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Capítulo 1

AUTORÍA: ESTADO DE LA CUESTIÓN

El anónimo autor de La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades, y hay más de una docena de estimables candidatos al mérito, no gozaba de una personalidad mediocre o zafia, ni podía ser una persona sin importancia social, ni un escritor sin un significativo bagaje lector y cultural, clásico y renacentista. Su destacada posición social es precisa y presuntamente la que le obliga a preferir el anonimato, pues la cruda visión que elige para sus personajes y la selección que hace de estos, así como las ironías con que concluye los últimos párrafos, son razones suficientes para ocultar su firma.

En efecto, no suele un autor vulgar decidir la ironía también desde el inicio como primer recurso narrativo. Su habilidad y refinamiento con esta técnica literaria entraña un particular genio personal y una madurez que le permiten un inteligente distanciamiento tanto burlón como demoledoramente crítico con una sociedad contemporánea de la que va a mostrar sus íntimas vergüenzas. Es un autor culto como lo demuestran las citas clásicas del prólogo, las de la novela (Galeno, Alejandro Magno, Penélope, Macías, Ovidio, santo Tomás) y las relaciones intertextuales del Lazarillo con otros textos señalados como El asno de oro de Apuleyo, el Retrato de la lozana andaluza de Francisco Delicado, la versión castellana en prosa del poema macarrónico Baldo de Teófilo Folengo, el Novellino de Masuccio, La Celestina de Fernando de Rojas, la Propalladia de Torres Naharro, obras de Erasmo de Rotterdam, Luis Vives, Antonio de Guevara, etc.

Como no podía ser de otra manera, de forma natural, este autor culto, junto a las fuentes folclóricas, nos traslada rasgos de alguna de sus lecturas, de los textos de sus contemporáneos, así como de los que conforman su propia biblioteca.

Varias personalidades han optado a la autoría de tan maravillosa novela. Haremos un sucinto recorrido por los candidatos más acreditados recientemente, y nos detendremos en los tres que han centrado la atención o polémica crítica durante la última década: Alfonso de Valdés, Luis Vives y Diego Hurtado de Mendoza.

En 1605, fray Juan de Ortega fue propuesto por su hermano de orden, fray José de Sigüenza (Historia de la orden de San Gerónimo), como autor, porque «dicen que (...) hizo aquel librito que anda por ahí, llamado Lazarillo de Tormes (...) El indicio desto fue haberle hallado el borrador en la celda, de su propia mano escrito». No sabemos si se trataba ciertamente del original, de unos resúmenes a partir de él, o de una copia manuscrita que hubiere realizado Ortega. Sólo tenemos la atribución de un fraile admirador, sin más pruebas que una fórmula impersonal e imprecisa: «dicen».

Fray Juan de Ortega, de «ingenio tan galán y fresco» fue General de los jerónimos de 1552 a 1555, una razón objetiva para no firmar tal obra. En 2002 su autoría volverá a reivindicarse por Antonio Alatorre.1

En 1607, de Diego Hurtado de Mendoza escribe Valerio Andrés Taxandro (Catalogus clarorum Hispaniae scriptorum) que fue autor de «poesías en romance y el libro de entretenimiento llamado Lazarillo de Tormes». Y en 1608, Andrés Schott (Hispaniae bibliotheca) apoyaba la posible autoría de Hurtado de Mendoza: «Se piensa ser obra suya el Lazarillo de Tormes, libro de sátira y entretenimiento». Nuevamente una atribución sin pruebas y cierta impersonalidad: «se piensa». Sin embargo, a su favor observamos que se apresuran a enmendar a Sigüenza y que la atribución procede de dos autores distintos, profesionales, independientes y sin sometimiento alguno al autor que proponen. Y otro dato favorable: como obra de Hurtado se imprimió La vida de Lazarillo de Tormes por Antonio Facchetti (Roma, 1600) y por Juan Pérez de Valdivieso (Zaragoza, 1599) como constata Alexander S. Wilkinson.2 Es importante el hecho de que las reseñas provengan de dos localidades diferentes, y tan dispares. Después, Tamayo y Vargas ratificaba a don Diego en su Junta de libros la mayor que ha visto España en su lengua hasta 1624, y citaba por suya la edición vallisoletana de 1603 y por Luis Sánchez.

Nicolás Antonio en 1873 remite como probables autores a Ortega y Hurtado, y, en 1970, E. Spivakovsky3 reafirma la paternidad del segundo. Ya en 2010, Mercedes Agulló4 vuelve a defender para don Diego dicho honor. Agulló publica el testamento y el inventario de bienes de Hurtado de Mendoza y basa su tesis en que en el cajón de los libros del secretario de Felipe II y administrador de Diego Hurtado de Mendoza, Juan López de Velasco, había «Vn legajo de correçiones hechas para la ynpressión de Lazarillo y Propaladia

En nuestra modesta opinión, el hallazgo es importante, pero la frase no prueba mucho. De un lado, tiene un valor de credibilidad parejo a la frase de fray Juan de Ortega sobre el «borrador» de José de Sigüenza: no hay texto conservado, ni el «borrador» ni las «correçiones», sólo un intento de atribución basado en suposiciones entusiastas. De otro, se citan dos conocidas obras literarias corregidas, censuradas, al parecer, por una misma persona, pero no se identifica plenamente quien hizo las correcciones para la impresión. ¿Velasco o Hurtado? ¿Qué modificaciones estaría haciendo Hurtado en obra ajena como la Propalladia? ¿Por qué razón iba a imprimir el texto de Naharro? Y, si como humanista y exquisito bibliófilo hubiera decidido editar obras modernas, ¿para qué enmendar a otros autores? ¿Por qué sería él y no el censor Velasco el autor y dueño del legajo y de las presuntas «correçiones» en ambas obras?

