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CAPÍTULO 2

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CIUDAD DE ÍDOLOS

Daniel 1

Es muy probable que Daniel y sus amigos quedaran profundamente admirados cuando vieron por primera vez la ciudad de Babilonia, a pesar del trauma y el dolor que habían sufrido en los meses anteriores. Si la apreciamos con detenimiento, comprenderemos mejor la actitud y las decisiones de este joven hebreo.

Alan Millard, experto en el Cercano Oriente, escribe (en Hoffmeier y Magary 2012, pág. 279):

El Libro de Daniel, al igual que Heródoto y otros escritores griegos, refleja de manera precisa la actividad constructora de Nabucodonosor y el uso del arameo en la corte babilónica, un aspecto que era también bastante conocido, sin lugar a dudas.

Babilonia era una ciudad espectacular que superaba con creces cualquier otra cosa que un joven de Judá hubiera visto o imaginado. Abarcaba más de 1.000 hectáreas (10.000.000 m2) así que era la más grande del mundo en aquella época. Jerusalén, la ciudad capital que Daniel conocía, debe haber lucido bastante pequeña en comparación con esta enorme metrópoli asentada en la orilla oriental del gran Río Éufrates.

Casi un siglo antes, Senaquerib, el emperador asirio, había destruido Babilonia, y los emperadores babilónicos, en especial Nabucodonosor, habían emprendido inmensos programas de reconstrucción, los cuales a la llegada de Daniel ya estaban prácticamente terminados. En efecto, nueve décimas partes de los ladrillos desenterrados de la ciudad tienen inscrito el nombre de Nabucodonosor, una práctica que Saddam Hussein siguió muchos siglos después con menos éxito. Nabucodonosor hizo de Babilonia una ciudad única. Cuando el historiador griego Heródoto la vio mucho más tarde, en el año 450 a. C., expresó que superaba en esplendor a cualquier ciudad del mundo conocido.

La ciudad tenía una forma casi rectangular y el Éufrates la atravesaba de norte a sur. Desde el norte, con el Éufrates a la derecha, se entraba a través de una puerta espléndida que llevaba el nombre de uno de los dioses babilónicos, al igual que las otras. Era la Puerta de Ishtar. Ishtar (la portadora de luz o estrella) era la diosa de la fertilidad, del amor y de la guerra y como tal, era la suprema diosa madre del panteón babilónico. A poca distancia de la puerta, dentro de la ciudad, existía un magnífico templo dedicado a su culto.

La Puerta de Ishtar constituía una de las ocho puertas fortificadas asentada entre las murallas de aspecto inexpugnable que rodeaban la ciudad. Estas murallas, según Heródoto, tenían 24 metros de ancho (80 pies), 97 metros de alto (320 pies) y 90 kilómetros de largo (56 millas), aunque los arqueólogos opinan que las murallas realmente tenían solo unos 18 kilómetros de largo (11 millas) y que no eran tan altas. La vasta torre en la que estaba emplazada la puerta estaba cubierta con cerámica vidriada de un azul intenso, adornada con motivos intercalados de leones blancos y amarillos, de dragones y de toros amarillos. Era muy llamativa: estaba construida para impresionar a quienes entraran por ella con el poder, la riqueza, el esplendor arquitectónico, la estabilidad del Imperio babilónico y, sobre todo, la gloriosa majestad del emperador Nabucodonosor en persona.

INSCRIPCIÓN DEDICATORIA DE NABUCODONOSOR EN LA PUERTA DE ISHTAR

Nabucodonosor, rey de Babilona, el príncipe fiel designado por la voluntad de Marduk, el más alto de los príncipes, amado de Nabu, prudente de consejo, que ha aprendido a abrazar la sabiduría, que penetró su ser divino y reverencia su majestad, el gobernador eterno, que lleva siempre en el corazón el cuidado del culto de Esagila y Ezida y que trata constantemente del bienestar de Babilonia y Borsippa, el sabio, el humilde, el vigilante de Esagila y Ezida, el hijo mayor de Nabopolasar, el rey de Babilonia.

Bloqueé las entradas de Imgur-Enlil y de Nimit-Enlil, siguiendo el relleno de la calle de Babilonia que estaba cada vez más bajo. Por lo tanto, tiré estas puertas y puse sus cimientos con asfalto y ladrillos, y los hice hacer de ladrillos con la piedra azul en la cual los toros y los dragones maravillosos fueron representados. Cubrí sus azoteas poniendo cedros majestuosos longitudinalmente sobre ellos. Colgué las puertas del cedro adornadas con el bronce en todas las aberturas de la puerta. Coloqué toros salvajes y dragones feroces en las entradas y las adorné así con esplendor lujoso de modo que la gente pudiera mirarlas maravillada.

Dejo el templo de Esiskursiskur (la alta casa del festival de Marduk, lugar del señor de los Dioses, un lugar de alegría y de celebración para los dioses principales y de menor importancia). Lo hice firme construido como una montaña en el recinto de Babilonia de asfalto y de ladrillos brillantes.

