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CAPÍTULO 3 DEJAR ATRÁS CIERTAS COSAS

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«Neil es un tipo al que le gusta coleccionar antiguallas, así que yo doy la talla de sobra», dijo Harper riendo afablemente.

Jack Harper —o Harper a secas, como lo llama Neil— fue mi guía en Winnipeg. Harper, un todoterreno compacto y atlético, que parecía estar metido en un millón de proyectos a la vez, es profesor titular de la Facultad de Educación Física y Estudios Recreativos de la Universidad de Manitoba. Casado con Pat, su novia del instituto, Jack es lo menos parecido a un roquero que he visto a lo largo de este proyecto, aunque lo cierto es que se las arregla para escaparse a aporrear la batería en Midlife Crisis, un grupete variopinto de amateurs ya veteranos que toca, entre otros temas de Neil Young, «Cinnamon Girl», y, según el propio Harper, «no muy bien». Ensayan en el centro cívico de Crescentwood, una vieja sala recreativa donde Neil tocó con su primer grupo de verdad muchas décadas antes.

Neil y Jack se conocieron en el otoño de 1962 en el Instituto Kelvin. Jack entró a formar parte del grupo de Neil, y este lo echaría al cabo de un mes. «Harper estaba en el equipo de atletismo, era carne de gimnasio, un tío sociable, muy extrovertido», explicaba Mike Katchmar, su antiguo profesor de educación física. «No creo que Neil se relacionara con mucha gente, que digamos; era una persona muy callada.» El músico rarito y el popular deportista continúan siendo íntimos más de treinta años después. «Neil y Jack son una pareja de lo más peculiar: uno tan extrovertido y el otro tan callado», comentaba Katchmar. «Son como el día y la noche.» Aun así, cada vez que Neil pasa por Winnipeg, es a Harper al primero que busca. «No me da la impresión de que Jack haya cambiado mucho desde que Neil lo conoció», decía Joel Bernstein, el archivista de Young. «Creo que eso hace que Neil se sienta cómodo.»

Pueden pasar temporadas largas sin que Young dé señales de vida, o sin que conteste una llamada siquiera, pero Jack lo entiende. «Mucha gente pierde la paciencia con Neil», comentaba Harper, que es muy cuidadoso con las palabras que emplea, puesto que de ningún modo pretende hacer enfadar a su viejo amigo. «Mantener la correspondencia no se le da muy bien, que digamos, y tampoco tiene grandes dotes de comunicador… y no por ello me siento ofendido. Neil está en lo suyo, pero siempre sé de él cuando se trata de algo importante.» Cuando Harper perdió a uno de sus padres, Neil le escribió una carta. Young puede llegar a ser un tipo tremendamente parco en palabras, así que una carta de su puño y letra no es moco de pavo. Al comentarlo, Jack se emocionó de tal modo que fue incapaz de seguir hablando.

«La pequeña ciudad más grande de Norteamérica», así es como Harper define Winnipeg. El día que llegué, encabezaba los titulares la anécdota ocurrida en un supermercado local cuya cajera no se había presentado a trabajar, así que los clientes habían cogido lo que necesitaban y habían dejado el dinero en la caja.

En invierno hace un frío criminal —según Neil, al caminar por la nieve, escuchas el crujir de tus pisadas— y en verano está plagado de mosquitos; hay que estar hecho de cemento para sobrevivir en este clima. Winnipeg fue incorporada a la Confederación Canadiense en 1873 y su ubicación, en la confluencia de los ríos Rojo y Assiniboine, hizo que se convirtiera en centro de comercio y puerta al Oeste, donde los nativos convivían con una mezcla variopinta de ucranianos, judíos, británicos y escoceses.

«Sus peculiaridades geográficas son dignas de mención», comentaba Randy Bachman, el músico oriundo de Winnipeg que saltó a la fama en el mundo del rock con grupos tan archicanadienses como los Guess Who o Bachman Turner Overdrive. «Es una ciudad muy aislada, perdida en medio de la nada; está casi en el centro exacto de Norteamérica.» Los canadienses del Este pueden ser unos pedantes redomados, calificando a la ciudad de «Villapaleto del hockey y las praderas». «Winnipeg es nadalandia», comentaba el escritor Juan Rodriguez. «Ni siquiera es la ciudad más ventosa.» Sin embargo, cuando le pidieron a Young que asistiera a la versión canadiense de los Grammies, los premios Juno, dijo que lo haría con una condición: que Winnipeg fuera la anfitriona de la ceremonia.

«Creo que esta ciudad, con su mentalidad de pradera, ha definido los valores de Neil», afirmaba Harper, y un día, al salir de la ciudad con el coche a través de aquella pradera interminable, se me metió en la cabeza el rumor solitario del Harvest; sentí que había mucho de Winnipeg en Neil.

A principios de los sesenta, Winnipeg contaba con una importante escena musical, sustentada en su mayor parte por una red de centros cívicos. Los vecinos usaban estas salas comunitarias —siempre pegadas a la omnipresente pista de hockey al aire libre— para todo tipo de propósitos. Como recuerda Randy Bachman: «El domingo por la noche ibas y te encontrabas con que había una boda; el martes, una despedida de soltera; el jueves jugaban al bingo. Hasta que a alguien se le ocurrió: “Dejemos las noches de los viernes para los chavales; organicemos bailes”».

Por un pavo o menos, podías meterte en un club, ver a un grupo, tomarte una Pepsi y, con un poco de suerte, bailar con un miembro del otro sexo. Para caldear el ambiente entre grupo y grupo, había unos fonógrafos desvencijados donde sonaban a todo volumen discos de 45 rpm. Inocencia es la palabra que mejor define la situación: los padres vigilaban los bailes, no se servía alcohol a menores de veintiún años y las drogas formaban parte de un futuro muy lejano. «Era un ambiente muy sano», sostenía Jim Kale. «No tenías que preocuparte por si algún pervertido violaba a tus hijos, o por si se producía algún tiroteo indiscriminado desde un automóvil; no tenías que preocuparte por nada. Todo era muy civilizado.»

Kale tocaba el bajo en Allan’s Silvertones, también conocidos como Chad Allan and the Reflections, también conocidos como Chad Allan and the Expressions, y finalmente más conocidos como los Guess Who. Cuando Neil Young estaba empezando, Chad Allan (alias Allan Kowbel) and the Expressions eran los reyes del circuito de los centros cívicos; con Kale, concretamente, haría buenas migas, y de vez en cuando hacía las delicias de Young al prestarle su codiciadísimo ampli Fender Concert, una pieza de equipo fuera de lo común en esta ciudad de la pradera. «Fue el primer amplificador grande que alguien tuvo en Winnipeg con el logotipo de Fender», comentaba Randy Bachman, guitarrista y compositor del grupo, cuyo estilo ejercería una enorme influencia en Neil. «El resto venía de los grandes almacenes Sears.»

Había montones de centros cívicos repartidos por Winnipeg, que resultarían clave para las futuras promesas necesitadas de rodaje y algo de pasta. Los disc-jockeys eran tan populares como los grupos; si te codeabas con un pinchadiscos de renombre, como Bob Bradburn o Irving «Doc» Steen, además de hacerte publicidad en la radio, tenías garantizado un buen quórum el fin de semana. «Irv Steen era un santo, joder», comentaba Jim Kale, «era una especie de hermano mayor que acudía allí y hacía de maestro de ceremonias, y todo por la módica cantidad de diez dólares. Ayudó a muchos chavales.» La CKY y la CKRC eran las principales emisoras de radio de AM, y los grupos iban al programa de música local, Teen Dance Party, a hacer playback. Cuando no estaban de gira, los músicos de rock solían reunirse en el Paddlewheel, un restaurante que había en los grandes almacenes Hudson’s Bay del centro de la ciudad, o iban a comer hamburguesas al Red Top, donde el locutor de la CKRC, Jim Paulsen, entrevistaba a grupos en directo.

El sábado tocaba ritual: coger el autobús al centro, comer patatas fritas con salsa de jugo de carne en el Paddlewheel, y luego ir a las tiendas de música como Lowe’s Music o Winnipeg Piano a babear con los instrumentos. Antes de que Randy Bachman consiguiera ahorrar lo suficiente para comprarse su adorada Gretsch Chet Atkins, se sucedieron incontables visitas con Neil Young a estas tiendas solo para verla en el escaparate. «Nos quedábamos allí plantados, mirándola fijamente, como si fuera una tía en pelotas o algo por el estilo», comentaba Bachman.

Luego estaban los clubs nocturnos. Regentado por un granjero jubilado, el Twilight Zone, con su diminuto escenario, era uno de los garitos más frecuentados por los grupos entre bolo y bolo. El colectivo beatnik folkie se daba cita en el Fourth Dimension, un café que cobraba una entrada de 25 centavos la hora. También estaba el Town and Country Supper Club para los pijos y el famoso Cellar, un tugurio en un sótano cargado de humo donde volaban tanto las botellas como los puñetazos. «El Cellar era una mierda pinchada de un palo», dijo alegremente Jim Kale.

La extraordinaria confluencia de ondas radiofónicas producida por un capricho de la geografía contribuía a ampliar los horizontes musicales de todos estos chavales canadienses. «Lo que pasa con Winnipeg es que está al extremo de las llamadas grandes llanuras; vamos, que todo es plano desde Winnipeg prácticamente hasta Texas», explicaba Randy Bachman. Aquello significaba que los jóvenes ávidos de música podían sintonizar habitualmente emisoras de lugares tan remotos como Shreveport o Nueva Orleans, lo que les permitía escuchar toda una serie de exóticos sonidos regionales. Según recuerda Bachman: «Yo le preguntaba: “Neil, ¿escuchaste la radio el miércoles por la noche? ¿Oíste el tema ese de Slim Harpo? ¿Sabes cómo hacer la parte de la guitarra?”. Porque yo, de hecho, tenía la guitarra al lado de la radio toda la noche confiando en que volvieran a tocar la misma canción noche tras noche. Intentabas sacar los acordes de blues y garabatear parte de la letra».

«When you move in right up close next to me / That’s when I get the shakes all over me21», aúlla Chad Allan en «Shakin’ All Over», el hit de los Guess Who de 1965, que fue grabado en unas condiciones durísimas —en mitad de la noche y con un solo micrófono en los estudios de una televisión local, con toda la banda enchufada al ampli de Kale, el Fender Concert, y con el reverb a tope— y constituye el documento por antonomasia de la escena musical primigenia de Winnipeg, representada por la voz desesperada de Allan, el amenazante piano de acompañamiento de Bob Ashley y los gritos que Bachman le arrancaba a su Gretsch.

«Shakin’ All Over» ya había sido un éxito en Inglaterra en 1960 interpretado por Johnny Kidd and the Pirates. Al principio de su carrera musical, un amigo de Chad Allan le había aficionado a su colección de música importada de Inglaterra y así consiguió que el grupo de Allan pasara a ser, según Bachman: «una copia del copón de los grupos ingleses». Allan empezó, sin proponérselo, una moda: muchos canadienses tenían raíces británicas, y sus familiares pasaron a ser la línea de abastecimiento de discos del otro lado del charco. «Nos enviaban sus viejos discos de 45 rpm», comentaba Bachman. «Para nosotros aquel material era toda una novedad y hacía de Winnipeg un lugar único, por esa conexión tan especial que teníamos con Inglaterra. Teníamos a todos los grandes, mucho antes de la llegada de los Beatles o Cliff Richard.»

Algunos de los discos ingleses más influyentes de principios de los sesenta eran de los Shadows, el grupo de acompañamiento del ídolo pop británico Cliff Richard, que tenía su propia cosecha de hits instrumentales. «Los Shadows eran en realidad una formación de cuatro miembros, pero sonaban como una sinfonía», afirmaba Bachman. Su guitarrista Hank B. Marvin utilizaba una Fender Stratocaster con dos elementos clave que también se convertirían en parte integral del sonido de la guitarra de Neil Young: una palanca de vibrato —una palanca de metal unida al puente para hacer bendings y conseguir mayor impacto emocional— y un Echoplex, que genera un eco de duración y repetición modulables. Marvin tocaba con cacharros de este tipo, pero manteniendo el sonido limpio y simple, justo lo contrario de lo que hacían los roqueros de garaje instrumental como Link Wray. «Hank Marvin era el mejor guitarra melódico», sostenía Bachman.

Randy Bachman, un muchacho grandote de cara aniñada dos años mayor que Young, era, desde muy niño, capaz de sacarle chispas a la guitarra. Llevaba una gran Gretsch Chet Atkins naranja de caja —la guitarra de su mentor, el genio del jazz Lenny Breau— que conectaba a una pieza de equipo letal: una grabadora alemana que le ayudaba a reproducir uno de los elementos clave del sonido de Hank B. Marvin. Randy Bachman «era el único tío en toda la ciudad que sonaba con eco», recuerda con admiración quien pronto se convertiría en compañero de grupo de Young, Ken Koblun.

Bachman dio con aquel invento por accidente. «Estaba desesperado; me refiero a que en Winnipeg ni siquiera podías comprar un ampli, por no hablar ya de una unidad de eco.» La madre de Bob Ashley era maestra y tenía una grabadora Korting que utilizaba en las clases de francés hasta que se descubrió que, al cambiar ligeramente la posición de los cabezales, se podía crear un espacio que producía eco. «Sin proponérmelo, pude conseguir el tipo de eco de estudio que Elvis tenía en “Blue Moon of Kentucky”», comentaba Bachman. «Me dejó alucinado, porque era el sonido de Hank Marvin y los Shadows, ¿sabes?»

Bachman era otro maniático del sonido. Se dedicaba a estudiar los solos que escuchaba en la radio y en los discos, y se fijaba muchísimo en los guitarristas de cualquier grupo que pasara por la ciudad. «Iba a los conciertos de Brenda Lee and the Casuals —“Flipa, el tío hacía el solo en el traste quince”— y tomaba notas de los solos.» Bachman afirmaba que aquella era la única manera de aprender en Winnipeg. «No nos sabíamos las notas en el mástil. Todos tocábamos imitando a los demás, por intuición y de oído.»

Todo lo que Bachman aprendía se lo enseñaba luego a su propio protegido. «Neil se plantaba al borde del escenario, él y Koblun, y no paraban de sonreír y de tomar notas», recuerda Bachman. «Yo no le enseñaba nada, pero él veía dónde tocaba las notas en el mástil. Básicamente, los dos queríamos tocar el mismo rollo: James Burton acompañando a Ricky Nelson, Scotty Moore acompañando a Elvis o Hank Marvin acompañando a Cliff Richard.»

Randy Bachman era mi héroe a la guitarra y ejerció en mí una enorme influencia. El mejor guitarrista de toda la ciudad. Tocaba con muchísimo estilo; era muy funky; llevaba una especie de grabadora que había trucado para conseguir el efecto de eco. Me tenía alucinado.

Yo sabía que él había estado escuchando el mismo tipo de música que yo: Jimmy Reed, los Shadows; Randy también era muy fan de Hank B. Marvin, que conseguía sacar un tono muy rico en matices, como el de una gran campana, un tono rompedor. Jet Harris, el bajista, también, y juntos eran la hostia; llevaban un ritmo muy molón y los pasos de baile que se marcaban eran la hostia, alucinantes; el twist and shake y todo; tenían que ser buenos para hacer todas esas cosas mientras tocaban. Para mí, solo tocar aquello ya habría sido la hostia de difícil.