Parece que todas las respuestas apuntan a López de Velasco puesto que sí sabemos que Velasco, por ventura, adaptó a los criterios inquisitoriales, «castigó», el Lazarillo de Tormes, la Propalladia de Torres Naharro y las obras de Castillejo. De manera que, a pesar del relativo orden de los inventarios de libros, legajos y documentos variados, pensamos que bien podrían ser los propios papeles del administrador Velasco, ya fallecido, mezclados con los de su administrado don Diego. El legajo subrayado por Mercedes Agulló estaba junto a «Vnos cuadernos y borrador de La rebelión de los moriscos de Granada y otras cossas de don Diego de Mendoça»; pero leemos que también con otro «legajo de papeles de Indias»5 que seguramente no era suyo y sí de Juan López de Velasco, a la sazón, cosmógrafo y Cronista mayor de las Indias.

Felipe II encargó a López de Velasco su futura biblioteca de El Escorial. Velasco es conocido porque fue quien censuró el Lazarillo vedado por la Inquisición en el Índice de libros prohibidos de 1559, y quien lo editó «castigado» en 1573 (Madrid, Pierre Cosin). Además, fue el encargado de la administración de los bienes de don Diego Hurtado de Mendoza durante 14 o 15 años. Al morir López de Velasco, fue su testamentario el abogado Juan de Valdés, este recibió también los papeles de Hurtado de Mendoza. Cuando muere el jurista en 1599, su hermana, Francisca de Valdés, inventarió todos los libros y documentos de Hurtado, Velasco y Valdés, ya clasificados previamente por alguno de estos dos últimos.

Rosa Navarro Durán,6 a quien veremos a continuación respaldando la autoría de Alfonso de Valdés, critica con cierta arbitrariedad las aportaciones del libro de Agulló, negando la candidatura de Hurtado, según ella «un prosista mediocre», al que atribuye la Segunda parte de Lazarillo de Tormes que define como alegoría política contra Carlos V (pero no se percata de la que existe en la primera parte). Mercedes Agulló se defiende7 cuestionándose el porqué de la reedición del Lazarillo en 1573, sugiriendo que, a cambio de ella, Hurtado donaría sus libros a la biblioteca de El Escorial de Felipe II. Agulló se pregunta también si el hecho de que en el Índice de libros prohibidos no se etiquetase como anónimo supondría que conocían a su autor. Propone a Gonzalo Pérez como «Vuestra Merced». Insiste en que la carta de don Diego a su sobrino en 1557 incluía un libro para Felipe II que podría tratarse del Lazarillo y que Hurtado cuenta «con muchas posibilidades para ser considerado el autor». Desde luego es indudable su buena relación con Velasco y que, puestos a suponer, debido a su pasión por la literatura y condición de experto bibliófilo seguramente colaboraría en las correcciones del Lazarillo expurgado.

No podemos olvidar a otros muchos autores que optan a la autoría de la novela. Morel-Fatio y Manuel J. Asensio señalaron, basándose en el espíritu supuestamente anticlerical y erasmista de la obra, a Juan de Valdés (1499-1541) o algún «alumbrado» de su entorno ideológico. También su hermano, el secretario real de cartas latinas Alfonso de Valdés (1490-1532), fue propuesto como posible autor por Morel-Fatio (1904), M. J. Asensio (1959), Joseph V. Ricapito (1976). Más recientemente, en 2003, Rosa Navarro Durán lo afirmó tajantemente y llegó al extremo de editar la novela con su nombre, aunque su hipótesis no hubiera sido planteada a partir de objetiva y rigurosa argumentación. En ambas atribuciones, debido a las tempranas muertes de los dos hermanos, es incuestionable que la escritura del Lazarillo tendría que anticiparse dos décadas, exagerado salto retrospectivo para un texto tan popular y exitoso que no cuadra con un silencio editorial de 22 años, con la orden municipal de expulsión de mendigos y vagabundos de Toledo de 1546, con la cronología de la segunda parte de la novela (Amberes, 1555) que arranca con posterioridad a las Cortes de 1538-1539 y con Lázaro embarcando para la guerra de Argel de 1541, y, sobre todo, con la fecha de las cuatro primeras ediciones conservadas de 1554 (Burgos, por Juan de Junta; Medina del Campo, por Mateo y Francisco del Campo; Alcalá, con interpolaciones y editada por Atanasio de Salcedo; Amberes, por Martín Nucio).

Rosa Navarro Durán imagina una hoja arrancada en el Lazarillo que incluiría, casualmente, el argumento. Este sería erasmista al estar basado, por las buenas, en el secreto de confesión. Además, «Vuestra Merced» sería una mujer, y la obra anterior a 1532 para que se armonice con la defunción del humanista.

