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Introducción

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El desmantelamiento paulatino de los pilares de la fe cristiana ha dejado a la generación del siglo XXI en medio de grandes interrogantes para los cuales tampoco se ofrece una respuesta. Es por eso que las respuestas personales han tomado preponderancia sobre las respuestas institucionales, pues estas últimas han perdido credibilidad en pleno auge del posmodernismo presente. A su vez estas respuestas personales están influenciadas por la misma incertidumbre que se ha apoderado del mundo presente, pues en medio de tantas opciones no parece que un único camino sea una posibilidad real.

Seguir a Jesús en el siglo XXI y entender su misión puede significar algo muy diferente a lo que el mundo del primer siglo concibió. Entender sus declaraciones puede convertirse hoy en día en algo más que un simple ejercicio hermenéutico. Puede resultar más bien en una multiplicidad de opciones con las cuales cada quien establece sus propias decisiones. Y si esto es difícil, es posible también que la misión de Jesús pueda ser interpretada de una manera diferente a como se expresó de manera original y que representaba además el propósito por el cual Jesús vino desde los cielos. “Los cambios que ocurren al presente en la misión cristiana no son ni incidentales ni reversibles, sino que son el resultado de un cambio fundamental de paradigmas, no solo en la misión y la teología sino en el pensamiento y la experiencia de todo el mundo.”1

Es fundamental entender que la cosmovisión cristiana elabora sus propios paradigmas a partir del evangelio como base fundamental y esto no es negociable. “Para el cristiano (…) cualquier cambio paradigmático se puede dar únicamente sobre la base del evangelio y por causa del evangelio, nunca en contra del evangelio.”2 De esta manera se establece un marco de referencia a partir del cual toda acción que tenga como propósito representar adecuadamente los paradigmas cristianos debe surgir a partir del contenido escritural como fundamento inamovible, o al menos no contradecirlo en sus principios básicos.

“Interpretar la Biblia es una tarea difícil. Nosotros traemos nuestro pasado, nuestras nociones preconcebidas, nuestra ya formada teología, nuestros puntos culturales ciegos, nuestra posición social, nuestro género, nuestras posturas políticas, y muchas otras influencias a nuestra interpretación de la Biblia.”3 Esta afirmación pone de manifiesto que la objetividad con la cual anhelamos acercarnos al mensaje de la Biblia en realidad ya tiene presupuestos establecidos en nuestra mente desde los cuales leemos e interpretamos lo que leemos. Esto afecta nuestra percepción por supuesto, pero al mismo tiempo nos obliga a ser abiertos en cuanto a las opiniones divergentes y las fuentes de las cuales provienen. “Esto no implica que el significado dependa de su lector. El significado permanece constante. Pero la lectura de los textos difiere y depende de muchos factores que rodean el proceso interpretativo.”4

La misión de Dios está establecida en la Escritura misma. “La Escritura viene a nosotros en forma de palabras humanas que ya están <<contextualizadas>> (en el sentido de que fueron dirigidas a un contexto histórico muy específico) y además están abiertas a distintas interpretaciones.”5 Desde el Antiguo Testamento encontramos a un Dios que llama y encomienda misiones específicas a los suyos. El plan de Dios es el plan de quienes le siguen. La misión es la misión de Dios y no simplemente una acción compasiva que puede realizarse bajo parámetros humanos. Esta reflexión pone de manifiesto la necesidad de una tarea que no se detiene. Puede variar la metodología, pero no los postulados que la hicieron real. Pueden variar las formas de acercamiento, pero el mensaje es entregado y confronta la disponibilidad de quienes lo reciben.

Para Samuel Escobar el llamado de Dios es a tener una participación activa dentro del proceso misiológico mundial, reconociendo el cambio constante que un mundo globalizado ofrece y los desafíos que se derivan de ese proceso de transformación mundial.6 Cuando un convertido traspasa los mares o las fronteras, su fe también cruza los límites y de alguna manera, cuando comparte sus experiencias espirituales, es un misionero que trae buenas nuevas. “El mensaje de Cristo no resuena en el vacío, sino que propone una tarea en relación con la situación en la que nos encontramos y esta situación, para ser comprendida a la luz de la caridad, debe, en todo caso, definirse en términos reconocibles.”7 La naturaleza de su misión no solo va en orden al contenido del mensaje bíblico que comparte, sino además sus experiencias, sus propios sufrimientos, sus costumbres, el legado cultural que posee y muchas otras cosas, pasan a ser parte del contenido de ese mensaje en su forma integral. “La Iglesia cristiana debe funcionar como una <<comunidad hermenéutica internacional>> en la cual los cristianos (y los teólogos) de diferentes contextos se desafían mutuamente respecto a sus prejuicios culturales, sociales e ideológicos.”8

