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CAPÍTULO 6
ОглавлениеLA COSMOVISIÓN DE BABILONIA
Daniel 1
Nuestra primera tarea en esta etapa es descubrir un poco más sobre la cosmovisión babilónica, contra la cual Daniel protestaba, y ver cómo se contraponía a la suya.
Dios, los dioses y el universo
Tomemos, por ejemplo, la cuestión de los orígenes. Daniel creía que había un Dios verdadero, Creador del cielo y de la Tierra. Por el contrario, los babilonios creían en muchos dioses, y los conocemos por la literatura con la que él seguramente tenía contacto; por ejemplo, la famosa epopeya babilónica de la creación, la Enuma Elish, un mito que relata los orígenes del universo y de los dioses (cosmogonía y teogonía), y que detalla la guerra entre ellos por la supremacía, la cual provocó que Marduk reemplazara a Enlil como el dios más alto del panteón mesopotámico.
El poema cuenta que los dioses surgieron de una especie de combinación primordial de Apsu, el agua dulce eterna delos ríos, y Tiamat, el agua salada del océano. Leemos en sus primeras líneas:
Cuando arriba los cielos no habían sido nombrados, la tierra firme abajo no había sido llamada con nombre; nada sino el Apsu primordial, su progenitor, Mummu y Tiamat, la que los dio a luz a todos, sus aguas, como un solo cuerpo, confundían; los desechos del junco no se habían hacinado, el carrizal no había aparecido; cuando cualesquiera de los dioses no habían sido traídos al ser ni llamados con nombre, no destinados sus destinos entonces sucedió que los dioses fueron formados en el seno de ellas. Generaciones de dioses Lahmu y Lahamu fueron producidos, con nombre fueron llamados. Luego de que crecieron en estatura y en edad, Anshar y Kishar fueron formados, que sobrepasaron a los otros. Hicieron largos los días, añadiéronles los años…8
En esta descripción poética vemos que los dioses babilónicos formaban parte de la sustancia (material) básica del universo, aunque en la mitología babilónica los comienzos están envueltos en la neblina de tiempos remotos, anteriores a Nammu, a quien llamaban la señora de los dioses, la madre del universo.
Los griegos tenían ideas bastante similares. Hesíodo compuso su Teogonía alrededor del siglo VII a. C., aunque probablemente se basó en fuentes más antiguas. Veamos unas líneas:
Elevando su voz sagrada, celebran primero la raza de los dioses venerables a quienes, en su origen, engendraron Gea y el anchuroso Urano; porque de éstos nacieron los dioses… [líneas 64-66].
Decidme estas cosas, Musas de moradas olímpicas, y cuáles de entre ellas fueron las primeras en un principio.
Antes que todas las cosas fue Caos; y después Gea la de amplio seno, [líneas 164-66], asiento siempre sólido de todos los Inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo y el Tártaro sombrío enclavado en las profundidades de la tierra espaciosa; y después Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales… [líneas 169, 171-172].
Werner Jaeger (1967, pág. 16-17) señala la abismal diferencia entre la cosmovisión griega y la hebrea:
Si comparamos la hipóstasis griega del Eros creador del mundo con el Logos del relato hebreo, observamos una abismal diferencia en la perspectiva de ambos pueblos. El Logos es una sustanciación de una propiedad intelectual o un poder del Dios creador, que está por encima del mundo y que lo trae a la existencia por su decreto y voluntad personal. Los dioses griegos habitan en el mundo; son descendientes del cielo y de la Tierra… generados por el vigoroso poder de Eros, quien también pertenece al mundo como una fuerza primitiva que lo engendra todo. Así que están sujetos a lo que llamamos leyes naturales. Cuando el pensamiento de Hesíodo finalmente dio paso al pensamiento filosófico, lo divino se buscó dentro del mundo, no fuera de él, como lo expresa la teología cristiana judía del Libro del Génesis.
La afirmación clave es: «Los dioses griegos habitan en el mundo.» No debemos pensar que la única diferencia entre la cosmovisión hebrea y la griega es que los hebreos redujeron el número de dioses a uno solo. El monoteísmo hebreo no es una versión reducida del politeísmo pagano. El Dios de los hebreos está fuera del mundo. Esta es una diferencia absoluta de categoría, no una simple diferencia de rango. También es por eso que, como ya hemos señalado, el Dios de los hebreos da sentido al mundo, mientras que los dioses paganos no lo hacen. El significado del sistema no se encuentra en el propio sistema.
