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El cerebro y el
aprendizaje de
las matemáticas
ОглавлениеEn la última década hemos visto el surgimiento de tecnologías que han brindado a los investigadores nuevas formas de ver cómo funcionan la mente y el cerebro. Ahora los científicos pueden estudiar a los niños y adultos en el momento en que están trabajando con las matemáticas y observar su actividad cerebral; pueden comprobar tanto el crecimiento como la degeneración del cerebro y ser capaces de ver el impacto de distintos estados emocionales en la actividad neuronal. Un fenómeno que se ha descubierto en los últimos años y ha sorprendido a los científicos es la neuroplasticidad. Antes se creía que el cerebro con el que nacían las personas no podía cambiarse, pero esta idea ha sido rotundamente refutada. Estudio tras estudio han demostrado la increíble capacidad que tiene el cerebro de crecer y cambiar en un período de tiempo realmente corto (Abiola y Dhindsa, 2011; Maguire, Woollett y Spiers, 2006; Woollett y Maguire, 2011).
Cuando aprendemos una idea nueva, una corriente eléctrica se dispara en nuestro cerebro, cruza las sinapsis y conecta distintas zonas de este órgano.
Si aprendes algo en profundidad, la actividad sináptica creará conexiones duraderas en tu cerebro y se formarán caminos estructurales, pero si consideras una idea una sola vez o de manera superficial, las conexiones sinápticas podrán «borrarse» como los caminos hechos en la arena. Las sinapsis se activan (es decir, transmiten impulsos eléctricos) cuando tiene lugar el aprendizaje, pero este no se produce solamente en las aulas o cuando se leen libros; las sinapsis se activan cuando tenemos conversaciones, cuando jugamos a juegos o construimos juguetes ensamblando piezas y en el transcurso de muchísimas otras experiencias.
Un conjunto de hallazgos que hicieron que los científicos cambiaran lo que pensaban acerca de la capacidad y el aprendizaje provinieron de investigaciones sobre el desarrollo cerebral que presentaban los conductores de los conocidos taxis negros de Londres. Soy de Inglaterra, y en Londres he viajado en taxi muchas veces. Aún tengo buenos recuerdos de los emocionantes viajes de un día que mi familia y yo hacíamos a Londres en mi infancia, desde nuestra casa, que se encontraba a unas horas de distancia. Siendo ya adulta, estudié y trabajé en el King’s College, de la Universidad de Londres, y tuve muchas más oportunidades de desplazarme en taxi por la ciudad.
En el área de Londres operan varios tipos de taxis, pero el rey de los taxis londinenses es el taxi negro (black cab). Durante la mayoría de mis desplazamientos por la ciudad en un taxi negro, no tuve ni idea de lo muy cualificados que estaban los conductores. Resulta que para llegar a ser un conductor de taxi negro en Londres, los aspirantes deben estudiar durante un período de dos a cuatro años y, en este tiempo, memorizar unas veinticinco mil calles y veinte mil lugares dentro de un radio de cuarenta kilómetros desde el centro de la ciudad. Hay que tener en cuenta que aprender a recorrer la ciudad de Londres es considerablemente más difícil que aprender a recorrer la mayoría de las ciudades estadounidenses, ya que no está construida sobre una estructura de cuadrícula y comprende miles de calles entrelazadas e interconectadas.
Al final de su período de formación, los aspirantes a conducir un taxi negro hacen un examen que se llama sencillamente The Knowledge (‘el conocimiento’). Si viajas en un taxi negro de Londres y le preguntas a su conductor sobre The Knowledge, lo normal es que se alegre de obsequiarte con alguna historia sobre la dificultad de la prueba y su período de formación. Se sabe que The Knowledge es uno de los exámenes más exigentes del mundo; los solicitantes se presentan doce veces, en promedio, antes de aprobarlo.
A principios de la década del 2000, los científicos decidieron estudiar a los conductores de los taxis negros de Londres para buscar los cambios que se hubiesen podido producir en su cerebro, ya que habían pasado por un entrenamiento espacial complejo durante años. Pero no esperaban encontrarse con unos resultados tan espectaculares. Los investigadores descubrieron que, al final del período de formación, el hipocampo del cerebro de los taxistas había crecido significativamente (Maguire et al., 2006; Woollett y Maguire, 2011). El hipocampo es la zona del cerebro especializada en adquirir y utilizar la información espacial.
