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CAPÍTULO 7

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LA FORMA DE LA PROTESTA

Daniel 1

La forma en que Daniel llevó a cabo su protesta es un modelo para nosotros. Una vez más usamos la declaración de Pedro para ilustrarlo:

Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo (1 Pedro 3:14-16).

La necesidad de ser sensibles

Ahora nos enfocamos en la última parte de la declaración de Pedro, donde él se centra en la forma en que defendemos el mensaje. Él expresa que debemos hacerlo «con mansedumbre y respeto». Daniel ejemplifica esta actitud de manera exacta. Primero se dirige a Aspenaz, el jefe de los eunucos en la corte, quien parece haber sido una especie de oficial administrativo responsable del bienestar de los estudiantes. Daniel le pide autorización para no servirse de la comida. Él no golpea de repente la mesa del comedor y exige otra comida como un derecho (en nombre de su religión, derechos humanos, o alguna otra cosa). De forma educada le hace su petición a Aspenaz en privado.

El hombre tiene miedo y confiesa su temor a Daniel. Esto es notable. La explicación es: «Dios le dio a Daniel favor y compasión» a los ojos del oficial. No se narra, pero podemos estar seguros de que Daniel había orado por la situación. También podemos estar convencidos, por lo que sigue, de que Daniel se había comportado de una forma amable y respetuosa con el oficial y se ganó su confianza. Si tenemos que iniciar algún tema difícil con las personas, de igual modo debemos aprender a ser gentiles y respetuosos con ellas. Es triste que haya algunos cristianos a los que estas dos cosas les sean muy engorrosas. Vale la pena analizar por qué ocurre esto.

Para algunos, la convicción de que «conocen la verdad» les produce una actitud agresiva que apesta a superioridad y es muy desagradable. Olvidan que Aquel de quien profesan ser testigos, Él que es la verdad (Juan 14:6), fue el más gentil de los hombres. Él era manso y humilde de corazón (Mateo 11:29). Por supuesto, esto no significa que era un derrotista tonto, aburrido y sin fuerza de carácter. Cristo estaba lleno de valor y autoridad moral, y mostró (justa) ira cuando fue necesario. Pero siempre fue cortés y respetuoso. Aquellos de nosotros a quienes les es muy difícil respetar o ser gentiles con los que no están de acuerdo con nosotros, necesitan esforzarse mucho para aprender a ser así.

Con cuánta facilidad olvidamos que el hombre o la mujer con quien hablamos es una criatura, como nosotros, infinitamente preciosa porque fue hecha a la imagen de Dios. De hecho, eso es parte de la gloria del mensaje que deseamos transmitir a nuestros semejantes. No son meras excrecencias casuales en el universo, sino que tienen una dignidad dada por Dios como su Creador. Caemos entonces ante nuestro primer obstáculo si no reflejamos esa dignidad en nuestras actitudes. Queremos también que ellos sepan que Dios amó tanto al mundo, lo amó de tal manera que, de hecho, dio a Su Hijo para que muriera por él. Poco nos ayudará comunicar este mensaje si lo transmitimos con un aire de superioridad y arrogancia. Nuestro objetivo debe ser fraternizar con las personas como Jesús lo hizo, no simplemente hablar a posibles conversos. Si no estoy interesado en una persona como persona, es comprensible que ella no se interese en mí o en mi fe.

Entonces, ¿cómo acercarnos a otros con una verdadera motivación? C. S. Lewis, como en muchas otras cosas, es útil en este punto. En una ocasión sugirió que si queremos saber cómo es amar a alguien, debemos preguntarnos qué haríamos si amáramos a la persona, y entonces ir y hacerlo. Lo mismo sucede con el respeto. Necesitamos tomar tiempo para meditar en lo que haríamos si respetáramos a la persona con la que hablamos, y entonces hacerlo. En lugar de esperar a que nuestros motivos sean perfectos, hacemos lo correcto y dejamos que los motivos se resuelvan. El Señor Jesús nunca excusó el pecado. Lo expuso y lo trajo a la luz, pero (y esto es esencial) lo hizo de tal manera, que las personas que estaban en verdad arrepentidas podían entender que Él ofrecía perdonarlos de forma gratuita. Jesús no aprobó el adulterio de la mujer que fue llevada ante Su presencia (Juan 8:1-11). Él le dijo que se fuera y no pecara más y al mismo tiempo le ofreció Su perdón y un retorno a la decencia sobre la base de su arrepentimiento y confianza en Él. Pero al mismo tiempo expuso la hipocresía en los corazones de aquellos que la condenaban.