Félix Carrasco y Valentín Pérez Venzalá,8 con un modélico estudio, y, siguiendo su estela, Marco Antonio Ramírez López y Pedro Martín Baños,9 entre otros, desmontaron razonadamente cada precipitado paso de Navarro Durán (el folio perdido, Vuestra Merced es una dama, etc.), incluso las gratuitas comparaciones entre el Lazarillo y los diálogos de Valdés con la obra de Rojas, Delicado y Naharro. También criticó su tesis Francisco Calero por «la metodología utilizada por R. Navarro, que consiste en descubrir lecturas del autor del Lazarillo, sin hacer ninguna comparación con obras de A. de Valdés»10 quien, por cierto, no parece ser el autor acertado si recibía críticas del cardenal García de Loaysa en su comunicado a Cobos sobre su incompetencia latina: «suplico á vuestra merçed tomeys un gran latino y no lo es Valdés, porque aca se burlan de su latinidad.» A primera vista, es el mismo y exiguo reconocimiento que obtuvo su hermano Juan en su estancia en Nápoles. En 1600, Scipione Miccio le citaba en su Vita de don Pietro de Toledo: «un certo Valdés Spagnolo; uomo ignorante e balbo (…) faceva professione d’intendere la Sacra Scrittura senza ajuto de glosa ordinaria, ma solamente col perverso suo giudizio».11

El paradigmático modelo de inventio de nihilo que propone Navarro Durán, falto de moderación y de fundado apoyo textual visible, es, desde una fiel lectura de la novela, muy cuestionable.

Las sangrías harinosas del padre de Lázaro de Tormes y la sisa sobre carne, harina, etc., del impuesto directo del emperador en las Cortes de 1538-39 tuvieron consecuencias negativas para el futuro de un modesto molinero y de los estamentos nobiliario y eclesiástico. Frente a ambos resultados adversos, la subjetiva sustracción o sisa del prólogo que Navarro imagina no deja de ser una entelequia con efectos asombrosos, pues publicó el presunto texto erasmista alegando la indiscutible autoría de Valdés,12 y con una secuela importante ya que dejó el camino expedito para que la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes se lanzara a una edición en 2006 con el nombre de Alfonso de Valdés.

Desde otro tiempo y circunstancia, es llamativo también que en 1605 fray José de Sigüenza no detectara nada erasmista y se limitara a ponderar los valores literarios del librito: «mostrando en un sujeto tan humilde la propiedad de la lengua castellana y el decoro de las personas que introduce con tal artificio y donaire, que merece ser leído de los que tienen buen gusto». Sigüenza muestra complacencia con la «propiedad de la lengua», con el «decoro» de los personajes, el «buen gusto», es decir, con la adecuación real y verosímil a cómo eran los comportamientos de los personajes seleccionados con respecto a su condición social. Sigüenza no percibía ningún contenido heterodoxo: anotaba que la caracterización de cada personaje y las acciones de los clérigos novelados entraban dentro del comportamiento social de la época. Lo mismo le sucede a V. Andrés Taxandro que define la novela como «libro de entretenimiento.» Y recuérdese que el texto expurgado seguía mostrando la codicia e impiedad de sus personajes.

Pablo Jauralde13 se congratula del hallazgo de Agulló afirmando que en el inventario de los bienes de Hurtado de Mendoza, uno de sus «cajones contiene inequívocamente las correcciones del Lazarillo». Afirmación algo extremada, como su frase «de mano del propio autor iba el texto expurgado por Velasco», porque la cita del «legajo» no prueba razonadamente su autoría, y porque nada se dice de que el texto fuera un manuscrito de Hurtado. Jauralde en un sugerente artículo posterior14 avanza sobre la hipótesis de Agulló señalando que las enmiendas textuales del censor Velasco pueden provenir del propio autor, defiende la edición crítica de Aldo Ruffinatto15 y sus variantes, y funde investigación documental e histórica. Su muy importante trabajo trae cordura al revuelto río lazarista: recorre la biografía de Hurtado, le atribuye la escritura de la novela tras caer en desgracia después de sus gestiones en Siena, indica que la impresión expurgada por Velasco cuenta con la mano del autor, corrobora su relación con santa Teresa, que estaba en contacto con la Corte al tener como confidente a Velasco, y que «las correcciones del Lazarillo estaban entre los papeles de dhm, y posiblemente eran de su letra.»

Diversos estudios de Francisco Calero niegan las tesis de Rosa Navarro Durán y atribuye la novela al humanista de origen judío Juan Luis Vives (1493-1540) al cotejarla con palabras, expresiones e ideas expuestas en sus obras latinas. Sin dejar de reconocer el interés de sus trabajos, nos parece exagerada su atribución basada en la presencia, precaria en varios casos, de una misma palabra16 o giro expresivo similar en obras latinas de Vives y en el Lazarillo.