La iglesia local ha dejado de ser simplemente un organismo aislado que intenta realizar una proclamación limitada en un contexto particular. Más que eso, la iglesia del siglo XXI es una iglesia globalizada que proclama un mensaje que puede ser difundido en otros lugares del mundo y cuyo contenido debe ser aplicable en cualquier sitio donde se compartan las buenas nuevas. La aplicación de los postulados de la fe cristiana no se limita a ciertos ámbitos o lugares específicos. La predicación del evangelio debe ser una acción constante y de carácter universal, dado que tiene la capacidad de transformar, no solo las vidas en particular, sino también las comunidades enteras, pueblos o naciones. Al menos esa es la pretensión de su contenido. Por eso el tiempo de la misión es todo tiempo y el lugar de la misión es todo lugar. “Tal vez los autores del Nuevo Testamento estuvieran más interesados en la existencia misionera de sus lectores que en definir el concepto de misión; para dar expresión a la primera, crearon una rica variedad de metáforas, como <<la sal de la tierra>>, <<la luz del mundo>>, <<una ciudad sobre una colina>> y otras más.”9

La obra de la misión es también la obra del Espíritu Santo. Los dones dados a los creyentes y el poder que permite abrir surcos que han sido cerrados por siglos, son parte de la práctica y la teología de la misión. Comprender la acción vivificadora del Espíritu Santo estimula la acción de quienes son partícipes directos de esta labor transnacional.

En medio de la sociedad globalizada en la que vivimos podemos encontrar expresiones tangibles de la visión bíblica que nos remonta a la acción misionera de los tiempos antiguos y nos lanza de nuevo a la proclamación de la palabra viva pero con argumentos correspondientes a los nuevos tiempos, en los que los avances tecnológicos y la rápida difusión se han convertido en parte esencial del diario vivir. Aun en lugares remotos y atrasados, se han aumentado las posibilidades de encontrar recursos con los cuales continuar en este proceso de evangelización mundial que el mundo cristiano debe seguir alimentando.

Vivimos en un mundo cambiante de manera acelerada. El cristianismo ahora se ha expandido, al punto de dejar de considerarse simplemente como una religión occidental, para convertirse en una religión de variadas gamas, multifacética, multilingüe y global. Y eso representa el cumplimiento del mandato de Jesús y a su vez el reto para la iglesia contemporánea en cuanto a la eficacia de su labor misionera.

Bajo la perspectiva de un mundo cambiante, la Biblia misma debe aprenderse a ser leída con otra óptica inclusiva y abarcadora que pueda llegar a los oídos de personas en cualquier lugar del mundo y que sea relevante en su contexto. “Más recientemente hemos empezado a aceptar el papel de la cultura en la religión y en la experiencia religiosa.”10 Esta enseñanza debe ir acompañada de una acción deliberada de alcance, partiendo de la premisa del amor al prójimo esbozado en la Escritura.

Para Fernando Bullón es necesario trascender los espacios circundantes y establecer formas que puedan mirar más allá del mundo inmediato que nos rodea, para ir al escenario de lo nacional, lo internacional y lo mundial. Partiendo de la comprensión de la dimensión local, desde la base orgánica, se puede ir a otros niveles de mayor alcance donde se considere lo supra comunal como punto de referencia más amplio con vistas a una verdadera transformación de las estructuras sociales.11 Por lo tanto la dimensión misionera no consiste únicamente en realizar esporádicas visitas a ciertos lugares, sino en encarnarse en la vida misma de aquellos a quienes se quiere comunicar el mensaje de salvación.

David Bosch entiende que “lo sucedido en círculos teológicos y misiológicos en las últimas décadas es el resultado de un cambio paradigmático fundamental no solo en las áreas de la misión y la teología sino en la experiencia y en la manera de pensar del mundo entero”12, mientras que Christopher J.H. Wright se pregunta si deberíamos entender la misión cristiana a la luz de la Biblia o entender la Biblia a partir de la misión de Dios.13

Por su parte Grunlan y Mayers al considerar que el proceso misionero no se trata solo de cruzar fronteras sino de moverse entre culturas afirman que: “las fronteras nacionales son líneas artificiales dibujadas sobre mapas políticos; las culturas son realidades en localidades geográficas.” 14 Padilla mientras tanto considera que “El llamado del Espíritu está vinculado al envío o misión de Dios (missio Dei) de crear un pueblo para sí, un pueblo donde Él habita y con el que tiene comunión íntima (1 Juan 4:16)”15

En su libro Contra corriente, Juan Driver establece que “La sociedad occidental se caracteriza por su preocupación pragmática por los resultados, los cuales mide en términos objetivos de cantidad y calidad, de eficacia y de éxito. A veces los cristianos aplicamos estos criterios a nuestras evaluaciones de la vida y misión de la iglesia.”16

Van Engen percibe al pueblo de Dios como un grupo misionero que puede mirar su propósito en relación a la tarea encomendada por Jesucristo. “Los miembros de la Iglesia que se consideran como el pueblo misionero de Dios necesitan visualizar simultáneamente la comunidad cristiana como una organización social y humana, y a la vez como un organismo espiritual creado por Dios. En este caso la misión llega a ser tanto un don como una tarea.”17 Johannes Blaw en una cita de Van Engen dice que: “No hay otra Iglesia más que la Iglesia enviada al mundo y no hay otra misión más que la de la Iglesia de Cristo.”18 Y John R. Stott declarando que: “la iglesia no puede ser entendida correctamente excepto en una perspectiva que es a la vez misionera y escatológica.”19