Tomemos otro ejemplo. Los dos hombres que fueron crucificados con Cristo eran insurgentes. Cristo no aprobó su violencia, sin embargo, fue gentil con el terrorista arrepentido. En su momento de morir, Cristo le aseguró que estaría, ese día, con Él en el paraíso (Lucas 23:39-43).

La manera sensible con la que el Señor trató a tales personas es excepcionalmente magnífica. Pero ¿algo no nos dice que Él dejó Sus pisadas para que las sigamos, y debemos hacerlo, aunque cometamos errores?

Una confianza tranquila

Aspenaz no solo le confesó a Daniel que tenía miedo. Confió en él lo suficiente como para revelarle la razón de su ansiedad:

Temo a mi señor el rey, que señaló vuestra comida y vuestra bebida; pues luego que él vea vuestros rostros más pálidos que los de los muchachos que son semejantes a vosotros, condenaréis para con el rey mi cabeza (Daniel 1:10).

Aspenaz había sido responsable de cambiar los nombres de Daniel y sus amigos, de acuerdo con la política de Nabucodonosor de hacer que todos lucieran igual. En esta ocasión Aspenaz temía que Daniel luciera peor que sus compañeros, y que él fuera condenado como culpable. Ahora no es tanto una cuestión de identidad sino de imagen. Al igual que muchas culturas antiguas, Babilonia premiaba la apariencia física. Las personas, en especial aquellos que buscaban altos cargos, no solo tenían que ser buenos, tenían que lucir bien. (¿Le suena familiar?) La forma en que las personas lucen puede valer más que lo que tienen que decir, incluso en la esfera de la política y la administración. ¿Tienen la imagen correcta? Si no, entonces ¿podemos transformarlos para crear la imagen correcta?

Aspenaz vivió mucho antes de la época de los sofisticados asesores, pero tenía una responsabilidad similar e importante de asegurar que sus encargados se presentasen bien. Estaba claro que le costaba la vida si Daniel no lucía físicamente tan bien como los otros. No podía arriesgarse. Nunca se le ocurrió que si aceptaba la sugerencia de Daniel, podía haber otro posible resultado. No conocía otra fuente para lucir bien que la comida que el rey suplía.

El asunto podía haber terminado aquí, pero Daniel no iba a rendirse con tanta facilidad. Él pudo entender con claridad que no lograría nada con presionar tan duro a Aspenaz, así que le habló al oficial subalterno a quien este había designado para los cuatro estudiantes. Es probable que el oficial supiera lo que su jefe le había dicho a Daniel, sin embargo, estaba lo suficientemente impresionado con Daniel como para escuchar su propuesta. Daniel sugirió que, en silencio y sin agitación, llevarían a cabo una prueba controlada, la primera vez en la historia que leemos esto. La prueba era que debían comer comidas sencillas, que consistieran solo de vegetales, por un período de diez días. El mayordomo luego debía actuar de acuerdo a lo que viera. La prueba fue un éxito, y hubo evidencia de una diferencia notable en la apariencia de los cuatro. En realidad, ahora lucían mejor que los estudiantes que comían la comida real, y se les permitió continuar con la dieta básica.

La convicción de Daniel de que tenía que honrar a Dios a pesar de las consecuencias es impresionante, pero también lo es la forma delicada en que hizo su protesta. Él comprendió las responsabilidades de sus oficiales y sus temores, y fue cuidadoso de respetar sus sentimientos. Le dio al oficial subalterno el tiempo para reunir la evidencia de que había verdad en lo que decía. Se necesita valor para hacer eso, y Dios lo honró a él y a sus amigos por esto.

Aquí hay una lección simple pero importante para nosotros. Daniel tomó tiempo. Él no estaba en un apuro frenético, y fue sensible a la necesidad de tiempo de los otros. En ocasiones olvidamos que el mensaje cristiano es muy extraño y nuevo para muchas personas. Contiene ideas con las que ellos no están familiarizados, y necesitamos darles tiempo para asimilarlas. Es muy fácil, por la gran cantidad de nuestros argumentos, hacer que las personas interesadas se sientan asfixiadas. Debemos darles espacio para respirar, o simplemente las vamos a alejar, y la culpa será nuestra.

