Читать книгу Del lamento a la revelación - John Harold Caicedo - Страница 7
Capítulo 2.
¿Ansiando volver a la normalidad?
Оглавление“Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que no son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mateo 20:25-28)
En los tiempos que estamos viviendo hoy por hoy, hay una frase muy común que se escucha entre la gente: “Quiero volver a la normalidad.”
El anhelo por tener una vida “normal” ha penetrado profundamente entre la gente de hoy en día, afectados por las dificultades que implican las restricciones impuestas por las autoridades locales.
Si analizamos todo esto desde el punto de vista natural, volver a la normalidad puede ser anhelar ir de nuevo a los almacenes, las playas, los conciertos, los restaurantes, el cine, etc.
Pero si queremos pensarlo, desde el punto de vista espiritual, esto puede ser algo completamente diferente.
¿Qué significa hoy en día volver a la normalidad?
¿Qué es lo normal para la humanidad y que debería ser lo normal para el cristiano?
Si tú eres un creyente, no sé qué este pasando por tu mente en estos días, pero si aún no has reflexionado en torno a lo que Dios está haciendo, entonces estás perdiendo quizás uno de los mejores tiempos que Dios te ha regalado, precisamente para que medites en tu vida espiritual.
¿Anhelamos volver a lo que éramos antes, o estaremos en un proceso de cambio real alcanzando los propósitos que Dios siempre ha querido para nosotros?
Jesucristo en su palabra siempre estableció un contraste entre el mundo y el reino de Dios.
El problema es que la iglesia se adaptó al mundo y ha querido seguir el camino equivocado. En lugar de ser diferentes al mundo queremos ser como el mundo es.
Lo mismo sucedió con el pueblo de Israel en tiempos del profeta Samuel. Aunque Dios los gobernaba ellos prefirieron parecerse a los demás pueblos de la tierra y pidieron un rey como las demás naciones paganas.
Hay un nuevo reino que es diferente a los reinos de este mundo.
Hay un estilo de vida que es completamente diferente a lo que el mundo en general tiene.
El problema puede ser que tú estés haciendo toda clase de esfuerzo para parecerte al mundo, en lugar de estar anhelando parecerte cada día más a Jesús, tu Maestro.
Hoy en día la gente está ansiando volver a la normalidad. ¿Cuál normalidad?
¿La que teníamos antes en la que quizás como iglesia no estábamos teniendo niveles de consagración y santidad como lo exige el reino de los cielos?
¿La normalidad de tomar en nuestras manos las riendas de nuestra vida espiritual dejando a Dios de último en nuestras decisiones?
Si es esto lo que estamos anhelando, simplemente significa que no habremos aprendido nada y que la iglesia pasará por este tiempo sin crecer espiritualmente, sin madurar, sin hacer la voluntad de Dios.
¿Es esa la normalidad que tú anhelas?
Déjame darte hoy algunos ejemplos bíblicos para que comprendamos mejor este tema en particular.
Piensa esto: ¿Cuál era la normalidad de Babilonia?
Idolatría, paganismo, doblar rodillas delante de ídolos humanos, reprogramación de la mente, de la adoración, etc. Eso era lo normal para ellos, pero no para el pueblo de Dios.
Pero los judíos que fueron llevados allí en el tiempo del exilio se acomodaron a esa normalidad y pronto, aquellos que antes habían adorado al Único Dios verdadero, estaban hincados adorando la estatua de Nabucodonosor.
¿Es ese tipo de normalidad la que ansiamos tener?
Solamente un pequeño remanente de hombres fieles, Daniel, Sadrac, Mesac y Abed-nego se negaron a hincarse para adorar aquella estatua y estos últimos tres, fueron llevados al horno de fuego hirviente. Si conoces la historia, estos hombres no murieron allí sino que Dios mismo respaldó a aquellos que se atrevieron a hacer una diferencia. (Daniel 3: 16-30)
Cristo está sacudiendo a su iglesia en estos tiempos de pandemia, pero aún hay muchos que no se han dado cuenta. Siguen viviendo como si Dios estuviera mudo y toda esta pandemia no significara nada.
Aún están pidiendo: Dios, háblanos; Dios, háblanos. Y Él lo está haciendo pero no reconocen su voz en medio de todo lo que el mundo habla.
¿Cuál es la normalidad en el reino?
Jesús dice que lo normal en este mundo es que los reyes se enseñoreen de las naciones, que los poderosos ejerzan dominio, que los adinerados humillen a los pobres, que los fuertes se burlen de los débiles.