Después de su edición del Lazarillo, Francisco Calero17 insistía en la presencia de argumentos de índole temática, expresiva y estilística que apoyaban supuestamente su atribución. Lamentamos no coincidir con su trabajo y algún aspecto notable (el apartado de la sintaxis). Calero sugiere todo un abanico de temas e ideas que impregnaba, en verdad, a toda la comunidad culta, desde el moralista al intelectual de la época. Su trabajo antologiza parte del pensamiento de Vives alrededor de unas palabras –no temas tratados en profundidad– que están presentes en el Lazarillo; de manera que entendemos mejor la problemática histórica, el ambiente ideológico, sus aspectos contextuales. Pero nada de ello es prueba irrefutable. Que en otros libros, diálogos renacentistas presuntamente de Vives, aparezcan referencias al hambre, pobreza, anticlericalismo, caridad, piedad, espiritualidad, moralidad, etc., en sí mismas son unas relaciones muy poco significativas que le sirven como «argumentos», pero que no tienen por qué ser señas identitarias de la autoría, ya que forman parte del acervo cultural de otros autores coetáneos. Además, ya que Vives muere antes que otros candidatos y sus obras gozaron de estimación y predicamento entre los humanistas contemporáneos, parece razonable que fueran leídas por autores más jóvenes que conocían el latín, que formaban o poseían una buena biblioteca, etc., y que podían recrearlas, en mayor o menor medida, en sus propias obras. Tal es el caso de Diego Hurtado de Mendoza.

José M.ª Asensio, Julio Cejador y Francisco Márquez Villanueva señalaron al paremiológico, jurista y dramaturgo toledano Sebastián de Horozco (1510-1580?) por semejanzas y coincidencias temáticas y de personajes18 (un «questor», un clérigo mercenario, un «echacuervo» de indulgencias, un ciego mendicante con lazarillo, un pregonero) con sus representaciones religiosas (Parábola del capítulo xx de san Mateo, Historia evangélica del capítulo ix de san Juan, Entremés), Cancionero, Teatro universal de proverbios, y las Relaciones y noticias toledanas. Fonger de Haal, Julio Cejador y Fred Abrams insinuaron parecidos de la vida del Lazarillo con un pregonero de Toledo hacia 1538 del mismo nombre que el autor de los pasos, Lope de Rueda (1510-1565). Otras investigaciones (Aristides Rumeau, 1964) dirigieron sus estudios hacia el helenista Hernán Núñez de Toledo, el Comendador Griego, también conocido como el Pinciano (1475-1553), por coincidencias expresivas entre el Lazarillo y su edición de Las ccc del famosísimo poeta Juan de Mena (1499); el humanista Pedro de Rúa (¿?-1556), según Arturo Marasso (1955) que analiza la novela como una parodia del estilo de las Epístolas familiares de Antonio de Guevara; Fernando de Rojas, presunto autor de La Celestina por su agnosticismo de converso y su didactismo al criticar la corrupción social, según Horward Mancing (1976); el dramaturgo renacentista Torres Naharro (h. 1485-h. 1530), según A. M. Forcadas (1994) por sus similitudes con episodios de la Propalladia (1517); el humanista, amigo y difusor de Erasmo, Juan Maldonado (1485-1554), según J. Cejador (1914) O C. Colahan y A. Rodríguez (1995) por las correspondencias temáticas y formales (habilidad con los monólogos con forma autobiográfica) entre el Lazarillo y sus obras, aunque Maldonado sólo escribía en latín; el cronista de la conquista de Méjico, Cervantes de Salazar (h. 1514-1575), según José Luis de Madrigal19 (2003) por sus concordancias ideológicas, vitales, temáticas, bibliográficas (Crónica de la Nueva España, 1567) y de citas literarias, y, además, por el parecido entre la palabra «Lázaro» y la parte final del nombre con que firmaba sus obras, Franciscus Cervantes «Salazarus». Sin embargo, en 2008 Madrigal defendió la autoría de Juan Arce de Otálora (¿1510?-1561), autor de los Coloquios de Palatino y Pinciano, que vuelve a ser señalado «como el autor más solvente para su atribución» por Alfredo Rodríguez López-Vázquez (2010) al liderar aquel el uso mayoritario del cotejo de palabras (45 sobre 53) entre varios escritores contemporáneos.20 No obstante, en su tercer artículo de 2010 (p. 313) A. Rodríguez se desdice y concluye «que estadísticamente tanto el primer Lazarillo como su continuación son obra del mismo autor, y que este escritor, Fray Juan de Pineda (¿1513-1593?), es también el autor de las ‘interpolaciones’ de Alcalá, que deben ser contempladas como añadidos no apócrifos.»21