En otros estudios, los científicos compararon el desarrollo cerebral de los conductores de los taxis negros con el de los conductores de autobús de la misma ciudad. Los conductores de autobús solo aprenden rutas sencillas y únicas, y los estudios mostraron que su cerebro no había experimentado el mismo desarrollo (Maguire et al., 2006). Esto confirmó la conclusión de los científicos de que la formación inusualmente compleja por la que habían pasado los taxistas era la razón del espectacular desarrollo de su cerebro. En un estudio adicional, se descubrió que, tras jubilarse, el hipocampo de estos taxistas volvía a reducirse (Woollett y Maguire, 2011).
Actualmente hay muchos estudios realizados con los conductores de los taxis negros (Maguire et al., 2006; Woollett y Maguire, 2011), que han mostrado un grado de flexibilidad cerebral (o neuroplasticidad) que ha sorprendido a los científicos. Antes de llevar a cabo los estudios, los investigadores no habían previsto que fuese posible un desarrollo cerebral tan grande como el que midieron. Esto condujo a un cambio, en el mundo científico, en los planteamientos relativos al aprendizaje y la «capacidad» y la posibilidad de que el cerebro cambie y se desarrolle.
Alrededor de la época en que surgieron los estudios sobre los conductores de los taxis negros, sucedió algo que sacudiría aún más el mundo científico. Una niña de nueve años, Cameron Mott, sufría unos ataques que los médicos no podían controlar. Su médico, el doctor George Jello, propuso algo radical: extirpar la mitad de su cerebro, todo el hemisferio izquierdo. La operación fue revolucionaria, y se llevó a cabo con éxito. En los días que siguieron a la intervención quirúrgica, Cameron quedó paralizada. Los médicos esperaban que permaneciera discapacitada durante muchos años, ya que el lado izquierdo del cerebro controla los movimientos físicos. Pero con el paso de las semanas y los meses, los sorprendió al recuperar determinadas funciones y movimientos, lo cual solo podía significar una cosa: el lado derecho de su cerebro estaba desarrollando las conexiones que necesitaba para realizar las funciones propias del lado izquierdo. Los médicos atribuyeron esto a la increíble plasticidad cerebral y solo pudieron llegar a la conclusión de que, en efecto, el cerebro de Cameron había vuelto a crecer, y lo había hecho más rápidamente de lo que se creía posible. En la actualidad, Cameron corre y juega con otros niños, y el único signo significativo de su pérdida cerebral es una leve cojera (esta noticia podía leerse en www.today.co).
El nuevo descubrimiento de que el cerebro puede crecer, adaptarse y cambiar conmocionó al mundo científico y dio lugar a nuevos estudios sobre el cerebro y el aprendizaje, en los que se emplearon nuevas tecnologías y equipos de exploración cerebral. En uno de ellos, que creo que es muy importante para quienes estamos en el mundo de la educación, investigadores del Instituto Nacional de Salud Mental estadounidense dieron a los sujetos un ejercicio de diez minutos en el que aplicarse cada día durante tres semanas. Compararon el cerebro de quienes hicieron el ejercicio con el de los sujetos del grupo de control, que no lo hicieron. Los resultados mostraron que el cerebro de quienes habían trabajado en el ejercicio durante unos minutos cada día experimentaron cambios estructurales. El cerebro de los participantes se «reconfiguró» y se desarrolló en respuesta a una tarea mental de diez minutos realizada a diario durante quince días laborables (Karni et al., 1998). Estos resultados deberían hacer que los educadores abandonasen las ideas fijas tradicionales sobre el cerebro y el aprendizaje que actualmente inundan las escuelas; ideas como que los niños son inteligentes o tontos, rápidos o lentos. Si el cerebro puede cambiar en tres semanas, ¡imagina lo que puede suceder en el transcurso de un año de clases de matemáticas si a los alumnos se les dan los materiales adecuados y si reciben mensajes positivos sobre su potencial y su capacidad! En el capítulo cinco se explica la naturaleza de las mejores tareas matemáticas en las que los estudiantes deberían trabajar para experimentar este desarrollo cerebral.