Pero el Señor Jesucristo vino a edificar un reino que es completamente diferente.
Un reino en el que cuando se es débil se es fuerte, porque el poder de Dios se perfecciona en la debilidad.
Un reino en el que se humilla será exaltado y el que se exalta será humillado.
Un reino en el que Aquel que vino del cielo y se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, se levanta en victoria y se le da un nombre que es sobre todo nombre y ante el cual algún día toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Él es el Señor por encima de todos los señores, reyes, emperadores, millonarios, potentados, poderosos, opulentos, monarcas, sumos pontífices, eméritos, de todo ser humano en los cielos y en la tierra.
¿Qué significa hoy en día volver a la normalidad?
¿Tener vidas tibias, sin compromiso, sin propósitos, sin desafíos, llenos de temor, dirigidos por un mundo que hace todo, y la iglesia escondida en el último lugar del desván?
¿Es eso lo que estamos anhelando?
En Mateo 20, Jesús acababa de decirles a sus discípulos lo que iba a padecer en Jerusalén.
Les estaba dando el mensaje que iba a cambiar este mundo.
Iba a ser entregado, condenado, escarnecido, azotado, golpeado y llevado a la cruz. Pero Santiago y Juan estaban pensando en la gloria del reino y en sentarse cada uno al lado de Jesús cuando se estableciera este reino.
El mejor lugar, eso querían. Un lugar privilegiado. Un lugar que resaltara. Un lugar sobresaliente.
Los demás discípulos se enojaron. ¿No se les ocurrió antes la idea a ellos? Estos dos se adelantaron.
Jesús los sentó a su lado y les empezó a hablar: “los gobernantes de las naciones se enseñorean de las naciones, y los grandes ejercen sobre ellas potestad.” (Mateo 20:25)
Jesucristo está estableciendo un contraste entre la gente del mundo y la gente del reino de Dios.
Mis amados, en la tierra suceden estas cosas, en un reino que no es de Dios, en medio de los hombres, en una empresa, en el gobierno, etc. Esa es la estructura que gobierna al mundo.
Pero “no así entre vosotros”. Entre ustedes debe suceder totalmente lo contrario. Una actitud totalmente diferente, algo opuesto. El que quiera hacerse grande será vuestro servidor, y el primero será el siervo.
¡La normalidad del mundo no puede ser tu normalidad!
Sin duda la imagen de los gobernantes era negativa y por eso ellos esperaban que el Mesías fuera un gobernante distinto y poderoso que aniquilara a todos los demás en el mundo y por eso no pudieron reconocer el estilo de liderazgo de Jesús.
Él decía: Dense cuenta cómo son estos hombres que se enseñorean y ejercen potestad sobre los pueblos, pero escúchenme bien: entre ustedes no será así.
Ese es uno de los más grandes problemas que tenemos como creyentes, que aún no hemos entendido cómo es el reino que Jesús vino a enseñarnos.
¿Cuál era la normalidad para los fariseos? ¿Porque no podían aguantar a Jesús?
Los fariseos querían colocar a Jesús bajo su propia forma de hacer su religión.
Las quejas contra Jesús siempre estuvieran dirigidas a la forma de establecer su ministerio.
¿Por qué hace milagros en Sábado?, ¿por qué perdona pecados?, ¿por qué come con prostitutas y publicanos?
La iglesia de los fariseos era sectaria, racista y clasista. No permitía el ingreso de aquellos que no les gustaban. ¿Sería eso lo que Dios quería? ¿La normalidad de los fariseos?
Los fariseos no clamaban por más misericordia, por más amor, por más compasión, por más perdón. No. Nada de eso. Tradiciones, reglas, religiosidad. Estatutos de hombres para practicar sus ritos. Oraban como ellos querían. Ofrendaban con gran pompa para ser vistos. Vestían para notarse, anunciaban sus actos públicos con gran ruido, pero sus corazones estaban vacíos, no seguían la voluntad de Dios.
Hay demasiado engaño en el mundo, mentira e hipocresía como para que la iglesia sea una extensión del mundo, manifestando lo mismo.
Hay una gran diferencia entre las cosas hechas a la manera de Dios y las cosas hechas a la manera de los hombres.
Los hombres cuando quieren vencer, matan; Jesús, para vencer, muere.
Para subir en la vida, el ser humano miente, lastima a los demás, pisa sus sentimientos, traiciona y no mide esfuerzos; Jesús, para recibir la gloria, se entrega, renuncia, se humilla, guarda silencio y finalmente perece. ¡Qué diferentes caminos para el mismo fin!
