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Capítulo 1.
Sígueme. El llamado a la misión

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“El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y le dijo: Sígueme” (Juan 1:43)

Una sola palabra significó el cambio de vida radical para Felipe: “Sígueme”.

Galilea fue el escenario en el cual se cambió el destino para dos hombres que aguardaban al Mesías de la misma manera que todo el pueblo de Israel. Sin embargo es a ellos a quienes se les revela de manera particular. No es solo el encuentro de Felipe con “aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas,” es el encuentro de este hombre con una misión exclusiva, señalada en el tiempo, definida desde los cielos, estructurada con el Hijo como sujeto principal y desarrollada entre seres humanos tan simples como los que estaba empezando a reunir el Verbo hecho carne.

Es el llamado que trasciende la conciencia, que se instala más allá de los deseos, que prorrumpe violentamente en medio de la monotonía y desbarata de un tajo la tranquilidad de quien lo recibe.

Es el llamado a ser débil para ser fuerte, a tomar la cruz para caminar ligero, a ser humilde para ser exaltado, a entrar en discordias para alcanzar la paz, a desafiar los poderes malignos para marcar territorio, a entrar en la dinámica de un reino desconocido abdicando a los deseos pasajeros e instalándose en la eternidad.

Es el llamado para tomar el yugo fácil y la carga ligera, que sin embargo conduce al sacrificio mayor. Es el llamado de quien amará a su enemigo, bendecirá al que lo maldice, orará por quien lo ultraja y lo persigue, caminará la milla extra y se despojará de lo poco que tenga para hacer tesoros que no se corrompen.

Es el llamado a dejar tierra y parentela, a soltar las amarras de los botes que garantizan el sustento y dejar ir las barcas a la deriva, a seguir al que no tiene un lugar seguro donde reposar, a no voltear la mirada en un camino sin regreso, a seguir hasta el Gólgota a quien caminó desde los cielos en su peregrinación por este mundo. Es el llamado a la misión. Una misión desconocida, apabullante, estremecedora e inédita, pero surgida desde los mismos cielos y a punto de cambiar la historia para siempre.

Para Felipe, Jesús es la respuesta al anuncio de Moisés y los profetas. De Él se escribió desde tiempos antiguos. A Él se refirieron los profetas anhelantes de la verdad revelada. Por Él es que Israel camina mirando al futuro con esperanza.

Jesús no solo realizó una misión en la tierra, sino que invitó a sus seguidores a ser parte de la misma. El desafío de seguir a Jesús no solo implicaba dejar atrás las tareas propias de supervivencia que tenía cada uno de sus discípulos, sino además tomar una nueva y aún más desafiante labor a la cual se les llamaba como parte de la misión más amplia en la que entraban. Dentro de ese llamado eran necesarias las muestras de compasión hacia el necesitado, es decir, que la misión no solo conllevaba un dejar atrás de ciertas tareas, sino también la de asumir un nuevo carácter acorde con el modelo que se adaptaba al Reino anunciado. Pero aun no sería completo el llamado a la misión si no involucrara el sufrimiento como parte esencial de esta nueva vocación de sacrificio y entrega.

Seguir a Jesús es también seguirlo a donde El concluye su misión terrenal. Seguirle a Él implica necesariamente ir con El hasta el Gólgota mismo, donde se completará la obra misionera que transformó el mundo para siempre.

Felipe se enfrentó en aquel momento a una autoridad diferente que desafiaba su modelo de vida. Un llamado irresistible que convenció a este hombre de Betsaida para dejarlo todo e incluso involucrar a su amigo Natanael en tamaña aventura. Natanael (Bartolomé) ya había sido hallado por Jesús desde cuando le vio debajo de la higuera y supo que se trataba de un verdadero israelita. La confrontación entre el llamado de Jesús y la duda de Natanael por el origen de quien lo llamaba tenía que encontrar un punto débil para inclinar la balanza y lo halló cuando Jesús lo consideró como un hombre de gran estima.

