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ОглавлениеINTRODUCCIÓN
Dedicar un volumen a la trayectoria internacional de Francisco Rabal se justifica porque actuó en películas de grandes directores con repercusión mundial durante una época en la que resultaba insólito para un intérprete español tener un papel protagonista en cinematografías extranjeras formal e ideológicamente innovadoras. Rabal aparecía al frente de repartos de películas proyectadas en los festivales más reconocidos, algunas de ellas invisibles para el público de su país hasta la muerte del dictador. Para entonces, el talento y el compromiso del actor ya llevaban años superando fronteras, prejuicios y tópicos, consiguiendo con cada rodaje internacional saciar su sed de aprendizaje y experiencia, su sed de más.
Nacido el 8 de marzo de 1926 en la Cuesta del Gos, Águilas, Murcia, a muy temprana edad se trasladó con su familia a Madrid en busca de un futuro mejor. Ya había vendido caramelos por la calle y trabajado en la fábrica de Chocolates Gelabert cuando surgió la oportunidad indirecta de sumergirse en el mundo del cine. Con dieciséis años entró a trabajar como electricista en los estudios Chamartín y, al asomarse por primera vez al rodaje de Fortunato (Fernando Delgado, 1942), Rabal decidió que quería ser actor. En los descansos para comer ojeaba los guiones que encontraba por allí y se ofrecía para interpretar los papeles más insignificantes, pero no le hacían caso. Su única «experiencia cinematográfica» de aquel año se produciría en La rueda de la vida (Eusebio Fernández Ardavín, 1942), cuando reemplazó a Antoñita Colomé tapado hasta arriba en una cama durante una escena en la que entraban varios hombres en su habitación para apalearla, recibiendo él anónimamente los golpes. No sería hasta 1946 cuando tuvo lugar su primera aparición física reconocible en una pantalla con El crimen de Pepe Conde (José López Rubio), como ayudante de un mago en un espectáculo, y 1950 cuando representaría su primer papel protagonista absoluto en La honradez de la cerradura (Luis Escobar). A partir de entonces, su participación en películas de directores como Francisco Rovira Beleta o Rafael Gil no hacía prever una carrera internacional para Rabal, pero precisamente como consecuencia de la presentación de una película de este último en el Festival de Venecia de 1954, El beso de Judas, surgió la oportunidad de protagonizar una coproducción hispano-italiana, y el actor español firmó el contrato sin pensárselo dos veces. De alguna manera había que empezar.
Se considera que su encuentro con Luis Buñuel fue el detonante de su trayectoria internacional. El gran director aragonés le eligió desde su exilio mexicano para protagonizar Nazarín (1959) tras verle actuar en Historias de la radio (José Luis Sáenz de Heredia, 1955), donde Rabal demostraba su versatilidad actoral en una comedia que le alejaba de las pautas melodramáticas que habían marcado su carrera hasta entonces. Nazarín catapultaría la repercusión mundial del actor y del director, para quienes nada volvería a ser igual, y la consagración de Viridiana (1961) con el gran premio internacional del Festival de Cannes no hizo más que confirmar lo determinante de aquella colaboración mutua.
Cronológicamente hubo actores españoles que participaron muy meritoriamente en cinematografías internacionales antes que Francisco Rabal. Conchita Montenegro, inicialmente emigrada a Estados Unidos para protagonizar dobles versiones hispanas a principios del sonoro, acabaría actuando en producciones genuinamente hollywoodenses durante los años treinta; Sara Montiel se establecía en México en 1951, y de ahí daba el gran salto a Estados Unidos, donde trabajó a las órdenes de Robert Aldrich, Samuel Fuller y Anthony Mann; Carmen Sevilla y Lola Flores gozaban de una fama considerable, respectivamente, en las cinematografías francesa y mexicana de aquella época, y Jorge Mistral protagonizó una película de Luis Buñuel en México, Abismos de pasión (1954), antes de que el director aragonés ni siquiera hubiera oído hablar de Francisco Rabal. Y habrá otros nombres injustamente olvidados en esta relación, pero en el caso de Rabal se incorporaban valores añadidos.
Un factor destacable era su protagonismo en películas ideológicamente comprometidas. Resultaba impensable que un actor español interpretara en 1957 un papel como el de Salvatore en Prisionero del mar (La grande strada azurra, Gillo Pontecorvo), un pescador comunista que organiza una cooperativa con sus compañeros para hacer frente a la explotación empresarial, cuando la demonización del sindicalismo obrero era la norma en su país. O que encarnara a Elia en Tiro al piccione (Giuliano Montaldo, 1961), un «camisa negra» de Mussolini progresivamente desencantado con el fascismo y consiguientemente ejecutado por traición. Su mérito era considerable porque las repercusiones en España de sus devaneos con la izquierda cinematográfica internacional podían acarrearle consecuencias negativas. Y las hubo.