Algunas preguntas que podrían guiar el enfoque y la pretensión de este escrito podrían ser resumidas de esta manera: ¿Para entender el tiempo en que vivimos deberíamos hacerlo con base en la temporalidad en la que nos movemos o en la trascendencia que se nos anuncia en la palabra de Dios? ¿Cómo conectamos lo temporal con lo trascendente? ¿Cambia la misión si no tenemos una adecuada comprensión de las declaraciones de Jesús para cada época de la historia? ¿Estaremos desarrollando la misión de Jesús de una manera acorde con las exigencias de los tiempos posmodernos?

Obviamente no podemos entender el mundo como un salto desde los tiempos bíblicos hasta el postmodernismo. Muchos acontecimientos han sucedido a través de los siglos que han influido directamente en la formación del pensamiento humano y en sus acciones que representan esas formas de pensamiento. Sin embargo este escrito no puede ocuparse por razones obvias de la historia del pensamiento y sus distintos matices, sino que se ocupará de manera directa de la manera en que se conciben algunas de las declaraciones de Jesús en tiempos posmodernos y su influencia en la misión actual derivada de esta forma de interpretación. “La cuestión crucial es simplemente esta: la Iglesia cristiana, en general, y la misión cristiana en particular, confrontan hoy desafíos jamás soñados que claman por respuestas relevantes y armónicas con la esencia de la fe cristiana.”20

Para efectos de este escrito se tendrá presente en primera instancia, sin ignorar otros autores, desde el lado del posmodernismo los conceptos desarrollados por Gianni Vattimo en sus diferentes obras que tienen que ver con el encuentro entre cristianismo y posmodernismo y sus efectos. “El objetivo de Vattimo aquí no es otro que elaborar un tipo de filosofía acorde con las exigencias de nuestra época y cultura, que ya no puede admitir las pretensiones absolutistas y racionalistas de la época moderna.”21 Por otro lado considero importante estudiar el texto de Antonio Cruz quien desarrolla el concepto del posmodernismo con una base sociológica en la cual no prescinde del aspecto religioso. De hecho el subtítulo de uno de sus libros sobre la posmodernidad es: “El evangelio ante el desafío del bienestar”.22

Desde el lado de la misión, a David Bosch quien trabaja en el cambio de paradigma de la teología de la misión con lo cual podrá entenderse el proceso misionero a la luz de los cambios culturales, sociales e históricos y finalmente desde el ángulo de los estudios del Evangelio de Juan a Eli Lizorkin, quien desarrolla una interesante propuesta al analizar el cuarto evangelio desde una perspectiva judía con un acercamiento histórico sin sacrificar la importancia religiosa contemporánea de su contenido. “Siempre he encontrado el contenido del cuarto Evangelio, en particular, más desafiante y más fascinante.”23

Esta propuesta nos permitirá crear un punto de contacto entre autores diversos y de distintas disciplinas, con el propósito de crear un escenario propicio para comprender de una mejor forma las declaraciones de Jesús en el evangelio de Juan y su relevancia para los tiempos posmodernos. Más que establecer criterios de contradicción entre los diferentes autores, la propuesta es usar sus argumentos como una guía apropiada para entender de una mejor forma lo que supone escuchar las palabras de Jesús en este tiempo, entendiendo la aplicación de su misión en la posmodernidad, desde el ángulo de algunas de sus declaraciones iniciales que se citan en el cuarto evangelio. “Hay que saber cómo piensan los hombres y las mujeres a los que se dirige la Buena Nueva.”24Al observar desde los tres ángulos será posible comprender de una forma más cercana el contraste entre los enunciados de la cultura posmoderna con sus particularidades y algunas declaraciones de Jesús en el evangelio de Juan, para a su vez interpretar su misión y la aplicación de la misma en estos tiempos, que es al fin de cuentas el propósito de este trabajo.

La posmodernidad es la generalización de un proceso histórico, cultural, social muy complejo que puede situar sus inicios en la segunda mitad del siglo XX. Refleja de alguna manera la frustración frente a lo que la modernidad no logró. “Desde puntos de vista bien distintos en este ámbito cultural ha surgido una nueva forma de pensar, y de entender el mundo, que difiere de lo que hasta ahora se llamaba el espíritu de la modernidad.”25 Algunas de las grandes propuestas de la modernidad se tornaron en fracasos y el hombre posmoderno quedó a la deriva en cuanto a estructuras que le den fundamento a su forma de pensar. “La posmodernidad surge a partir del momento en que la humanidad empieza a tener conciencia de que ya no resulta válido el proyecto moderno. Por eso está hecha de desilusión y desencanto.”26

Dentro de ese mundo posmoderno de pluralismo, fragmentación y relativismo se hace cada vez más complejo comprender y vivir las palabras pronunciadas por Jesús durante su ministerio y llevar a cabo la misión encomendada por Él, especialmente en un tiempo en el cual las meta narrativas se diluyen en medio de la incredulidad y el lenguaje responde más a los cuestionamientos individuales que a las verdades universales.