Anteriormente, Dalai Brenes Carrillo había afirmado que el Secretario de Estado Gonzalo Pérez, autor en 1550 de la traducción de La Vlixea de Homero, lo era también del Lazarillo de Tormes, que analiza como «un comentario de la vida en la corte de Carlos V». Y decide «establecer sin lugar a una justificada duda que Gonzalo Pérez es Anón (sic) y Lazarillo es una anti-Vlixea en la cual Lázaro es la combinada antítesis del joven Telémaco y del astuto Ulises de las tretas».22 No obstante, los ejemplos y expresiones textuales, que Brenes propone como pruebas irrefutables de que un mismo autor escribió ambas obras, nos producen muchas dudas. De hecho, otro autor citado por Brenes, Hurtado de Mendoza, podría haber leído su Vlixea (1550) y reutilizar alguna expresión parecida o mínima idea en un texto posterior. Esta simple posibilidad justificaría las difusas intertextualidades y poca fortaleza de las conjeturas que propone el crítico. Este define al Lazarillo como «una sátira política, un roman à clef» (p. 62). Si así fuere, Francisco de los Cobos, por ejemplo, que había fallecido ya en 1547, merecía una crítica feraz y feroz como un ansioso acaparador de cargos, posesiones, riquezas, encomiendas, privilegios, etc. Y esto no sucede o estaremos, quizá, ante un escritor de su bando político. Tampoco creemos que se trate de una crítica únicamente palaciega, pues ¿dónde ubicaríamos a otros personajes tan decisivos como el ciego, el clérigo de Maqueda, el mercedario, el buldero, etc.? En realidad, como sátira política encubierta sólo está clara la fase inicial y final de la novela, amén de alguna identificación probable, el resto es una sabia combinación de elementos folclóricos, literarios y creación personal. Y sí, es una sátira, pero de génesis lucianesca. No hay más que recordar El pescador: «Odio a los impostores, pícaros, embusteros y soberbios y a toda la raza de los malvados, que son innumerables, como sabes»; y comprobar que esos son los personajes escogidos en la novela.

Brenes aporta una carta inédita cifrada (14-VII-1547) de Hurtado23 a Carlos V para explicar «los cuidados del rey de Francia». Estos no se corresponderían con las atenciones a Francisco Ien Madrid tras la victoria de las tropas germano-españolas en Pavía (1525) sino con la petición del rey francés Enrique II para poder almorzar antes de su coronación (25-VII-1547) ya que el acto sería largo. La carta es muy valiosa; no obstante, Brenes parece olvidar que esa ironía, ese chismorreo guasón, partiría del que primero lo conoce y redacta la noticia por escrito. Y no es el secretario Gonzalo Pérez sino el embajador Diego Hurtado de Mendoza.

El crítico también rescata los testimonios de Barrantes y Pedro de Gante a favor de la verosimilitud de los «grandes regocijos y fiestas» de las Cortes de Toledo de 1538. Pensamos que esos «regocijos» son una chanza contra el chasco del emperador y la humillación de los nobles, una falacia del narrador jugando con el valor irónico de sus palabras. De la finalización de las Cortes con el disgusto del emperador, «Vuestra Merced», como cualquier otro superior, señor principal o lector contemporáneo, no tendría una sensación expansiva de alegría y júbilo, sino de desengaño acompañado, eso sí, de cierta liberación al quedar exonerados los altos estamentos del pago del nuevo y abusivo impuesto imperial.

En general, son todas pruebas de que el anónimo autor podría haber leído la traducción de una obra de Homero. Nada más. De la equiparación de ejemplos (el personaje da nombre, familia y domicilio) y de expresiones (ej.: «un tono bajo reposado y muy sonable» vs. «una voz suave y entonada») en obras distintas sólo se obtienen resultados imprecisos e inconsistentes.

Finalmente, no nos parece argumentada ni concretada la tesis de que es una obra contra unos determinados personajes de la corte de Carlos V, «entre ellos Don Diego Hurtado de Mendoza, Gattinara, Enciso, Siliceo y otros»,24 como Francisco de los Cobos (arcipreste de San Salvador, sí, pero en Úbeda), cuyos nombres en clave encuentra, apoyándose en su anterior artículo de 1987 en el que decía que la odisea de Lázaro «es una sangrienta burla de los que al servicio de Carlos V “con fuerça y maña remando salieron a buen puerto” usando y abusando de su “oficio real viendo que no ay nadie que medre: si no los que le tienen”. Cobos, Perenot, Siliceo, Gattinara, Hurtado de Mendoza, Granvela, Enciso, y otros tantos.»25 Muchos nos parecen, y con poca concreción.

Francisco de los Cobos tuvo junto al emperador una vida sin problemas económicos y contó constantemente con tanta confianza de Carlos V que este lo recomendó a su hijo Felipe como consejero. Menos estable es pensar en la autoría de Gonzalo Pérez («Tomé González»), él no se incluiría en la novela, y menos aún como burlado personaje, porque deseaba ocultarse del escarnio público producido por los rumores sobre su hijo natural Antonio Pérez («Antona Pérez») siendo él, presuntamente, todavía clérigo. En ningún caso le interesaba airearlo más. Y no podía ser tan ingenuo de autorretratarse con sarcasmo.

En 1992, Brenes indica que cuando el escudero menciona «manos limpias», en contraste con la opinión de Blecua, no cree que se refiera a «limpieza de sangre» sino que, siguiendo un expediente informativo de Lorenzo Galíndez de Carvajal26 dirigido al emperador, «la expresión manos limpias o referencias a esa expresión sólo tienen que ver con la honradez del individuo en lo tocante a cuestiones financieras».27 También afirma que el escudero es el duque de Arcos o su hermano. Y reitera la idea de que la novela es una sátira política contra Cobos, Hurtado, Gattinara, Enciso, Silíceo,28 etc. Sin aportar al respecto una sola prueba o argumentación.