Juan El Bautista ya estaba elevando su voz en el Jordán anunciando el arribo esperado del reino de Dios. La misión celestial estaba a punto de dar sus primeros pasos y Jesús necesitaba rodearse de hombres a quienes pudiera formar y promover en ese reino que se empezaba a percibir y cuyo anuncio rompió con el silencio del cielo de 400 años.

El Logos preexistente encarnado expresa en su llamado una autoridad de la cual carecían los fariseos y religiosos. Su misión se ha ideado en la armonía del cielo pero debe llevarse a cabo en medio de la tensión del mundo como escenario de su obra redentora. “Jesús de Nazaret, absolutamente por sí y a través de sí, a través de su mera existencia, naturaleza, instinto, sin prudencia, sin exhortación, se ha hecho manifestación completamente sensible de la palabra eterna, de un modo que antes que él nadie lo hizo.”53 Es importante entender cómo se conectan las ideas sobre el mundo, el hombre y la muerte con Jesucristo. Juan dirá en su evangelio que el Logos se hizo carne (1:14) y los demás evangelios conectarán su nacimiento en un momento histórico definido con el cumplimiento de la palabra escrita.

Nazaret representa un obstáculo a los ojos de Natanael en la concepción que él mismo tiene acerca del origen del Mesías anunciado. Parecieran dos instancias tan disímiles que no pueden reunirse en una noticia tan relevante. No puede venir nada bueno de aquella aldea insignificante y mucho menos cuando se trata de buscar el origen del esperado de todos los tiempos.

La expectativa judía no podría compaginar algo así en relación a su gran Mesías. El Dios de la historia no podría prorrumpir de esa manera en aquel ambiente intrascendente.

El pueblo de Israel se movía continuamente entre la expectativa y la esperanza, pero Jesús no parecía llenar ninguna de ellas. Su expectativa de un Mesías poderoso y la necesidad de encontrar un respiro a su condición de subyugación a través de ese Mesías, habían volcado la esperanza en un libertador que distaba mucho de parecerse a ese Jesús que se abrogaba para sí el derecho de llamar a Dios como Padre. El celo característico del pueblo judío para sus leyes y tradiciones, representaron siempre un obstáculo para poder ver enfrente de ellos al Mesías esperado.

En Malaquías 3: 1-2 se lee: “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí, y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí, viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores.”

Las profecías mesiánicas, presagiaban la llegada de un rey poderoso que haría notar públicamente su estela desde los cielos y llegaría en medio de los imperios para derribarlos y establecer a su pueblo en el trono.

Pero Jesús prorrumpe en la escena sin grandes aspavientos. No era un general llamando a su ejército para prepararlo para la batalla. Era un carpintero delineando un camino de transformación para quienes respondieran a su llamado y despertando a una misión trascendente a unos pocos escogidos.

El evangelista no lo ha introducido como un hombre común de Galilea que desarrolla una labor singular, sino como el Verbo hecho carne que tiene una misión vivificadora e iluminadora. “En él estaba la vida” (1:4), y eso es precisamente lo que viene a traer a los hombres. Es portador de la vida abundante en contraposición a aquel que solo vino a robar, matar y destruir. (10:10)

El mensaje dualista del cuarto evangelio es una de sus características más notables. Él es la vida pero los hombres han escogido la muerte. Él es de arriba y sus adversarios son de abajo. Él es la verdad pero quien se le opone es portador de la mentira. Él es la luz y quien no lo sigue anda en tinieblas. Él no es de este mundo, pero viene a morar en un mundo que lo rechaza y lo lleva hasta la muerte. “Aunque procede de arriba y habla de lo que es <<verdad>> o <<real>>, Jesús, el Verbo hecho carne, debe usar el lenguaje de abajo para transmitir su mensaje.”54