Así queda demostrado un defecto argumentativo cada vez más popular del ateísmo. Cuando se dirigen a los creyentes del Dios bíblico, señalan: «Ustedes, respecto a Artemisa, Baal, Diana, Odín, Zeus y miles de otros dioses, son ateos al igual que nosotros. Solo que nosotros tenemos uno más en el listado.»
Tal argumento deslumbra a algunos debido a su astucia aparente, pero no aborda la cuestión que ya hemos abordado con anterioridad: el Dios de la Biblia no es «uno más» en el panteón de todos los dioses conocidos. Todos ellos son productos del cielo y de la tierra; pero el Dios que revela la Biblia creó los cielos y la Tierra. Esta diferencia es profunda y echa por tierra el argumento ateo.
Pudiéramos resumir estas antiguas filosofías de la siguiente manera:
• La materia es eterna y existía antes que los dioses.
• En su estado primigenio, la materia era un caos sin forma, sin orden y sin límites.
• Algún dios ordenó y dio forma a la materia básica del universo (cosmos), y tal proceso es lo que entendemos por creación.
• Este dios, como todos los demás, surgió de la materia original, y es parte de la materia, o una de las fuerzas del universo.
• Todo en el universo emana de él, como los rayos del sol, y así, de alguna manera, todo es dios.
Según dicho punto de vista, la materia es el compuesto primigenio del universo; los dioses y todo lo demás derivan de ella. En efecto, a la señora de los dioses, Nammu, mencionada con anterioridad, a veces se le describía como un mar primitivo de donde salieron los dioses. ¡Claramente la idea de una sopa primigenia no es nada nuevo! En ese sentido, su filosofía era, en esencia, naturalista; de hecho, materialista. Muchos de sus dioses eran deificaciones de las fuerzas e instintos básicos que se encuentran en la naturaleza. Así que su cosmovisión era del todo opuesta a la bíblica, que sostiene que la materia no es eterna ni autónoma sino Dios, que es Espíritu. Dios no deriva de nada. Él creó la materia; no la materia a Dios. De Él derivan la materia y todo lo demás.
El reduccionismo materialista está vivo y sano
Nuestro interés inmediato es examinar cuán semejante es el pensamiento de Babilonia al del mundo contemporáneo. La idea de que la masa-energía es primitiva, y de que todo deriva de ella, es la esencia del reduccionismo materialista que pretende dominar la sociedad occidental. Según tal punto de vista, la masa-energía está sujeta a las leyes naturales (de dondequiera que provengan, una cuestión que se olvida con facilidad, y que los materialistas deberían examinar) y debe tener la capacidad innata de producir todo lo que vemos a nuestro alrededor, incluyendo la vida, el cerebro, la mente humana y la idea de Dios, ya que, en tal hipótesis, Dios, como tal, no existe.
¿No es irónico que aquellos que invalidan a Dios les atribuyen poderes creativos a procesos materiales fortuitos y sin dirección? Por supuesto, en el mundo cerrado del materialista reduccionista no es posible una explicación alternativa. Como dice Richard Lewontin, genetista de Harvard, no podemos dejar que un pie divino cruce la puerta:
No es que los métodos y las instituciones de la ciencia nos obliguen a aceptar una explicación materialista del mundo fenomenológico, sino, por el contrario, que nosotros estamos forzados por nuestra adherencia a priori a las causas materiales para crear un aparato de investigación y una serie de conceptos que producen explicaciones materialistas sin importar qué tanto vayan en contra de la intuición, sin importar qué tan místicas sean para el que no ha sido iniciado. Más allá de eso, el materialismo es un absoluto, pues no podemos dejar que un pie divino cruce la puerta.9
Debemos reconocer la honestidad de Lewontin. Afirma que su materialismo es a priori, es decir, cree en el materialismo antes de hacer ciencia. Lejos de afirmar que su materialismo deriva de su ciencia, está abiertamente preparado para aplicarlo a la misma y permitir que lo primero influya en lo último.