Tampoco nos parece convincente la caprichosa combinación de letras29 para forzar la aparición de la palabra «Covos», pues no se atiene a su propia premisa «se usa una cifra basada en 3 y múltiplos de 3», sin olvidar que este experimento fracasa si reconocemos como ajeno al autor el subtitulillo del tratado primero, en el que se basa, y de los restantes, añadidos presuntamente por el primer editor.

También reitera la autoría de Gonzalo Pérez apoyándose en otro juego de letras (1ª de la 1ª palabra, 2ª de la 2ª, 3ª de la 3ª, 4ª de la 4ª y 5ª de la 5ª) que da «Peres»; pero se salta la tercera palabra «Vuestra» con lo que se rompe el ciclo y, además, no parece lógico buscarle más marcas ocultas a un texto que deja al descubierto los apellidos «González» y «Pérez» de los padres de Lázaro.

Tras frecuentar varios argumentos de publicaciones anteriores (G. Pérez fue arcipreste de la iglesia del Salvador en Úbeda, la carta de Hurtado sobre el almuerzo del rey francés, el oficio real de Pérez), Brenes concluye su trabajo aseverando que «V. M.» o «vuestra M.» es «vuestra Majestad el emperador Carlos V» a quien dedica la novela, afirmación dada sin ninguna explicación y al final de la última página.

Con respecto a la búsqueda de grafías que transparenten una presunta autoría, hay que recordar también que en 1973 Fred Abrams refiere el uso de técnicas criptográficas españolas en el XVI, y que propone otra clave secreta del autor para ser recordado por la posteridad. En concreto, Abrams, vía encriptamiento de la frase «Pues sepa V. M. ante todas cosas», encuentra la presencia de otro escritor: «Urtado», «Mendosa», y sus pseudónimos, «Danteo», «Andrea».

Retornando a la actualidad crítica, en 2009, José Luis Canet30 ha fijado su mirada en los dos autores que fueron designados inicialmente como creadores de la novela: fray Juan de Ortega y Hurtado de Mendoza. Probablemente, lo más sensato sea esta vuelta a los orígenes y a los primeros testimonios y atribuciones.

Como primera hipótesis, Canet propone que, en el caso de Ortega, algún amigo llevaría una copia manuscrita a algún librero. A partir de ella, «se realizaría un original de imprenta y de éste el primer texto impreso, del que procederían las siguientes reediciones». Para Hurtado, plantea una serie de preguntas muy convincentes:

…¿no pondrían en marcha sus relaciones e influencias para que saliera impresa y cualquier librero estaría orgulloso de realizar su impresión? ¿No es un reclamo seguro, aunque sea a sottovoce, que se atribuya un texto a un gran personaje? ¿No podría dar su manuscrito a algún secretario o profesional de la edición para que preparase uno o diferentes originales de imprenta y éste incorporase, según era la moda, un nuevo título e incluso los epígrafes de las diferentes partes o tratados?

La resolución a estas cuestiones es también esclarecedora:

…Si fuera así, podríamos entender las diferentes ediciones casi simultáneas y sin una clara filiación ecdótica y también que algunos libreros e impresores no especializados en libros literarios se embarquen en este menester (p. 72).

Como ya escribimos31 a propósito de estas dos citas, reiteramos que la segunda opción de autor nos parece de sentido común. Entre ambos estudiantes salmantinos, nos decantamos por la candidatura de Hurtado por numerosas razones. Él, a diferencia de fray Juan de Ortega, sí tiene abundante obra lírica y narrativa previa –tres largas cartas paródicas y un extenso sermón con múltiples facecias ensambladas– de tono irónico, crítico, burlón o desmitificador. También posee un amplio bagaje literario, popular y culto, y de primera mano, al que seguramente no accedió Ortega (el cuento de la casa lóbrega y oscura, por ejemplo, o Masuccio, Garcilaso, Delicado, Aretino, Ariosto, etc.). Asimismo, tiene motivos personales para modelar una sutil sátira contra personalidades de la Corte, incluido el emperador, que estaban ninguneando el poder de los Grandes de España. En estas circunstancias, cuando fue depuesto de su autoridad y cargos imperiales en 1552, su rencor le estimularía a burlarse de Carlos V ridiculizándole ante la Historia, recordándole su genealogía, derrotas, y humillaciones. Y, contrariamente a fray Juan de Ortega, Hurtado sí debía guardar, y mantener, el anonimato para no menoscabar el buen nombre e influencia de su familia, también arrimada al poder de Carlos V y Felipe II.

Perceptiblemente, nos hemos decidido por la posibilidad de que Hurtado de Mendoza sea el escondido autor. A su favor ya hemos contemplado la atribución doble, temprana y profesional de su autoría, dos o tres años después que la de Ortega, pero con el aval de que la novela se le atribuye con anterioridad en ediciones de 1599, 1600 o 1603. Al mismo tiempo, hemos observado que la carta de 1547 sobre «los cuidados del rey de Francia» es suya, y que él escribirá en 1557 a su sobrino pidiendo que enseñe a Felipe II, para su supervisión controlada, un libro que había escrito con ciertas «necedades» comprometidas. Y no hay noticia de que escribiera ningún otro volumen en esos años. Además, veremos que hay otra serie de datos, cartas, semejanzas léxicas y elocutivas, probables claves acrósticas, paralelos literarios y circunstancias históricas, que acaban cercando e identificando a Hurtado de Mendoza como el autor del Lazarillo de Tormes.