El lenguaje de Jesús en Juan es contrastante. A Nicodemo le asegura que tiene que nacer de nuevo aunque este maestro de Israel no podría comprenderlo. A la mujer samaritana le afirma que el que beba del agua que Él puede ofrecer no volverá a tener sed y la mujer le inquiere por ella de manera inmediata, sin entender cabalmente las palabras del que tiene frente a ella. A Natanael le asevera que cosas mayores verá, los cielos se abrirán y los ángeles del Señor establecerán una vía de comunicación continua entre el cielo y el Hijo del Hombre que ahora aparece en la parte baja de la escalera en una alusión directa a la escalera de Jacob en la cual el patriarca ha visto a Dios en la parte superior. (Génesis 28) Ahora el Verbo ha descendido por esta escalera para habitar entre los hombres, y son estos los que tienen que prepararse para ver cosas mayores. “Haciendo referencia al sueño de Jacob, Jesús le indicó a Natanael que el también vería ángeles subir y bajar, pero no en Betel, como en la historia de Jacob, sino sobre el mismo Jesús.”55

El mensaje de Jesús no empieza con palabras sino con hechos. El Verbo se hizo carne y vino a habitar en este mundo. El Verbo habló sin palabras. Jesús se hizo presente en medio de un ambiente hostil y modeló un estilo de vida contrastante al mundo en el que vino a morar. Habitando en un mundo que se resistía a su anuncio, que desconfiaba de su verdadera identidad y que fue reacio a cambiar sus rasgos esenciales de fe, Jesucristo proclamó un mensaje radical que contrastaba abiertamente con la vida cotidiana de quienes lo recibían.

¿Cómo entendieron el llamado a la misión estos primeros discípulos?

Con toda seguridad no lo comprendieron a cabalidad en primera instancia. No siempre se conoce el segundo paso cuando ya se ha dado el primero. No siempre se sabe cuál es el final del camino a pesar de haber emprendido ya la marcha. Esa incertidumbre es propia del llamado divino.

Abraham la experimentó al dejar para siempre a los suyos para emprender un viaje sin retorno hacia una tierra desconocida. “La misión es una empresa que se ejecuta en el contexto de la tensión entre la providencia divina y la confusión humana.”56

Moisés la vivió al recibir instrucciones desde un fuego en el desierto para ir a confrontar al hombre más poderoso sobre la tierra en aquel instante.

David fue testigo de primera mano de un llamado que no lo llevó al cetro y la corona directamente, sino a la angustia de la persecución a través de montañas, cuevas y desiertos.

“En dos ocasiones distintas, Pedro recibió el llamado <<Sígueme>>. Fue la primera y la última palabra que Jesús les dijo a sus discípulos (Marcos 1:17; Juan 21:22). Una vida completa existe entre estos dos llamados.”57

El diálogo de Jesús con Natanael trae consigo un anuncio singular: “cosas mayores que estas verás.” Los cielos se abren para mostrar un atisbo de su gloria. La misión está en acción y para ella se necesitan mensajeros celestiales, agentes humanos y obras poderosas. “Jesús, al hablar con Natanael, le aseguró que el aún no había visto lo que luego sería revelado.”58

Nuestra generación podría tener una concepción diferente de este anuncio. En un tiempo de esoterismo, una fe dispersa entre muchas opciones y pragmatismo, los oídos posmodernos podrían recibir esta palabra bajo otros parámetros.

A medida que ciertos conceptos son reemplazados por otros que se acomoden más a la cultura de nuestros tiempos, las mismas concepciones que le dieron fundamento al cristianismo se pueden diluir en propuestas que miradas bajo prismas diferentes, terminen por agrietar la cohesión que el cristianismo anhela mantener.

“Cosas mayores que estas verás” puede sonar atractivo para los oídos posmodernos, pero desde un ángulo diferente. La búsqueda desenfrenada de algo novedoso transpira entre los hombres de hoy en día, de tal manera que puede encender la ambición de quien anhela saber o tener algo más en un mundo lleno de competencia. En todo caso resulta mucho más cómodo al gusto del pensamiento actual, exigir una respuesta apropiada a los deseos de quien lo pide. En otras palabras, es más apropiado exigirle a Jesús que nos siga, que seguirle en obediencia a su llamado.

