el corto periodo de un año o dos. Pero todos nosotros podemos leer la Biblia completa en un año. Hay muchos planes de lectura bíblica disponibles para ayudarnos en esto. Al leer toda la Biblia, las distintas piezas de la verdad espiritual comienzan a encajar juntas. El libro de Hebreos no tiene sentido a menos que uno conozca algo sobre el sacerdocio y el sistema sacrificial del Antiguo Testamento. Las distintas alusiones al Antiguo Testamento que hacen los escritores del Nuevo Testamento serían un misterio si no hubiéramos leído los pasajes en su contexto original. La doctrina del pecado original a través de Adán, como la enseña Pablo en Romanos 5, no se puede entender sin conocer los eventos registrados en Génesis 3.

Sin un programa para leer la Biblia completa, no solo seríamos ignorantes espiritualmente sino también débiles espiritualmente. ¿Quién no tendría nada que aprender de la fe de Abraham, el amor de David por Dios, la justicia de Daniel y la prueba de Job? ¿Cómo podemos llegar a ser piadosos sin el impulso de los Salmos y la sabiduría práctica de Proverbios? ¿Dónde podemos aprender más de la majestad y la fidelidad de Dios sino en el profeta Isaías? Si no estamos leyendo la Biblia completa periódicamente, nos perderemos de estos pasajes extraordinarios del Antiguo Testamento, así como de otros del Nuevo Testamento.

Toda la Escritura es útil para nosotros, incluso los pasajes que parecen más difíciles de entender. Podemos escoger entre distintos planes de lectura para ayudarnos a mantener la consistencia de nuestra lectura y entender los pasajes más difíciles.

El tercer método para alimentarnos espiritualmente es estudiar las Escrituras. La lectura nos da un conocimiento amplio, pero el estudio nos da un conocimiento profundo. El valor del estudio bíblico se halla en la oportunidad de escudriñar un pasaje o un tema con mayor profundidad que en la lectura bíblica. Se requiere mayor diligencia e intensidad mental para el estudio, en el cual analizamos un pasaje, comparamos la Escritura con la Escritura, hacemos preguntas, anotamos observaciones y finalmente organizamos el producto de nuestro trabajo en algún tipo de presentación lógica. La disciplina de registrar por escrito nuestro material de estudio nos ayuda a aclarar nuestros pensamientos. Todo esto fortalece nuestro conocimiento de la verdad y nos ayuda a crecer en la piedad.

Cada cristiano debería ser un estudiante de la Biblia. Los cristianos hebreos fueron reprendidos porque, aunque debían haber estado en capacidad de enseñar a otros, ellos todavía necesitaban que les enseñaran las verdades elementales de la Palabra de Dios. ¡Necesitaban leche en lugar de alimento sólido! Desafortunadamente, muchos de nosotros somos como esos cristianos.

Hay diversos métodos de estudio bíblico disponibles para estudiantes de todos los niveles. Sin embargo, hay ciertos principios que deberíamos aplicar independientemente del método que usemos. Estos principios son presentados en Proverbios 2:1–5. Observa los verbos destacados con cursiva.

Hijo mío, si recibieres mis palabras, Y mis mandamientos guardares dentro de ti, Haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; Si inclinares tu corazón a la prudencia, Si clamares a la inteligencia, Y a la prudencia dieres tu voz; Si como a la plata la buscares, Y la escudriñares como a tesoros, Entonces entenderás el temor de Jehová, Y hallarás el conocimiento de Dios.

Los verbos resaltados nos dan una idea de los principios involucrados en el estudio de la Biblia, tales como:

• Disposición para aprender —recibieres Mis palabras.

• Intención de obedecer —Mis mandamientos guardares dentro de ti.

• Disciplina mental —Haciendo estar atento tu corazón.

• Dependencia en oración —Si clamares, dieres tu voz.

• Perseverancia diligente —La escudriñares como a tesoros.

Los resultados de aplicar estos principios a nuestro estudio bíblico se encuentran en el versículo 5: «Entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios», dos de los conceptos esenciales en nuestra devoción a Dios. Si vamos a ejercitarnos para la piedad, estudiar la Biblia debe ser una prioridad en nuestras vidas.

¿Cómo podemos encontrar el tiempo para estudiar la Biblia con detenimiento? Una vez escuché que le hacían esa pregunta al director de cirugía de un gran hospital. Veinticinco años después, su respuesta todavía me desafía. Él miró directamente a los ojos a la persona que le hacía la pregunta y dijo: «Uno siempre encuentra tiempo para lo que le importa». ¿Qué tan importante es la práctica de la piedad para ti? ¿Es lo suficientemente importante para ser una prioridad por encima de la televisión, libros, revistas, recreación y otros cientos de actividades para las cuales de algún modo tenemos tiempo? Una vez más nos encontramos cara a cara con ese elemento clave del entrenamiento que discutimos antes: el compromiso.