Pero Randy tocaba muy bien; yo no, pero él sí, algo que sigue siendo así hasta cierto punto. Yo he conseguido mejorar un poco, y él sigue siendo increíble. Es muy grande, un guitarra de rock and roll de pura cepa. Y cuando estábamos empezando, él era lo más; íbamos y nos plantábamos en el público a observarlo. Allan Kowbel era buenísimo. Bob Ashley, el pianista, era muy guay, con aquellas gafotas y aquella pinta como de empollón. Era un pianista tremendo; ¡qué tempo! Gary Petersen era el batería y Jim Kale, el bajista, que era muy bueno; Koblun se fijaba en Kale, y yo en Randy, pero la verdad es que toda la puta banda me tenía alucinado, me parecían todos buenísimos. Aquella banda no tenía ningún defecto, al menos en aquella época. Cuando vivíamos en Winnipeg, escuchaba algunos discos viejos que tenía mamá, que no es que fueran blues del Delta, pero algo de blues tenían. Pero fue al escuchar a Jimmy Reed cuando me enganché a saco; debía de ser la época en que estaba aprendiendo a tocar la guitarra y Sonny Terry y Brownie McGhee pasaron de gira por Winnipeg. Fui a verlos y me moló su rollo.

Un día escuché por la radio «Baby What You Want Me to Do» y, joder, me entraron ganas de pillarme todo lo que hubiera sacado. Su primer disco fue Just Jimmy Reed, con «Goin’ to New York»; luego me pillé Rockin’ with Reed. Qué músico tan extraordinario, y esa armónica; yo soy incapaz de hacer todas esas virguerías, ni siquiera ahora. Esas notas altas y chirriantes, que aun así suenan muy dulces; ese sonido tan sentido y chillón parece un gato callejero, tío. Es la hostia de original, joder; enorme sin ni siquiera proponérselo.

Creo que usa armónicas viejísimas. Ojo al dato —que eso también es aplicable a las cuerdas de guitarra—, la guitarra, cuanto más jodida, suena mejor, con las cuerdas roñosas y a punto de romperse. Las cuerdas viejas suenan bien, como más dulces.

Cuando toco «Baby What You Want Me to Do» con los Horse… A ver, he oído versiones anteriores de otra gente, pero no he oído a nadie que la toque así; a parte de Jimmy Reed. Y todo es por ese ritmo perezoso y constante, que yo me copio de él, porque me divierte, y a la peña le mola el rollo… Creo que es la manera ideal de interpretar una canción como esa. No es que me plantee llegar nunca a dar con la versión definitiva, porque nunca habrá una versión definitiva de ninguna de sus canciones; a parte de las suyas.22

Jimmy Reed es la prueba de que lo que tocas es lo de menos y que lo que importa es el sentimiento, porque tocaba igual en casi cada puta canción; los cambios variaban un poco, pero ese riff siempre estaba ahí, el turnaround. «Tangtangtangtangtatata…» ¿De dónde cojones salió? ¿Se lo inventó él o se lo copió de alguien? Y ¿cómo lo hace para meterlo en cada canción y aun así conseguir que quede bien? Parece sonar siempre algo diferente… Jimmy Reed era el amo. No había bajo en aquellos discos, ya ves; usaban una guitarra afinada grave. Escucha cualquier otro disco, fíjate en el bajo y luego ponte sus discos; ya verás como solo se escuchan guitarras bajas. Es impresionante, yo sigo sin saber cómo se lo monta esa gente. Es como ver tocar a John Lee Hooker; es imposible saber qué coño hace. [El bajista de los Stray Gators] Tim Drummond me enseñó las notas que realmente utilizan, pero sigue sonando raro cuando pruebo a hacerlo yo.


Rassy Young [abajo] formó parte del jurado en el concurso Twenty Questions cuando Neil y ella vivían en Winnipeg. «Rassy era bastante graciosa en televisión», comentaba Neil. «Papá también estaba metido en un concurso, y yo soy el que rompe la puta cadena. Se acabaron los concursos. Por algún sitio hay que cortar.» © Western Canada Pictorial Index. Cortesía de John Einarson.

La primera dirección de Rassy y Neil en Winnipeg fue el número 5 de Gray Apartments, en el barrio obrero de Fort Rouge. Pearl, la madre de Rassy, había elegido el lugar por ella. Su hermana Toots y su marido, Neil, también vivían cerca y ayudaron a Rassy hasta que ni siquiera ellos pudieron seguir soportando a aquella persona amargada en la que se había convertido después del divorcio. «Se dedicó a fastidiar a todas sus antiguas amistades, una tras otra, hasta quedarse casi sin amigos», explicaba Toots. «Rassy no paraba de entrometerse en todo.»

Rassy consiguió redondear su pensión al estrenarse como jurado, por increíble que parezca, en un concurso de una televisión local. Presentado por Stewart MacPherson, un inglés bastante irascible, el concurso Twenty Questions de la CJAY contaba como jurado con: Nola Halter, Rassy y un tipo llamado Bill Trebilcoe, que sería el último romance de Rassy. El objetivo del programa era adivinar, en solo veinte preguntas, quién o qué era el invitado misterioso, y Rassy se sacaba la friolera de setenta dólares a la semana.

Es una pena que no existan copias de las grabaciones del programa, como parece ser el caso, ya que dicen que Rassy era de lo más dicharachera como jurado. «Creo que a Stew le fascinaba lo retorcida que era Rassy», comentaba Halter. «Hacía unas preguntas de lo más peregrino, ¡Señor! Y los demás solo queríamos que se nos tragara la tierra.»

Rassy y Neil formaban una pareja muy peculiar. «Era como estar con un par de marcianos», recuerda Allen Bates, futuro compañero de grupo de Neil. «¡Menuda mujer era Rassy!, parecía salida de otro planeta, con aquellos ojos negros, iguales que los de Neil; aquellos ojos te atravesaban y ya te podías olvidar de intentar ocultarle algo.»

«Neil era un cielo de niño, era encantador con su madre», afirmaba Halter. «Siempre la escuchaba.» Del mismo modo, según Snooky: «No hubo momento en que Rassy no estuviera convencida de que Neil era el centro del universo».

A pesar de que el tema suscitó alguna que otra discusión, Rassy fue la primera en darse cuenta de que la obsesión de Neil por la música iba en serio, y en apoyarle. «Pensé que alguien que ensayaba tanto como Neil —a razón de entre seis y ocho horas de un tirón— no se andaba con tonterías. Neil estaba tan decidido que sabías que aquello sería solo cuestión de tiempo, y tampoco de mucho. Aquella guitarra era como una prolongación de su brazo y nunca la soltaba más de cinco minutos.»

Cuando estudiaba en la escuela Earl Grey, Young se apuntó a clases de guitarra con un tal Jack Riddell, pero no pasó de dos. Neil se dedicaba prácticamente a tocar él solo en su habitación, y salía exclusivamente para hacerle la puñeta a su madre. «Hacía cosas a propósito para ponerme de los nervios, como tocar “Ghost Riders in the Sky” divinamente y justo al final desafinar, adrede.» Neil se quedó en casa un día sin ir al colegio, fingiendo estar enfermo, y dijo encontrarse bien justo a tiempo para el ensayo del grupo. Al darse cuenta de que le había tomado el pelo, Rassy no le dejó ir. «Neil se fue refunfuñando a su habitación y media hora después salió a cantarme una canción —de unos cuatro millones de estrofas—: “My Mother Is a Fink23”. Casi me muero de la risa. Jamás volvió a fingir ponerse enfermo.»

El sonido melancólico que emanaba de la música de Neil le llegó a su madre al alma. «Creo que su música siempre ha tenido un cierto deje triste y desolado», le diría Rassy a su hijo Bob. «A veces me preguntaba por qué se le iluminaba la cara como de alegría al tocar algo tan triste que se me saltaban las lágrimas.»

A Neil no se le ocurre ninguna razón en particular que le empujara a dedicarse a la música, a pesar de que casi todos los músicos entrevistados citan la misma fuente de inspiración: «Quien te diga que no se metió en el mundillo del rock and roll para echar un polvo», comentaba Graham Nash, «miente».

Ni idea de por qué me metí en el rock and roll, pero no creo que fuera para echar un polvo, porque me da que aún pasaron la hostia de años hasta que llegué a echar un polvo; creo que estaba en Fort William cuando por fin ocurrió, con una india pequeñita muy mona y un disc-jockey. La primera vez tampoco fue para tanto… Al menos no pillé nada malo, que ya es algo.

Una Harmony Monterey. Creo que me la compré en una tiendecita de música de Winnipeg que tenía equipos Fender y alguna antigualla… Aunque también puede que la sacara de una casa de empeños. Treinta pavos. Di dos lecciones de guitarra… El Sr. Riddell me enseñó todo lo que sé en aquellas dos lecciones. Tocaba bastante en mi habitación de Grosvenor Avenue; allí compuse «No».

—¿Fue «No» una primera canción importante?

—Podría ser, aunque no es una manera muy positiva de empezar a componer, que digamos. «¡NO!» era el estribillo: «¡NO, NO, NO!». A lo mejor la actitud negativa me viene de ahí, je, je. Esa canción fue fundamental; necesitaba un contrapunto para todas las cosas positivas que veía a mi alrededor.

Me lo curraba todo yo solo. A veces, me aprendía los discos escuchándolos —como los de los Shadows—; intentaba aprendérmelos, sacar los putos acordes y averiguar cómo tocaban; pero casi todo lo aprendí observando a Randy Bachman, que sabía más que yo de música, así que él se lo aprendía, y luego me lo aprendía yo fijándome en él.

Intenté hacer un reverb con el tubo de una manguera que no acabó de funcionar. Colocas un micrófono al final del tubo y lo vas enrollando, unos quince metros de manguera. Al otro lado tienes un pequeño altavoz al que pones una especie de embudo; el sonido pasa por la manguera a través del embudo, sale por el otro lado al micrófono y vuelve al puto ampli… Nunca conseguí que funcionara, pero había visto un diagrama del rollo «Cómo Crear Tu Propio Reverb»… Lo quiero volver a intentar algún día y hacer que funcione, pero la próxima vez creo que utilizaré un tubo galvanizado o algo así para conseguir un sonido un poco más metálico.

Altísimo, con gafas, pelo ralo y semblante inescrutable, Ken Koblun salió afuera a fumarse un pitillo después de la entrevista, lo que dio pie a una conversación tonta acerca del tabaco, así que le pregunté cómo empezó a fumar. «Neil», contestó anodino. «Me dijo: “Los hombres de verdad se tragan el humo”.»

Ken Koblun, uno de los primeros del centenar de bichos raros que acabaría rodeando a Young, sería en los años siguientes el principal acompañante de Neil en sus andanzas musicales. Koblun estaba igual de obsesionado por la música y anotaba de manera meticulosa cada bolo y cada dólar ganado en un diario que Neil bautizó «El Evangelio Según Ken». Ken dejó de tocar la guitarra cuando Neil le pidió que se pasara al bajo; cuando Neil abandonó la escuela, Ken abandonó la escuela y acompañó a Neil a Thunder Bay, a Toronto, e incluso a Nueva York. Según Scott Young: «Creo que Neil delegaba en Ken Koblun cosas que no podía manejar».

«Era una relación rara», comentaba su compañero de grupo Allen Bates. «Casi de codependencia. No sé cómo Ken podía vivir sin Neil; le encendía los cigarros y todo, era como su mano derecha, pero uno se preguntaba quién cuidaba de quién.»

Rassy se iba con sus compinches al Winnipeg Canoe Club y apenas se le veía el pelo por el apartamento de Grosvenor Avenue; a menudo Neil estaba solo: «Ahí tenías al pobre chaval en aquel apartamento», comentaba Bates. Koblun iba a verlo por las tardes. «Me invitaba a cenar», decía Koblun. «Una gran rebanada de pan, mantequilla de cacahuete y miel. Hablábamos de música, poníamos discos y a veces veíamos a Rassy por televisión.» Una vez Young consiguió que Koblun diera el paso y empezara a tragarse el humo. La gran emoción de la noche consistía en robarle un par de cigarrillos Black Cat Plain a Rassy y echar unas caladas; pero la música era lo que más les unía, ya que Koblun estaba tan metido en ella como Neil, hasta el punto de que cuando tocaban: «Ken parecía que estaba en trance, y sin drogas de por medio», recuerda el batería Ken Smythe.

Ken era un chaval huérfano que vivía con una familia inglesa, los Clayton. Creo que sus padres tenían problemas y por eso no vivía con ellos —había alguna historia de su pasado que no quedaba nada clara— y estaba en mi clase en el colegio; él era uno de los más empollones, y yo, de los más raritos; hicimos buenas migas de inmediato.

Trabajábamos bien juntos, nos apoyábamos mutuamente. Ken era un buen amigo, siempre dispuesto para lo que fuera, y se lo tomaba todo en serio. Era un buen bajista; cuando Ken se lo proponía, era la hostia de bueno.

Lo que sí recuerdo es que me cabreaba con él, porque a veces tardaba un rato en contestar, y yo me ponía en plan: «Oye, te estoy hablando, ¿de qué cojones vas…?». Y sigue igual, solo que ahora lo entiendo. Por aquel entonces no entendía nada; por lo visto, yo debía de ser una buena pieza, je, je. Creo que al hacer un repaso a la vida de uno todos pensamos: «Buah, ¡menudo cambio!». O, como diría William Bendix: «Menudo cambio asqueroso». 24

Koblun y Young se conocieron en Earl Grey en la clase de matemáticas del Sr. White. «Los dos íbamos por el mismo camino», comentaba Koblun. «Era lamentable cómo suspendíamos casi todas las asignaturas.» También tenían algo más en común: procedían de familias desestructuradas. «Ken no tenía padres y Neil estaba sin padre», decía Allen Bates. «En cierto modo aquello los unía.»

«Yo pensaba que Neil era un tío guay», comentaba Koblun. «No es que pensara que fuera guay por llevar el pelo engominado. Neil era diferente: llevaba el pelo rapado y era el único chaval de clase que llevaba suéter… Me decepcionaba un poco que fuera con los que fumaban.» En el colegio, ser amigo de Neil salía caro. «Sé que algunos de nuestros compañeros de clase eran muy anti Neil», recuerda Koblun. «Una vez me metí en una pelea con Sid Rogers por eso.» Koblun no recuerda que Neil se metiera en muchas peleas —«era demasiado astuto para eso»—, pero sí se acuerda de «una chavala del centro cívico de Earl Grey que dijo que nos iba a partir la cara. Menuda mole de tía».

Koblun, un guitarra amateur que ya había debutado en un programa de la televisión local acompañando a un acordeonista, se dio cuenta de que Neil también era un novato. «Le pregunté si podía ir a oírlo tocar, pero se mostró reacio», comentaba Koblun, que recuerda un tema que Young tocaba con su primera guitarra eléctrica de verdad, una Les Paul Jr. de segunda mano que le había comprado Rassy. «Le dije: “Cómo mola eso, ¿qué es?”. Neil me dijo: “Es algo que he compuesto yo”.»

Young ya había formado un grupo en Earl Grey, los Jades —con dos guitarras, un vibráfono y los inevitables bongos—, que duró exactamente una actuación en el centro cívico de Earl Grey, donde tocaron hits de los Fireballs y los Ventures. Luego pasó brevemente por una banda llamada los Esquires.