La paz que los hombres buscan es apenas la ausencia de lucha, y cuanto más la buscan más lejos la ven.
La paz que Cristo ofrece es la paz interior que genera esperanza en medio de la persecución, las dificultades y las provocaciones.
Jesús nunca prometió que sus hijos no derramarían lágrimas en esta vida. Lo que prometió fue enjugar las lágrimas de sus hijos.
Cristo quiere una iglesia con discípulos dispuestos a enfrentar con valor los desafíos que se presenten con una entrega genuina. Que sepan entender los tiempos y asuman la posición que les corresponde en respuesta a cada circunstancia.
¿A cuál normalidad quieres tú regresar?
Los fariseos atacaban a Jesús porque sus discípulos no cumplían con todo el ritual externo de purificación.
¿Cómo es esto que no se lavan las manos antes de comer con todo el ritual que tiene que ser?
Pero Jesús los confronta con su realidad.
Uds. se limpian por fuera pero por dentro están llenos de maldad, de envidias y de apariencias.
Uds. dan su dinero pero con grandes demostraciones para ser vistos por los demás, pero ¿dónde están sus corazones? ¿Acaso están amando al extranjero, a la viuda, al desvalido, al inocente? ¿Apariencia de piedad pero corazones que maquinan el mal? Apariencia, apariencia y apariencia.
A esos líderes religiosos de ese tiempo, les dijo que eran sepulcros blanqueados.
Uds. saben lo que significa un sepulcro. Por fuera puede ser blanqueado, puede ser adornado, puede ser incluso decorado con lujo, pero por dentro hiede, huele mal, hay corrupción y putrefacción.
Él les está diciendo: Uds. están muertos espiritualmente. No hay vida en Uds., solo apariencia de vida.
El Señor está buscando nuestros corazones entregados y no una simple apariencia externa.
Dios ha decidido cambiar la normalidad que teníamos y si no reconocemos esos cambios, entonces nos quedaremos estancados en el mismo lugar que estábamos antes y no podremos avanzar.
Dios no quiere rituales espirituales secos y sin vida, no. Quizás esa era la normalidad. Pero Dios quiere corazones entregados a su causa. Oídos abiertos que vibren ante la palabra. Espíritus despiertos que contagien de vida a los demás. Ojos que busquen en las necesidades de los demás para traer consuelo y ayuda. Manos que se abran para trabajar en la obra y pies que recorran los lugares donde la luz de Cristo tiene que brillar.
¿Cuál es la normalidad a la que quieres regresar?
Ya no preguntes más si has sido llamado para evangelizar o compartir con otros el mensaje de salvación. Esto no es solo tarea de pastores o líderes. Esto no es solo tarea de un ministerio específico. Todos sin excepción, todos los que disfrutan de la salvación eterna, todos los redimidos, todo el pueblo de Dios, recorriendo calles y lugares públicos, testificando del amor de Dios. Todos contándole al mundo que hay un Dios que nos ha librado de condenación y que también es poderoso para rescatar del hoyo la vida de quienes a Él se acercan.
Pablo diría: «Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hechos 20:24).
¿Te das cuenta? Dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. Nada es más precioso que esto.
Pablo no se estaba contemplando a sí mismo. Él contemplaba la maravillosa gracia que había caído sobre su vida. ¿Lo estás haciendo tú también?
Los de la iglesia antigua no cesaban de predicar y enseñar porque era su tiempo. No podían parar, hubieran dejado pasar su momento.
Si nosotros no hacemos la obra del Señor ahora, en este momento, entonces vamos a dejar pasar nuestro momento y alguien más lo hará, porque la obra de Dios no se va a detener.
Por eso la frase clave de este mensaje es: entre vosotros no será así.
El mundo corre tras el dinero, la fama y el poder, pero entre vosotros no será así.
El mundo busca satisfacerse con más, más posesiones, más carros, más casas, más dinero en el banco, más ropa en mi closet, más y más, pero entre vosotros no será así.
El mundo vive de manera egoísta, individualista, pensando solo en el bien propio, pensando solo en la satisfacción de sí mismos, pero entre vosotros no será así.
El mundo se deleita en el pecado, vive en medio de la injusticia y la mentira, está lleno de vicios y de malos hábitos, pero entre vosotros no será así.
Nuestra normalidad no puede ser nunca como la normalidad del mundo que nos rodea. Dios prepara lo mejor de sus ejércitos para sus batallas más exigentes y es en medio del fragor de los grandes desafíos donde se conocen los verdaderos soldados que saben cómo ir al frente cuando la batalla se hace más cruenta.