1. Lo apuntaba inicialmente en las páginas 254 y 255 de su reseña en NRFH (vol. L, n.º 1, Méjico, 2002, pp. 252-264) sobre «Alberto Martino, Il ‘Lazarillo de Tormes’ e la sua ricezione in Europa (1554-1753)». Posteriormente en «Contra los denigradores de Lázaro de Tormes» (NRFH, vol. L, n.º 2, Méjico, 2002, p. 427-455) exponía más abiertamente su «convicción de que el autor del Lazarillo es el jerónimo fray Juan de Ortega. No hay nada comparable al testimonio de fray José de Sigüenza» (p. 447).

2. Books published in Spanish or Portuguese or on the Iberian Peninsula before 1601; Boston, Brill, 2010, pp. 414 y 652, respectivamente.

3. «New Arguments in Favor of Mendoza’s Authorship of the Lazarillo de Tormes», Symposium, 24.1, pp. 67-80. Su tesis, basada en interpretaciones simbólicas que identifica a todos los personajes y sucesos en relación con la vida del embajador Hurtado de Mendoza, viene de 1961 (Hispanofilia, 12; Symposium, xxv).

4. A vueltas con el autor del Lazarillo. Con el inventario de bienes de don Diego Hurtado de Mendoza, Madrid, Calambur, 2010.

5. Ibídem, p. 37.

6. «Diego Hurtado de Mendoza está de moda», Clarín, 86, 2010, pp. 85-88.

7. «A vueltas con el autor del Lazarillo. Un par de vueltas más», Lemir, 15, 2011, pp. 217-234.

8. F. Carrasco: «Lazarillo: “[…] Hablando con reverencia de Vuestra Merced, porque está ella delante” y la autoría de Alfonso de Valdés», Ínsula, 683, 2003. V. Pérez Venzalá: «El Lazarillo sigue siendo anónimo. En respuesta a su atribución a alfonso de Valdés», Espéculo. Revista de estudios literarios, 27, 2004.

9. M. A. Ramírez López: «Fortunas y adversidades de la autoría del Lazarillo de Tormes y la postura de Rosa Navarro Durán», Signos Literarios, 4, 2006. P. Martín Baños: «Nuevos asedios críticos al Lazarillo de Tormes, II», Per Abbat, 4, 2007.

10. «Luis Vives fue el autor del Lazarillo de Tormes», Espéculo, 32, 2006.

11. Archivo storico italiano, tomo IX, Florencia, Vieusseux, 1846, pp. 28-29.

12. Lamentamos no coincidir con el precipitado y animoso espaldarazo que a las hipótesis de R. Navarro (A. Valdés es el autor, el «Argumento» está arrancado, importancia del secreto de confesión, erasmismo, etc.) dio Juan Goytisolo («Alfonso de Valdés, libre y claro», Babelia, 26-07-2003), que se dejó llevar acaso por el entusiasmo de un incierto descubrimiento antes que por su rigor metodológico.

13. «El Lazarillo no es anónimo, su autor es Diego Hurtado de Mendoza», v. «El Cultural.es», El mundo.es (05/03/2010).

14. «Sin que de mi nombre quede otra memoria (Diego Hurtado de Mendoza y el Lazarillo de Tormes)», Manuscrt.cao, 2010, pp. 1136-3703.

15. Las dos caras del Lazarillo. Texto y mensaje, Madrid, Castalia, 2000.

16. Calero, en «El prólogo del Lazarillo y la obra de Luis Vives» (Espéculo, 35, 2007) encontraba diecisiete concordancias entre dicho prólogo y las obras de Vives. Afirmaba en la conclusión, hiperbólicamente en nuestra opinión, que «Con toda lógica puede concluirse que es prácticamente imposible que dicho prólogo no haya salido de la pluma de Vives.» Nos parece que palabras como «noticia», «nonada», «grossero», «Fortuna», etc., son coincidencias insustanciales y que otras expresiones están extraídas de refilón (el pensamiento de Plinio o de Cicerón –lugares comunes–, la diversidad de los juicios de los hombres, comenzar la obra desde el principio, la inconsistente gloria del linaje, etc.). Excepto la presencia de «nonada», todos son ejemplos sin un valor argumentativo sólido para una conclusión tan tajante sobre la autoría del Lazarillo. Además, la temprana fecha de defunción del humanista tampoco ayuda mucho a la atribución. Finalmente, en «Los Coloquios de Palatino y Pinciano y la palinodia de José Luis de Madrigal» (Espéculo, 47, 2011), también atribuye a Vives los citados coloquios.