El pensamiento es hijo de su tiempo, pero la palabra de Dios es trascedente. Cuando los ideales planteados por el modernismo se vinieron abajo, en cuanto a la esperanza de que el poder del desarrollo científico y la racionalidad se convirtieran en los factores esenciales que la humanidad necesitaba para crear una sociedad perfecta, vista casi como una epifanía de potencialidad resurgente del ser humano, la desconfianza y la desilusión inundaron el corazón de los seres humanos y apareció el posmodernismo reemplazando esos ideales por el consumo, el relativismo, el crecimiento del narcisismo, el auge de los sentimientos, entre otras cosas. Ya no hay utopías, es el fin de la historia y ese es nuestro mundo. De hecho, Vattimo considera que la historia es vista ahora desde un ángulo de pluralidad en su interpretación. “Tampoco la historia, después del fin del colonialismo y la disolución de los prejuicios eurocéntricos, tiene ya un sentido unitario, se ha disgregado en una pluralidad de historias irreductibles a un único hilo conductor.”27

El pensamiento posmoderno no es producto únicamente de un grupo de filósofos de finales del siglo XX. Es también considerado como un fenómeno cultural, artístico, social y de consideraciones éticas. Pero al referirnos a sus orígenes filosóficos se hace necesario remontarse, desde la perspectiva de Vatimmo, a Federico Nietzsche quien enarbola la bandera del nihilismo a partir de su anuncio de la muerte de Dios28 y de su obsesión por el superhombre29. Su crítica a la imposición de la racionalidad a toda costa se constituyó en parte fundamental de su pensamiento, al entender que tanto el mundo racional como el moral y el religioso son solo inventos del hombre occidental que constituyen símbolos de su propia decadencia. Las masas se adaptan a la tradición y es por esto que se debe renunciar al pensamiento de manada para estructurar conceptos particulares en cuanto a la verdad y a la autodeterminación.30

Lyotard con su obra La condición posmoderna31, le da una identidad al fenómeno posmoderno y junto a Derrida, Vatimmo y otros, establecen una corriente filosófica de pensamiento que desarrolla conceptos básicos posmodernos en cuanto a la crítica a la racionalidad y el progreso modernista; la evolución social hacia una nube de pequeñas moralidades; la duda de los meta relatos de la modernidad en cuanto a la visualización del hombre como el héroe capaz de crear sus propias condiciones para vivir en paz y bienestar; o los grandes enunciados que sirvieron como fundamento de la revolución francesa de igualdad, justicia y libertad, que ya no son tan creíbles para la mente posmoderna. Por otro lado, algunos pensadores mantuvieron su fidelidad a la modernidad, al afirmar que este es aún un periodo inconcluso que aún necesita materializar más elementos para alcanzar los ideales modernos, en cuanto a la cuestión epistemológica del realismo en Habermas, 32el discurso filosófico de la modernidad analizando sus giros históricos33, o de la sociedad de consumo en las sociedades occidentales de Baudrillard34 y otros filósofos que se mantienen en esta línea de pensamiento.

Desde el punto de vista teológico, el movimiento posmoderno podría semejarse más a Babel con su multiplicidad de lenguajes inconexos, que a Pentecostés con la comprensión diáfana del mensaje expresado en un lenguaje entendible para las diversas culturas presentes. Los militantes principales del posmodernismo son o han sido ateos o quizás ambiguos en sus pensamientos, como un fiel reflejo de las ideas que nutren sus inclinaciones. Rorty y Vatimmo, se movieron entre diferentes expresiones de su ateísmo, al cual calificaron luego de ser insostenible, al igual que el teísmo. Posiblemente su accionar lindaba más con un anti-clericalismo que con una negación tajante de cada aspecto de la religión. Tamayo en su libro Otra teología es posible se refiere al pluralismo religioso muy citado en estos tiempos. Como contraposición a los modelos exclusivistas o inclusivistas, el paradigma pluralista abre un abanico de posibilidades al interior de la ciencia teológica. Para escritores como José María Vigil, la teología del pluralismo religioso no es solo una nueva rama de la teología existente que ha encontrado formas de expresión exclusivas, sino en realidad es una nueva teología que debe ser tratada bajo una óptica diferente. “La TPR no cambia solo de tema, sino de supuestos profundos”.35

El planteamiento de Vigil pone de manifiesto una necesidad absoluta de dinamizar la ciencia teológica, tomando elementos que corresponden a la visión pluralista del mundo posmoderno. “En este mundo actual, la teología estrictamente mono-confesional está condenada a no ser escuchada, tal vez incluso a no ser siquiera entendida por la sociedad como conjunto”36 Para Juan José Tamayo las religiones ancestrales han entrado en decadencia con la consabida pérdida de los valores que estas contenían. Las exigencias del mercado han obligado a las religiones tradicionales a tomar partido hacia una asimilación cultural que no les permite mantener su esencia, sino que por el contrario son solo una visión borrosa y desgastada de lo que algún día dirigió los destinos espirituales de las multitudes de creyentes. A pesar de que desconfiamos de lo que antes era más estable como concepto, aun no tenemos la posibilidad de generar alternativas sensatas para aquellos conceptos que desechamos.