Seguir a Jesús en estos tiempos requiere una sensibilidad intercultural y una contextualización apropiada que permita avanzar en la difusión de su mensaje sin tener necesariamente que desvirtuar su contenido. “Los acontecimientos posmodernos han demostrado que la ciencia no es inherentemente adversa a la fe cristiana.”59

¿Qué significa seguir a Jesús y entender sus palabras en el siglo XXI?

Significa sumergirnos en este mundo actual con las premisas que le caracterizan y desde allí seguir creyendo que su mensaje será siempre vigente y relevante.

Significa entender un mundo en el cual se renuncia a las utopías y a la idea de progreso de conjunto y se apuesta a la carrera por el progreso individual y aun así apostar por una misión de alcance universal. Un mundo que reconoce los límites de las ciencias modernas en cuanto a la generación de conocimiento verdadero, acumulativo y de validez universal y que al mismo tiempo produce un cambio en el orden económico, pasando de una economía de producción hacia una economía del consumo.

Significa de alguna manera comprender una cultura en la que desaparecen las grandes figuras carismáticas y surgen infinidad de pequeños ídolos que duran hasta que surge algo más novedoso y atractivo, pero aun así perseverar con un mensaje que surgió 2000 años atrás en un lugar distante del Medio Oriente.

Significa también aceptar el reto de seguir difundiendo el mismo mensaje antiguo, pero a través de los medios masivos de comunicación modernos que se han convertido en verdaderos centros de poder.

Significa seguir creyendo en la validez del mensaje que proclamamos, a pesar de que para el mundo actual ha dejado de importar el contenido, para revalorizar la forma en que es transmitido y el grado de convicción que pueda producir. “Hoy se acepta ampliamente en todas las ciencias (tanto naturales como sociales) que la objetividad total es una ilusión y que el conocimiento pertenece a una comunidad y viene influenciado por la dinámica operativa de dicha comunidad.”60

Significa proclamar la verdad de lo expresado por Jesús en un mundo que ha desmitificado a sus líderes y que cuestiona abiertamente a las grandes religiones. Un mundo que le rinde culto al cuerpo y a la liberación personal y en el que los individuos quieren vivir el presente sin que les importe mucho el futuro que les espera. Un mundo que se rinde ante la tecnología y en el cual el hombre basa su existencia en el relativismo y la pluralidad de opciones.

Pero también significa entender la aplicación contextualizada de la misión en el tiempo y en el espacio. Bosch asegura que: “Las profundas diferencias entre aquella época (la época del ministerio de Jesús) y la nuestra implican que no es suficiente apelar de manera directa a las palabras de los autores bíblicos para aplicarlas una por una a nuestra situación.”61

Entonces ¿Cómo puede interpretarse el llamado de Jesús para las generaciones actuales? Allí radica el gran desafío. “¿Qué puede significar el llamado al discipulado en la actualidad para el obrero, el hombre de negocios, el hacendado y el soldado?”62

La contextualización de la misión en el presente tiene que ver con la aplicación de la misma en un mundo que percibe las cosas desde otro ángulo a aquel en el cual fueron expuestos los términos de la misión encomendada por Dios. “Es ilusorio creer que podemos penetrar hasta un evangelio puro y libre de los efectos de agregados culturales y humanos.”63

Es decir, no solo se debe comprender el cambio en la urbanización, la globalización, el desplazamiento continuo de personas entre territorios, etc., sino también en las formas de pensamiento que identifican al ser humano en cada época histórica. “Nadie recibe el evangelio pasivamente; cada uno a su vez lo reinterpreta.”64 Sin embargo, esta globalización debe ser vista desde diferentes ángulos, pues involucra cuestiones comerciales, sociales, religiosas, políticas, culturales, tecnológicas, etc., y cada área en particular debe ser examinada a la luz de los intereses particulares que se quieran definir. “El reto de la globalización actual, que es principalmente de línea cultural y religiosa, se resuelve en el aprecio o valoración de la propia tradición, descubriendo en su hondura una relación estrecha e indisoluble con otras culturas y religiones.”65