El Esquire Larry Wah ha declarado que Young tocaba tan mal que lo echaron, pero el resto del grupo no opina lo mismo, y recuerda que Young tocó con ellos en unos cuarenta o cincuenta bolos en un período de seis meses. A Ken Johnson lo había dejado plantado su cuarteto vocal, así que formó una banda con la ayuda del batería Don Marshall. Gary Reid, además de una guitarra, también tenía un Oldsmobile del 57 rojo y blanco que les podía servir como medio de transporte, así que entró al grupo. A Neil Young lo reclutaron para tocar la guitarra rítmica. «La primera vez que quedé con Neil, fui a verlo a su apartamento del 205 de Hugo», recuerda Marshall. «Tenía una guitarra muy cutre y no tenía ampli, así que la enchufaba al tocadiscos.»

Los Esquires dieron su primer bolo en el Instituto Churchill, en el baile que se celebraba después de un torneo de básquet. Los miembros del grupo, tranquilizados en un principio al ver que no había acudido mucha gente a su primera actuación en público, se quedaron atónitos al abrirse el telón y descubrir que había centenares de espectadores. «Casi nos cagamos encima», comentaba Reid. Con un repertorio a base de instrumentales de los Shadows y los Ventures, unos cuantos temas roqueros y alguna balada pop interpretada por Johnson, el grupo consiguió salir airoso del aprieto. Los Esquires empezaron a conseguir bolos y los sábados por la tarde tocaban en Paterson’s Ranch House, un antiguo club de música country.

Johnson recuerda a Young como «el chaval flaco con el pelo rapado que no tenía mucha pinta de músico molón». La aptitud de Neil para la guitarra era rudimentaria, siendo generosos. «Recuerdo que lo sentía mucho por él, porque no daba la talla», decía Ken Koblun. «No sabía qué hacer con él», comentaba Reid. «Era un lobo solitario, absorto en su propio universo; hacía las cosas a su manera. Yo estaba casi siempre encima de él, gritándole: “¡Neil, por el amor de Dios, cambia de acorde!”.»

Cuando Don Marshall fue a visitar a Neil en Gray Apartments tuvo la impresión de que Young se estaba poco menos que criando solo. «Pensándolo ahora, creo que pasaba solo mucho más tiempo del debido», comentaba.

Por lo que respectaba a los Esquires, la madre de Neil era un elemento a evitar a toda costa. Ken Johnson recuerda que Rassy «arremetió contra mí un día diciendo que Neil ni siquiera debería estar en un grupo, que por mi culpa salía hasta más tarde de lo que debiera un chico de su edad, que ni siquiera tenía dieciséis años y tenía que estar en la escuela. Fue muy dura conmigo, me dejó acojonadísimo».

La relación de Young con los Esquires tocó a su fin tras una escapada protagonizada por Neil y Don. «Oímos en la radio que los Fendermen tocaban en Portage la Prairie, a unos ochenta y cinco kilómetros, y pensamos: “Venga, vamos”», recuerda Marshall. Hicieron autoestop y un alma caritativa al volante de un Corvair familiar marrón del 64 se ofreció a llevarlos al concierto. A la vuelta no tuvieron tanta suerte; se quedaron colgados en Manitoba a altas horas de la noche y Neil llamó a su madre. A Don le dio la impresión de que Neil ni siquiera le había dicho a Rassy dónde iba. «Rassy se pegó la paliza de venir a recogernos y no estaba de buen humor. Creo que no habló en todo el camino de vuelta, y que pensaba que yo llevaba a su hijo por el mal camino. Una vez en casa, le dijo a Neil que dejara de perder el tiempo con esta chorrada porque nunca iba a sacar ni un duro, así que aquella fue la última vez que tocamos con él.»

Cuando Scott se enteró de que Neil se había quedado colgado haciendo autoestop a las tantas de la noche, le montó una buena a Rassy. Mirando atrás, Scott se arrepentía de haberse inmiscuido. «La relación entre Rassy y Neil —y la visión de la vida que tenía Neil— era algo que ya escapaba a mi control, así que me equivoqué entrometiéndome.»

«Rassy hacía lo que fuera por Bob o Neil», comentaba Scott. «Pero a cambio exigía una especie de lealtad férrea, algo que no creo que fuera mucho con Neil. Nunca me ha dicho una palabra al respecto, pero yo lo sé.»

«Y por supuesto que Rassy nunca ejercía sobre Neil ningún tipo de control. Al final me di cuenta de que no lo necesitaba, sabía de sobra lo que hacía, instintivamente.»

Cuando era un chaval, Rassy era realmente la única persona con la que podía contar. Me apoyó mucho al principio, muchísimo. Lo pasábamos muy bien juntos, aunque se exaltaba con demasiada facilidad; si hacías que se cabreara mucho, acababa hecha un basilisco.

Mamá me encanta, era tan ácida y tan cañera. Cuando la peña me decía: «Tu madre está loca, es odiosa a más no poder», yo pensaba: «Me cago en Dios; si ella piensa que hace gracia». Su sentido del humor se volvió tan cáustico, que se le olvidaba que estaba de broma.

Se echó novio durante un tiempo, Bill Trebilcoe. Fue su último amor, creo. Un tipo grandote, alto, calvo; llevaba gafas de concha y camisas a topos. Un tipo muy majo; supercariñoso. Fue la última vez que la vi contenta de verdad, empezó a llevar ropa de colores llamativos… Cambió por completo. Bill pilló no sé qué enfermedad y se murió.

—¿Rassy te entendía?

—No, no creo. ¿A ti tu madre te entiende?

Rassy dejaba que la música fluyera, que siguiera su curso; trataba de ayudarme y eso se convirtió realmente en su misión en la vida, me refiero a que era como una misión del Señor. Ensayábamos en el salón y ella estaba allí, merodeando por su habitación. Hacia el final de aquella época, cuando algunos colegas ya habían cumplido los veintiuno, les traía unas birras, je, je.

Rassy era bastante graciosa en televisión; aquello sí que fue una marcianada de la hostia. He tenido una familia curiosa. Papá también estaba metido en un concurso, y yo soy el que rompe la puta cadena. Se acabaron los concursos. Por algún sitio hay que cortar.

—Cuando se separó de Scott, ¿Rassy se volcó en ti?

—Sí, y creo que ahí pasó algo que ojalá no hubiera pasado. Me refiero a que creo que se volcó tanto en mí que acabó trastocando por completo mis parámetros con las mujeres, así que tengo toda una serie de reacciones intrínsecas por culpa de cómo me trataba mi madre, porque la mejor arma que usaba si quería que hiciera algo era ponerse a llorar. Creo que utilizaba los SENTIMIENTOS para controlarme, en vez de hablar conmigo. Si algo no iba bien, empezaba a llorar, y eso siempre… Me desarmaba. Así que, incluso ahora, si una mujer se pone a llorar, soy incapaz de soportarlo, no hay manera. Tengo que conseguir que todo se arregle por huevos, cueste lo que cueste, y probablemente eso no sea nada bueno, porque te vuelves un blandengue. He tenido que lidiar con eso toda la vida. Es como si me hubiera entrenado para que cediera cada vez que lloraba, porque era incapaz de llevarle la contraria a mi madre, pero acto seguido pensaba: «Joder, ¿qué he hecho? ¿Qué puedo hacer?». Y eso ha ido calando en todas mis relaciones con las mujeres. Lo paso muy mal cuando considero que tengo razón para no ceder si se ponen a llorar. Es todo un problema, con lo cual, mi postura con las mujeres podría resumirse así: si se ponen a llorar, no me quedan más cojones que claudicar, que al fin y al cabo tampoco es muy distinto de lo que hace cualquier tío, je, je. Creo que si mi padre se hubiera quedado, las cosas habrían sido distintas, pero no estoy seguro. Visto desde el presente, habría estado bien poder contar con la opinión de mi padre sobre algunas de aquellas historias; poder escuchar lo que tenía que decir al respecto, que es algo que nunca tuve. Pero papá me aportó muchísimas otras cosas muy buenas, o sea que compensa.

—¿Qué fue lo que más te costó aceptar de Rassy?

—Bueno, creo que lo que más me costó aceptar de ella fue —y sigue siendo— que es muy posible que durante toda la época en que me estaba criando fuera una alcohólica como la copa de un pino. A ver, sigo sin saber si es cierto, pero ahora pienso que es posible, mientras que entonces fui incapaz de darme cuenta.

Pese a las objeciones iniciales de su madre, Young siguió tocando en bandas. En el otoño de 1961, Young empezó a ir al Instituto Kelvin, mientras que Koblun fue al Churchill, pero siguieron tocando juntos. Los Stardusters, (tal vez) también conocidos como los Twilighters, llegaron a actuar una vez en febrero de 1962 en uno de los bailes del Kelvin. Los Classics duraron lo justo como para dar un puñado de conciertos a finales de aquel año, pero fue en las vacaciones navideñas de 1962 cuando Young formó su primer grupo de verdad, con sus uniformes, su equipo mierdoso hecho en casa y hasta su propio club de fans. Los Squires (¿les molestó a los Esquires la elección del nombre? «Ya lo creo», reconocía Ken Johnson) tocaban en todas partes, ya fuera en la parte trasera de camiones plataforma a temperaturas bajo cero o en los entreactos de los combates de lucha. Según comentaba orgulloso Ken Koblun: «En un momento dado llegamos a ser la tercera mejor banda de la ciudad».

El Instituto Kelvin tenía fama de ser donde estudiaba la élite de Winnipeg; el hecho de que Neil acabara allí, y su mudanza al distrito de River Heights, es lo que empuja a Randy Bachman a afirmar: «Yo venía del lado chungo del río y Neil, del lado guay». Al inicio del curso en el Kelvin, él y Rassy se mudaron al 1123 de Grosvenor Avenue, donde ocupaban el segundo piso de una casa antigua preciosa de piedra y ladrillo. Puede que los Young tuvieran una casa de ensueño, pero lo que no tenían era dinero.

«Neil destacaba», comentaba Mike Katchmar, el profesor de educación física del Kelvin. «Era un personaje alto y desgarbado; siempre me preocupaba pensar que, si un día soplaba un vendaval, tendríamos que ponerle plomo en las zapatillas de deporte para evitar que saliera volando. ¿Y qué pasaba si le lanzabas un balón a Neil? Pues que confiabas en que no le diera en toda la cabeza. Era un tipo más bien rarito.» Aun así, Neil conseguía sacar a Mike Katchmar de sus casillas; Jack Harper recuerda que se presentaba en clase de gimnasia con bermudas y zapatos. «En los dos años y medio que Neil pasó en el Kelvin no hubo ni una vez que viniera con el chándal», afirmaba Harper. (Cuando Young actuó en Winnipeg décadas después, durante su gira canadiense de 1996, le dedicó a Katchmar una canción, «Fuckin’ Up», cuyo estribillo repite ad infinitum la frase «Why do I keep fuckin’ up?25»).

«Neil era un inconformista», dijo Katchmar, frunciendo el ceño al recordarlo. «No se relacionaba con mucha gente; un tipo solitario sería una buena manera de definirlo.» Pero se hizo colega de Harper, el loco del gimnasio que tocaba la batería —aunque solo fuera el bombo—, y también entabló amistad con Allen Bates. Delegado de clase y jugador del primer equipo de básquet en el Instituto Grant Park, Bates había estudiado guitarra clásica y era capaz de hacer virguerías de jazz que nunca verían la luz en la banda patatera de Young.

Young, Koblun, Harper y Bates empezaron a tocar en el sótano del batería. Young bautizó a la banda los Squires, se encargó de elegir el repertorio y, según Rassy, «si alguien se saltaba los ensayos, se iba a la calle tan rápido que no le daba tiempo ni de reaccionar». Tras un mes de ensayos y unos cuantos bolos, Harper se quedó fuera del grupo. «Recuerdo decirle: “Ostras, no creo que pueda ir a ensayar; tengo hockey”. Y Neil me contestó: “Bueno, no te preocupes; intentaremos reclutar a otro batería”.» No había duda de quién era el líder. «Siempre fue Neil», dijo Koblun.

«Neil se lo tomaba todo muy en serio, siempre tan centrado y decidido», comentaba Allen Bates. «Con dieciocho años aparentaba veinticinco; tenía controlada la situación y sabía perfectamente a dónde leches quería llegar. Neil nunca mostró ningún atisbo de flaqueza en todo el tiempo que pasé con él… Era duro de roer; es lo que tienen los chavales que se quedan sin la figura paterna. En cierto modo, se sienten abandonados a su suerte, así que toman las riendas y tienen que hacerse con el control absoluto. Era el caso de Neil.»

Ken Smythe, otro estudiante del Grant Park, asumió las labores de batería. El repertorio de instrumentales de los Squires abarcaba una amplia gama que incluía desde viejos temas pop y valses hasta las inevitables versiones de los Shadows, además de las canciones de Neil, que era tan prolífico componiendo que dejó anonadado al batería. «Ya desde el principio, Neil tenía sus propios temas. La mitad de nuestro repertorio, por lo menos, era de su cosecha; le salían como churros, uno tras otro… Parecía no tener fin: “Venid a ensayar, tengo una canción nueva”. Y siempre parecían muy pegadizas.» Según Bates: «Neil componía unas melodías preciosas, con unos cambios de acordes muy currados; no era algo que pudiera hacer un guitarrista del montón».

Esta sería la formación más sólida de los Squires, que duraría poco más de dos años. La banda ofreció su primera actuación oficial el 1 de febrero de 1963, por la friolera suma de cinco pavos. Pronto se hicieron con su propio grupito de seguidores, empezaron a tocar en el circuito de centros cívicos y organizaciones católicas juveniles de Winnipeg, y a juntarse con el disc-jockey de la CKRC Bob Bradburn. Cinco meses después de su primer bolo, consiguieron una fecha para grabar en un estudio, así que el 23 de julio, Neil y los muchachos entrarían en el diminuto estudio de la CKRC para grabar dos temas instrumentales, con el ingeniero Harry Taylor al mando de la primitiva mesa de dos pistas. Ocho semanas después, V Records, un sello local especializado en bandas de polka, publicaría el single doble con «The Sultan» y «Aurora».

«Yo pensaba que ibas allí, grababas tres tomas y escogías la mejor», comentaba Smythe. «No es que llegáramos allí y nos pusiéramos a tocar las canciones todos a la vez sin más; se grabó a base de overdubs.» El single fruto de aquella sesión tenía algunos toques graciosos, como Smythe dándole a un gong de manera intermitente o Bradburn susurrando «Aurora», pero en lo que respecta al sonido, el disco suena tan apagado y plano que podría haberse grabado por teléfono desde Siberia. Comparado con él, «Shakin’ All Over» suena tan pulido como el Sgt. Pepper. «The Sultan» era un agradable tema de surf y, agudizando el oído, en «Aurora» ya se perciben los burdos bosquejos de la progresión de acordes menores descendentes al estilo de Del Shannon que acabarían llevando a «Like a Hurricane». Por emocionante que resultara tener por fin un disco publicado, lo que más impresionado dejó a Jack Harper fue la frustración continua de Young. «Recuerdo que Neil nunca quedaba satisfecho con el sonido; buscaba el sonido perfecto. Neil tenía clarísimo lo que quería.»

Young ya había empezado su carrera, y otra de sus aficiones se quedó aparcada por el camino. «Estuve a punto de hacerme golfista profesional», le contó Young al disc-jockey Tony Pig. «Llevaba suéteres de alpaca, estaba en una onda completamente distinta… Al cumplir los dieciocho, me empecé a dar cuenta de muchas cosas, y vendí los palos de golf y me compré otra guitarra que fuera lo suficientemente buena como para tocar ante más gente.»