¿Cómo quieres vivir? ¿Como el mundo vive o como los hijos de Dios debemos vivir?
Debemos inundar este mundo literalmente con el poder de Nuestro Señor manifestado en su palabra.
¿Cuál es la normalidad para el mundo y cuál es la normalidad para el cristiano?
Si tu normalidad era no dar frutos, llegó tu tiempo para fructificar.
Si tu normalidad era una vida sin servicio, entonces tendrás que pensarlo muy bien cuando vuelvas a escuchar al Señor, porque Él mismo te va a mostrar lo inútil de una vida así.
Si tu normalidad era Egipto, tu nueva normalidad será la tierra prometida.
¿Te estás preparando para eso?
Si te habías acostumbrado al desierto, llegó la hora de que cruces el rio Jordán.
La temporada ha cambiado, ya no es tiempo de sequía, ahora es tiempo de fructificación. ¿Estás preparado?
Para muchos esta temporada es de incertidumbre, pero para el cristiano, ningún tiempo es desperdiciado.
El desierto no fue en vano, Dios estaba formando un pueblo con identidad de tierra prometida.
Incluso en el desierto las bendiciones nunca cesaron. El maná cayó, el agua salió de la roca, la nube los cubrió y la columna de fuego los calentó. Los milagros no cesaron en el desierto porque la obra de Dios no se detiene en tiempos de dificultad.
La incertidumbre ronda por la mente de muchos hoy en día, pero debemos saber cómo enfrentar cada duda en nuestra vida.
Tú no tienes que saber todas las cosas, no sufras por ello. Solo Dios lo sabe. Pero sí tienes que saber lo que estás haciendo en este tiempo y la clase de persona en la que te estás convirtiendo.
¡Libérate de tu necesidad de saber, enfócate en tu necesidad de cambiar!
En un momento de la historia, en los días del profeta Samuel, la gran nación de Israel, el pueblo escogido de Dios, se cansó de su normalidad viviendo bajo los designios divinos y pidieron ser como los demás pueblos de la Tierra.
Tenían todas las prerrogativas de ser el pueblo guiado directamente por la mano de Dios y lo habían visto en la manera como ganaban batallas, como Dios les hablaba enviándoles profetas, en su prosperidad y el amparo que siempre tenían bajo la protección de Dios. Pero se cansaron de eso. Lo tomaron como algo natural.
Pensaron algo como esto: Dios siempre tiene que estar con nosotros porque somos su pueblo escogido, entonces ahora podemos vivir como los demás pueblos paganos y tener nuestro propio rey, y aun así, Dios tiene que seguir dándonos su bendición.
Por ese tipo de pensamiento es que en ocasiones Dios tiene que sacudir a su pueblo.
Samuel se entristece por lo que el pueblo está pidiendo, pero Dios le dice: no te preocupes, Samuel, no te desechan a ti, me están desechando directamente a mí. (1 Samuel 8:7)
Su Dios, su Señor, su cuidador, su sanador, el Dios omnipotente es ahora rechazado por un pueblo al que le gustó parecerse a los demás.
La iglesia de hoy en día se parece más al mundo que lo que debería ser la iglesia. Queremos vivir más como lo hacen los inconversos que como lo debe hacer un pueblo consagrado y santo.
Anhelamos tener lo que el mundo tiene y perseguimos con ahínco lo que el mundo persigue.
¿Es esa la normalidad a la que quieres regresar?
No, yo no quiero volver a esa clase de normalidad. Hay grandes desafíos por delante, pero si de algo estoy seguro es que yo no quiero volver a la normalidad de una iglesia llevada por la corriente del mundo que no desafíe los poderes del maligno. No. Mi Señor Jesucristo no derramó su sangre por una iglesia así. Él vino para cambiar este mundo para siempre y su iglesia tiene que ser digna de llevar su nombre.
¿Somos o no somos el pueblo de Dios?
¿Solo lo somos cuando cantamos esa canción o en cada acto de nuestras vidas?
Dios te ama tanto que te ha permitido vivir en este tiempo, pero para que seas transformado.
El virus te va a caer bien, porque no será un virus destructivo como el del coronavirus, sino que será un virus constructivo que hará que replantees tu vida y te conviertas en aquel o aquella que Dios tenía en mente cuando te envió a este mundo.
¡Alguien se está contagiando de ese bendito virus!
En lugar de acercarnos a Dios nos hemos alejado paulatinamente de Él.
Aunque Él ganó para nosotros el acceso al lugar santísimo, aún seguimos parados en el atrio pensando si debemos entrar o no.