Jesús se encarna en este mundo para encarnar su misión entre los suyos. Quien lo sigue debe extender el sentido de lo que enseña. “Es imperioso que el cristiano logre el renunciamiento, que practique la auto negación, para distinguir su vida de la vida del mundo.”66

Para Jesús la compasión no es meramente un sentido de lastima por el que sufre, sino una empatía profunda con el marginado quien carece de voz y a quien la sociedad lo rechaza por su propia condición. Su llamado implica todo esto. Seguirlo representa palpitar al ritmo del Maestro. La misión de Jesús es singular en su contenido y exigente en su aplicación.

Algunas de las parábolas que compartió significaban la representación del amor práctico, colocando como modelo de la misma a personajes impensables, como el buen samaritano o el padre ofendido por el hijo pródigo.

El punto de vista enseñado por Jesús personifica en realidad una crítica de la conciencia dominante. Y esa forma de encarar el asunto de la compasión, el perdón, la misericordia, etc., significaban a su vez una amenaza para la tradición despótica.

La iglesia antigua consideraba a Jesús como la encarnación de una conciencia alternativa. El representaba una realidad visiblemente contraria a la realidad visible. Su origen, su nacimiento, el ejercicio de su ministerio, su revelación a los más marginados, etc., son elementos que contrastaban con las formas de dominio imperial existentes. “Hemos sido educados por la tradición cristiana para pensar a Dios no como dueño sino como amigo, para considerar que las cosas esenciales no han sido reveladas a los sabios sino a los pequeños, para creer que quien no pierde su alma no la salvará…y así sucesivamente.”67

Desde el principio, Jesús se puso del lado de los desvalidos: los pobres, los oprimidos, los enfermos, los marginados. En los relatos de Lázaro resucitado y Lázaro el pobre que aparece en contraposición al rico epulón, Jesús manifiesta su solidaridad con quienes lloran a causa de la muerte y la injusticia. Su aflicción por Jerusalén pone de manifiesto que su misión va mucho más allá que salvar algunas vidas o sanar algunos enfermos. Las ciudades, los sistemas, las estructuras que las formaban, las autoridades que las dirigen, los inmensos conglomerados indiferentes que las componen, solo son una extensión de un sistema enfermo que necesita ser cambiado, pero que para muchos representa su seguridad y harán lo que sea necesario para mantenerlo como está.

La obra de la misión es también la obra del Espíritu Santo. Los dones dados a los creyentes y el poder que permite abrir surcos que han sido cerrados por siglos, son parte de la práctica y la teología de la misión. Comprender la acción vivificadora del Espíritu Santo estimula la acción de quienes son partícipes directos de esta labor transnacional.

En nuestros tiempos es mucho más llamativo elaborar una misión de contraste. No es seguir a Jesús sino exigirle que nos siga. No es obedecer al Mesías, sino obligarlo para que se acomode a nuestros caprichos personales. No es entender su mensaje, sino exigirle que entienda nuestra condición particular. No es comprender a cabalidad la obra de la cruz, sino adecuarla en perspectiva para que encaje con otras formas de salvación más apropiadas. “Si hay salvación, parece, en definitiva, que esta tiene más los caracteres de la ligereza que los de la justicia.”68