¿Cuán bien luciré? ¿No es esa una de las presiones que pueden afectar nuestra disposición de defender nuestra fe y ser contados dentro de aquellos que lo hacen? Puedo recordar bien la primera vez que esto me sucedió. En una ocasión, cuando era estudiante, me encontraba en una cena, sentado al lado de un ganador del premio Nobel. Traté, como mejor sabía en aquel momento, de involucrarlo en una conversación sobre la realidad de Dios. Después de la cena, me invitó junto con algunos de sus colegas profesores a su oficina para un café. Yo era el único estudiante presente y la atmósfera era intimidante, para expresar lo menos. Cuando estábamos más o menos acomodados (excepto en mi caso) me preguntó si me gustaría hacer una carrera seria en la ciencia:

—Sí, señor —expresé. Él respondió:

—Entonces desiste de esas ideas infantiles sobre Dios. Solo te van a traer desventaja intelectual entre tus compañeros.

Era un momento decisivo. Le pregunté qué tenía para ofrecerme como explicación racional sobre el universo y sus leyes, como una alternativa a Dios. Me sorprendió al tratar de explicar que el responsable era algún tipo de «fuerza vital». Yo creía que tal tipo de pensamiento estaba arcaico. Traté de hacerle ver de manera gentil que para mí eso era menos racional que lo que ya yo creía. Quedé descartado de inmediato.

La presión aumenta hoy en día. Si va a lucir bien, desde el punto de vista de muchos científicos y de aquellos que los siguen, entonces es mejor que sea ateo. Una prometedora estudiante de Biología de Oxford me contó que sus profesores le habían repetido mucho esto. Ellos le expresaban que las convicciones sobre el mundo que ella tenía solo obstaculizarían su ciencia. ¡Como si su propio ateísmo no fuera una cosmovisión! Los nuevos ateos se denominan los «brillantes» (término de Dan Dennett), la implicación es que el resto somos tontos.

Si va a ser tolerante en estos días, se le informará que no puede confesar de manera pública que Jesucristo es el camino, y la verdad, y la vida (Juan 14:6). Tendrá que reconocer que todas las religiones son formas válidas de buscar algún tipo de realidad última: Dios, dioses, o lo que sea. No se puede permitir que una aldea global sea dividida por demandas de verdad absoluta. Y así sucesivamente…

Por tanto, es cada vez más difícil evitar la marginalización como resultado de caminar fuera de la línea políticamente correcta. Puede ser un negocio costoso. Daniel y sus amigos estaban dispuestos a pagar cualquier precio con tal de mantener a Dios como su valor supremo.

Leemos que Dios los honró, y no solo con una mejor apariencia física: les dio instrucción y capacidad en toda ciencia y literatura. Además, Daniel resultó estar especialmente dotado para entender visiones y sueños, un don que pronto sería puesto a prueba. Cuando Nabucodonosor en persona los examinó al final del curso intensivo de tres años, Aspenaz debe haber estado orgulloso al ver que sus encargados eran los mejores de la clase. De hecho, el emperador los halló diez veces mejores que a cualquier otro en todo el imperio. Estaban claramente destinados para la prominencia.

Sin embargo, sería un error (tal vez doloroso) pensar que esta historia de algún modo nos garantiza que si honramos a Dios con nuestro testimonio Él nos hará genios intelectuales y administrativos como Daniel y sus amigos. Es bien cierto que Dios les dio su capacidad. Eso es lo que Dios hizo por cuatro personas en aquel tiempo. No es garantía de que hará lo mismo por nosotros en nuestro tiempo. Él tenía un propósito muy especial para ellos, y también tiene uno para nosotros. Así como Dios los equipó para su propósito, Él nos equipará para el nuestro; pero quizás ambos propósitos sean muy diferentes. En términos cristianos: como a Él le plació, Dios nos ha incluido en el gran cuerpo de Cristo, esa unidad orgánica que es la iglesia. Cada uno de nosotros tiene una función diferente. Todas son de igual modo necesarias y valiosas, aunque no todas son tan visibles (ver 1 Corintios 12:1-26). Debemos aprender a contentarnos con el valor que Dios nos da, como hizo Abraham (como vimos en nuestro estudio de la ideología de Babilonia); y el contentamiento viene cuando entendemos que a Dios le plació hacernos tal cual somos.

La primera etapa del relato de Daniel ahora está completa. Él y sus amigos han puesto a Dios como su objetivo. El resto del libro nos contará cómo esa resolución inicial se desarrolló hasta ser un hábito establecido de por vida.

Contra la corriente

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