La modernidad representó uno de los saltos cualitativos más interesantes para la humanidad, toda vez que involucró las artes, la política, la filosofía, la ciencia y en general la manera de vivir de quienes salieron de la Edad Media en el siglo XV. Si la religión había tenido hasta ese entonces la mayor influencia en el pensamiento humano, la razón se instaló como precursora de grandes innovaciones que apuntaban hacia el Iluminismo como contraposición al Oscurantismo de la Edad Media. Del teocentrismo se pasó al antropocentrismo. “La característica predominante de la era moderna es su antropocentrismo radical.”37 El mito no fue más una explicación coherente del origen del universo. El Estado como institución se secularizó al punto de buscar su independencia de la monarquía y de las instituciones religiosas. La pregunta de Bosch entonces es: “¿Cómo puede estar reinando Dios soberanamente si las personas se consideran a sí mismos seres libres?”38

Esa liberación de la religión trajo como consecuencia una búsqueda incesante por alcanzar grandes ideales humanos como la libertad, la igualdad y la fraternidad, símbolos de la dialéctica de la Revolución Francesa y del decurso de los esfuerzos por vislumbrar al ser humano como dueño de su propio destino y constructor de utopías impensables en los siglos anteriores. La revolución industrial sirvió como fundamento para el modelo capitalista y la aparición de nuevas clases sociales, a las que el marxismo denominaría burguesía y proletariado.

La posmodernidad, por otro lado, se caracteriza por ser una corriente de pensamiento de tendencias relativas, ideas fragmentadas en torno a diversas prácticas religiosas, gran compromiso con la cultura como fundamento teológico, ideales individuales, desconfianza de las instituciones y muchos otros aspectos que reflejan la confusión de nuestros tiempos en muchos sentidos. De acuerdo a Antonio Cruz “La postmodernidad ha aprendido a negar casi todos los valores del pasado: la verdad, la libertad, la razón, el bien, la moral y también la creencia en Dios. La vida sin ideales ni objetivos trascedentes se ha convertido en la forma más común de la existencia humana.”39

Las formas de pensamiento en la actualidad, caracterizadas por la ambigüedad y el pluralismo, representan un terreno sobre el cual el creyente de hoy en día puede leer una palabra escrita de un “libro antiguo” llamado la Biblia y cotejarlo con sus propios intereses, los cambios culturales y sociales en los que impera el relativismo moral y su propia cosmovisión acerca de Dios y sus atributos para finalmente gestionar un marco de referencia en el que no prevalecen los valores cristianos. Estos valores, extractados de la Escritura y que constituyen el fundamento de la fe cristiana se expresan en el amor, la fe, la honestidad, la lealtad, la humildad y muchos otros, que a día de hoy son acomodados de acuerdo a la conveniencia particular y usados cuando convienen a ciertos intereses particulares.

Vivimos en un mundo quebrantado por el desencanto y fragmentado en cuanto a la búsqueda de soluciones para los problemas humanos. De esta manera las respuestas particulares toman prelación obstaculizando la posibilidad de encontrar puntos de confluencia, pues el mundo del siglo XXI se caracteriza precisamente por la individualización y relativización en el pensamiento humano. “Hablar de posmodernidad es algo común desde hace tiempo y, sin embargo, nos sigue costando ponerle palabras más allá de una especie de sentimiento de desencanto de lo anterior e incerteza sobre lo que vendrá.”40

Cada generación de creyentes debería estar en capacidad de redescubrir las verdades originales que se dieron a partir del contenido escritural. Esto es sin duda uno de los grandes desafíos que se plantean al intentar aplicar ese contenido de una manera relevante a cada contexto y que pueda responder de una manera eficaz a los retos y situaciones coyunturales. El problema viene cuando el abordaje se realiza a partir de premisas surgidas por posiciones que de antemano rechazan los meta relatos, las verdades absolutas o cualquier autoridad que pretenda imponer sus criterios dogmáticos. Sin embargo es necesario entender que lo religioso no ha desaparecido, por el contrario, se ha acentuado pero bajo un prisma diferente, a partir del cual la multiplicidad origina diversas formas de sincretismo aceptadas sin reparos por quienes asumen esta dinámica espiritual. Vattimo entiende este resurgimiento y lo califica como un renacer en ese sentido: “advierto un renacer del interés religioso en el clima cultural en el que me muevo.”41 De hecho lo considera como un producto de la evolución del pensamiento humano. “Para el renacer de la religión han sido determinantes una serie de transformaciones acaecidas en el mundo del pensamiento, en las cuestiones teóricas.”42

Para el creyente existen valores dentro del cristianismo que no se pueden transigir, pues representan la razón de ser de la vida tras un “nuevo nacimiento”. El contenido del mensaje cristiano debería ser “vivo y eficaz” para todas las épocas de la historia y en cualquier contexto, por lo tanto, desde el punto de vista del creyente no debería ser alterado por los cambios culturales o sociales; cambios que de hecho se han acentuado en los tiempos modernos.