La idea del sacrificio de Jesús en una cruz, el derramamiento de su sangre, el sufrimiento por los azotes, golpes, la corona de espinas, etc., puede resultar repulsiva para el hombre posmoderno, quien puede ahora convertir la sola idea de sacrificio en algo psicológico como quien piensa en su sacrificio para sacar sus hijos adelante, o pagar su universidad. Esta perspectiva produce un alejamiento paulatino del hecho sacrificial en sí, para dar paso a una imagen cada vez menos dolorosa. De alguna manera supone un alejamiento del Gólgota para ir a un escenario más terapéutico donde no sea necesario sacrificar a alguien por los demás. “Pertenece al firmamento del hombre el ser <<libre y poderoso>>, <<no obedecer orden alguno>>, <<no estar regido por ninguna de las otras criaturas>>.”69

El siervo sufriente ya no lo es tanto y su sacrificio ya no es tan doloroso. Al fin y al cabo conciliar los conceptos de dolor y bienestar no parece ser una gran idea para quien piensa que el hedonismo es la única forma de vida aceptable.

Natanael aún no puede comprender que su llamado es para una misión en la cual los anhelos del hombre mueren y se reemplazan por la obediencia a la voz de quien llama. El carácter de la acción salvífica modela así mismo la integralidad que reclama el anuncio de esa obra de salvación. Si Jesús es un Dios misionero, es imposible concebir que sus seguidores pretendan ignorar este llamado divino, establecido de manera concreta en sus palabras y luego observado en plenitud en los hechos posteriores a su partida. “Vivimos en un mundo, en el cual el rescate de unos a expensas de otros no es posible. Únicamente hay salvación y supervivencia juntos. Esto incluye no solo una nueva relación hacia la naturaleza sino también entre las personas.”70

La misión es desafiante, no solo por lo que implica en cuanto a la confrontación de personas hostiles al mensaje, sino además porque esa confrontación se vive primero en la cosmovisión personal. Tiene que darse un verdadero cambio de paradigma mental para que se pueda llevar a cabo la labor misionera de acuerdo a lo expresado en la Escritura. Sin embargo la cosmovisión posmoderna encarna otro tipo de intereses que chocan contra el llamado bíblico.

La posmodernidad ha planteado interrogantes a la teología que desafían su aplicabilidad. En un tiempo de discursos holísticos, abarcadores y pluralistas no es fácil encontrar un nicho apropiado desde donde se instalen las propuestas teológicas del presente, sin que de alguna manera pueda llegar a permear los supuestos que la hicieron vigente para otras épocas de la historia.

La autoridad ha sido desafiada totalmente. El llamado que Jesús realizó en aquel tiempo no encaja con la perspectiva actual de desconfianza en quien quiere ejercer alguna coerción o mando. La rebeldía es símbolo de este tiempo. Sin embargo es al mismo tiempo una forma de sumisión a otras formas que se han erigido en autoridad, tales como el sexo, los vicios, el placer o cualquier otra expresión individual o colectiva con la que se demuestre plena autonomía en desprecio a la voz de quien desea asumir una posición directriz.

Jesús llama hoy, ¿el hombre posmoderno lo sigue? Y si no lo sigue: ¿A quién llama entonces?

Si la misión que se desarrolla en el mundo actual depende en sumo grado de la aceptación del mensaje de Jesús, de su obra y especialmente de la persona del Dios encarnado, entonces esa misión tiene grandes impedimentos para llevarse a cabo. “Jesús convoca hombres para seguirlo no como un maestro o un molde de buena vida, sino como el Cristo, el Hijo de Dios.”71

Pero es precisamente esa figura la que hoy en día se rechaza constantemente a la par de la autoridad y la institución que le representan.

Bonhoeffer asegura en la mitad del siglo XX: “Porque el Hijo de Dios se hizo hombre; porque Él es el Mediador; por esa sola razón, la única verdadera relación que podemos tener con Él es seguirlo.”72 Décadas más tarde, la afirmación tajante de este hombre perteneciente a la iglesia confesante en tiempos de la segunda guerra mundial, parece una versión cándida para aceptar una razón desvirtuada por la autonomía del hombre posmoderno y una forma exageradamente piadosa y descontextualizada de la vida espiritual que se practica en tiempos actuales. La cosmovisión actual no anhela una mejor visión del futuro pues no lo espera ni intenta comprenderlo. “Este pesimismo de los postmodernos les lleva a aceptar la idea de que no existen posibilidades de cambiar o mejorar la sociedad y ante esta imposibilidad de modificar el mundo se opta por disfrutar de él. Se decide vivir plenamente el momento presente.”73

La confesión de Natanael: “Rabí, tu eres el Hijo de Dios; tu eres el Rey de Israel”, significa un descubrimiento que redirige la vida de aquel hombre y le asegura una posición a su lado, mientras las cosas mayores que anuncia Jesús van sucediendo.