Aquella guitarra era una Gretsch naranja parecida a la de Randy Bachman. Tras recibir no pocos calambrazos, Young acabó haciendo añicos su Les Paul Jr. y comprándole la Gretsch a Johnny Glowa, no sin antes regatear. Ahora tenía un grupo, canciones y un hacha digna.

Eran tiempos inocentes. Koblun recuerda con ternura los paseos que daban por la ciudad en el Standard Ensign azul de Rassy. «Neil iba al volante y yo, de copiloto, sacando el pie por la ventanilla. Era un día de primavera precioso, y estábamos haciendo novillos. En la radio sonaba “Duke of Earl”.» Los Squires ya eran una realidad.

Harper. Bates. Todo un personaje. Lo pasábamos bien. Tiene sentido del humor, Bates. Cuando paso por Canadá, me encanta ir a tomarme una birra con Jack y Bates.

Recuerdo los uniformes que llevábamos en los Squires: camisas de un amarillo desvaído, chalecos con corbatas ascot. Éramos unos tíos muy molones.

Bluegrass Bob and the Bobcats era el nombre de una de las bandas que tocaba en Paterson’s Ranch House, donde tocábamos los sábados y los domingos por la tarde en un baile que organizaban. Una vez se juntaron allí cien personas, nuestro público más numeroso. Íbamos allí a tocar y nos anunciaban por la radio, y el tío le cobraba a la peña por entrar. A nosotros nos pagaba un porcentaje de la taquilla, pero luego te tocaba ir a hablar con el tío, y te daba la impresión de que te iban a matar o qué sé yo, solo por estar ahí; vaya mierda de negocio nos buscamos.

Ni siquiera me acuerdo de cómo quedó todo lo del porcentaje ni nada, lo único que sé es que siempre pensaba: «¡Qué fuerte! Me parece que los números no cuadran, pero no le digo nada a ese tío ni de coña». Un tío enorme, con un barrigón… Creo que tenía una pistola o algo por el estilo en un cajón. Yo tenía quince o dieciséis años, joder.

«Cuando salías con Neil ya sabías que tenías que llevar dinero», le contó Fran Gebhard a John Einarson. «Y también que tenías que cargar con su equipo.»

Neil tenía muchas amigas al inicio de su carrera —Susan Kelso, Jacolyne y Marilyne Nentwig, Fran Gebhard—, pero en asuntos de ligues de adolescencia, no es que tuviera mucha suerte. Edna Stabler, una amiga de Scott Young, recuerda que Neil fue de visita un fin de semana y sacó a dar un paseo a la chica de la casa de al lado. «Era una rubita muy mona, y él se pasó un poco de fresco —tampoco tanto, solo quería besarla— y le dio un bofetón.» Neil se puso tan nervioso —comentaba Stabler— «que se dejó olvidados sus pantalones grises de franela».

Una muchachita de Winnipeg se convertiría en su chica: Pam Smith. Pam, una rubia vivaracha —«A Neil le encantaba que llevara el pelo muy cortito, así que me pasaba la cuchilla todos los días»—, y su hermana gemela, Pat, estaban pasando el verano en el chalé familiar en Falcon Lake, un lugar de veraneo al este de Winnipeg. Neil y sus colegas Jack Harper y Jim Atkin también acabaron allí a finales del verano de 1963, y un buen día Neil se dejó caer por el supermercado donde trabajaba Pam.

«Neil tenía una sonrisa muy bonita», comentaba Smith. «Me pareció una persona muy sincera. Desde fuera, mostraba una actitud muy desenfadada, se reía mucho de todo; parecía el líder del grupo de amigos con el que estaba, pero creo que debajo de esa capa había un lado mucho más serio. Tenía la impresión de que no paraba de darle a la cabeza. Era una persona retraída.»

«Cuando más me gustaba Neil, era cuando estábamos solos. Neil te contaba ciertas cosas que hacían que te sintieras privilegiada, porque sabías que no se lo contaba a todo el mundo. Había ciertas cosas de su vida de las que no hablaba así como así.»

Young le confesó a Smith su angustia por no estar dotado para el deporte. «Era algo para lo que Neil no servía; poco menos que se disculpaba por ello. Neil era una persona insegura, y creo que por eso la música le hizo tanto bien. Cuando se metía en ese papel, tenía toda la confianza del mundo; mientras que a nivel personal tenía muchos recelos… Quería ser un tío normal, uno más, porque le daba la impresión de que no lo era, y aunque le dijeras que sí, no te creía. Neil sabía que era distinto.»

A Young le preocupaba particularmente el cuerpo tan enclenque que se le había quedado a causa de la polio. «Neil nunca nadaba; en parte, porque no quería que nadie lo viera sin ropa. No se sentía nada a gusto estando tan flaco.»

Neil también le contó a Pam la ruptura de sus padres, y le explicó que cuando ocurrió: «Tuvo que ir al juicio a declarar. Le preguntaron con cuál de sus padres quería vivir; para él fue una situación muy desagradable». En más de una ocasión, deleitó a Pam con sus recuerdos de los desayunos a base de tortitas que le preparaba su padre. «Se ponía nostálgico al hablar de ello. Neil se recreaba en aquellos recuerdos… Le hacía falta un padre en su vida.»

Smith disfrutaba a lo grande al subirse al coche desvencijado de Rassy para acompañar a Young cuando actuaba en los cafés bohemios como el Fourth Dimension. «Me lo pasaba bomba; era el tipo de sitio al que mis padres no me dejaban ir», comentaba. Pam sabía que Neil estaba completamente absorto en su música, porque entonces meneaba la pierna hacia dentro y hacia afuera. «Casi parecía que tenía un defecto, como si llevara la rodilla atornillada y de repente le aflojaran el tornillo y se le fuera de varas; me resultaba muy entrañable. Neil estaba enfrascadísimo en su música, y yo me sentía tan orgullosa que casi no podía soportarlo… Siempre tuve fe en él y siempre le animé a seguir adelante.»

Neil era todo un caballero. Una noche en que la pareja salió y se les hizo muy tarde, Young la acompañó hasta la puerta en vez de dejarla en la acera. «Fue genial… Mamá salió de inmediato y él se excusó por haberse demorado en llevarme a casa y le explicó el motivo. No me pusieron ninguna pega. Neil siempre fue una persona responsable.»

Pero al cabo de cinco meses, Young acabó con la relación de golpe y porrazo. «Vino una noche y me pidió que le devolviera el anillo», comentaba Pam. «Me quedé bastante consternada.» Young intentó reactivar la relación algunos meses más tarde. El músico, siempre sin un duro, llevó a Pam a la heladería Dairy Queen. «Aquello era algo inaudito: Neil comprando cucuruchos. Me acarició la mano, me miró y me dijo que me quería, así, sin más. Yo no supe cómo encajarlo, no sabía qué decir… Y le solté: “¡Tú me quieres a mí y yo quiero un helado!” ¿No te parece patético?»

No volvieron a ser pareja, pero Young seguiría mucho tiempo con Pam Smith en la cabeza. A parte de esa relación, su habilidad para conectar con los miembros del sexo opuesto seguía siendo pésima. Terry Crosby, un futuro Squire, recuerda una noche, estando de gira, en que las cosas se pusieron tan mal que Doug Campbell, otro candidato a Squire «se ofreció a prestarle su novia a Neil, porque él no tenía. Creo que el comportamiento de Neil venía muy condicionado por un montón de problemas de su vida personal: la polio, la ruptura de sus padres. Parecía que las cosas no acababan de funcionar. Era muy cortado con las chicas, se sentía intimidado por ellas».

La única mujer que ocupaba un lugar preponderante en la vida de Neil Young —Rassy— no se mostraba muy predispuesta a hablar del tema. «Neil no tenía novia de ninguna clase», espetó lacónica. «Estaba demasiado ocupado con la música.»

Yo vivía en otra dimensión, en una dimensión musical. Las vidas de los demás giraban en torno a las chicas, los bailes y el deporte. La mía, en torno a la música. Cuando iba al baile de alguna escuela, era porque tenía un bolo y esa noche me iba a sacar siete pavos y medio, joder, o la banda se iba a sacar veinticinco pavos. A eso iba yo a los bailes: a tocar, así que toda la parte del alterne me la perdí.

Al acabar de tocar, ¡esa era una de las primeras cosas en las que te centrabas! Pero no teníamos toda la noche para ir tirando la caña como los demás que estaban allí a la que caía. Fue curiosa, mi manera de madurar: pasé de no tener ni idea de chicas y de no saber muy bien cómo relacionarme con ellas a tenerlas a todas tirándoseme encima al empezar a hacerme famoso. No sabía qué pensar de todo aquello, pero así es la vida.

—¿Te resultaba fácil el trato con las mujeres?

—No, para nada. No sé por qué, pero está claro que no me resultó nada fácil. Tenía algo que ver con mi madre.

—¿Cómo llevaba Rassy el tema de las novias?

—No es que me apoyara mucho en ese aspecto de mi vida, que digamos… No sé. No recuerdo que me diera ningún tipo de consejo importante al respecto.

—Rassy tenía mucho carácter.

—Era muy dominante; como todas las mujeres que he conocido en mi vida, de Pam en adelante. Me gusta que sean así. Y la gente que tiene un carácter tan fuerte, creo —sobre todo cuando eres tan joven—, creo que actúa sin darse cuenta del daño que hace; sin darse cuenta de lo que hay. Yo no tenía ningún punto de referencia por el que guiarme para saber cómo se suponía que tenía que actuar un tío, lo que tenías que tragarte y lo que no… Todavía sigo en fase de aprendizaje.

Las chicas sentían que pasaba de ellas cuando me acompañaban a los conciertos; se crea como una especie de vacío, es como si dejara de existir, en plan: ¿Dónde cojones ha ido Neil? Y eso es algo muy angustioso.

—«I Wonder», un tema de los Squires, habla de cómo tu chica acaba yéndose con otro. ¿Estaba inspirado en un hecho real? Pam recuerda que una vez fuiste a verla y estaba con otro chico.

—Puede que tuviera algo que ver con Pam.

—La traición actúa como un extraño telón de fondo en algunas de tus canciones.

—Ya, es verdad… No creo que tenga que ver con Pam, aunque puede que fuera un tema soterrado. Ahí todavía queda algo por resolver, porque cada vez que hablo de ello me asaltan todo tipo de sentimientos.

—¿Haces eso por principio: borrar de tu mente cualquier episodio desagradable?

—No se trata de ningún principio. Creo que así es como actúa mi cabeza en el plano subliminal; me quedo con las cosas buenas y punto. Puede que en mi subconsciente hayan quedado grabadas todas esas cosas en las que no quiero pensar, que ni siquiera recuerdo, porque las he tenido encerradas a cal y canto dentro de mi propia cabeza. Y puede que sea eso lo que alimente ese tipo de sentimiento particular que brota de mi música.

—Pam recuerda que os volvisteis a ver en la heladería Dairy Queen, donde tú le profesaste tu amor y ella te respondió: «Tú me quieres a mí; y yo quiero un helado».

—Sí, seguro que aquello me estuvo rondando por la cabeza durante un par de semanas.

—Eso es lo que pensó Pam.

—Je, je. No se me ocurre nada que pasara con Pam que no fuera bueno. Por ejemplo, ya sé que debimos de cortar en algún momento, pero no lo recuerdo. Prefiero recordar cómo me sentía en aquella época sin intentar especificar demasiado, porque parece que cuanto más lo haces, más se apaga el sentimiento…

Pam es un encanto de chica; una buena persona. Lo pasábamos muy bien juntos. Era desenfadada, era divertido hablar con ella, estar con ella; y además, era guapa.

Nunca se volvió contra mí, je, je. Eso es lo que más me gusta de ella, porque recuerdo que siempre tenía palabras de apoyo para mí.

Yo soy demasiado cabezón y ponía a Pam de los nervios. Lo único que recuerdo ahora es que sé que me quería tanto como yo a ella. Puede que no fuera capaz de decirlo, pero lo sé.

«Estaba jugando al tenis y viene Neil y me dice: “Acabo de escuchar a unos tíos que llevan unos flequillos larguísimos que les tapan toda la frente; se llaman los Beatles”», recuerda Allen Bates. «Estaba flipadísimo.»

La Invasión británica arrasó Winnipeg a principios de 1964 y, como era habitual, los primeros en apuntarse a la nueva moda fueron los Reflections, que empezaron a incluir temas de los Beatles en su repertorio, y de paso hicieron que los Squires se engancharan al nuevo sonido. El ídolo de Young, Randy Bachman, llegó incluso a cambiar su adorada Gretsch por el instrumento preferido de los pelo-casco: una Rickenbacker. La Beatlemanía introduciría otro cambio radical además del peinado de orinal y los botines, porque la música instrumental de los Squires ya no bastaba para hacerse un nombre en la escena musical de Winnipeg; ahora era indispensable tener un cantante. En la era de Paul McCartney, Cliff Richard y Roy Orbison, los agudos gorgoritos de Young sin duda alguna destacaban. Según recuerda Ken Smythe, los primeros pinitos que hizo Neil como vocalista durante los ensayos en el sótano de su casa no cautivaron al personal precisamente. «Mi madre era profesora de música y pensaba que no lo hacíamos nada mal, allá abajo en el sótano… Hasta que Neil empezó a cantar.»

«Neil no estaba seguro de valer para cantar», afirmaba Koblun. «Creo que fue el aspecto económico lo que le hizo decidirse, porque si pillábamos a un cantante, tocábamos a menos pasta por cabeza.» El primer recuerdo que tiene Neil de cantar en público es en la cafetería del Instituto Kelvin versionando a los Beatles. Algo más adelante, durante la siguiente sesión de grabación de los Squires en la emisora CKRC el 2 de abril de 1964, la banda grabó un puñado de temas originales de Young, entre ellos uno titulado «I Wonder», que incluía voz.

Al acabar la sesión, el ingeniero de sonido Harry Taylor le dijo a Young sin rodeos: «Chaval, eres un buen guitarra, pero nunca llegarás a nada como cantante».

Harry, quiero que sepas, ¡que tienes toda la razón! Pero lamentablemente, por motivos económicos, voy a tener que cantar. Aquello fue un factor determinante. Teniendo en cuenta que nos sacábamos veinte dólares por noche a repartir entre cuatro, si metíamos a otro tío más, nos costaba un pavo a cada uno. Pensé, venga, voy a probar a ver qué pasa. No es que me muriera de ganas por ser el cantante y pensara: «Cómo mola, tengo unas ganas locas de salir ahí fuera a cantar».

—¿Qué reacción provocó tu manera de cantar?

—Bueno, seguro que no debió de ser como para tirar cohetes, ¿no te parece? La primera vez que salí a cantar delante de todo el mundo, fue una rayada de la hostia. Todavía recuerdo aquel día; estaba cagado. Tocábamos en un colegio; montamos todo el equipo y tocamos allí mismo, en la cafetería. Creo que tocamos «It Won’t Be Long» y «Money». Y luego nos fuimos a clase.

—¿Se te pasó el cague después de cantar?

—Ajá. Después de exponerme de aquella manera, creí oír a alguien gritar algo del tipo: «Chaval, no vuelvas a hacer eso». Je, je. La verdad es que no recuerdo bien cuál fue la reacción; recuerdo más bien cómo me sentí yo, que me sentí genial por haber cantado.