Los nuevos resultados arrojados por las investigaciones sobre el cerebro nos dicen que todos, con la enseñanza y los mensajes correctos, podemos tener éxito con las matemáticas, y que todo el mundo puede sacar las calificaciones más altas en la escuela en esta asignatura. Hay algunos niños que tienen unas necesidades educativas especiales muy particulares que les dificultan el aprendizaje de las matemáticas, pero la gran mayoría de los niños, alrededor del 95 %, pueden lidiar con las matemáticas escolares, de cualquier nivel. Y el cerebro de los niños que tienen necesidades especiales tiene el mismo potencial de desarrollo y transformación que el de los demás. Los padres y los profesores deben tener esta información tan importante. Cuando les comunico estos hallazgos a los docentes en talleres y charlas, la mayoría se sienten alentados e inspirados, pero no todos. Hace poco estuve con un grupo de profesores, y uno de matemáticas de la enseñanza secundaria se mostró claramente preocupado por la idea. Dijo: «¿No estarás diciendo, verdad, que cualquiera de los estudiantes de sexto de mi escuela podría elegir Cálculo en el último curso de secundaria?». Cuando le respondí que eso era exactamente lo que estaba diciendo, pareció verdaderamente turbado, aunque tengo que reconocer que no rechazó por completo el mensaje. A algunos profesores les resulta difícil aceptar el hecho de que cualquiera puede aprender matemáticas a niveles altos, especialmente si llevan muchos años decidiendo quién puede y quién no puede aprenderlas y enseñándolas en función de esta apreciación. Por supuesto, los estudiantes de sexto han tenido muchas experiencias y han recibido muchos mensajes desde siempre que han retrasado el aprendizaje de algunos de ellos, y ciertos alumnos pueden llegar a sexto con un conocimiento matemático significativamente menor que el de otros compañeros, pero esto no significa que no puedan acelerar y alcanzar los niveles más altos. Serán capaces de hacerlo si reciben la enseñanza y el apoyo de calidad que todos los niños merecen.
A menudo me preguntan si estoy diciendo que todos nacemos con el mismo cerebro. La respuesta es que no. Lo que estoy diciendo es que las diferencias cerebrales con las que nacen los niños no son tan importantes como las experiencias de desarrollo cerebral que tienen a lo largo de la vida. La gente cree firmemente que la forma en que nacemos determina nuestro potencial, y apuntan a personas conocidas que se consideran genios, como Albert Einstein o Ludwig van Beethoven. Pero los científicos saben actualmente que cualquier diferencia cerebral presente al nacer se ve eclipsada por las experiencias de aprendizaje que tenemos a partir del nacimiento (Wexler en Thompson, 2014). Cada segundo del día se activan nuestras sinapsis cerebrales, y los estudiantes criados en entornos estimulantes en los que reciben mensajes coherentes con la mentalidad de crecimiento son capaces de todo. Las diferencias cerebrales pueden darles ventaja a algunas personas al principio, pero solo una cantidad muy minúscula de individuos nacen con un tipo de ventaja que acabe por ser significativa con el paso del tiempo. Y quienes son considerados genios naturales son los mismos que a menudo subrayan el trabajo duro que han realizado y la cantidad de errores que han cometido. Einstein, probablemente el más conocido entre los individuos considerados genios, no aprendió a leer hasta los nueve años, y dijo muchas veces que sus logros se debieron a la cantidad de errores que cometió y a la persistencia que mostró. Se esforzó, y cuando cometió errores, se esforzó más. Abordó el trabajo y la vida con la actitud de quien tiene una mentalidad de crecimiento. Una gran cantidad de indicios científicos permiten inferir que la diferencia entre quienes tienen éxito y quienes no lo tienen no es el cerebro con el que nacieron, sino su manera de enfocar la vida, los mensajes que reciben sobre su potencial y las oportunidades que tienen de aprender. Y las mejores oportunidades de aprender acuden cuando los estudiantes creen en sí mismos. Demasiados escolares ven obstaculizado su aprendizaje por los mensajes que han recibido sobre su potencial: se los ha inducido a creer que no son tan buenos como otros, que no tienen el potencial de otros. Este libro te proporciona la información que precisas, como profesor o como padre, para darles a los alumnos o a tus hijos la fe en sí mismos que necesitan y deberían tener; para asentarlos en un camino que los lleve a tener una mentalidad matemática, independientemente de las experiencias que hayan tenido con anterioridad. Este nuevo camino implica un cambio en la forma en que se ven a sí mismos y también en la forma en que abordan las matemáticas, como irás viendo.