Esta convicción materialista es tan fuerte en muchos científicos que, aun cuando encontraran evidencias de una inteligencia superior en el universo, optarían por decir que tal inteligencia no puede ser, por supuesto, sobrenatural, sino natural, producto de fuerzas naturales fortuitas y sin dirección, igual que todo lo demás. Por ejemplo, Paul Davies sostiene que la delicada sintonía del universo demuestra la actividad de algún tipo de inteligencia superior. Basado en el hecho de que las principales constantes físicas del cosmos tienen que permanecer dentro de una tolerancia en extremo delicada para que la vida sea posible, el científico afirma (1988, pág. 203):
Parece como si alguien sintonizara finamente los números de la naturaleza para hacer el universo… La impresión del diseño es irresistible.
Sin embargo, cuando se le pregunta sobre la naturaleza de esa inteligencia, Davies sostiene que en última instancia es parte de la materia del universo; es decir, aunque puede ser una inteligencia sobrehumana, no es sobrenatural. Su razonamiento no se diferencia mucho del de los antiguos babilonios.
Comprender la cosmovisión a nuestro alrededor
Así que, a primera vista, el mundo de Babilonia nos parece lejano; sin embargo, cuando reflexionamos, vemos que Daniel estaba rodeado de una cosmovisión muy similar al naturalismo de hoy en día, y por su profunda lealtad a Dios, estaba decidido a oponerle resistencia. No obstante, debemos tener en cuenta que en realidad él no protesta contra la educación en la universidad de Babilonia. Claramente se dedicó a sus estudios y podemos imaginar que disfrutó su curso universitario. Él y sus amigos pusieron tanta energía en el aprendizaje de las lenguas, la literatura, la filosofía, la ciencia, la economía, la historia y todas las demás asignaturas, que fueron alumnos destacados y terminaron con los más altos títulos académicos, muy por encima de los demás. Daniel no protestó como un espectador ajeno al sistema: protestó dentro del mismo.
Es importante tenerlo en cuenta, más aún, cuando escuchamos el término «literatura apocalíptica» que se utiliza para el Libro de Daniel. La descripción tiende a dar la idea de un salvaje e irracional profeta de la condenación, quien les advertía a las personas que escaparan de la sociedad, que se enclaustraran como monjes o como ermitaños a esperar el cataclismo inminente y destructor el cual marcaría el fin de la historia. Bueno, si eso es lo que significa «apocalíptico», entonces no se aplica ni a Daniel ni a sus amigos. No negamos que este profeta anuncia muchos acontecimientos futuros en su libro, algunos de sombría trascendencia. Pero, lejos de llevarlo a huir de la sociedad y de la responsabilidad, la revelación que recibió sobre el futuro lo llevó a vivir una vida profesional plena, en los niveles más altos de la administración imperial. Su comprensión de Dios no lo hizo desarrollar una mentalidad atrasada, sino desarrollarse de forma completa y prominente en la sociedad babilónica.
Es importante notar que la comprensión de Daniel no representaba una posición de compromiso: era del todo bíblica. Estaba bien familiarizado con los escritos de Jeremías, un profeta que no solo había predicho el exilio babilónico, sino que además había escrito una carta a los líderes de los judíos deportados:
Estas son las palabras de la carta que el profeta Jeremías envió de Jerusalén a los ancianos que habían quedado de los que fueron transportados, y a los sacerdotes y profetas y a todo el pueblo que Nabucodonosor llevó cautivo de Jerusalén a Babilonia (después que salió el rey Jeconías, la reina, los del palacio, los príncipes de Judá y de Jerusalén, los artífices y los ingenieros de Jerusalén), por mano de Elasa hijo de Safán y de Gemarías hijo de Hilcías, a quienes envió Sedequías rey de Judá a Babilonia, a Nabucodonosor rey de Babilonia. Decía: Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz. Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: No os engañen vuestros profetas que están entre vosotros, ni vuestros adivinos; ni atendáis a los sueños que soñáis. Porque falsamente os profetizan ellos en mi nombre; no los envié, ha dicho Jehová.
Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar. Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por vosotros, dice Jehová, y haré volver vuestra cautividad, y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os arrojé, dice Jehová; y os haré volver al lugar de donde os hice llevar (Jeremías 29:1-14).