—Y seguirías cantando.

—Sí, aunque no lo describiría como una prueba, en plan que iba a cantar y si me salía bien, seguía, je, je. Cuando te pones a cantar —a no ser que todo el mundo te grite a la cara: «No vuelvas a hacer eso»—, creo que ya no paras. Yo seguí intentando cantar; lo estaba intentando, je, je. Mi propia voz me resulta un puto misterio. No sé qué pasa, pero suena distinta todo el tiempo. Puedo cantar en plan tranquilo y sonar de una manera, y puedo cantar alto y berreando y sonar de manera completamente distinta. Llevo varias voces diferentes en mi interior, y cuanto más me suelto, más canto y mejor lo hago.

Canadá estaba bastante al día en el tema musical. Podías conseguir muchos discos raros en Canadá que ni siquiera llegaban a Estados Unidos. Los primeros discos de los Beatles, por ejemplo. Nosotros ya los conocíamos mucho antes de que aparecieran en El show de Sullivan. Los Beatles fueron número uno en Canadá antes que en Estados Unidos. Todos los singles del principio, «From Me to You»; «She Loves You» fue número uno, y nunca llegó a ser número uno en Estados Unidos; total, que nos llegaba todo el rollo inglés de inmediato.

Pero yo creo que estaba mucho más metido en mogollón de música rara que me molaba. Wolfman Jack; Dick Biondi, que era un disc-jockey la hostia de importante en Chicago por aquel entonces. En la WLS, emisora que se pillaba desde Winnipeg. American Bandstand Shindig, con Leon Russell26, teníamos acceso a todos aquellos programas. Vi a los Crickets después de que muriera Buddy Holly. Con Glen Hardin al piano, Sonny Curtis, Jerry Allison; eran fantásticos. Lo único es que no tenían a Buddy con ellos. Tocaron en una pista de patinaje en Winnipeg Beach. Recuerdo ver cómo montaban el equipo ellos mismos; llevaban un Cadillac y una furgoneta de alquiler. ¡Qué tiempos aquellos!

Fui a ver un programa de Dick Clark Caravan of Stars con Fabian de presentador27. Esto era cuando el tío ya estaba de vuelta de todo; salía y no paraba de decir: «No os preocupéis, no voy a cantar». Vi a Roy Orbison cuando estaba en lo más alto, joder, en el 61 o el 62; en Winnipeg. Roy and the Candymen. Se salieron.

Los Beatles molaban porque eran un grupo; pusieron de moda las bandas, por eso me afectaron los Beatles. Me dejaron muy impresionado al principio, pero no siguieron juntos mucho tiempo, así que perdías un poco la pista de lo que hacían. Los Beatles aportaron muchas cosas en muy poco tiempo; fue brutal. Dejaron la hostia de material.

¿Qué pensaba de John Lennon? Que era increíble; un tipo curioso, tan idealista. Nunca llegué a verlo en directo. Ojalá hubiera tenido la oportunidad de tocar con él; seguro que habría molado.

Los Rolling Stones, aquello ya era otra cosa, porque siguieron en el ajo, en vez de durar solo cinco años. Tardaron más en aportar algo grande. Los Beatles tardaron unos cinco años en hacer su aportación; visto y no visto, ¿verdad? Los Rolling Stones sacaron «Miss You» mucho después, años después de que se separaran los Beatles. Y si piensas en los Rolling Stones, ese es uno de sus mejores LP, Some Girls; con Ron Wood, ya sabes. Habían pasado por un montón de cambios. Me molaba el hecho de que los Stones duraran tanto y no dejaran de hacer música que resulta imprescindible.

Lo que realmente me molaba de los Stones era cuando Brian Jones y Keith Richards tocaban juntos. A pesar de que Brian Jones no era más que un niñato al que le tiraba el blues guarro, tenía un punto exótico. Tío, al principio Brian Jones aportaba algo muy marciano al grupo; ¿qué me dices de las virguerías con el slide y toda la pesca? Era muy cañero, Jones; una lástima que estuviera tan loco. Menudo drogata. Todos eran jóvenes y estaban experimentando mogollón de cambios rapidísimo. Brian no logró vivir para contarlo.

«Satisfaction» era un disco buenísimo y «Get Off My Cloud», aún mejor. Más suelto, no tan comercial. Se dejaban llevar a saco. Ya sé que «Get Off My Cloud» es peor canción, y que la ejecución probablemente tampoco sea tan buena como la de «Satisfaction», o puede que sí, pero lo que tiene es que obviamente no deja de ser una puta canción improvisada de camino al estudio o la noche anterior, ¿entiendes? Eso es lo que me gusta de ese tema, que suena a los Rolling Stones de verdad.

Recuerdo escuchar uno de sus singles muy del principio: «I’m a Man». Era tope duro, muy crudo… Salió en la época en que estaba aprendiendo a tocar, y le prestas mucha atención a las canciones, estás aprendiendo. Entonces te planteas las cosas de manera algo distinta, no te importa tanto lo que dice la canción como si es fácil o difícil de tocar. Si es fácil, entonces ¿significa que no saben tocar? ¿Son buenos o no? Todavía intentas sacar todo eso en claro. Lo que pasa es que te llegas a quedar tan pillado con unos cuantos acordes y cambios que pierdes la perspectiva… Te olvidas de que esas chorradas son las más difíciles; hacer de ellas algo grande.

Hace muchos años, cuando iba al instituto, intentaba decidir lo que quería hacer… Pensaba que a lo mejor me gustaría llegar a ser como uno de esos guitarras de rock que estiran las cuerdas, se ponen a tocar de rodillas y vuelven loco al personal. Pero luego pensé que también quería ser como ese otro tipo de tío, el que sale al escenario con una guitarra acústica sin más, y cantar un puñado de canciones, cantar sobre cosas que sentía muy en mi interior y sobre lo que veía que sucedía a mi alrededor.

Y luego vi a Bob Dylan, y a tantos otros: Phil Ochs, Tim Hardin, Pete Seeger, y se me empezaron a aclarar las ideas; sin embargo, no conseguía olvidarme del tipo aquel que tocaba la guitarra dando saltos… Me quedó claro lo que quería hacer con mi vida.

FRAGMENTO DEL DISCURSO QUE DIO NEIL YOUNG EN 1998 CON MOTIVO DE LA ENTRADA DE WOODY GUTHRIE EN EL SALÓN DE LA FAMA DEL ROCK.

«Neil acababa de descubrir a Bob Dylan», comentaba Joni Mitchell. «Estaba en una etapa de transición entre el rock and roll y el folk. Se le acababa de ocurrir la idea de escribir letras más poéticas, así que empezó a frecuentar el circuito de los cafés.» Joan Anderson también era otra cantautora folk en ciernes que hacía la ronda de los garitos del mundillo cuando coincidió por primera vez con Neil Young en el Fourth Dimension a mediados de 1965. Situado muy a las afueras de Winnipeg, cerca de la universidad, el club formaba parte de una cadena, un «pequeño circuito que comprendía tres o cuatro ciudades, así que podías tocar en todos los 4-D del tirón», explicaba Randy Bachman. Una experiencia de lo más bohemia para un joven Squire. «Luz tenue, muchas velas y mucho incienso, y mogollón de tías sin sujetador», dijo Allen Bates.

Mitchell y Young eran una especie de almas gemelas; ambos eran jóvenes, muy apasionados y únicos donde los haya, de manera exasperante. El encuentro debió de ser como dos marcianos que se reconocen el uno al otro en medio de la pradera. Si bien nunca estuvieron tan unidos como algunos creen —básicamente, porque ambos son lobos solitarios—, sus caminos se cruzarían con frecuencia en los años venideros. «Neil y yo tenemos mucho en común: somos canadienses, Escorpio, contrajimos la polio durante la misma epidemia y nos hizo mella en las mismas partes del cuerpo; y los dos tenemos un humor bastante negro», comentaba Mitchell. «Los típicos canadienses.» Mitchell recuerda acabar asistiendo a un acontecimiento deportivo con Neil para ver a Rassy jugar al curling. «Rassy era chabacana y de armas tomar. Auténtica denominación de origen de la pradera.»

Mitchell nunca tuvo la oportunidad de ver a los Squires en el 4-D, toda una lástima, porque después de que Young convenciera a los del club para que incluyeran algo de rock and roll en su programación, la banda consiguió desatar el frenesí de los beatniks en aquel febrero de 1964. Los miembros del grupo recuerdan que las versiones de los Beatles triunfaban a lo grande, incluso a pesar de los escarceos de Young como vocalista. «Cuando tocamos “It Won’t Be Long” en el 4-D, la verdad es que nos llovieron los aplausos», recuerda Bates. «Neil vino después diciendo: “¡Les ha gustado! ¡Les ha gustado!”. Estaba entusiasmadísimo.»

El 4-D pasaría a convertirse en el local de moda y, para Young, siempre sin blanca, en una manera de comer por la patilla. No cabe duda de que todo el contacto con la música folk contribuyó a meterle más ideas en la cabeza y a ampliar su vocabulario musical más allá del rock and roll de los años cincuenta. Sin embargo, nunca renunció a sus raíces. Lo bueno de Young radica, en parte, en que se curtiera tocando en una banda instrumental un tanto rarita que se desvivía por tocar «Rumble» poniendo en ello todo su empeño, y en que, a diferencia de la mayoría de sus colegas folkies, jamás olvidó ni disminuyó la intensidad de aquel impresionante sonido tan cojonudo que había cautivado su atención en primer lugar. En el alma de Young había sitio para «Bop-A-lena» y «Don’t Think Twice, It’s All Right», para el tipo serio de la guitarra acústica y para el roquero doblacuerdas; a veces en la misma canción. Al cabo de un año o poco más, Young descubriría que mientras estuviera en la cuarta dimensión28, podía ser ambos.

Al principio me interesaban Kingston Trio; Peter, Paul and Mary, pero hace la tira, cuando eran populares en el mundillo universitario; luego, Dylan. La música folk, el mundillo de los cafés. Me gustaba: la música sonando continuamente; la gente; estar por allí, fumando cigarrillos, bebiendo café. Era divertido. Iba al 4-D a pasar el rato; nunca tenía suficiente dinero y siempre me dejaban entrar por el morro.

«Four Strong Winds», de Ian and Sylvia, significaba mucho para mí. Recuerdo ponerla en Falcon Lake, estando con Jack, Pam y Pat, y escucharla una y otra vez. Es la canción, la melodía, todo el conjunto; pero también tenía un mensaje, ¿sabes?: dejar atrás ciertas cosas, esa sensación de que algo no va a salir bien. Me sentía identificado con el sentimiento que describía la canción.

—¿Quién hizo que te aficionaras a Bob Dylan?

—Bob. Empezó a sonar por la radio un buen día, en Winnipeg. Era en la época en que intentaba dar con la manera de conseguir un visado para ir a Estados Unidos, de llegar a Los Ángeles directamente desde Winnipeg. Quedaba mucho con unos chavales que iban a un instituto privado al que yo no podía ir, porque no nos lo podíamos permitir. Eran gente de puta madre, algo mayores que yo y tenían Freewheelin’ o su primer disco. Fue entonces cuando lo escuché por primera vez y me moló mucho.

Dije: «Este tío es todo un personaje». Sabía que me iba a gustar desde la primera vez que lo oí. Su voz era tan diferente; nunca había oído a nadie que sonara así, supongo que si hubiera podido escuchar mi propia voz, je, je… Siempre ha habido montones de voces peculiares. ¿Qué me dices de Ray Peterson y su «Tell Laura I Love Her»? Eso sí que es una voz rara. Roy Orbison tiene una voz rara; preciosa, pero rara, con ese sonido aterciopelado, como de ópera.

Me gustó la voz de Bob en cuanto la oí por primera vez. Pensé: «Anda, también hay un tío que suena diferente haciendo este rollo; me encanta este tío. Ahora ya sé que yo también puedo componer canciones».

Desde la separación familiar, Scott había pasado a un segundo plano en la vida de Neil y, básicamente, el contacto se limitaba a las airadas discusiones telefónicas con Rassy reclamándole más dinero. «Rassy era una persona de trato difícil», comentaba Astrid, la segunda esposa de Scott, que recuerda que una operadora acabó cortando una llamada por ser tan mal hablada. Astrid también recuerda la frustración que sentía Scott por la falta de información acerca de los estudios de su hijo: «En numerosas ocasiones pidió que le mantuviera informado y no obtuvo respuesta».

Tanto Pam Smith como Jack Harper recuerdan lo nervioso que se ponía Neil por lo poco que veía a su padre. «Parecía angustiarle tanto», comentaba Harper. «Recuerdo decirle: “Oye, ¿quieres que vaya contigo?” Me dijo que no, que iba a encargarse de ello él solo.» Fue durante una de aquellas visitas, en mayo de 1961, cuando Neil le habló a su padre por primera vez de su interés por la música y le dio una tarjeta de los Esquires, la banda de la que no tardarían en echarle. Scott reconoce que en aquel momento no encajó nada bien aquella pasión de Neil por la música. «No acababa de entenderlo; yo no estaba ahí con él todo el tiempo, no había estado presente para poder ver y oír», escribe Scott.

Según Rassy, esa libertad para poder dedicarse a la música habría sido inconcebible de haber estado Scott al mando. «A Neil nunca se le habría permitido ensayar tantas horas si no hubiéramos estado separados. Cielos, ni pensarlo; demasiado ruido.» Bob coincidía con ella: «Creo que para Neil resultó muy positivo tener a alguien que no le echara la bronca continuamente por lo mal que iba en los estudios. Muchas veces, esos padres empeñados en apostar por lo seguro acaban por cargarse toda la chispa creativa».

Quienes visitaron el hogar de Scott y Astrid del 280 de Inglewood Drive recuerdan un ambiente conservador hasta resultar sofocante, y muchos lo atribuyen a la esposa de Scott. «Astrid no tenía sentido del humor alguno», comentaba June Callwood. «Era muy islandesa, siempre vestía de blanco y negro exclusivamente, dándonos a entender a todos que los colores eran una vulgaridad. Ninguno conseguimos caerle bien, y Scott se lo tomó como una muestra de antipatía por nuestra parte.» Una vez más, Scott se puso del lado de su pareja, decía Callwood, igual «que había hecho con Rassy».29

El tema de la música salió durante una visita de una semana a la casa de Scott en el verano de 1962, en un momento en que las notas que sacaba Neil en Winnipeg iban de mal en peor. «Casi parecía que Neil solo seguía yendo a clase para poder continuar beneficiándose de aquel arreglo económico», afirmaba Astrid, en referencia a los cien dólares mensuales que Rassy recibía mientras Neil fuera a la escuela. «Neil dijo: “Soy incapaz de concentrarme en el colegio… Estoy tan enfrascado en la música que se me va la cabeza”», recuerda Scott, que le sugirió a su hijo dejar el colegio y apuntarse a clases en el conservatorio. Pero, según Astrid, a Neil no le interesó la oferta, y recuerda que «dijo: “No, si tengo que lanzarme, ahora es el momento de hacerlo; no hay tiempo que perder”».

Si bien la idea de meter a ese roquero tan poco comunicativo en una escuela de música parece bien intencionada pero equivocada, lo cierto es que la propuesta fue objeto de escarnio en Winnipeg. «“¿Crees que a Neil le gustaría estudiar en un conservatorio de Toronto que cuesta cien pavos al mes?” Seguro que aquello habría sido la mar de interesante», comentaba Rassy. «Scott vive en una nube.»