Ante la Puerta de Ishtar estaba el templo de Akitu, que jugaba un papel clave en la celebración babilónica de la interpretación popular de la historia. Una vez al año se celebraba el gran festival de la primavera para que los humanos participaran en la renovación de la naturaleza. Los babilonios creían que al terminar el invierno el cosmos volvía de nuevo a ser caos, por lo que la historia pasada desaparecía. Todo el destino del país dependía en aquel momento del juicio de los dioses, y se celebraba el festival de la primavera para aplacarlos y evitar las crisis. Los sacerdotes llevaban el ídolo del dios Nabu desde su templo en Borsippa hasta el templo de Akitu. Nabu era el dios patrón de la sabiduría y de la escritura, y era el hijo de Marduk, jefe de todos los dioses. Le sucedían una colorida secuencia de ceremonias que se centraban en la lectura de una de las piezas más famosas de la literatura babilónica: el Enuma Elish («Cuando en lo alto»), que describe las guerras entre los dioses y la creación del universo. Los sacerdotes del templo ejercían un enorme poder; controlaban gran parte de la tierra y, por lo tanto, recibían inmensas ganancias. Incluso el emperador tenía que reconocer esa realidad públicamente. En el clímax del festival de la primavera, Nabucodonosor tenía que someterse a una humillación ritual, delante de todo el pueblo, por parte de los sacerdotes, durante la cual la costumbre era darle bofetadas hasta que sus lágrimas brotaran.5 Se hacía para recordarles a todos que los sacerdotes eran el poder que sostenía el trono. Concluida esta ceremonia, podían empezar los grandiosos banquetes para anunciar la llegada de la primavera.

La Puerta de Ishtar estaba situada en un extremo de la Avenida de las procesiones, que atravesaba toda la ciudad. Sus casi veinte metros de ancho, y el tamaño y la grandeza de los edificios a ambos lados de la misma, dejaban atónitos y llenos de admiración a los viajeros. Los babilonios eran arquitectos e ingenieros muy experimentados.

En el horizonte de la ciudad se erguía una colosal torre o zigurat (zaqqaru en acadio, que significa «ser alto o elevado») llamada Etemenanki. Este nombre sumerio significa Casa de la fundación del cielo y de la tierra, detalle que de inmediato nos recuerda a Babel, la ciudad original que se encontraba en el mismo lugar, y su famoso intento por construir una torre que llegara al cielo (Gén. 11:4).

Por supuesto que la antigua torre se había derrumbado desde hacía bastante tiempo y la sustituía otra que había tardado 100 años en construirse. Sus siete pisos de gran altura se elevaban a casi 100 m sobre la calle, y probablemente esta fue la construcción del mundo antiguo más parecida a un rascacielos. En la parte superior había varias salas dedicadas a las deidades babilónicas de primer rango. Marduk, el dios principal, compartía la habitación con su esposa Sarpanitu; Nabu, el dios-escriba y su esposa Tasmetu, ocupaban una segunda habitación; y en otras habitaciones vivían Ea, el dios del agua, Nusku, de la luz, y Anu, el del cielo. Al final, había un lugar para el dios sumerio Enlil (Señor del Aire), predecesor de Marduk. Existía una séptima habitación llamada «la Casa de la Cama». Contenía un trono y una cama. Había otra cama en el patio interior del templo, en la plataforma más elevada del zigurat. Nadie sabe a ciencia cierta la finalidad de las camas. Algunos pensaban que Bel vendría a dormir en ellas; otros, que una mujer babilónica dormía sola en el lugar. Es probable que el techo se utilizara como observatorio, un campo muy desarrollado en Babilonia ya que la astrología ocupaba un lugar preponderante.

Muchos otros edificios majestuosos bordeaban la Avenida de las procesiones. Entre ellos destacaba el palacio de Nabucodonosor, situado al oeste de la puerta de Ishtar, cuyo nombre sumerio significaba «La casa que asombra a la humanidad». La sala del trono era espectacular y estaba diseñada para que los visitantes sintieran un temor reverente e, incluso, miedo del emperador. Sus jardines en la azotea eran una de las llamadas siete maravillas del mundo antiguo. Según reza la historia se diseñaron para que la esposa de Nabucodonosor, una muchacha de procedencia campesina, se sintiera más cómoda. Su verdadera apariencia continúa siendo motivo de imaginativas especulaciones y tema para muchas obras pictóricas.

Al pasar Etemenanki y en el mismo lado de la Avenida de las procesiones estaba la Esagila (la casa de cabeza erguida), el vasto complejo de templos dedicados a Marduk, el dios supremo. Se le consideraba tan santo que su nombre nunca se pronunciaba, y le llamaban Bel, «el señor». Pero Babilonia era mucho más que un centro religioso: era también un centro comercial e intelectual. Muchos de sus templos poseían importantes bibliotecas; y existían lugares para el estudio del derecho, la astronomía, la astrología, la arquitectura, la ingeniería, la medicina y el arte. En términos modernos, era una exitosa ciudad universitaria.

De seguro hubo dos aspectos de esta ciudad que desconcertaron a Daniel y sus amigos. En primer lugar, la virtuosa elegancia arquitectónica y el alto nivel de conocimientos que ostentaba; en segundo lugar, que la idolatría impregnaba de forma increíble toda la sociedad. Había dioses por todas partes: las puertas principales llevaban sus nombres, y había una cantidad enorme de templos, más de 1.000 por aquella época.

Tal amalgama debió plantear una difícil interrogante para Daniel y sus amigos. Sus profetas hebreos les habrían dicho que los dioses de los babilonios eran deificaciones idólatras de los poderes elementales de la naturaleza, el sexo, la agresión, la codicia, el poder, la riqueza, etc.

Pero si esto era así, ¿cómo pudo una cultura tan encumbrada (superior en muchos sentidos a la cultura que Daniel había dejado atrás) haber surgido de ideas religiosas y filosóficas inadecuadas, ingenuas y, en su opinión, completamente erróneas? ¿En verdad era posible que un comercio, una cultura y una educación de este nivel tuvieran como base una filosofía falsa? ¿O era una fuerte evidencia de que su Dios era una ilusión? Había demasiadas cosas que sopesar en sus primeros días en Babilonia.

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