Aún más importante era que contaran con él directores cinematográficos de primer nivel. Ya se han mencionado las dos históricas obras de Buñuel, pero el hecho de que prácticamente coincidieran en el tiempo con su papel de Riccardo a las órdenes de Michelangelo Antonioni en El eclipse (L’eclisse, 1962), junto a Alain Delon y Monica Vitti, le ponía en la órbita del cine más transgresor de la época. El director italiano hacía saltar por los aires muchas convenciones narrativas cinematográficas, y que nuestro actor ocupara un espacio en ese hervidero creativo (y, consiguientemente, en la mayoría de las enciclopedias universales del cine publicadas desde entonces) también justifica lo distintivo de su trayectoria actoral.
Y no fueron solamente directores europeos. Desde el otro lado del Atlántico grandes realizadores latinoamericanos supieron valorar su talento, desde el argentino Leopoldo Torre Nilsson (La mano en la trampa, 1961; Setenta veces siete, 1962) hasta el mexicano Arturo Ripstein (El evangelio de las maravillas, 1997), algo que le tendría yendo y viniendo a distintos países del continente americano, incluso a Estados Unidos, durante cuatro décadas. Toda esta actividad internacional le hizo compartir reparto con reputados actores internacionales como Louis Jourdan, Irene Papas, Vittorio Gassman, Max von Sydow, Glenda Jackson, Marcello Mastroianni, Claudia Cardinale, William Hurt, Lauren Bacall y un largo etcétera, lo cual contribuyó, sin duda, a depurar su técnica interpretativa. Tuvo incluso la oportunidad de conocer al legendario Orson Welles cuando este se encontraba en España preparando el rodaje de Campanadas a medianoche (Chimes at Midnight, 1965). Rabal no llegó a participar en el proyecto (sí lo hizo su íntimo amigo Fernando Rey), pero intercambió impresiones ante un vaso de buen vino en un popurrí de distintos idiomas con un director y también actor que, como él, buscaba más allá de las fronteras de su país la posibilidad de seguir desarrollando su talento creativo.
Orson Welles y Francisco Rabal. Foto: Lara.
En este volumen se procurará, por tanto, hacer un trazado sobre la evolución de la labor interpretativa de Francisco Rabal en el ámbito internacional. Su naturaleza autodidacta le situaba en un proceso de aprendizaje continuo en el que la observación y la experiencia propia iban fundamentando su poso actoral, aunque las claves aportadas por algunos directores también contribuyeron a su crecimiento profesional. Su citada interpretación como Salvatore le debe bastante al trabajo de Pontecorvo, ya que el comedimiento gestual con el que, paradójicamente, transmite tanta emoción en el desarrollo de su personaje era insólito hasta entonces en su carrera. También supo incrustarse como un elemento más de atrezo para Antonioni en muchos planos de El eclipse, o destacar en su justo término en el episodio coral que orquestaba Luchino Visconti para Las brujas (Le streghe, 1967). Incluso con directores que le desestabilizaron emocional y profesionalmente, como Glauber Rocha o Silvano Agosti, supo salir airoso en el primer caso (Cabezas cortadas, 1970) e incluso componer un gran papel en el segundo (N.P. il segreto, 1972), pese a la debacle de sus respectivas películas. Hasta su última actuación internacional, en Dagon, la secta del mar (Stuart Gordon, 2001), adaptación de un relato de H. P. Lovecraft, mantuvo esa capacidad magnética de atraer la atención del espectador.
La carrera de Rabal también constituye un ejemplo de superación personal, ya que compone una historia de ascenso, caída y ascenso. El primer momento culminante en su trayectoria internacional tiene lugar a principios de los años sesenta, paralelamente a los problemas que tuvo con la censura franquista, que provocarían un retraso considerable en el estreno de sus películas extranjeras en España, cuando no directamente su prohibición. Paradójicamente, su trayectoria actoral tocaría fondo en el conocido como periodo de la transición democrática, ya que la eclosión del nuevo cine español que él esperaba no llegó a producirse, y el fin de la década de los setenta le encontraría prestándose a participar en coproducciones internacionales de ínfima calidad que en nada se correspondían a su categoría profesional. No sería hasta mediados de la década siguiente cuando volvería a retomar el vuelo para trabajar con grandes directores del panorama nacional e internacional hasta el fin de sus días.
