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Tradición, costumbre, folclor, identidad, cultura y patrimonio cultural

Se parece su ritmo a mi piel, pintada con la sangre de tres razas.

Bambuco (bambuco), de John Jairo Torres de la Pava

Las definiciones son necesarias para entender la diversidad de conceptos que encierra el tema que se aborda aquí.

Tradición

Según el Diccionario de la lengua española (DLE), la palabra ‘Tradición’, del latín traditĭo, -ōnis, significa: «1. f. Transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación». […] 3. f. Doctrina, costumbre, etc., conservada en un pueblo por transmisión de padres a hijos». […] «5. f. Conjunto de rasgos propios de unos géneros o unas formas literarias o artísticas que han perdurado a lo largo de los años».

Por su parte, la periodista y escritora española Carmen Ferreras afirma que «las tradiciones son las manifestaciones materiales, artísticas y espirituales que una generación hereda de las anteriores y, por estimarlo valioso, lega a las siguientes. [...] Tradiciones en las que hunden sus raíces, ritos y costumbres únicos que dan personalidad y carta de naturaleza a esa manifestación en concreto» (Ferreras, s. f., p. 1).

En esta línea, la tradición, de acuerdo con el profesor Javier Marcos Arévalo,

Es una construcción social que cambia temporalmente, de una generación a otra; especialmente de un lugar a otro […] varía dentro de cada cultura, en el tiempo y según los grupos sociales, y entre diferentes culturas. […] Si la tradición es la herencia del tiempo social en la memoria colectiva, el legado del pasado, lo es también debido a su renovación en el presente; porque la tradición, la transmisión de la cultura entre las generaciones, se construye a partir de la contemporaneidad. La tradición cobra pleno sentido cuando los contemporáneos la reviven y de este modo se la apropian. La tradición, de hecho, actualiza y renueva el pasado desde el presente. La tradición, para mantenerse vigente y no quedarse en un conjunto de anacrónicas antiguallas, o costumbres fósiles y obsoletas, se modifica al compás de la sociedad, pues representa la continuidad histórica y la memoria colectiva. Integra el pasado seleccionado y el presente en el futuro, en vez de sustituirlo (Arévalo, 2007, p. 6).

La vitalidad de la tradición está fundamentada en la transformación que sufre durante el proceso de transmisión. La tradición es una acción humana y social, y su transmisión es un ejercicio vivo. Es un proceso social y simbólico en constante transformación. Las tradiciones son afectadas por nuevos elementos que surgen tanto en el contexto como en el devenir cultural de los pueblos. Es el receptor de la tradición el que, en el proceso de asimilación, la amolda, la actualiza y la recrea. Más importante aún: la hace parte de su vida: «La tradición se adultera cuando se la momifica. Deja de ser tradición en su sentido esencial completo» (Herrejón, 2010, p. 145).

No obstante, algunos elementos de la tradición deben mantenerse fijos, pues son aquellos los que le dan significado a la tradición; son su esencia: «Su significado se encuentra fuertemente relacionado con el respeto a su forma original» (Madrazo, 2005, p. 130). En el caso de las músicas andinas colombianas, considero que la esencia de estas son las formas, pero no los contenidos, y mucho menos las maneras de recrearla. Para hacer clara mi posición al respecto, voy a recurrir a los siguientes ejemplos:

La décima espinela, forma poética creada a finales del siglo XVI, atribuida al escritor y músico español Vicente Espinel, se caracteriza por tener diez versos octosílabos que conservan la fórmula «abbaaccddc» (el primer verso rima con el cuarto y el quinto; el segundo verso, con el tercero; el sexto, con el séptimo y el décimo, y el octavo, con el noveno). Si un poeta contemporáneo desea escribir una espinela tradicional, debe ceñirse a dos condiciones de forma: diez versos octosílabos y la fórmula «abbaaccddc». Si no lo hace, no podrá llamarla décima espinela. Otro ejemplo: si un compositor desea escribir un pasillo colombiano deberá respetar la forma musical del pasillo colombiano (más adelante profundizaré sobre esta afirmación). Si no lo hace, no podrá llamarlo pasillo. Tanto en la espinela como en el pasillo, su creador podrá tratar temáticas actuales en sus textos, podrá acompañar el pasillo con un teclado eléctrico, con armonías extendidas1, pero nunca podrá permitir que la manifestación pierda su carácter tradicional.