Scott era, sin lugar a dudas, el más conservador de los dos y hacía hincapié en la importancia de acabar los estudios y contar con una carrera como base. «Mi padre tenía la manía de vincular cualquier cosa que hiciera a los resultados académicos de la persona con quien estuviera tratando», explicaba Bob. «Y a mi madre le daba por analizar el sistema escolar y decir: “Estos paletos no tienen ni idea de lo que hacen”. No es que se limitara a decirlo sin más, es que si la provocaban era capaz de ir y soltárselo a ellos a la cara.»

Este choque de principios alcanzó su apogeo por culpa de un amplificador. A principios de mayo de 1964, Scott recibió una carta de su hijo en la que le pedía un préstamo de seiscientos dólares para comprarse un ampli. «Voy mejor en los estudios y por fin estoy empezando a centrarme», le escribía Neil, sin tener ni idea de que Scott ya se había puesto en contacto con el colegio y preguntado por sus notas: cuatro suspensos, lo que significaba uno más que en Navidad. El 9 de mayo, Scott le respondió por escrito, de manera categórica, reprendiendo a Neil por su falta de honestidad y ofreciéndose a cofinanciar el préstamo para el amplificador si sus notas mejoraban en junio:

No es mi intención desanimarte, pero es obvio que tienes que empezar a afrontar los hechos seriamente. Si hubiera leído la carta que me escribiste sin conocer los hechos, habría pensado que todo iba a las mil maravillas. Desgraciadamente, no te veo con la suficiente frecuencia para saber cómo vives el día a día, pero si aspiras a llegar a alguna parte, sea lo que sea que quieras hacer, tienes que ser capaz de distinguir entre lo que tú ESPERAS que ocurra y lo que realmente es cierto. Creo que, si te esfuerzas, puedes sacar buenas notas; pero eso pasa por ESFORZARSE en serio, y no limitarse a decir que las cosas van mejor, cuando tienes cuatro suspensos de siete asignaturas en todas las narices…

Me complace enormemente tu interés por la música y tu aparente destreza, pero eso ahora no es tan importante como que acabes tus estudios lo antes posible. Tu madre recibe cien dólares todos los meses para que puedas estudiar, sin tener que preocuparte por conseguir el dinero por otros medios…

No quiero extenderme en una larga perorata sobre este tema: No tienes tiempo. Los exámenes deben de estar al caer, y cada hora delante del libro cuenta, así que ahora es el momento de demostrar lo mucho que vales. Lo sé, porque lo hacías cuando eras niño; siempre fuiste optimista, pero también mostrabas determinación y un par de huevos cuando era necesario, y creo que ahora es el caso. Me harías el padre más feliz de todo Canadá si dentro de unos meses vinieras a enseñarme las notas diciendo: «Venga, Papá, ya estoy preparado para el amplificador».

Te quiere, Papá.

Pete «El Dragón Mágico» Barber, un amigo de Neil, estaba con Young el día que recibió la carta. «Volvíamos a casa del colegio y Neil llevaba la carta. Se sentía defraudado, dolido; incluso te diría que enfadado. Fue algo muy duro.»

La carta de Scott no suscitó otra de su hijo a modo de respuesta; en vez de ello, escribe: «provocó que mi exmujer me contestara con una carta larguísima, en la que me preguntaba que qué problema tenía, me decía que siempre medía las cosas —incluida ella, nuestros hijos, todo— en función del dinero. Como diatriba, no tiene parangón; es una lección magistral». Para poder escribir en su columna del Globe and Mail acerca de este incidente —y de los sucesivos en referencia a su exmujer y a su hijo—, Scott se inventó un alias: James Reilly Dunn. «Escribir a través de otra persona te permite ser totalmente franco con el prójimo acerca de tus sentimientos», afirmaba Scott, sonando muy parecido a como lo haría su hijo años después, al explicar cómo escribía canciones desde el punto de vista de otro personaje.

«James Reilly Dunn era mi álter ego», explicaba Scott. «Era todo un personajillo: llevaba los calcetines agujereados y se pasaba un pelín con la bebida. En aquel momento, tenía en Winnipeg a mi hijo, al que quería muchísimo, y había gente que estaba del lado de Rassy y en mi contra sin parar de ponerme a caldo, que no es que me importara, pero muchas veces pasaban cosas que me era imposible explicar. Era difícil ya para mí, así que ya ni te cuento si se lo tenía que explicar a algún amigo, total que si James Reilly Dunn era capaz de resolverlo en setecientas palabras… De hecho, en algunas columnas medio justificaba mi manera de actuar, que pensaba que mucha gente podía compartir o no; por eso interesaba a unos y enojaba a otros por igual.»

Una de las personas a las que enojó fue a Rassy, que se tomó aquellas columnas —que eran bastante inofensivas— como un ataque directo. «No sé en qué estaría pensando Scott, pero está claro que escribía unas columnas deleznables, poniéndome a parir por dejar que Neil se saliera con la suya. Mi abogado me dijo que lo demandara y le sacara hasta el último penique, pero Neil no quería, porque habría montado un berenjenal impresionante.»

No cabe duda de que para Rassy ayudar a su hijo a hacer realidad sus sueños era una manera de desautorizar a su exmarido. «A Scott le parecía fatal que yo le permitiera a Neil hacer todo aquello, pero no podía hacer nada para impedírmelo.» Esas Navidades, Rassy consiguió reunir el dinero necesario para comprarle a Neil el amplificador. Scott pasaría a la posteridad como el malo de la película; sin embargo, en Neil and Me sostiene: «Volvería a actuar del mismo modo. Es mi manera de obrar; hay que aprender a valorar las cosas». (Años después, cuando Astrid, la hija de Scott, empezó a mostrar interés por la música, no tardó en recibir un regalo de su hermanastro Neil: un ampli.)

La madre de Neil sentía una devoción innegable por su hijo, de eso no cabe duda. Por mucho que a veces perdiera el control, no se entrometía y dejaba que su hijo fuera a la suya. Rassy, según escribió su hijo Bob en 1971 en un artículo de la revista Maclean’s, «era la primera fan de Neil, su principal fuente de apoyo, y él la necesitaba. Luchaba para defenderlo, y las luchas las tenía, al parecer con demasiada frecuencia, con mi padre».

No recuerdo muy bien qué pasó. Quería un ampli. Le pedí a papá si nos podía prestar algo de dinero para comprarme un ampli y me dijo que mis notas no eran lo suficientemente buenas; que si sacaba buenas notas, podría comprarme el ampli. Mamá puso el grito en el cielo, la típica discusión de siempre, ya sabes. Yo probablemente habría hecho lo que hizo papá, pero tampoco puedo poner la mano en el fuego.

—Tu padre pensaba que no estabas solo cuando le escribiste aquella carta.

—No me acuerdo, pero seguro que Rassy vio la carta. ¿Cómo pudo no haber visto la puta carta? Sí que vio la respuesta. Ella sabía que le había pedido el ampli. A un hombre no le hace ninguna gracia escuchar a su mujer por boca de su hijo en ese tipo de situación.

Hay que reconocerle a papá el mérito de ser mi padre y ayudarme, pero no hizo todo lo que mamá pensaba que debía hacer, por eso ella se lo tomaba todo tan a pecho… En cualquier caso, era su problema.

Aquel mes de agosto, en Falcon Lake, Young tuvo una revelación. «Neil vio a un grupo, los Crescendos, llegar al paseo marítimo y enchufar el equipo en un chiringuito, básicamente conectar un par de amplis a un enchufe y ponerse a tocar», comentaba Harper. «Creo que eso hizo que a Neil se le encendiera una bombilla en plan: “Uuummm… Podíamos ir de gira”». Young convenció a la dirección del hotel para que contratara a los Squires a cambio de alojamiento y dietas, y luego llamó a sus compañeros de grupo muy emocionado para decirles que movieran el culo y se reunieran allí con él cuanto antes. Lamentablemente, Smythe y Bates ya habían hecho planes para el fin de semana. «Neil se pilló un mosqueo considerable», recuerda Smythe, que aún se pone nervioso al recordarlo más de treinta años después. «Estaba cabreado, pero muy en serio.». Young echó a todo el grupo, a excepción de Koblun, que se había mostrado dispuesto a ir a Falcon Lake y también se mostraría dispuesto a abandonar los estudios un mes más tarde cuando lo hizo Neil.

«Creo que Rassy tenía un… Bueno, llamémoslo sexto sentido», comentaba Nola Halter. «Creo que era consciente de que intentar hacer cambiar de opinión a Neil resultaría agotador. Tenía una fe absoluta en él.»

Snooky, la hermana de Rassy, se hallaba en Winnipeg visitando a Pearl en el hospital cuando Neil se acercó para ponerle al corriente de sus planes. «Le dije: “Neil, ya casi has acabado; ¿por qué no te esperas a tener el título de bachiller?” Me contestó: “No puedo, tía Snooky; mi música necesita ver la luz”. Esa misteriosa música era la que le guiaba.»

Huelga decir que había una persona a la que Rassy tenía que mantener al tanto de los progresos académicos de Neil. «Estimado Scott», escribió en una carta dirigida a su exmarido aquel mes de septiembre, «Neil ha decidido seguir tu consejo y dejar los estudios».

El colegio ocupaba un lugar secundario en relación a la música. Recuerdo que el Sr. Hodgkinson —el subdirector del Kelvin— me cogió por banda y me dijo: «Neil, ¿qué piensas hacer con tu vida?» Yo le dije: «Pues mire, me gustaría tocar en un bar». Y él me respondió: «Eso es flor de un día, ya lo sabes. En el mundo de la música, hay un flujo continuo de gente; fíjate, oyes hablar de alguien un año, y al año siguiente ya ha desaparecido».

Bueno, pues aquello me caló hondo. Ese no iba a ser yo; pero asimilé aquella información y pensé, bueno, pues si así están las cosas, es lo que hay y punto. Esto es lo que quiero hacer. Tenía tantas ganas de llegar a ser un músico profesional que aquello me daba igual y ninguna de las gilipolleces que la peña me decía, intentando disuadirme; nada de aquello me importaba lo más mínimo. Yo nunca tiré la toalla.

El músico profesional ahora necesitaba encontrar nuevos miembros para su banda. Bill Edmunsen, que vivía justo enfrente, pasó a ocuparse de la batería. Edmunsen era un tipo escandaloso, enternecedor y todo un donjuán, nada que ver con los Squires anteriores; «estaba como una auténtica cabra», comentaba Allan Bates, que por aquel entonces dejaba el grupo. Rassy sacó a Edmunsen de apuros en unas cuantas ocasiones. La más celebrada ocurrió cuando le dio por «llevarse prestada» una bandera de los Juegos Panamericanos y la escondió en el piso de Neil. Edmunsen sería el primero de toda una larga serie de personajillos en torno a los que Young gravitaría sin cesar en los años venideros: un músico cojonudo que derrochaba demasiada bondad y pasión como para soportar la anodina vida típica del currante.30

Young incorporó al pianista Jeff Waukert y, aparentemente inspirado por la armónica de John Lennon en «I Should Have Known Better», empezó a tocarla él también. Además, Young realizó un sutil cambio en el nombre del grupo. Un día, según recuerda el batería, estaban en un restaurante y Neil les dijo a él y a Koblun: «Voy a continuar en este negocio el resto de mi vida, no me cabe ninguna duda. ¿Os importa si pongo mi nombre delante del grupo: Neil Young y los Squires?»

Young también necesitaba un vehículo para que la banda dispusiera de movilidad, y Rassy le prestó el dinero para comprarse su primer auto: un coche fúnebre Buick Roadmaster del 48, al que bautizó con el nombre de Mortimer Hearsebug31, alias Mort. Mort era acero templado: grande y de color negro, su decoración incluía una moqueta azul, unas cortinas negras y unas cenefas con borlas doradas. «Abrías la puerta y la rampa se desplegaba directamente en la acera», le contó Young a Cameron Crowe. «¿Qué había más grande que eso? Menuda manera de hacer tu aparición: llegas al garito y solo necesitas desplegar la rampa para descargar el equipo.» Por desgracia, el coche fúnebre también llamaba la atención de la policía municipal. Rassy recuerda que Neil se vio atrapado en medio de un entierro, era el segundo coche fúnebre del séquito. «Me pregunto cuántos difuntos debieron de pensar que llevaban», comentaba Rassy, afirmando que su hijo era totalmente inmune a cualquier tipo de contratiempo. «Neil no se inmutaba por nada; no se dejaba inmutar. Él iba a la suya y no dejaba que nada se interpusiera en su camino.»

Al cabo de un mes de actuaciones por todo Winnipeg, Young decidió probar suerte fuera de allí. Eligió como destino Fort William, una ciudad de clase obrera a unos ochocientos kilómetros al este de Winnipeg. El 12 de octubre, la banda emprendió el viaje en tren, menos Waukert, al que su familia no le permitió ir. Este lugar tan peregrino acabaría siendo clave para Neil. Sería en Fort William donde empezaría a tocar su peculiar mezcla de rock-folk, y de paso a ensimismarse con la guitarra eléctrica. También fue en Fort William donde Young conocería a Stephen Stills. ¿Qué era para Neil lo más importante que Fort William le podía ofrecer? «Independencia.»

Thunder Bay es uno de esos lugares surrealistas, perdidos en medio de la nada, tan típicos de Canadá. Fort William y Port Arthur, que originalmente eran dos ciudades, se unificaron para formar Thunder Bay en 1970. Situada en el lago Superior, a poca distancia de la frontera entre Canadá y Estados Unidos, Thunder Bay es una pequeña ciudad mugrienta y con encanto. Los trenes pasan a través del casco antiguo con gran estruendo, y el destartalado Sea-Vue Motel —donde se alojaban Neil y su banda, años ha, cuando sobrevivían a base de mortadela y crackers— continúa alquilando habitaciones. La ciudad contaba incluso con su propio famosillo local de poca monta: Paul Shaffer, líder de la banda de música de un conocido programa televisivo. También estaba aquel cantautor folk desconocido que venía de Hibbing (Minnesota), muy cerca de allí. «Echamos a Bob Dylan de la radio», se jactaba Ray Dee, toda una leyenda local. «Cruzó la frontera a pie, con la guitarra a la espalda, y pretendía cantar en la radio. El productor le dijo: “Aquí no hacemos esas cosas”.»

Young me insistió una y otra vez para que hablara con Ray Dee, algo rarísimo, ya que parecía darle igual casi todo el resto de la gente. «Tienes que hablar con este tío; él fue el primer Briggs», dijo, refiriéndose a David Briggs, su productor de toda la vida. Aquel era el mayor cumplido que cabía esperar de Neil. Ray Dee despedía una onda de lo más intimidante y no se andaba con tonterías. Me dio la impresión de que no se habría cortado un pelo en decirle a Shakey que cogiera el autobús de vuelta a casa si hubiera pensado que el tío se estaba comportando como un gilipollas.

«No tengo muchos amigos íntimos», me confesó Dee. «Soy una persona muy sensible y muy emotiva. Neil era igual que yo; tiene cierta tendencia a interiorizar las cosas. Soy Tauro: no me gusta bromear y digo las cosas sin rodeos; no me las puedo guardar.» Dee reunía todos los ingredientes que Young parece exigir a los de su entorno: un toque de inocencia, mucha pasión, algún tipo de excentricidad y grandes dosis de tristeza.

