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DÍA UNO

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Me senté y leí El teatro y su doble, de Artaud. Al principio pensé que solo hablaba de teatro, pero después me di cuenta de que probablemente Artaud odiaba el teatro. O que odiaba el teatro de los demás. Quería salvar al teatro de los filisteos, es decir, de todos. Así que leí eso. Comí regaliz. Noté que uno de los chicos que había visto hablando aquella vez estaba sentado a mi lado. Podemos sentarnos donde queramos, pero no podemos hablar y no podemos movernos una vez sentados. Janine Pezaro, por ejemplo, se sienta adelante. No le importa que se le siente alguien detrás, porque es una verdadera mole y puede darle una paliza a la mitad de los tipos de la escuela. O a más de la mitad. La sancionaron por golpear a dos chicas al mismo tiempo. La adoro un poco por eso. Pero no hay dudas de que no entiende nada de nada.

El chico que había mencionado la Sociedad del Fuego ahora estaba sentado a mi lado. Dejé el libro Toda Rusia arde en llamas sobre el escritorio, junto al de Artaud, y pedí permiso para ir al baño. Me dieron un pase de cinco minutos (que en realidad apenas alcanza para ir hasta el baño y volver). Cuando volví a mi asiento, vi que él había tomado el libro del banco y lo estaba leyendo.

Devuélvemelo.

Me lo dio.

Perdón, me pareció interesante.

La profesora Kennison nos gritó por estar hablando, así que nos callamos. La semilla estaba plantada. Aún quedaba por zanjar la cuestión de si aceptaban chicas en la Sociedad del Fuego. Me imagino que allí también podría regir alguna mierda misógina. Mi tía siempre me decía: nunca aceptes ningún privilegio que les den a las mujeres, porque es solo una cara de la moneda.

Cómo provocar un incendio y por qué

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