En otras palabras, para entrar en contexto, la esencia de las músicas tradicionales colombianas son sus ritmos, sus aires y algunos instrumentos musicales, como, por ejemplo, el tiple, la bandola y la tambora, entre otros. Pero no lo es así la manera en que se pone en escena, ni su sonoridad, ni su temática.

La tradición musical

La tradición musical es un componente fundamental de la cultura de los pueblos. Constituye un elemento de la identidad y, como tal, debe ser cultivada y difundida.

Más que un reto, es un riesgo definir la música tradicional colombiana. Primero, porque no hay una música tradicional colombiana; hay muchas músicas tradicionales colombianas –tantas como regiones, e incluso muchas en cada una de ellas–; segundo, porque en diferentes periodos de tiempo se han impuesto unas sobre otras –por gusto popular, políticas de carácter nacionalista o por manipulación de las audiencias–, y tercero, porque algunas de estas manifestaciones han sufrido tantos cambios, fusiones o hibridaciones, que se hace difícil enmarcarlas en esa categoría.

Clayton y Gammond (1990) definen la fusión musical como la «conjunción de dos o más estilos distintos, para producir una forma única e identificable por separado de ellos». En la fusión se deben reconocer claramente los elementos particulares y característicos de cada género musical fusionado.

García Canclini define los procesos de hibridación como «procesos socioculturales en los que estructuras o prácticas discretas que existían en forma separada se combinan, para generar nuevas estructuras, objetos y prácticas» (Banco de la República, s. f., p. 1). La hibridación se genera por la globalización, el tráfico de sonidos, modas, comidas e imágenes que proceden de diversos territorios y culturas.

Costumbre

Según el DLE, ‘costumbre’, del latín cosuetumen, por consuetūdo, -ĭnis, significa: «1. f. Hábito, modo habitual de obrar o proceder establecido por tradición o por la repetición de los mismos actos y que puede llegar a adquirir fuerza de precepto. 2. f. Aquello que por carácter o propensión se hace más comúnmente. […] 4. f. pl. Conjunto de cualidades o inclinaciones y usos que forman el carácter distintivo de una nación o persona.

En el Diccionario Médico2, se puede leer esta definición sobre la palabra ‘costumbre’: «Modo de conducta complejo y predominante en un individuo o grupo social determinado, durante un tiempo relativamente largo, basado en la formación de hábitos (que no en la herencia biológica) en épocas anteriores de la vida del individuo o del grupo».

Folclor

Según el DLE, ‘folclor’ significa: «1. m. Conjunto de costumbres, creencias, artesanías, canciones, y otras cosas semejantes de carácter tradicional y popular». Lauro Ayestarán (citado por Adib et al., s. f., p. 3) afirma que los elementos que caracterizan al hecho folclórico son su transmisión oral (también la llama transmisión iletrada), y su antigüedad, ya que «ningún folclor nace por generación espontánea»; y que se genera e irradia (como hecho folclórico) desde el «ámbito campesino».

En su libro Concepto de folclor (1956), Carvalho Neto problematiza de forma concreta el concepto de folclor, y ubica la disciplina del folclor como «una ciencia que forma parte de la antropología cultural. El hecho folclórico se caracteriza por ser tradicional, funcional, anónimo, espontáneo, vulgar, superviviente y colectivo» (Adib et al., s. f., p. 4). Por su parte, Bauman afirma lo siguiente:

El folclor hace énfasis en la idea de lo colectivo, de la propiedad comunal, en el desestimo del individualismo, que permite la transmisión intergeneracional, la continuidad, el mantenimiento de la autoridad tradicional dentro de una comunidad, al mismo tiempo que una idea de homogeneidad, de identidad de los grupos e individuos (Bauman, 1992, pp. 31-32).