Ray Dee (alias Ray Delatinsky —«nadie era capaz de pronunciar Delatinsky en antena»—) era un disc-jockey ruso-ucraniano de diecinueve años que trabajaba en la emisora CJLX por ciento ochenta y cinco dólares al mes cuando entró en el Fourth Dimension y se fijó por primera vez en Neil Young y los Squires.

«Había un grupo en el escenario, tres tíos aporreando los instrumentos», recuerda Dee. «Neil medía poco menos que tres metros, era todo piernas y cuello, parecía Ichabod Crane. Ya entonces hacía cosas con la guitarra que me parecieron diferentes; no se limitaba a rascar las cuerdas, a veces le daba guantazos a la guitarra, es la única manera que se me ocurre de describirlo. Arremetía contra aquel puñetero cacharro como diciendo: “Hijo de puta, te voy a ganar, voy a acabar contigo”. Cuando Neil salió de Winnipeg, se trajo consigo a Thunder Bay un sonido diferente que nadie había escuchado ni vislumbrado hasta entonces; enseguida pensé: “Esto es interesante”.» El resto del grupo no causó tan buena impresión al irritable disc-jockey. «El batería de los huevos me ponía nervioso, siempre demasiado ocupado repasando a las tías, así que me decía para mis adentros: “Si nos deshacemos del batería, puede que aún haya esperanza”.»

«Neil iba a triunfar, lloviera o cayeran chuzos de punta. Eso fue lo primero que me llamó la atención de este tío: el hecho de que tuviera un objetivo.» Ray Dee se convirtió en el principal contacto de los Squires en Fort William; se encargó de producir su siguiente disco, además de conseguirles actuaciones. Por ciento veinte pavos, tenías a los Squires con el aliciente de su disc-jockey/mánager. «Íbamos a North Shore a tocar en algún colegio y volvíamos convencidos de que éramos los Rolling Stones», recuerda Dee. «Nunca se me olvidará lo que era recorrer más de trescientos kilómetros hasta llegar al bolo en aquel estúpido coche fúnebre; yo iba tumbado en la parte trasera con un bajo enorme a un lado y Ken Koblun al otro, estirado junto a mí como si fuera un muerto, porque no te podías sentar.»

Nada más llegar a la ciudad, los Squires consiguieron un bolo, que les reportaría trescientos veinticinco dólares por tocar cinco días en el Flamingo Club. La banda tuvo tanto éxito que Scott Shields —el propietario de aquel club venido a menos, un tipo que fumaba puros y llevaba una pata de palo— les pidió que volvieran al instante. «¡Menudo antro!», recuerda Edmunsen. «Era la primera vez que tocábamos en un bar donde se servía alcohol. Éramos menores de edad; de repente empezaron a llegar mogollón de titis, peluqueras, mogollón de tías… Yo triunfé muchísimo, porque había mucha mercancía. A Neil aquello no le interesaba demasiado.»

Lo único que le interesaba a Neil era la música, y cuando los Squires no actuaban, se dedicaban a ensayar en sus raídas habitaciones de hotel. Edmunsen comentaba que, para entonces, los temas instrumentales ya habían quedado reducidos a poco más de una tercera parte del repertorio, y recuerda que Neil estaba particularmente obsesionado con las armonías vocales. Kenny y Bill utilizaban dos micros conectados a un ampli Fender Tremolux para hacer los coros y, según Edmunsen, las voces nunca sonaban lo suficientemente bien.

«Es duro trabajar con Neil», decía. «Si te equivocabas durante el concierto, te fulminaba con la mirada. Era capaz de herir tus sentimientos, de partirte los putos huesos si hacía falta, y luego se daba la vuelta para irse y te soltaba: “Lo siento”.» La determinación de Neil no dejaba indiferente a nadie. «Es uno de los tíos más trabajadores que he conocido», comentaba Edmunsen con admiración. «Es como un tanque; imparable.»

Tras regresar brevemente a Winnipeg para hacerse con los carnés del sindicato, que necesitaban urgentemente, la banda volvió a Fort William para otras dos semanas de conciertos en el Flamingo, que comenzaron el 2 de noviembre. Lejos de su hogar, a punto de cumplir diecinueve años, enclaustrado en el Hotel Victoria, Young escribiría «Sugar Mountain», una oda a la inocencia perdida que se convertiría en parte imprescindible de su repertorio acústico en solitario. Young y los Squires también empezaron a tocar a cambio de comer gratis en las sesiones de folk de sobremesa que se celebraban en la sucursal local del Fourth Dimension.

Regentado por el empresario Gordie «Dinty» Crompton, el 4-D era un antro mucho más molón que el Flamingo. Según recuerda Ray Dee, era un «club nocturno reconvertido en café, el primero y el único que hubo en Thunder Bay. Crompton lo compró por cuatro duros, cogió un bote de pintura y lo pintó todo de negro: las paredes, el techo, todo». Había un escenario minúsculo y, según Dee, «un montón de gente sentada por todas partes tomando café y fumando la última remesa de marihuana que acababa de llegar a Canadá».

Fue en el 4-D de Fort William donde, al interpretar «Farmer John», un temazo de rock garajero, Young se dejó llevar por la guitarra por vez primera. «No es que fuera una gran canción, pero nos quedó bastante decente», comentaba Edmunsen. «Seguimos dándole durante diez minutos, porque el público no quería que se acabara nunca.» Por primera vez, Neil se fundió con su guitarra de una manera que resultó trascendental. «Se nos fue la olla, a Kenny, a Bill y a mí», le contó Young a John Einarson. «Ahí fue cuando empecé a darme cuenta de que tenía la habilidad de perder la cabeza al tocar, más allá de limitarme a tocar la canción sin más y a ir de guay.»

Creo que la primera vez que conecté realmente con el público fue en Fort William… Hasta entonces, a veces metíamos caña, pero comenzó a suceder más a menudo cuando me fui de Winnipeg. Empezamos a volver loco al público de verdad. Lo que pasa es que al ser unos desconocidos, al venir de fuera, la gente tiene una mayor apertura de miras; se fija en ti, no va con ideas preconcebidas. Prácticamente tienes carta blanca para hacer lo que te dé la gana; mientras que si todo el mundo sabe quién eres cuando sales a escena, eso te limita de algún modo, porque la peña ya va con unas expectativas y con ideas preconcebidas. Ya tienen una opinión formada.

—Edmunsen comentaba que Fort William era una pasada: «Podemos beber, podemos follar».

—A Bill le molaba especialmente el tema de follar.

—¿Era distinto al resto de los Squires?

—Vaya que sí, porque él estaba muy obsesionado con lo de follar; a los demás aquello todavía no nos había llamado la atención… Fue allí cuando empezó a hacerlo, cuando nos marchamos de nuestra ciudad.

En Fort William había varios grupos, como Donny and the Bonnviles, que eran bastante buenos, pero nosotros éramos la novedad y estábamos muy de moda. Chick Roberts, de los Cryin’ Shames, me dijo un día: «Esa es una de las mejores canciones que he oído en mi vida». Eso ocurrió justo cuando acababa de componer «Sugar Mountain». Era la primera vez que alguien me decía algo así.

La primera vez que realmente se me fue la olla con la guitarra, desbarré muchísimo. Estábamos tocando «Farmer John» y no sé qué pasó, pero se me fue la pelota por completo, me dejé llevar totalmente. Y luego, al bajar del escenario, la peña me miraba de manera distinta. Je, je. Había otro tío que tocaba la guitarra de putísima madre. Estaba en la Rubber Band y era buenísimo con la Telecaster, muchísimo mejor guitarrista que yo. Me miró atónito y me dijo: «¡No tenía ni idea de que fueras capaz de tocar así! ¿De dónde ha salido eso? ¿Cómo lo has hecho?». Y yo le solté: «Pues, no sé, simplemente me he dejado llevar y ya está». Aquello causó sensación.

Probablemente era bastante cañero para un chaval de dieciocho o diecinueve años. Estaba empezando a conocerme a mí mismo.

La acción se sitúa en el 409 de Victoria Avenue, el 23 de noviembre de 1964, en un antiguo cine, reconvertido en los estudios de la CJLX, en la parte trasera del segundo piso, con Ray Dee a los controles. La canción se titulaba «I’ll Love You Forever», una balada dedicada, según reconocería Neil, a su ex de Winnipeg, Pam Smith (Dee grabaría también una magnífica versión de «I Wonder», aderezada con unos ligeros toques country de la Gretsch de Neil). Era un estudio diminuto con un equipo rudimentario: una mesa McCurdy, dos pletinas Ampex, un ampli Bogen a modo de mezclador y un micrófono a válvulas Telefunken excepcional. Dee dejó a Koblun apartado en el pasillo con su bajo y metió a Neil y a su guitarra en otra sala. Edmunsen, el batería, se quedó en la cabina de noticias.


Ray Dee, productor de «I’ll Love You Forever», el tema que los Squires grabaron en 1964. «Ray estuvo ahí preocupándose por mí desde el principio», comentaba Young, que se refería a Dee como «el primer Briggs». © James Vapor

A diferencia de las dos sesiones de grabación anteriores de los Squires, esta vez se grabó al grupo tocando y cantando a la vez. Dee: «Lo que intentamos hacer fue dar con un sonido que fuera lo más parecido posible a la realidad. Una sesión en directo, luego las mezclas y que sea lo que Dios quiera».

Por desgracia, Dios no ayudó lo suficiente. Dee consideraba que la voz de Neil necesitaba más garra. «Si no se lo dije mil veces, no se lo dije ninguna: Neil no afinaba ni a tiros. Le miré y le dije: “Neil, esto está saliendo desafinado y mierdoso. Lo que tenemos que hacer, hijo mío, es grabarte dos pistas de voz”. Y él dijo: “¿Dos pistas?”. Neil no quería cantar, estaba muerto de miedo.» Pero Dee lo convenció para que grabara una segunda voz encima.

El otro problema era un par de pifias en los redobles de batería. «Vale, resulta que había una cagada que cantaba muchísimo; no hacía falta ser ninguna lumbrera para saber que había que tapar aquello como fuera», comentaba Dee, que pilló un disco de efectos especiales y grabó encima unas olas rompiendo y unos truenos para ocultar el error. «Hice sonar el puñetero trueno aquel y a Neil se le pusieron los ojos como platos.» Yendo de una grabadora a otra, Dee hizo los overdubs en un par de tomas, aprovechando para añadir de paso algún delicado toque de la Gretsch de Neil.

Al escuchar hoy la canción, solo se puede llegar a una conclusión: Neil Young tenía clarísimo su rollo desde el principio. Las letras minimalistas, pero a la vez muy gráficas; la emoción; la calidad etérea de la música; todos esos elementos ya están presentes en «I’ll Love You Forever» y Ray Dee fue el primero en plasmarlos. Young tardaría años en volver a conseguir esa atmósfera.

«I’ll Love You Forever»; ese tema tenía algo especial. Fue el primero, una rayada considerable.

Ray Dee: gran productor. Los discos que grabamos, cómo disfrutamos grabándolos. Tenía fe en nosotros. Según recuerdo, bajó las luces del estudio y empezó a hacer cosas raras. Con Ray fluía la creatividad a saco, debido al sentimiento y al ambiente que se creó. Ray fue el responsable de esto último; había un ambiente especial.

Después de aquello, grabamos en otros lugares, pero no conseguimos dar con ese rollo. Como lo que grabamos en el sótano de East Kildonan —«(I’m a Man and) I Can’t Cry» y «I Wonder»—; no suenan ni parecido a lo que grabamos con Ray Dee.

Billy Edmunsen era un gran tipo. Era mi amigo en el colegio y estaba hecho de muy buena pasta. Ray no podía con él —vale, no era ningún portento como batería—, pero me caía bien; y lo sigue haciendo. Tiene un gran corazón. Tenía sentimiento. A pesar de que perdía el ritmo —estaba empezando, je, je—, se emocionaba y se ponía a hacer redobles y cosas raras, racatacataca, y Ray: «¿Qué cojones pasa aquí?». Pero él realmente lo vivía, era algo en plan: «Hostia, vaya derroche de energía tan alucinante; quiero tocar con este tío».

Edmunsen no pudo ir a Fort William la segunda vez, porque se había echado una novia, Sharon, que trabajaba en la emisora de radio, a la que había conocido durante nuestra sesión de grabación. No había sitio al que Bill fuera donde no acabara echándose una novia, así que se lo pasaba bien. Es gracioso todo lo que ocurría cuando intentaba montar aquellos grupos en el instituto; justo cuando te querías largar y por fin pensabas: «Ahora que tengo a los tíos adecuados, nos podemos ir de gira», iba uno y te soltaba: «Uy, pues yo no puedo ir». Todos eran fantásticos, y deberían haber venido. Deberían haberlo intentado. Pero todo tiene una razón de ser.

Ray Dee envió una copia de la grabación a la oficina de Capitol Records de Winnipeg, donde no tardaron en rechazarla, aunque Dee consiguió que sonara en las emisoras de Fort William, donde Edmunsen recuerda que «I’ll Love You Forever» formó parte de un concurso telefónico llamado «Elige tu Canción». «Íbamos por delante de los grupos de EE. UU.», comentaba orgulloso.

En diciembre, ya de vuelta en Winnipeg, Young reclutó a Doug Campbell, un crack de la guitarra que se había construido su propio pedal de Fuzz. Campbell tocaba en los Dimensions con el exSquire Ken Smythe, al que Neil había pedido que sustituyera en un bolo al cada vez menos fiable Edmunsen. Durante la pausa, Young dejó que la banda de Smythe tocara un par de temas.

«Lo siguiente que supe es que Doug estaba tocando con Neil», comentaba Smythe. «Me lo birló. Todo pasó muy rápido; si Neil no habló con él esa misma noche, lo llamó por teléfono al día siguiente, porque Neil era así.» Luego a Young le tocó echar a Edmunsen. «Todos los baterías están locos; un día llegué a casa y me lo encontré planchándose el pelo», sostenía Rassy, que reconocía: «Era un pelín rarito, por no decir otra cosa. Edmunsen vivía justo enfrente de casa».

—¿Cómo llevabas lo de echar a la peña del grupo?

No muy bien. No me molaba, pero sí que lo hacía. Es muy duro decirle a alguien con quien llevas tiempo trabajando que no quieres seguir tocando con ellos, porque crees que el grupo marchará mejor sin ellos, que será más eficiente. ¿Cómo dices algo así? No es fácil, y lo haces como buenamente puedes. Probablemente eso sea lo que peor haya hecho de todo.

—¿No te van los enfrentamientos?

—A veces estoy más que dispuesto, pero es algo que va cambiando, no sé por qué.

Debe de ser algo que me hace distinguir entre las cosas que quiero resolver sin tapujos y las que no. Creo que la mayoría de la gente dispone de ese mecanismo. Pero hay gente que lo lleva de manera diferente, que se limita a ir en plan: «La verdad es que esto es algo que no quiero hacer, pero que debo hacer». Otros piensan: «Esto es algo que no quiero hacer, pero que voy a hacer, pero sin echarle huevos». Creo que yo entro en esa categoría, je, je, je.

Para serte sincero, creo que probablemente sea un problema mío. Me guardo las cosas dentro mucho tiempo, chorradas de nada…

Edmunson sería sustituido por una retahíla de baterías, entre los que destacaba especialmente Randy Peterson, que participaría, junto con Doug Campbell, en la última sesión de grabación de los Squires de la que queda constancia, que dio como fruto dos cortes: un tema rock titulado «(I’m a Man and) I Can’t Cry» y la versión más pulida y más acelerada de «I Wonder». Lamentablemente, esta formación no tardó en irse al garete, ya que ni a Doug ni a Randy les dejaban salir de gira. Los Squires volvieron a su condición de trío con un nuevo batería, Bob Clark.