Las sesenta y seis películas internacionales que componen el corpus de análisis de este volumen incluyen desde las producciones más laureadas hasta los subproductos más olvidables. Están divididas en una catalogación que pretende combinar cronología y género, así que a lo largo de veinte capítulos asistiremos al desarrollo de su actividad internacional desde Revelación (Prigionieri del male, Mario Costa, 1955) hasta la ya mencionada Dagon, la secta del mar, con una explicación de las circunstancias de cada rodaje, un somero análisis fílmico de las películas y una contextualización cinematográfica, sociocultural y personal del momento de su producción. Se han establecido ciertos parámetros de selección para que el contenido no fuera desbordante, dada la amplia filmografía de Francisco Rabal. No se incluyen películas de directores españoles aunque fueran producciones extranjeras, así que quedan fuera las películas del aragonés, posteriormente nacionalizado mexicano, Luis Buñuel, sobre las que ya hay una más que abundante bibliografía muy válida; sin embargo, el espíritu del genial director planeará sobre este volumen. Y por lo que respecta a las coproducciones que incluían formalmente el nombre de dos directores, uno español y otro extranjero, como trámite para obtener facilidades económicas, nos hemos basado en el punto de vista narrativo para seleccionarlas. Por ejemplo, Llegaron dos hombres (Det kom tva män, Eusebio Fernández Ardavín/Arne Mattsson, 1958) es una película claramente española y, por tanto, no ha sido incluida, mientras que Fra Diávolo (I tromboni di Fra Diávolo, Miguel Lluch/Giorgio Simonelli, 1962), pese a la activa participación del director español, en su conjunto adopta una perspectiva italianizante de la trama argumental y sí se ha incorporado a este volumen. Por último, hay algún título no incluido porque ha resultado imposible localizar una edición en vídeo, DVD o ni siquiera una emisión televisiva para poderlo analizar; y ya que nos referimos a la televisión, las producciones realizadas para ese medio tampoco se han incorporado al ser este volumen esencialmente cinematográfico.
La focalización en la carrera internacional de Francisco Rabal de ninguna manera quiere menospreciar la cinematografía española. De hecho, las primeras películas en las que destacó su talento actoral se deben al cambio de registro evidenciado en Todo es posible en Granada (1954) e Historias de la radio, ambas de José Luis Sáenz de Heredia, muy superiores en calidad a las primeras películas extranjeras que rodaba por aquellos años. Y debemos recordar el acuerdo crítico generalizado de que la mejor interpretación de toda su carrera fue con el papel de Azarías en Los santos inocentes (Mario Camus, 1984), doblemente importante porque además supuso el relanzamiento de su, por entonces, alicaída carrera. Pero hemos querido llamar la atención sobre la capacidad de un actor español no solo para abrirse camino en cinematografías de otros países en una época de aislamiento político y cultural, sino también para extender su presencia en ellas hasta el último momento de su vida, con los lógicos vaivenes que se pueden esperar de una trayectoria que se prolongó internacionalmente durante cuarenta y seis años.
Por otra parte, este volumen también quisiera contrarrestar de algún modo el silencio oficial nacional que se dio en su momento sobre algunas de las películas que protagonizó Francisco Rabal en las dos primeras décadas de su trayectoria internacional, con información contrastada en la actualidad sobre las circunstancias profesionales y personales en las que se produjeron. De las que sí se estrenaron, hemos dado prioridad bibliográfica a las críticas y reseñas publicadas en los diarios de mayor tirada nacional, ya que constituyen un testimonio sociocultural más ajustado del punto de vista del régimen político imperante sobre la tan controlada exhibición cinematográfica.
Este libro está en deuda incalculable con Asunción Balaguer, esposa de Francisco Rabal, que ha cedido las innumerables cartas que le escribía su marido para que fueran consultadas, así como otros documentos, recortes de prensa y fotografías de gran valor histórico: «A mí me gustaba que Paco estuviera en el extranjero. Así aprendía, porque en aquel tiempo en España no se hacía nada».1 También son de agradecer las facilidades que dieron para ser entrevistados distintos profesionales cinematográficos que compartieron rodajes y vida con él, así como diversas instituciones como Filmoteca Española, Universidad de Murcia, Universidad de Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Instituto Valenciano de las Artes Cinematográficas, Centro Galego de Artes da Imaxe y la Asociación Española de Historiadores del Cine, que aportaron fondos bibliográficos y otros medios que fueron de gran ayuda para completar este volumen. Y, por último, hacer constar la paciencia, comprensión y colaboración de mi esposa Cristina, que ha vivido en primera persona el necesario proceso de investigación, visionado (muchas veces conjunto), análisis y contraste de toda la información recopilada durante tres años para hacer llegar al lector este volumen que tiene en sus manos. La fascinante trayectoria de Paco Rabal bien lo merecía.
1.Entrevista, 25 de abril de 2012, Alpedrete (Madrid).