El contraste por lo tanto puede empezar a ser evidente en la medida en que ahondamos más en los conceptos que ofrece la corriente posmodernista de pensamiento en relación a la fe, los valores o la moralidad. Para Vattimo, si bien la razón no ha dado todas las respuestas, esto no significa necesariamente que la divinidad las posea. “Que el retorno de Dios en la cultura y en la mentalidad contemporánea tenga que ver con las condiciones de derrota en las que parece encontrarse la razón frente a muchos problemas que se han agrandado precisamente en la actualidad, no quiere decir en absoluto, por lo tanto, que se deba considerar insuperable la imagen de la trascendencia divina como potencia amenazadora y negativa.”43

Incluso sus disquisiciones lo llevan a determinar la irracionalidad del ateísmo a la luz de la evolución de la filosofía. “Hoy ya no hay razones filosóficas fuertes y plausibles para ser ateo, o en todo caso, para rechazar la religión.”44

Las afirmaciones de Jesús en el último de los evangelios escritos figuran como un elevado contraste para el pensamiento posmoderno. El contenido de muchas de las declaraciones que aparecen en el evangelio de Juan es desafiado en la actualidad con otros conceptos que van en contravía de lo expresado hace 2000 años en aquel contexto palestino. La conversación de Jesús con Nicodemo en el capítulo 3 del evangelio de Juan definió la conversión del creyente que pasa a vivir bajo el signo del Espíritu. Pero de la misma manera que Nicodemo no pudo comprender esas palabras en su momento, hoy en día se hace difícil conectarlas a la realidad del pensamiento actual. Tanto el desafío de Jesús a Nicodemo, como el entendimiento del amor en tiempos posmodernos, así como el tema de las carencias en un mundo de grandes desequilibrios encuentran puntos de contraste en la corriente posmoderna. El llamado al arrepentimiento en una cultura hedonista y narcisista, también figura dentro de esta línea de discrepancia. Capítulo aparte merece la declaración de Jesús como la encarnación de la verdad, en un tiempo en que esta definición de por sí despierta recelos en la cultura posmoderna.

Mi propuesta de manera específica es la de trabajar con algunas de las declaraciones de Jesús en el evangelio de Juan, intentando dilucidar la manera cómo se perciben en la cultura actual, con el propósito de comprender mejor su misión y como sería más efectiva su aplicación en el contexto presente. Debido a la amplitud de las declaraciones de Jesús en el evangelio de Juan y teniendo en cuenta las implicaciones de entrar a analizar una por una, me limitaré a estudiar 11 declaraciones que abarcan desde el final del capítulo 1 en la conversación de Jesús con Natanael, hasta el capítulo 8 en la declaración de Jesús como la verdad que libera. Esta escogencia más que arbitraria es selectiva. Estos pasajes en particular contienen declaraciones que pueden servir acertadamente para ubicar algunos contrastes entre lo que predicó Jesús en un contexto en particular y lo que hoy percibe el oído posmoderno, más habituado a la multiplicidad, la inmediatez y la subjetividad a la hora de analizar lo que se escucha.

He escogido este evangelio porque su autor no estableció una narrativa cronológica de la vida de Jesús como en los evangelios sinópticos, sino que especialmente manifestó su deidad. Esto lo hace más contrastante con el pensamiento posmoderno de verdades relativas, de eliminación de dogmas absolutos, de desencantamiento, de desacralización o de sincretismo a la hora de vivir la espiritualidad. Este evangelio fue escrito a finales del primer siglo cuando ya se avizoraban algunas dudas en cuanto a lo que se había referido en los otros evangelios y se hacía necesario fortalecer la fe de los primeros creyentes.