Aunque no esté diciendo que todo el mundo nazca con el mismo cerebro, sí estoy diciendo que no existe un «cerebro matemático» o un «don para las matemáticas», como muchos creen. Nadie nace sabiendo matemáticas y nadie nace sin la capacidad de aprender matemáticas. Desafortunadamente, las ideas sobre el talento natural están muy extendidas. Un equipo de investigadores indagó la medida en que los profesores universitarios albergaban ideas sobre el talento en relación con su materia y encontró algo muy significativo (Leslie, Cimpian, Meyer y Freeland, 2015): las matemáticas eran la materia cuyos profesores tenían las ideas más fijas sobre quién podría aprenderla. Además, los investigadores descubrieron que cuanto más se valoraba el talento en un campo, menos doctoras había en ese campo, y que las creencias específicas predominantes en los treinta campos que investigaron estaban correlacionadas con la cantidad de mujeres que había en esos campos. La razón por la que hay menos mujeres en los campos donde los profesores creen que solo los «talentosos» pueden prosperar es que siguen predominando los estereotipos relativos a quién debería formar parte de ellos, como se describe en el capítulo seis. Es imperativo para nuestra sociedad que pasemos a tener una visión más equitativa y fundamentada del aprendizaje de las matemáticas en nuestras conversaciones y en el trabajo con los alumnos. Estas conversaciones y este trabajo deben reflejar la nueva ciencia del cerebro y transmitir a todos que todo el mundo puede aprender matemáticas sin problema, no solo los que se cree que tienen el «don». Esta podría ser la clave para inaugurar un futuro diferente, uno en el que el trauma asociado a las matemáticas sea cosa del pasado y los estudiantes de todos los orígenes tengan la oportunidad de recibir una enseñanza de calidad en este ámbito.
Los estudios de Carol Dweck y sus colegas revelaron que alrededor del 40 % de los niños tenían una mentalidad fija perjudicial; creían que la inteligencia es un don que se tiene o no se tiene. Otro 40 % de los alumnos tenían una mentalidad de crecimiento. El 20 % restante oscilaban entre las dos mentalidades (Dweck, 2006b). Es más probable que los estudiantes que tienen una mentalidad fija se rindan fácilmente, y que los que tienen una mentalidad de crecimiento sigan adelante incluso cuando el trabajo sea duro; optan por perseverar y mostrar lo que Angela Duckworth ha denominado «agallas» (Duckworth y Quinn, 2009). En un estudio, se hizo una encuesta a alumnos de séptimo grado (equivalente a primero de ESO) para medir su mentalidad, y luego los investigadores les hicieron un seguimiento durante dos años para monitorizar sus logros en el campo de las matemáticas. Los resultados fueron muy reveladores, ya que las calificaciones de los estudiantes que tenían una mentalidad fija se mantuvieron constantes, mientras que las de aquellos que tenían una mentalidad de crecimiento no pararon de mejorar (Blackwell et al., 2007) (ver la figura 1.1).
En otros estudios, los investigadores han demostrado que los escolares (y los adultos) pueden cambiar la mentalidad fija por la de crecimiento, y que cuando ocurre esto, pasan a enfocar el aprendizaje de forma significativamente más positiva y sus calificaciones mejoran sustancialmente (Blackwell et al., 2007). También tenemos nuevas pruebas, que reviso en el capítulo dos, de que los estudiantes que tienen una mentalidad de crecimiento dan muestras de una actividad cerebral más positiva cuando cometen errores; se les iluminan más regiones del cerebro y ponen más atención a los errores y la corrección de estos (Moser, Schroder, Heeter, Moran y Lee, 2011).
No necesitaba más pruebas para convencerme de lo importante que es ayudar a los estudiantes, y a los adultos, a desarrollar una mentalidad de crecimiento en relación con las matemáticas en particular, pero recientemente me encontré sentada con el equipo del Programa Internacional para la Evaluación de los Alumnos (PISA, por sus siglas en inglés) en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en París, explorando con ellos el increíble conjunto de datos de los que disponen, obtenidos de trece millones de estudiantes de todo el mundo. El equipo del PISA realiza pruebas internacionales cada cuatro años, y los resultados se notifican a los medios de comunicación de todo el mundo. Los resultados de estas pruebas a menudo hacen sonar las alarmas por todo Estados Unidos, y por una buena razón: en las últimas, Estados Unidos ocupaba el puesto 36, entre los sesenta y cinco países de la OCDE, en cuanto a rendimiento académico en el campo de las matemáticas (PISA, 2012), un resultado que habla, como muchos otros, de la increíble necesidad que hay de reformar la enseñanza y el aprendizaje de esta materia en este país (y en muchos otros). Pero el equipo del PISA no solo realiza pruebas de matemáticas; también encuesta a los estudiantes para obtener información sobre sus ideas y creencias relativas a las matemáticas y sobre su mentalidad. Me invitaron a trabajar con este equipo después de que algunos de sus miembros hicieron el curso en línea que había impartido el verano anterior. Uno de ellos fue Pablo Zoido, un español de voz suave que dedica pensamientos profundos al aprendizaje de las matemáticas y tiene una experiencia considerable en el trabajo con conjuntos de datos gigantescos. Pablo es analista del PISA, y cuando él y yo exploramos los datos, vimos algo asombroso: que los estudiantes que obtienen mejores calificaciones en todo el mundo son los que tienen una mentalidad de crecimiento, y superan a los otros alumnos por el equivalente a más de un año en el campo de las matemáticas (ver la figura 1.2).