He mencionado una extensa porción de la carta para dejar claro que Daniel sabía su contenido, ya que cita lo predicho sobre la duración del exilio en Daniel 9. No sabemos cuándo fue consciente de todos los detalles de este mensaje, pero es indiscutible que obró poderosamente en su espíritu. El mensaje de Jeremías permanece vigente en nuestros tiempos, cuando nos enfrentamos a la actual invasión de Babilonia. En efecto, tales palabras resultan un inmenso apoyo para esos jóvenes de cuna cristiana que entran a cursar los altos estudios. Como embajadores de nuestro Rey celestial nos animan a perseguir el bienestar de la «ciudad» primero en la universidad y luego en el mundo exterior.
Precisamos detenernos por un momento, porque algunos dirán que el Salmo 137 nos habla de una reacción bastante diferente ante Babilonia:
Junto a los ríos de Babilonia, Allí nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos de Sion. Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas. Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos, y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos algunos de los cánticos de Sion. ¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños? Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no enalteciere a Jerusalén (Salmos 137:1-6).
Sí, es una reacción diferente; pero no es incompatible con el mensaje del Señor por medio de Jeremías. Quizás hubo momentos en que Daniel y sus amigos lloraron, y les resultó difícil cantar con entusiasmo. Habría sido muy extraño que esto no sucediera. En definitiva, la nostalgia era tan real como lo es hoy. La obediencia al mensaje de Jeremías no significaba olvidar Jerusalén y todo lo que representaba. Inevitablemente, muchos de Judá terminaron haciéndolo; pero Daniel y sus amigos no olvidaron su identidad nacional y espiritual. Buscaban el bienestar de Babilonia viviendo en esa ciudad como sal y luz para Dios. Esa postura significaba atreverse y protestar contra la visión del mundo que subyacía en el sistema babilónico y enfrentar las consecuencias. No significaba olvidar a Jerusalén o no lamentar su destino.
El lenguaje de la protesta
¿Qué hacemos nosotros hoy? Si estamos convencidos de la visión bíblica del mundo, ¿no deberíamos protestar contra el secularismo occidental que amenaza con tragarnos? ¿No deberíamos actuar contra la noción de que el ateísmo es la única posición intelectualmente respetable? Claro que pudiéramos hacerlo. Pero en ese caso, debemos usar el lenguaje de la protesta con sumo cuidado, porque nuestro mundo está lleno de protestas violentas y crueles que dañan y destruyen la vida de millones de personas. Necesitamos recordar siempre (como lo hicimos en el capítulo 3) que Cristo prohibió la violencia para imponer la verdad, algo que la violencia de todos modos no puede hacer.
La batalla diaria del cristiano, que sí es una batalla, es el mismo conflicto no violento en el que Daniel protestaba, y que tiene lugar en el pensamiento: en el reino de las ideas y las cosmovisiones, no en el ámbito militar. El apóstol Pablo lo describe así:
Pues, aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo… (2 Corintios 10:3-5).
Observamos que el énfasis aquí está en el argumento bien fundado. Los primeros apóstoles cristianos, razonaban con las personas dondequiera que iban: en las sinagogas, en las plazas del mercado y, si tenían la oportunidad, dialogaban en las salas de conferencias académicas del mundo (ver Hechos 17:2, 17; 18:4; 19:9-10). La palabra griega apología, de donde proviene el vocablo «apologista», significa «defensor». Es importante entender esto porque el Nuevo Testamento no hace distinción entre evangelismo y apologética; cualquier evangelismo significaba defender el evangelio. Los primeros cristianos con frecuencia enfrentaban objeciones a su mensaje. A menudo, los malinterpretaban y los acusaban de predicar revoluciones políticas, de promover el antinomismo, o de introducir dioses extranjeros. Así que, para despejar el camino del evangelio, tenían que derribar las barreras en la mente de las personas. Para hacerlo se reunían con ellos, respondían a sus preguntas, y defendían el mensaje cristiano contra los malentendidos, la tergiversación y la difamación. De hecho, fue (y es parte) del poder convincente del mensaje cristiano el dar respuestas creíbles. Lo que desarrollaban estos hombres y mujeres era un «evangelismo persuasivo».10 Aquí está la esencia del testimonio cristiano que estamos llamados a dar.
Una llamada al compromiso
Ahora bien, como la batalla es de esta naturaleza, requerimos una seria preparación para pelearla. Ya hemos visto el prerrequisito más importante: ser fieles a Jesucristo y demostrar que lo somos al tenerlo en nuestros corazones como Señor. Pero hay más; porque no solo necesitamos la lealtad moral, sino también la intelectual y la espiritual.