Por tanto, el folclor es un concepto que abarca una parte del proceso de transmisión de la tradición. El folclor tiene que ver con la identidad de una nación o de un grupo social humano.

Música folclórica

La música folclórica, de acuerdo con el investigador Luis Sandi, es:

Aquella que el pueblo ha recibido por tradición, que ha hecho suya en forma colectiva sin que pueda saberse a ciencia cierta quién fue el que la inventó, que se toca o se canta con modificaciones individuales o regionales, que tiene el aspecto de una improvisación al mismo tiempo que la inmutable repetición de fórmulas características, y que no está regida por las normas de la composición profesional [...] La música folclórica, como todo el arte folclórico, tiene una belleza y un encanto característicos. El pueblo, con su buen gusto innato y a través de años y aun de siglos, va puliendo, depurando, refinando sus expresiones artísticas, hasta darles esa alta calidad que todos reconocemos en el arte auténtico del pueblo, en todas partes del mundo y cualquiera que sea el grado de adelanto cultural del grupo que lo produce (Sandi, s. f., p. 26).

Retomo el concepto del investigador Javier Ocampo López (2004) que publiqué en el libro Juglares hispanoamericanos:

Los hechos folclóricos son colectivos, pues pertenecen a una sociedad que los trasmite por tradición, con fuerza y vivacidad, a través del tiempo. Son populares por cuanto se convierten en el patrimonio más querido de los pueblos. Son espontáneos o naturales, pues se expresan en forma oral y no reflexiva. Son funcionales, porque se identifican con la vida espiritual, material, social y económica de la comunidad. Son regionales por cuanto se localizan en una determinada región y expresan los modos y circunstancias locales en una dimensión de espacio de relación universal. Adquieren anonimato por cuanto, al pasar de individuo a individuo y de generación en generación, sus orígenes se van perdiendo hasta desaparecer completamente. Son hechos vigentes porque, a pesar de aparecer como supervivencias tradicionales, se manifiestan con todo vigor y fuerza en la sociedad, que los considera como frutos de aquella herencia ancestral (Torres, 2005, p. XV).

Al respecto, señalo que sigo convencido de que las músicas andinas colombianas no cumplen con la tesis anterior.

Una cosa es que nuestra música sobreviva en algunos pocos pueblos etnográficos de manera pura y auténtica, o que algunos pequeños grupos de personas la amen y la cultiven, y otra muy distinta es que esta música represente el sentir del pueblo, su identidad y su patrimonio. No podemos pretender identificarnos con algo, ni mucho menos aun amar algo que no conocemos. Nuestra música no es ni folclórica ni popular, a no ser que folclor sea sinónimo de museo (Torres, 2005, p. XV).

La transmisión de las músicas andinas colombianas se ha suspendido. Los medios de comunicación la ignoran, y los eventos que la cultivan no tienen el alcance suficiente para ser colectivos ni la fuerza para atraer nuevos públicos. Las músicas andinas colombianas no son funcionales: pocos nos identificamos con ellas.

Es posible que se me califique como alguien que plantea una visión “apocalíptica”, en la que los hechos folclóricos andinos de Colombia tienden a olvidarse. Peor aún, a desaparecer por causa de los procesos de modernización y globalización, de la desidia de los que tienen el poder y las herramientas para “salvar” lo verdaderamente nuestro: el Estado, las instituciones educativas, los medios de comunicación, las industrias culturales y los artistas.

Identidad

Según el DLE, ‘identidad’, del latín tardío identĭtas, -ātis, significa: «2. f. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. 3. f. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás».

Identidad nacional

Son la aceptación, la práctica y el cumplimiento de los valores culturales los soportes y los referentes para preservar el orden de una sociedad. Los rasgos distintivos de cada identidad nacional se han fijado –y se siguen fijando– mediante largos procesos de asimilaciones, aportes, cambios y adaptaciones.