El pensamiento dañino de la mentalidad fija, aquel en virtud del cual los estudiantes creen que son inteligentes o no lo son, está presente en todos los niveles de logros, y algunos de los alumnos más perjudicados por estas creencias son niñas que obtienen calificaciones altas (Dweck, 2006a). Resulta que incluso creer que eres inteligente, uno de los mensajes de la mentalidad fija, es perjudicial, ya que los estudiantes que albergan esta creencia están menos dispuestos a abordar tareas o temas más dificultosos, porque temen cometer errores y que dejen de considerarlos inteligentes. En cambio, los estudiantes que tienen una mentalidad de crecimiento asumen las tareas difíciles y estiman que los errores constituyen un desafío y una motivación para dar más de sí. La alta prevalencia de la mentalidad fija entre las niñas es uno de los motivos por los que se autoexcluyen de las materias STEM (ciencia, tecnología, matemáticas e ingeniería). Esto no solo reduce sus posibilidades en la vida, sino que también empobrece estas disciplinas, que necesitan el pensamiento y las perspectivas que aportan las niñas y las mujeres (Boaler, 2014a).
Una razón por la que tantos estudiantes tienen una mentalidad fija son los elogios que reciben por parte de los padres y los profesores. Cuando los estudiantes reciben un «elogio fijo» —por ejemplo, cuando se les dice que son inteligentes cuando hacen algo bien—, pueden sentirse bien al principio, pero cuando cometen errores más tarde (y a todos les ocurre), piensan que esto significa que no son tan inteligentes después de todo. En un estudio reciente, los investigadores descubrieron que los elogios que les dan los padres a sus hijos entre el momento del nacimiento y los tres años permite predecir cuál será su mentalidad cinco años después (Gunderson et al., 2013). Y el impacto de las alabanzas que reciben los alumnos puede ser tan fuerte que afecte a su comportamiento de forma inmediata. En uno de los estudios de Carol, los investigadores pidieron a cuatrocientos estudiantes de quinto de primaria que hiciesen una prueba fácil y poco extensa, en la que casi todos obtuvieron buenos resultados. A la mitad de los niños los alabaron por «ser realmente inteligentes», y a la otra mitad se los felicitó por «haber trabajado muy duro». A continuación se pidió a los niños que hicieran una segunda prueba; se les dio a elegir entre una que era bastante sencilla, con la que no tendrían problemas, u otra más difícil, en la que podrían cometer errores. El 90 % de los que habían recibido elogios por su esfuerzo eligieron la prueba más difícil; en cambio, la mayoría de los que habían sido alabados por ser inteligentes optaron por la prueba fácil (Mueller y Dweck, 1998).
Los elogios hacen sentir bien a quien los recibe, pero cuando se elogia a alguien por lo que es como persona («Eres muy inteligente») en lugar de por lo que ha hecho («Este trabajo es increíble»), lo que recibe es que el grado de su capacidad está establecido y es inamovible. Decirles a los alumnos que son inteligentes los predispone a tener problemas más adelante. A medida que van pasando por la escuela y la vida y van fallando en muchas tareas, lo cual es perfectamente natural, se van autoevaluando y van decidiendo qué indica sobre su inteligencia aquello con lo que se van encontrando. En lugar de elogiar a los estudiantes por ser inteligentes, o por cualquier otra cualidad personal, es mejor darles mensajes como «es genial que hayas aprendido esto» o «has pensado de una forma realmente profunda sobre esto».