Sin duda alguna el elemento mesiánico figura en el Evangelio de Juan a través de todo su desarrollo. Desde la llegada al mundo narrada por Juan de una manera diferente y plena de un significado especial, hasta la consumación de su obra en la cruz del calvario, Jesús se constituyó en el redentor de su pueblo y precursor de la implementación de un nuevo reino para el mundo. Más allá de su defensa de la vida, Jesús vino para liberar de la muerte y ofrecer vida en abundancia. Mediante su muerte y resurrección, Cristo abrió una nueva dimensión de vida para la humanidad, para que “todas las cosas” sean hechas nuevas (2 Cor. 5:17)

Esa dimensión dadivosa de la persona de Jesucristo solo puede ser entendida a la luz de quien posee los derechos para hacer que la vida sea abundante. El mismo creador de la vida es el único que puede quitarla, sobreabundarla o modificarla. Solo Jesucristo es la verdadera fuente de conocimiento de Dios y la única base para obtener seguridad espiritual.

Vistas las cosas desde ese ángulo, la misión para todos los tiempos debe enfocarse en continuar con la obra iniciada por El. En seguir a Jesús como lo hicieron Felipe y Natanael. Cualquier otra cosa es fallar en la misión encomendada.

Algo debe cambiar en la mente de quien es llamado por Jesús. Renunciar a una conciencia colectiva para entrar en la individualidad del ser que puede responder afirmativamente a un llamado al cual la mayoría se negaría, implica una renovación del entendimiento que no va en orden al sistema vigente, sino a la autoridad de quien traza un camino diferente.

Lewis escribió, en su libro titulado Una pena observada: “Mi concepción sobre Dios no es divina ni sagrada. Debe ser destruida una y otra vez. La rompe Dios mismo. Él es el gran iconoclasta. ¿No podríamos casi decir que este acto de destrucción es uno de los indicios de su presencia? La encarnación es el ejemplo supremo. Deja en ruinas a todas las ideas previas sobre El Mesías”74

A menudo, la teología y sus procesos destruyen lo que creíamos saber sobre Dios, igual que Jesús hizo añicos lo que la gente de su época creía sobre quién sería el Mesías y sobre lo que haría.

“Porque el Hijo de Dios se hizo hombre, porque Él es Mediador; por esa sola razón, la única verdadera relación que podemos tener con Él es seguirlo.”75 Pero comprender el llamado a seguir a Jesús en estos tiempos, supone un cambio en la comprensión de la figura del Mesías bíblico, evidentemente distorsionada por la cosmovisión posmoderna que encumbra mesías e ídolos, mientras destruye los relatos que le dieron forma a la espiritualidad cristiana.

Obedeciendo a los nuevos paradigmas que caracterizan la posmodernidad, la teología se ha tornado eminentemente humanista, enfocada en el bienestar y el hedonismo, manipulada por el uso de textos fuera de contexto para justificar un discurso positivo y una “palabra de fe” en la que se le da prelación a la bendición financiera y al bienestar físico. Se escuchan los textos pero no los contextos. Se citan las palabras pero no se profundiza en ellas. Se habla de fe, sin hablar de dónde surgen estas convicciones.