El evangelio de Juan tiene sus singularidades que lo diferencian de los sinópticos en su composición y contenido. El cuarto evangelio es sin lugar a dudas muy particular por su configuración literaria, su contenido y el propósito de Juan de exaltar a Jesucristo como Hijo de Dios y observar la dimensión de su obra. A través de este evangelio, Juan suplió una gran cantidad de material único no registrado en los otros Evangelios. Para escritores como Samuel Soto el Evangelio de Juan es un tratado teológico que ha de sustentar la fe de la iglesia en los momentos de prueba, en todo lugar y en todos los tiempos. Raymond Brown en su Introducción al Nuevo Testamento45 considera que Jesús debe adaptar su mensaje para ser entendible entre las multitudes de su tiempo. Aunque viene del cielo, debe expresarse con un “lenguaje terrenal” que lo aproxime a quienes lo escuchan. George Ladd en su Teología del Nuevo Testamento46 hace especial énfasis en el dualismo juanino como un verdadero contraste entre dos mundos. Para Thomas D. Lea, en su libro sobre el Nuevo Testamento “la presentación simple de palabras (en el evangelio de Juan) envuelve una profundidad teológica notable con temas como la deidad de Cristo (10:30), la encarnación (1:14) y la preexistencia (1:1)”47

El cuarto evangelio utiliza una gran cantidad de símbolos y un lenguaje que confronta otras tradiciones religiosas y en esto sentido se asocia al posmodernismo que a su vez se vale de una gran simbología. Juan escribió para convencer a sus lectores de la verdadera identidad de Jesús como el Dios-hombre encarnado cuyas naturalezas divina y humana estaban perfectamente unidas en una persona quien era el Cristo profetizado y Salvador del mundo. Esto tomaría algunos siglos de discusiones que vinieron a esclarecerse en las proposiciones de la ortodoxia cristiana de los concilios de Nicea y Calcedonia especialmente. Pero existe una percepción diferente al leer este evangelio con relación a los demás, pues parece situarnos en una perspectiva vivencial que nos acerca más al Jesús hombre y nos revela más al Jesús Dios. Estos símbolos juaninos que trascienden con su interpretación al pueblo judío, se instalan en realidad en una dimensión mucho más amplia para hacer de este evangelio una declaración de la misión universal de Cristo y de su iglesia.

Eldin Villafañe afirma que “La necesidad de la hora no es de un cristianismo fácil, frágil y fastidioso, sino de un cristianismo riguroso, vigoroso, concreto y encarnado –un cristianismo muscular- ¡con las señales de la Cruz en sus manos!”48 Resulta interesante la lectura de Eli Lizorkin en su libro: El evangelio Judío de Juan: descubriendo a Jesús, Rey de Todo Israel, pues de manera particular aborda el estudio del cuarto evangelio bajo la perspectiva de un replanteamiento integral de su contenido. Su exploración es abordada desde una óptica que desafía las interpretaciones hasta ahora usadas para extractar de algunos pasajes en particular su gran riqueza de contenido. Su visión acerca de las buenas noticias que implica el evangelio para los cristianos es vista como mala noticia para los judíos, y para el como uno de ellos.

Esto sin duda le da un abordaje por demás interesante que contrasta con la visión que otros comentaristas tienen acerca del evangelio de Juan.49 “Desde la perspectiva de su autor, el Evangelio (de Juan) entero muestra que son las autoridades judías las que son juzgadas. Es Jesús quien ha venido como acusador pactado para presentar cargos contra los malvados pastores de Israel. No al contrario, como podría parecer.”50 Es por esto que he tomado de manera particular este abordaje para explorar en su contenido una óptica novedosa de este evangelio. C. H. Dodd trata con el cuarto evangelio entendiendo que es eminentemente teológico, pero los hechos en él narrados responden a una indudable realidad histórica. Dodd considera que detrás del Evangelio de Juan subyace una antigua tradición independiente de la de los otros Evangelios, que debe considerarse seriamente como básica contribución al vivir histórico de Jesús.51

Juan Alberto Casas en su libro: Vengan y vean entiende que el sentido de la fe cristiana se ha revitalizado a partir del giro contemporáneo con el que se realiza la teología de las formas narrativas. La incorporación de las temáticas juaninas en sus primeros capítulos en la cotidianeidad y el entorno social para transformarlos, resulta de particular interés en el análisis propuesto para el presente trabajo.52

En el enfoque cristológico del evangelio entendemos su teología de la misión. Jesucristo aparece como Aquel que revela al Dios vivo. Con las declaraciones iniciales se vislumbra el resto del contenido. Jesús es manifestado como la palabra preexistente que se encarna para traer vida nueva a la humanidad. Desde el principio del evangelio, Juan reafirma el carácter activo de Jesús en la creación y su naturaleza redentora. “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3). La aparición de Jesús representó el punto de convergencia de la humanidad y en el evangelio de Juan se resalta más que en ningún otro libro, con la encarnación del Verbo (1:14), la invitación a nacer de nuevo (3:3), la aceptación por la fe de la persona de Jesucristo y de su obra (3:16), la regeneración del ser humano pecador (4:14), la presentación del Padre por el Hijo (7:16), la promesa de vida abundante (10:10), las obras a través de su ministerio terrenal venciendo las enfermedades y la muerte (11:44) y su sacrificio en la cruz.