Quizá comprendamos mejor qué es lealtad moral, si conocemos aquello que amenaza la integridad moral. Pero ¿qué se entiende por lealtad intelectual y espiritual? Pablo se lo explica a los corintios de esta manera:
Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis (2 Corintios 11:2-4).
El apóstol estaba preocupado por el compromiso intelectual y espiritual que tenía con Cristo. Las imágenes que usa son elocuentes. Habla del desposorio: la relación entre un hombre y una mujer antes del matrimonio en el mundo antiguo. Era mucho más fuerte que a lo que hoy llamamos compromiso. El desposorio era parecido al matrimonio, ya que solo podía disolverse a través del divorcio. Antes de que una mujer se desposara podía considerar a todos los posibles pretendientes; pero cuando ya lo estaba, cuando había «dado su palabra de fidelidad», se consideraba inmoral que sus ojos o su corazón miraran a otro. Significaba una deslealtad a su futuro esposo.
La analogía es muy acertada. Los cristianos de la Corinto pluralista y politeísta habían entregado sus vidas a Cristo; lo habían aceptado como Señor en sus corazones y le habían jurado lealtad solo a Él. Al menos, eso es lo que afirmaban. Pero Pablo estaba preocupado por los crecientes rumores de que su lealtad había sido socavada. Había sido pura, es decir, exclusiva en su enfoque, con Cristo como su único objeto. Sin embargo, otras voces que no estaban contentas con el cristianismo histórico, habían comenzado a reclamar la atención de los cristianos de dicha ciudad, y algunos de ellos estaban sucumbiendo bajo estas ideas nuevas y embriagadoras.
A lo largo de la historia ha ocurrido lo mismo. Tarde o temprano llegarán los innovadores con sus «reinterpretaciones» del evangelio. Su mensaje presentará a otro Jesús, uno carente de singularidad y Deidad, reducido al nivel de todos los demás maestros, por grandes que sean. O, tal vez, otro espíritu, que intenta fusionar el evangelio con el animismo o el espiritismo. Quizás otro evangelio, que confunde la verdadera base de la relación con Dios únicamente a través de la fe en Cristo, pervirtiendo la verdad al elevar el mérito humano, y sacarle provecho. O torcer el mensaje para permitir la inmoralidad bajo el disfraz del «amor». La lista es extensa.
Hoy día, en nombre de la tolerancia, la singularidad de Cristo y de muchas doctrinas que definen el cristianismo enfrentan ataques como nunca antes. Bajo tal presión, es fácil empezar a coquetear con ideas teológicas desleales a Cristo. Muchos, en los bancos, detrás del púlpito, y en la universidad teológica han sido tan bombardeados por el pensamiento de la ilustración pseudocientífica que ya no creen en la preexistencia de Cristo, su concepción sobrenatural, sus milagros, su resurrección y su ascensión, y se han entregado a un agnosticismo ambiguo.
Todos necesitamos examinar de vez en cuando la salud de nuestra lealtad intelectual y teológica a Cristo, y solo podemos hacerlo al escudriñar constantemente la Biblia. Es muy fácil olvidar cómo la Escritura llegó a nuestras manos. John Wycliffe y William Tyndale trabajaron duro y en condiciones muy peligrosas para entregarnos la Biblia en inglés. Tyndale fue quemado vivo en Bélgica por la traición de un coterráneo suyo. Cranmer, Ridley y Latimer fueron quemados vivos en Oxford. Estos valientes hombres estaban decididos a entregarles la Escritura a las personas. Sus esfuerzos encendieron un fuego en los corazones de hombres y mujeres en todo el mundo, estimulando e inspirando, incluso a los más humildes, a estudiar la Biblia por su cuenta y escuchar la voz de Dios, en vez de inclinarse ante alguna autoridad eclesiástica externa y opresora. ¿Qué pensarían si vieran las Biblias, ahora disponibles gracias a sus sacrificios, en las estanterías sin que nadie las lea?
A todos nos gusta estar en contacto. Es por eso que hoy los teléfonos móviles superan en número a las Biblias en las manos y los bolsillos de los cristianos en todo el país (¡aunque los teléfonos tienen Biblias en ellos!). Pero, aunque sea importante escuchar a los demás, nuestra prioridad es escuchar a Dios. Al menos, es uno de los retos de la vida de Daniel.