Los pactos o alianzas con Dios para alcanzar sus favores, el surgimiento de líderes carismáticos que atraen a las masas, las revelaciones particulares propiedad de los “ungidos”, la demonización de cada aspecto de la vida social, el rechazo a cualquier forma de sufrimiento, el mercado de bienes simbólicos, son solo algunas de las características de esta forma de teología que se ha introducido en la práctica común del creyente actual.

Pero el mensaje de Jesucristo no está ceñido a la especificidad de un tiempo en particular y es inclusivo, es decir que está abierto para aquel que desea acercarse a la “fuente del agua viva.” Sin embargo la dinámica propia de un mundo en constante evolución obliga a contemporizar no solo las formas de vida, sino también la manera de compartir el mensaje, so pena de quedar marginados de cualquier posibilidad de influenciar al mundo de hoy.

La obra de Cristo es redentora y lo es así por la clase de mundo en el que vivimos. Estamos en una sociedad que desarrolla primero la enfermedad para luego justificar los esfuerzos curativos y promueve la muerte para recalcar la importancia de la vida. Y así como no hay amanecer sin oscuridad que la preceda o sanidad sin enfermedad que la confronte, así mismo no existe un estado ideal de cosas sin una anarquía que pueda comparársele o un reino de justicia, paz y gozo en el que more el Señor sin haber un estado opuesto de injusticia, de pobreza y desigualdad en el que reine el enemigo.

Cada paso en el progreso de la humanidad, supone normas morales superiores que sean coherentes con esa dinámica de cambio. El problema es llegar a dilucidar si la evolución del mundo implica necesariamente progreso o retroceso en su orden social y moral. Las instituciones tampoco ayudan dilucidar este enigma. “La Iglesia que, en el plano de la moral como en el de la política, parece estar condenada a llegar siempre con siglos de retraso respecto a la evolución de las costumbres.”76 Siempre estamos inmersos en una realidad que determina muchas de las formas de obrar o de pensar, pero el posmodernismo no logra convocar un criterio en cuanto a lo que representa finalmente para la cultura actual. “El porvenir sólo puede anticiparse bajo la forma del peligro absoluto. Rompe absolutamente con la normalidad constituida y, por lo tanto, no puede anunciarse, presentarse, sino bajo el aspecto de la monstruosidad.”77

Derridá quien siguiendo a Heidegger acuñó la palabra deconstruir en sus análisis literarios, abrió la compuerta para la disolución de los significados expuestos para muchas de las aseveraciones hechas con antelación, pero sin dejar una alternativa aceptable para resignificarlas. La variedad de significados posibles para un texto o un pasaje determinado, desafía la hermenéutica tradicional y abre la compuerta para la subjetividad en la definición de los conceptos. El contexto, la cultura, las circunstancias particulares, e incluso los estados de ánimo, pueden constituirse en elementos que establecen variables interpretativas a la hora de abordar nociones que se consideraban absolutas o dogmáticas.

El abordaje predeterminado de un texto cualquiera realizado bajo un prejuicio claro, ya lleva implícito el germen de la desconfianza y puede ser dirigido hacia la libre determinación del lector. Esto produce a su vez una amplia posibilidad de interpretaciones, tantas como el número de personas que se aproximan al texto con diferentes intenciones.

Todo esto, en lugar de provocar un acercamiento hacia criterios solventes de la realidad actual y una visión positiva, se traduce en caos interpretativo, desde el cual lo amorfo, imperfecto, desconcertante, inteligible y subjetivo conduce a un destino incierto, imposible de descifrar.

Antes de seguir a Jesús, Felipe y Natanael reconocen su procedencia. Es un Rabí, pero no de este mundo. Es Aquel de quien escribió Moisés pero ahora hecho hombre. Es la fusión del cielo y la tierra en figura terrenal. Con autoridad celestial, pero con debilidad natural. Es el Verbo hecho carne, que ahora llama a los suyos a caminar con El. Es el Rey de Israel que anuncia un reino de otro mundo. Es a Él a quien deben seguir, pero…

¿De Nazaret puede venir algo bueno?

Jesús y su misión en la posmodernidad

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