En lugar de un temor reverente, lo cambiamos por un pavor a su presencia, porque sentimos que puede ser fuego consumidor si llega a nuestras vidas y se da cuenta de nuestra tibieza espiritual.
Y es por eso que seguimos confundidos porque Dios sigue estando tan distante.
Por eso es que hoy en día seguimos viviendo en cadenas aunque ya Cristo nos hizo libres.
Seguimos viviendo en frustración cuando Jesús nos enseñó a vivir en gozo.
Experimentamos terribles soledades, a pesar de que Dios nos dijo que nunca nos dejaría, nunca nos desampararía.
Seguimos en cautividad, a pesar de que Jesús ya llevó cautiva la cautividad.
¿Es esa la normalidad a la que quieres volver?
¿Y si Dios está usando este tiempo precisamente para quitar de ti todo lo que ha evitado que te parezcas a Él? ¿Aun así quisieras volver atrás?
La multitud de gente que caminaba en el desierto estaba yendo hacia el lugar prometido por Dios, pero querían volver a la normalidad de Egipto.
Se acordaron de los ajos y las cebollas que comían allá. Perdieron la perspectiva. En lugar de seguir mirando hacia lo que Dios estaba haciendo, se quejaban por lo que aun ellos no podían mirar, entonces pensaron que era mejor volver a la normalidad de la esclavitud.
¿Es eso de verdad lo que estás ansiando?
¿Te pareces al pueblo de Israel, queriendo volver a la esclavitud en lugar de reafirmar tus pasos que conducen a una tierra que fluye leche y miel?
Los que tienen destino de tierra prometida, no pueden jamás seguir añorando la normalidad de Egipto, jamás.
Pero tienes que tener fe para saber con certeza que lo que viene es mucho mejor que lo que estás dejando atrás.
Yo no quiero una normalidad de gente apática e indiferente.
Yo no quiero una normalidad de jóvenes que no están viviendo una experiencia espiritual.
Yo no quiero una normalidad de familias quebradas, disfuncionales, divorcios por montones, miles de abortos diarios, droga que se consume a mares, violencia y crímenes, vicios que están destruyendo a nuestra juventud, no, yo no quiero esa normalidad.
Nos habíamos acostumbrado a todo eso y ya no veíamos cristianos orando e intercediendo ante el trono de la gloria y rescatando gente de esas condiciones.
No te acostumbres a esas realidades. No te acostumbres a esa normalidad, porque hay algo mejor esperando por ti. El reino de los cielos que vino a enseñar Jesucristo no es como los reinos de la tierra.
La tierra prometida no se parece en nada al Egipto espiritual.
La leche y la miel son mejores que los ajos y las cebollas de la esclavitud.
Los frutos gigantes son mejores que los azotes y el sometimiento.
Pero hay que vencer gigantes y derribar muros. Es cierto.
Hay que sobrepasar epidemias y derribar temores.
Hay que levantarse con valentía y poner la mirada en el futuro con Dios y entonces sabremos que todo esto valió la pena, que el desierto no fue el final, que llegaremos a esa tierra que Dios nos ofrece y no seremos los mismos que éramos antes.
Y déjame hacerte una advertencia. Dios tuvo que matar a toda la primera generación de israelitas que no creyeron que lo que venía era mejor y tuvo que levantar otra generación de gente de fe.
Y Dios lo puede hacer otra vez. Él puede acabar con una generación temerosa e indolente y solo los Josues y Calebs seguirán adelante y entrarán a aquel lugar.
¿Quieres volver a la normalidad?
¿O te estás preparando para entrar en la nueva tierra, en el lugar prometido, en el futuro de Dios, en el mejor tiempo de tu vida?
Y así como el mundo estará cegado a la realidad de las bendiciones eternas, entre ustedes no será así, porque ustedes verán la gloria del Señor por su fe. Recibirán poder cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo, y serán testigos de Cristo hasta lo último de la tierra.
El mundo no podrá ver las maravillas que están destinadas únicamente para los hijos de Dios.
El mundo no podrá ver las revelaciones espirituales que surgen desde los cielos, pero Dios ha preparado grandes cosas para los que le siguen.
El mundo no podrá entender las cosas espirituales y no podrá aceptar este precioso evangelio, pero nosotros no nos avergonzamos de esta palabra porque es poder de Dios para salvación y nosotros caminamos hacia la salvación eterna por el poder de la sangre de Cristo que nos ha limpiado de todo pecado.
¿Aun quieres volver a la normalidad?