17. Editado en Madrid, Blázquez, 2004. Seguimos la teoría de la obra cit. en n. 10, «Luis Vives fue el autor…».

18. La presencia de un mendigo ciego con un destrón de nombre «Lazarillo», así como ciertas acciones y frases («pues que olistes el tocino / como que no olistes la esquina?») suscitan considerables dudas. Francisco Rico, en su «Introducción» a su edición del Lazarillo de Tormes (Madrid, rae, 2011, p. 124) afirma que «la mera comparación entre la prosa del Lazarillo y los correspondientes versos de la Representación bastaría para revelar dos ideales estilísticos inconfundibles: frente a la contenida recreación que del habla popular ofrece la novela, el texto dramático la caricaturiza acentuando los rasgos vulgares y arcaicos (…) cortedad de expresión, grosería, falta de imaginación narrativa». Ya había escrito (Madrid, Cátedra, 1990, p. 43) que «de ningún otro de los escritores propuestos para la autoría puede decirse con tanta seguridad como de Sebastián de Horozco que el estilo de toda su obra desmiente la hipótesis en términos perentorios.»

19. Madrigal expuso sus argumentaciones, sugerentes y sopesadas, en su artículo «Cervantes de Salazar, autor del Lazarillo», Artifara, 2, 2003.

20. De Alfredo Rodríguez López-Vázquez utilizamos tres estudios acerca del Lazarillo en el año 2010. Todos están editados en Internet: «Juan de Arce de Otálora y el Lazarillo de Tormes» (Artifara, 10, 2010); «El “tractado del escudero” en el Lazarillo de Tormes y la metodología de atribución de la obra. Nuevas aportaciones al stemma» (Lemir, 14, 2010, pp. 259-272); «Una refutación de las atribuciones de Lazarillo a Alfonso de Valdés, Hurtado de Mendoza y Arce de Otálora: La hipótesis de Juan de Pineda» (Lemir, 14, 2010, pp. 313-334). Nuestra impresión es que fiar una autoría sólo a una mayor presencia estadística de ciertas palabras o frases no decide una verdad absoluta. De ahí su cambio de propuesta autorial. Y ponderar unos resultados basándose en «una fórmula algebraica basada en logaritmos neperianos», como indica el autor, para desvelar una obra anónima es un procedimiento incompleto, insuficiente. Ambas interesantes y necesarias direcciones de estudio demuestran quien utiliza más un repertorio léxico, no quien escribió el Lazarillo. Pensamos que su valor es de aproximación, no de identificación. A. Rodríguez muestra que CORDE permite lucubraciones ya ineludibles para un crítico; pero en esta metodología hay, entre otros, un olvido de lo mínimamente literario, del sentido y emoción que vibra en cada autor, de la voluntad expresiva, la intencionalidad y el sentir personal que impregnan cada contexto lingüístico y situación comunicativa de la palabra escrita. Además, A. Rodríguez niega la autoría de A. de Valdés e ilustra las intertextulidades del Lazarillo con Alonso Venegas, J. de Pineda, etc.

21. Sobre este añadido textual, Jack Weiner [«Las interpolaciones en El Lazarillo de Tormes (Alcalá de Henares, 1554) con énfasis especial sobre las del ciego»] sugería en 1971 que las seis interpolaciones «encajan temática y literariamente con la obra en general» y consideraba necesarias las interpolaciones del ciego para desvelar su sutil relación con el ciego pagano Tiserias y su papel de profeta en la novela.

22. Dalai Brenes Carrillo, «Lazarillo, La Vlixea y Anón», BBMP, LXIII, 1987, p. 58.

23. «El otro dia vino un correo de Francia con prisa y se despachó luego otro que nos dio que pensar, fue sobreque el rey pedia licencia para que el dia de su coronación pudiese almorzar, el y el clerigo antes de comulgarse, porque el officio, sería largo. El papa dijo a la mitad por el rey solo», en Brenes (1987, p. 64).

24. «¿Quién es V. M. en Lazarillo de Tormes?», BBMP, LXVIII, 1992, p. 83.

25. «Lazarillo, La Vlixea y anón», BBMP, LXIII, 1987, p. 100.

26. «Informe que dio a Carlos V sobre los que componían el Consejo Real», en Colección de documentos inéditos para la Historia de España, Madrid, Imprenta Viuda de Calero, 1842.

27. Dalai Brenes en «¿Quién es V. M. En Lazarillo de Tormes?», BBMP, LXVIII, 1992, p. 78.

28. El italiano Mercurio Arborio de Gattinara fue canciller de Carlos V desde 1518 hasta su muerte en 1530. Juan de Enciso, contador y banquero de Carlos V. Martínez de Silíceo, preceptor de Felipe II desde 1534. También fue su ayo González de Mendoza, sustituido por Juan de Zúñiga.

29. Fred Abrams, «Hurtado de Mendoza’s Concealed Signatures in the Lazarillo de Tormes», Romance Notes 15, 2; 1973, pp. 341-345.

30. «Algunas reflexiones sobre el proceso de edición en el siglo XVI y la bibliografía textual», Edad de Oro, vol. XXVIII, 2009, pp. 59-73.

31. Joaquín Corencia Cruz, «Anotaciones a la quinta y sexta parte del Abecedario espiritual y Lazarillo de Tormes (Medina del Campo, 1554). De ediciones, portadas, colofones, pobres, Lázaros e hilanderas», Lemir, 16, 2012, pp. 329-348.

La cuchillada en la fama

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