Nuestros sistemas educativos se han visto impregnados por la idea tradicional de que algunos alumnos no están preparados, por razón de sus capacidades, para lidiar con las matemáticas a ciertos niveles. Sorprendentemente, un grupo de profesores de matemáticas de enseñanza secundaria de un centro educativo que he conocido hace poco escribió a la junta directiva argumentando que algunos alumnos nunca podrían aprobar el segundo curso de Álgebra. Citaron, en particular, a los estudiantes pertenecientes a minorías con bajos niveles de ingresos; argumentaron que esos alumnos no podrían aprender álgebra a menos que rebajaran la exigencia del plan de estudios. Este pensamiento racista y discriminador debe ser desterrado de las escuelas. La carta escrita por esos maestros se publicó en los periódicos locales y terminó utilizándose en la legislatura estatal como un ejemplo de la necesidad que hay de escuelas autónomas (Noguchi, 2012). La carta sorprendió a muchas personas, pero desafortunadamente la idea de que algunos estudiantes no pueden aprender matemáticas de nivel alto es compartida por muchos. El pensamiento discriminador puede adoptar todo tipo de formas y, a veces, refleja una verdadera preocupación por los estudiantes; por ejemplo, muchas personas creen que estos deben pasar por una determinada etapa de desarrollo antes de estar preparados para abordar ciertos contenidos matemáticos. Pero estas ideas también están obsoletas, ya que los alumnos están preparados en relación directa con las experiencias que han tenido, y si no están en el nivel requerido, pueden alcanzarlo fácilmente por medio de las experiencias correctas, las altas expectativas de los demás y una mentalidad de crecimiento. No hay un ritmo predeterminado asociado al aprendizaje de las matemáticas, lo cual significa que no es cierto que si no han alcanzado cierta edad o madurez emocional no pueden aprender algo de matemáticas. Es posible que haya estudiantes que no estén preparados para abordar ciertas cuestiones matemáticas porque aún necesiten aprender algunos contenidos más básicos, previos, pero no porque su cerebro no pueda desarrollar las conexiones pertinentes debido a su edad o grado de madurez. Cuando los estudiantes necesitan establecer nuevas conexiones, pueden aprenderlas.
Para muchos de nosotros, apreciar la importancia de las mentalidades matemáticas y desarrollar la perspectiva y las estrategias destinadas a cambiar la mentalidad de los alumnos implica reflexionar cuidadosamente sobre nuestro propio aprendizaje y nuestra relación con las matemáticas. Muchos de los maestros de primaria con los que he trabajado, algunos de los cuales hicieron mi curso en línea, me han dicho que las ideas que les di sobre el cerebro, el potencial y la mentalidad de crecimiento les han cambiado la vida. Lo que aprendieron hizo que desarrollaran una mentalidad de crecimiento en relación con las matemáticas, que pasaran a abordar esta materia con confianza y entusiasmo y que transmitieran todo esto a sus alumnos. Esto suele ser especialmente importante para los maestros de primaria, porque a muchos de ellos se les dijo, en algún momento de su propio aprendizaje, que no saldrían adelante con las matemáticas, o que no eran para ellos. Muchos enseñan esta asignatura albergando sus propios miedos en relación con esta materia. Las investigaciones que he compartido con docentes de estas características los han ayudado a superar este miedo y los han llevado a abordar las matemáticas de otra manera. En un estudio importante, Sean Beilock y sus colegas encontraron que el alcance de las emociones negativas que los maestros de primaria albergaban respecto a las matemáticas permitía predecir el rendimiento de sus alumnas, pero no de sus alumnos (Beilock, Gunderson, Ramírez y Levine, 2009). Esta diferencia de género probablemente se debe a que las niñas se identifican con sus maestras, especialmente en la enseñanza primaria. De ese modo, asumen rápidamente los mensajes negativos de las maestras relativos a las matemáticas, mensajes que dan, muchas veces, en un intento de mostrar empatía con el alumnado; son declaraciones del tipo «sé que esto es muy difícil, pero intentemos hacerlo», «las matemáticas se me daban mal en la escuela» o «nunca me gustaron las matemáticas». Este estudio también destaca el vínculo existente entre los mensajes que dan los maestros y el rendimiento académico de sus estudiantes.
Dondequiera que te halles en tu propio viaje en el terreno de las mentalidades, ya sea que estas ideas sean nuevas para ti o que seas un experto en este ámbito, espero que los datos y las ideas que ofrezco en este libro os ayuden a ti y a tus alumnos a ver las matemáticas, de cualquier nivel, como accesibles y agradables. En los próximos capítulos, del segundo al octavo, presentaré las muchas estrategias que he recopilado a lo largo de años de investigación y experiencias prácticas en las aulas para fomentar la mentalidad de crecimiento en clase y en el hogar en relación con las matemáticas. Estas estrategias brindarán a los alumnos las experiencias que les permitirán desarrollar unas mentalidades matemáticas fuertes.