Memorizar pasajes clave es un cuarto método para captar las Escrituras. Sin duda el versículo clásico sobre la memorización de la Escritura es el Salmo 119:11: «En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti». Esta idea de guardar es la misma que vimos en Proverbios 2:1. Salomón también dice en Proverbios 7:1, por ejemplo: «Hijo mío, guarda mis razones» (énfasis añadido), y en Proverbios 10:14 dice: «Los sabios guardan la sabiduría» (énfasis añadido). En el Salmo 31:19 David habla de la bondad que Dios ha guardado para los que le temen. A partir de estos pasajes es claro que la idea central del salmista en el Salmo 119:11 era guardar la Palabra de Dios en su corazón anticipando un momento de necesidad en el futuro —un momento en que enfrentaría tentación y sería protegido de esa tentación por la Palabra de Dios.

Pero la Palabra de Dios guardada en el corazón no solo evita que pequemos, también nos permite crecer en todas las áreas de la vida cristiana. Específicamente para nuestra práctica de la piedad, nos permite crecer en la devoción a Dios y en el carácter semejante a Dios que hace nuestras vidas agradables a Él.

El quinto método para recibir la Palabra de Dios es meditar. El uso de la palabra meditar en el Antiguo Testamento significa literalmente murmurar o mascullar y, por implicación, hablarse a uno mismo.10 Cuando meditamos en las Escrituras, nos hablamos a nosotros mismos acerca de ellas, considerando en nuestras mentes los significados, las implicaciones y las aplicaciones para nuestras propias vidas.

Aunque usamos el Salmo 119:11 en conexión con la memorización de las Escrituras, puede que este texto esté más relacionado con la práctica de la meditación. El salmista dice que guardaba la Palabra de Dios en su corazón —lo más profundo de su ser. La memorización básica solo lleva las Escrituras a nuestras mentes. Meditar en esas mismas Escrituras abre nuestro entendimiento, involucra nuestros afectos e incide en nuestras voluntades. Este es el proceso de guardar la Palabra en nuestros corazones. Pero si el proceso de guardar la Escritura se refiere principalmente a la meditación, también es cierto que la memorización es el primer paso para la meditación. Meditar en la Palabra de Dios es ordenado en Josué 1:8 y es elogiado en el Salmo 1:2. Ambos versículos hablan de meditar de día y de noche, no solo mientras tenemos nuestro tiempo «devocional». Es imposible meditar en la Escritura día y noche sin algún tipo de memorización de la Escritura.

En el capítulo 1 definimos la piedad como devoción a Dios que produce una vida agradable a Dios. Si tuviéramos que seleccionar un capítulo de la Biblia con una descripción de la fuerza que impulsa a la persona piadosa, probablemente sería el Salmo 119. En 174 de los 176 versículos, el escritor relaciona su vida con la Palabra de Dios y con el Dios detrás de esa Palabra. Todo el tiempo habla de Tus mandamientos, Tus estatutos, Tus juicios, Tus testimonios, etc. Para el salmista, la ley de Dios no eran las órdenes frías de alguna deidad distante sino la Palabra viva del Dios a Quien él amaba, buscaba y anhelaba agradar.

Caminar con Dios implica comunión con Dios. Su Palabra es absolutamente necesaria y central para nuestra comunión con Él. Para agradar a Dios es necesario conocer Su voluntad —cómo quiere Él que vivamos, qué quiere que hagamos. Su Palabra es el único medio por el cual Él nos comunica esa voluntad. Es imposible practicar la piedad sin recibir de forma constante, consistente y balanceada la Palabra de Dios en nuestras vidas.

Recibir la Palabra es el medio fundamental para practicar la piedad, pero no es el único medio. En el siguiente capítulo consideraremos cómo desarrollar la devoción a Dios. En capítulos posteriores consideraremos cómo crecer en algunos rasgos específicos del carácter piadoso, y veremos algunos pasos prácticos que podemos seguir en la práctica de la piedad.

La esencia del ejercicio

Pablo dijo: «Ejercítate para la piedad». Tú y yo somos responsables de ejercitarnos. Dependemos de Dios que nos capacita para hacerlo, pero nosotros somos responsables; no somos pasivos en este proceso. Nuestro objetivo en este proceso es la piedad —no ser más competentes en el ministerio, sino desarrollar una devoción centrada en Dios y un carácter semejante al de Dios. Ciertamente queremos ser competentes en el ministerio, pero a fin de ejercitarnos para la piedad queremos enfocarnos en nuestra relación con Dios.

Ejercitarse para la piedad requiere compromiso, requiere la enseñanza del Espíritu Santo a través de Su Palabra y requiere práctica de nuestra parte. ¿Estamos preparados para aceptar nuestra responsabilidad y hacer el compromiso? Mientras sopesamos esa pregunta, recordemos que «la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera» (1 Timoteo 4:8) y «gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» (6:6).

La práctica de la piedad

Подняться наверх