«Mort fue muy importante para mí. […] Era parte de mi identidad […] como la relación entre un cowboy y su caballo». Los Squires (a punto de mudarse a Fort William) junto a Mort, el coche fúnebre. Abril de 1965. De izquierda a derecha: Ken Koblun, Neil Young y Bob Clark. Cortesía de los Archivos de Neil Young.

A mediados de abril de 1965, Neil Young y los Squires cargaron todos sus bártulos en Mort y se mudaron a Fort William. Esta vez, Crompton, el propietario del Fourth Dimension, se repartía con el grupo los exiguos beneficios de las actuaciones y pudieron malvivir con cuatro perras durante un par de meses. La música con la que Young y los Squires estaban experimentando en el 4-D era una cosa rarísima se mirara por donde se mirara. Young se dedicaba a coger viejas canciones populares de folk, como «She’ll Be Coming ’Round the Mountain» y a meterles arreglos típicos del rock and roll. David Rea, un virtuoso de la guitarra acústica que entonces tocaba con el Allen Ward Trio, oyó por primera vez a Young cuando este atacaba una versión especialmente oscura de «Tom Dooley».

«Lo recuerdo como si fuera ayer», comentaba Rea. «Llego al 4-D y me encuentro a Neil haciendo una versión de “Tom Dooley” de lo más extravagante; creo recordar que estaba armonizando guitarra y voz en paralelo, en terceras, quintas y segundas. Eran unas movidas muy salvajes, un sonido muy pesado, unos acordes muy machacones y plañideros, como de canto fúnebre; imagínate lo que era estar en aquel bloque de cemento cerca de la Universidad de Lakehead, rodeado de adolescentes… Era alucinante.» Por aquel entonces, Rea era bastante purista con el folk, pero aun así, el toque eléctrico que Young añadió le pareció perfecto para aquella antigua murder ballad.

Los extraños sonidos con los que Young estaba experimentando en Fort William llamaron la atención de otro músico que pasaba por allí aquel abril. Nacido en Dallas el 3 de enero de 1945, Stephen Stills era un chaval sureño con un desparpajo tremendo. Talitha, su madre, era una fuerza omnipresente no muy distinta a Rassy; William, el padre, trabajaba en la construcción, en la industria maderera, en la de la melaza y también en la industria inmobiliaria. Según Dave Zimmer, biógrafo de Crosby, Stills and Nash, «cambiaba de trabajo continuamente; amasaba una fortuna y la perdía, para luego volverla a recuperar».

Stephen se crió básicamente entre Florida y América Latina, formándose en una academia militar y escuchando blues, ritmos latinos y rock and roll de la primera época, aunque pensaba que Elvis había perdido todo su encanto después de «Blue Moon of Kentucky», «porque no paraban de decirle lo que tenía que hacer». Una cosa está clara: no ha habido nunca nadie capaz de decirle a Stephen Stills lo que tiene que hacer.

Stills aprendió a tocar la batería, la guitarra y el piano, y tocó en bandas de rock universitario de Florida, como los Radars y los Continentals; luego siguió con el folk, como parte de un dúo en Nueva Orleans antes de aterrizar en Nueva York en 1964, en plena efervescencia de la escena folk del Greenwich Village. Después pasó a formar parte de una formación vocal de nueve miembros del estilo de New Christy Minstrels llamada los Au Go-Go Singers, con los que grabó un insulso disco para el sello Roulette. Una mutación de aquella formación, la Company, acabó tocando en Fort William.

«Ellos eran más folk-rock; nosotros, más rock-folk», comentaba Koblun. Stills y Young hicieron muy buenas migas; cada uno tenía algo que le faltaba al otro. Stills tenía una «gran» voz, muy accesible, y Young ya componía sus propios temas. Compartían, entre otras cosas, unas complicadas relaciones familiares con padres ausentes y madres imposibles de complacer, y una determinación por llegar lejos que rozaba la obsesión. Pero había una diferencia importante entre ellos: Young era un as de la supervivencia y Stills, del autosabotaje; y mientras que Young aprovechaba sus escapadas a universos ajenos a la música para recargarse las pilas periódicamente (puede que a veces llegando a distraerse), Stephen rara vez soltaba la guitarra.

Pero todo aquello aún les quedaba muy lejano. En aquel momento, no eran más que un par de mocosos hambrientos que se dedicaba a matar el tiempo dando garbeos con Mort, bebiendo cerveza y compartiendo sueños. Koblun pensaba que ver tocar a Stills tuvo un efecto considerable en los Squires. «Escuchamos a Stephen cantar “Oh Susannah” con unos arreglos nuevos, y digamos que inspiró a Neil para meter arreglos en otros temas como “Clementine”.»

No. Eso es falso. Stephen y la Company tocaron «High-Flyin’ Bird». Fueron los Thorns quienes sirvieron de inspiración para «Clementine»; ellos fueron los que tocaron «Oh Susannah». Los Thorns acabaron tocando en los clubs donde tocábamos por las tardes. Fueron la primera banda de folk-rock, ¿vale? Tim Rose y dos tíos más; no llevaban batería, pero sí un bajo y dos guitarras, creo que era. Era una pasada lo que hacían, y cantaban muy bien. Una de mis canciones preferidas era «Oh Susannah»; la tocaban con un arreglo extraño. Era en clave menor, que hacía que sonara totalmente distinta, rock and roll puro. Así que eso me dio la idea de meterles arreglos a un montón de canciones. Hice versiones de todas en clave menor. Le cogimos el gusto al tema. Esa fue una etapa de los Squires que no quedó inmortalizada. Ojalá hubiera grabaciones de aquellos conciertos. Probábamos mogollón de cosas distintas, nos metimos mucho en el rollo folk-rock. Cogíamos viejos temas populares de folk, como «Clementine», «She’ll Be Comin’ ’Round the Mountain» o «Tom Dooley», y los tocábamos todos en clave menor basándonos en los arreglos del «Oh Susannah» de Tim Rose.

Me gustaría conseguir alguna grabación de los Thorns; y una de Two Guys from Boston interpretando «C’mon Betty Home». Los conocí en el 4-D de Fort William. Entonces eran una especie de dúo de ragtime, iban con trajes y tal. Eran la hostia de marcianos. Pero luego nos llegó el disco y pensé que sonaba de putísima madre. Lo estábamos escuchando allí por primera vez. Estaban esperando a que les llegara algo de ganja de Nueva York y estaban ansiosos, expectantes. Yo ni siquiera sabía qué era eso. Pregunté: «¿Qué es una “ganja”? Y empezaron a reírse.

Aprendí muchísimo de todos aquellos músicos que pasaban por la ciudad. Sonny Terry y Brownie McGhee; aprendí más de Sonny Terry a la hora de tocar la armónica que de Jimmy Reed, porque a Sonny podía verlo noche tras noche. Los vi en Fort Willian, en Winnipeg y también en Toronto, en el New Gate of Cleve. Iba a verlos donde hiciera falta, cuando fuera… Tío, Brownie era el más auténtico.

Stephen era genial. Llevaba una vieja Guild roja de las baratas y cantaba el tema ese, «High-Flyin’ Bird». Nunca antes había oído a un blanco tan poca cosa sonar como un negro. Tenía ese rollo soul sureño tan auténtico. Su voz… Me encantaba cómo sonaba. Pensaba que era un vocalista cojonudo; también tenía mucho oído para la armonía. Le había dado clases el director musical de los Au Go-Go Singers. Fue una gran influencia para Stephen, que aprendió mucho de él. Stephen sabía un huevo de estructura armónica y aquella información era muy valiosa.

Además, Stephen era todo un roquero; mucho más que el resto, sin duda.

Al verse convertidos en peces demasiado gordos para un estanque tan pequeño como Fort William, Young y su banda empezaron a sentirse estancados. Para completar la miseria que cobraban en el 4-D, añadieron un bolo de tres días en el bar del Smitty’s Pancake House por ciento cincuenta dólares, además de algún que otro concierto suelto. Pero la banda, que ahora se alojaba en el YMCA de turno, pasaba hambre. Tras el encuentro con Stills, probaron con un nuevo nombre: los High-Flying Birds, en homenaje a la canción de Billy Wheeler que le habían birlado al músico sureño. El nuevo nombre no duraría más de diez minutos, debido a un rocambolesco giro de los acontecimientos en el que se vio involucrado Terry Erikson, un músico que a veces tocaba con el grupo.

«Neil conoció a un guitarra, Terry Erikson, que lo dejó medio encandilado», comentaba Koblun. «Terry dijo que tenía algunas acciones o bonos que pensaba vender. El plan era que él y Neil se fueran a Liverpool, al Cavern Club, pero se quedó en nada.» El siguiente plan de Erikson, casi igual de inverosímil, sí que prosperó. Una noche de junio, Erikson estaba de cháchara en el YMCA con Young, Ray Dee y un par de los Bonvilles y les comentó que había conseguido un bolo en Sudbury, a cientos de kilómetros de allí, y convenció a Young para conducir su destartalado coche fúnebre por la peligrosa autopista que bordeaba el lago Superior.

«El día que se marchó, Neil iba a pasar a ver a su padre y a recoger el dinero necesario para poder ir a Los Ángeles, pero pensaba regresar», recuerda Dee, que le prestó a Young treinta dólares para el viaje. «Teníamos una actuación programada en el Circle Inn el fin de semana siguiente. Vino y me dijo: “Mira, me voy fuera, a ver a mi padre. Necesito algo de pasta, ya nos veremos a la vuelta”. Tuve el extraño presentimiento de que aquella podía ser la última vez que lo viera, que fue lo que acabó sucediendo.» Koblun también se barruntaba algo raro, puede que temiendo que Erikson y Young se las piraran a Liverpool, y le pidió a Young prestada la guitarra a modo de prenda. «Solo quería asegurarme de que Neil iba a volver», dijo. No fue así.

Aquella misión estaba destinada al fracaso. Los compañeros de viaje de Young y Erikson eran Bob Clark y dos miembros de los Bonnvilles: Tom Horricks y Donny Brown. Cinco músicos de lo más variopintos, todos con el pelo más o menos largo —uno iba con un casco nazi; otro, con una capa— y sin un duro en los bolsillos, embutidos, con los amplis y las guitarras, en un decrépito coche fúnebre con diecisiete años a sus espaldas. Para Mort, aquel viaje sería el último.

Justo al salir de Ironbridge (Ontario), a Mort se le descolgó la transmisión, literalmente, y se quedó en la autopista. Este episodio tan surrealista suscitó las carcajadas de la intrépida pandilla. «No sé por qué, pero nos empezamos a partir el culo», le contó Young a John Einarson. «Ahí estaba mi coche, que era toda mi vida, cayéndose a pedazos por la carretera, y nosotros descojonándonos sin poder parar.» A Mort se lo llevaría la grúa hasta Blind River, al garaje Bill’s, donde, pese a los repetidos intentos por reanimarlo, se declaró su defunción. «Querida Rassy», le escribiría Neil a su madre en una postal, «por favor, anula el seguro, porque Mort ha muerto.»

Al ser incapaces de encontrar una nueva caja de cambios para el coche fúnebre, los cinco se vieron obligados a tomar caminos distintos. Los dos miembros de los Bonnvilles y el High-Flying Bird Bob Clark consiguieron volver a casa por los pelos, haciendo parte del trayecto en autoestop; Neil y Terry Erikson partieron rumbo a Toronto a bordo de una Honda que Erikson había metido en el maletero del coche fúnebre.

Koblun se quedó tirado en Fort William y tuvo que arreglárselas con un adelanto del cheque que debían cobrar por la actuación en el Smitty’s que la banda nunca llegaría a dar. «Scott tuvo que devolverles el dinero», contaba Koblun. «Estaba cabreado.» Young no tardaría en mandar a buscar a Koblun y Clark, pero los días de Fort William ya habían tocado a su fin. En el letrero que había a la entrada del Smitty’s Pancake House se leía: LOS PÁJAROS HAN VOLADO.

«Así me crié yo, acostumbrado a los cambios continuos», declaró Young a Johnny Walker en 1992. «Llegué a estudiar en doce escuelas diferentes antes de acabar el undécimo grado o cuando fuera que abandonara los estudios, y mi familia no paraba de mudarse de un sitio a otro. Siempre había un sinfín de películas montadas a mi alrededor, total que estoy acostumbrado a rodar así por la vida.» A menudo, también les rodaba por encima a los demás.

Ray Dee, el hombre que consiguió plasmar por primera vez el sonido de Young en una cinta, no recibió ninguna llamada de teléfono, ni una carta, ni la menor explicación. Para desgracia de aquellos que apreciaban a Young, esta sería su típica manera de gestionar la situación cuando las circunstancias le sobrepasaban o las cosas se complicaban demasiado como para hacerles frente. «Nunca volvió», decía Dee. «Aquello me dejó destrozado. Hice todo lo posible para ayudar a triunfar a este tipo en aquella época. El tío era mi amigo, y creo que eso era lo más importante para mí. Siempre me pregunté qué leches había pasado. Así te quedas en estos casos, pensando en qué la habías fastidiado. ¿Qué hice mal?… ¿Fue algo que dije? Señor, que le di al tío treinta pavos.»

Lo que pasó fue que acabé por irme a Toronto en vez de volver a Fort William. Hice una cagada magistral. Resolví la situación tirando hacia adelante en vez de volver atrás. Así era yo por aquel entonces, no es que me preocupara demasiado por los demás. No tuve mucho en cuenta a Ray Dee, ni tampoco al resto del grupo, pero es que yo pensaba que iba a volver, ¿vale?

De toda la gente que he ido dejando atrás a lo largo del camino, Ray Dee fue el que se llevó la peor parte. No entiendo el motivo, porque el tío era genial. Pero creo que era tan irresponsable que ni siquiera me daba cuenta de lo que hacía.

—Ray se quedó muy dolido.

—Vaya… La verdad es que lo siento mucho. No tenía ni idea de lo que hacía —ni del efecto que tenía—, ni de lo mucho que la gente se preocupaba por todo lo que pasaba. En realidad, nunca había visto que nadie se preocupara por mí hasta entonces, por eso no acababa de darme cuenta, ¿sabes? Pero Ray sí lo hizo, estuvo ahí desde el principio. Le importaba en serio todo aquello y podía haber llevado las riendas hasta el final. No podía regresar a Fort William; tenía que seguir adelante. Me daba la impresión de que sin el coche no sería lo mismo…

Mort fue muy importante para mí. Mi primer coche. Era parte de mi identidad. Era un rollo muy raro: El Grupo y El Coche. Me acuerdo de cuando me lo compré. Por ciento cincuenta pavos. Le daba al grupo un toque diferente.

Es como la relación entre un cowboy y su caballo, ¿sabes por dónde voy? Eso es tu caballo. ¿Te acuerdas de Hopalong Cassidy, Roy Rogers y el caballo? Si el tío se quedaba sin el puto caballo, era en plan: «Hostia, menuda putada. ¿Y ahora qué hacemos con Roy? ¡Se ha quedado sin caballo!». A nadie se le hubiera pasado nunca por la cabeza la idea de que se agenciara otro caballo.

Shakey

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