El vínculo Padre-Hijo aparece una y otra vez a lo largo del evangelio como revelación constante de la figura de Jesús y de lo que vino a hacer a este mundo. Su misión lo dirige y en su muerte se termina de reconocer la obra concluida que ha sido llevada a cabo en perfección por el Hijo de Dios. “A Dios nadie le vio jamás, el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.” (Juan 1:18). La controversia se hizo más intensa entre los religiosos de la época y Jesús en sus declaraciones a las que consideraban blasfemas: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo. Por eso los judíos aún más procuraban matarle, porque no solo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (5:17-18)

Así mismo las secuencias del yo soy conectan a Jesús con el Dios que aparece a Moisés en el desierto, al iniciar la aventura liberadora del pueblo de la esclavitud. Como pan celestial es sustentador de la vida; como luz del mundo supone que quien esté alejado de Él está en tinieblas; como puerta de las ovejas representa la protección para su pueblo escogido y el único acceso al redil del Señor; como Buen Pastor se preocupa genuinamente por el bienestar de sus ovejas; como resurrección y vida pone de relieve su autoridad sobre la muerte y su naturaleza mediadora entre Dios y los hombres para traer vida en medio de un mundo de muerte y de pecado; como camino, verdad y vida elimina cualquier otro acceso al Padre y a la salvación y como vid verdadera nos sitúa dentro del viñedo de Dios y cada creyente como rama de esa vid que debe producir fruto.

La consideración de Jesús como enviado reafirma su tarea misionera. Si es enviado tiene un propósito y alguien que lo envía. Por lo tanto esa misión debe quedar satisfecha para que haya aprobación total en quien lo ha designado para esa labor específica. Pero su misión, lejos de ser simplemente local, es en realidad una misión cósmica, encaminada a unir a los pueblos del mundo alrededor del que puede cambiar el presente y el destino eterno. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.” (Juan 3:16)

El Espíritu Santo juega un papel preponderante en las declaraciones del evangelio de Juan. En la elaboración de la misión, el paráclito desempeña un rol fundamental, ya que respalda y unge la obra de Jesús desde su propio bautizo hasta el final de su ministerio terrenal. Pero aún se resalta más su importancia después de la partida de Jesús por cuanto se constituye en la promesa dada a los discípulos para llevar a cabo la obra encomendada. La fe en Jesús es el acceso a la vida del Espíritu. La transmisión de la historia del cristianismo, el evangelismo, nunca consiste solo en presentar bien la historia ni usar las palabras idóneas; no consiste solo en la proclamación del evangelio, sino en la participación fiel en él, lo cual es posible gracias al Espíritu. El ministerio del Espíritu es siempre dar a conocer a Cristo, hacer que Cristo aparezca vivo en el mundo, y participar en la historia creciente de Dios. Tal como prometió Jesús, el Espíritu Santo es un consuelo inmenso y real en la vida cristiana. R. C. Sproul en su libro: ¿Quién es el Espíritu Santo? desarrolla los elementos fundamentales de la acción del Espíritu Santo que se conectan al lenguaje misionero de Jesús en cuanto a la santificación de los creyentes, el fortalecimiento, el aprendizaje y luego el envío y la unción para el ministerio.

Como afirmó Jesús en Juan 16: 7-11: Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.” Jesús deja claro también que la vida nueva no es algo que se consiga por esfuerzo humano, porque lo que nace de la carne es carne, mientras que transformar la vida espiritual requiere la acción sobrenatural del Espíritu Santo. Así mismo refiriéndose al paráclito Jesús afirmó: Juan 15:26: cuando venga el Consolador, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, El testificará acerca de mí.

La relación de Jesús con sus discípulos en el envío misionero que les encomienda tiene que estar respaldada por El Espíritu Santo, o de lo contrario no tendrá ningún éxito. El Espíritu-Paráclito hace a Cristo más presente, más comprensible, más transformador. En su misión ante el mundo, urgida por El Espíritu, la iglesia descubre el verdadero sentido de la palabra hecha carne.

Jesús envía a sus discípulos a una misión sin fronteras, misión cuyo verdadero origen está en El Padre. “Como el Padre me ha enviado, así también yo os envío”. (Juan 20:21). La misión de los discípulos se asocia en Juan de una manera muy precisa con la misión de Jesús. Jesús es enviado al mundo para salvarlo (3:17), para alumbrarlo (1:4-5), para ser la vida (1:4) y para dar a conocer al Dios invisible (1:18). De la misma manera, al entender la misión de Jesús se dan los lineamientos de la misión de la iglesia, encarnada originalmente en sus primeros discípulos. La misión de Jesús sirve como fundamento para la misión de la comunidad.

En el envío está la clave de la misión juanina. Juan Bautista es enviado por Dios para dar testimonio acerca de Jesús. Jesús es enviado por el Padre para dar testimonio acerca del Padre y realizar su obra. El Paráclito es enviado por el Padre y el Hijo para dar testimonio acerca de Jesús. Y, finalmente, los discípulos son enviados por Jesús para hacer lo que Él hizo. Esta es la clave. La misión ha sido dada y el trabajo se ha venido haciendo desde entonces. La misión de Jesús está en el proceso de ser cumplida hasta que Él vuelva. Tenemos una misión.

Jesús y su misión en la posmodernidad

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