Por lo tanto, la identidad de una región o de un país se integra como un conjunto de asimilaciones culturales capaces de conformar una manera de ser y de dar sentido a la vida:

La identidad lo es frente a uno mismo. Frente a los demás, la identidad es diversidad. [...] De manera que la salvaguarda de la identidad y, por tanto, de las tradiciones, es la garantía de su misma existencia. Al dejar sus tradiciones, esto es, al despojarse de su identidad –o al ser despojada de ella– el grupo social desaparece como tal grupo, aun cuando sigan viviendo algunos de sus miembros (Herrejón, 2010, p. 142).

Cultura y patrimonio cultural

Paul Ricoeur –pensador francés muerto en 2005– afirma que «la forma con que un pueblo desarrolla su cultura se basa en la ley de la fidelidad y de la creación. Una cultura muere cuando no se renueva ni se recrea» (Ricoeur, 1990, p. 260).

En mi libro Juglares hispanoamericanos expongo lo siguiente:

El patrimonio cultural colombiano, y la música como elemento incrustado en dicho patrimonio, parece destinado al reciclaje como un objeto de museo, a fijarse en el tiempo como inmóvil. Se acumula y se preserva como valioso, se exhibe en plegables y afiches, se promociona como exótico. Las diversas formas de cultura se tornan objeto de contemplación, de nostalgia y exaltación. En lo cotidiano no nos identificamos con nuestros elementos patrimoniales ni usamos nuestros trajes típicos. Mientras los mexicanos se casan con el traje de charro, y los caribeños y los venezolanos van a las ceremonias importantes con el liqui-liqui, nosotros lo hacemos con trajes que han sufrido el proceso de transculturación. Mientras los artistas contemporáneos argentinos incluyen chacareras y los mexicanos incluyen rancheras en sus producciones discográficas, nosotros no grabamos nuestros aires para que los conozca el mundo, excepto –tal vez– los del género vallenato (Torres, 2005, p. XV).

La cultura

Los términos ‘cultura’ y ‘cultural’ se refieren tradicionalmente a las artes, las humanidades, la filosofía y la ciencia. Sin embargo, en el mundo moderno tienen otras connotaciones. También se refieren a periodismo, filosofía, antropología, sociología, economía, ciencia, biología, lingüística, deportes, música, literatura, poesía, teatro, cuento, narrativa, crítica literaria, historia, geografía, arquitectura, cerámica, textiles, culinaria, integración, matemáticas, folclor, religión, investigación, etc. ‘Cultura’ y ‘patrimonio cultural’ también son conceptos que usamos para referirnos a lo ancestral, tradicional, artístico, folclórico, arqueológico y a todo lo relacionado con la identidad. No obstante, estos aspectos son solo algunos de los que realmente abarcan estas expresiones. Además, tienen múltiples significados según el contexto en el que se utilizan.

Y entonces ¿qué es cultura? Existen miles de definiciones del concepto ‘cultura’, que «puede alcanzar extensión y usos diversos» (Szurmuk et al., 2009). Me acogeré a la que está consignada en la Declaración de México, de la Conferencia Mundial de la Unesco sobre Políticas Culturales, en 1982:

En su sentido más amplio, la cultura puede considerarse como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias (Sanz, 2016, p. 294).

Por tanto, no hay una sola cultura, hay muchas culturas. Si algo caracteriza a la cultura es su diversidad. Utilizamos la cultura de manera individual para vivir de forma original y genuina, para expresar nuestra forma de pensar, de ser y de sentir. Cuando la ponemos en práctica nos identificamos y nos reconocemos, pero también identificamos y reconocemos a los otros. Para la Unesco, la diversidad cultural es un «patrimonio común de la humanidad, tan necesaria para la humanidad como la biodiversidad para los seres vivos, y su salvaguardia se erige en imperativo ético indisociable del respeto por la dignidad de la persona» (Unesco, 2002, p. 4).

Pero ¿qué es patrimonio cultural? De entrada, tiende a pensarse que solo lo viejo es patrimonio. La Ley de Cultura de Colombia, en su artículo 4, define:

Patrimonio cultural: todos los bienes y valores culturales que son expresiones de la nacionalidad colombiana, expresadas en la tradición, costumbres y hábitos, así como el conjunto de bienes inmateriales y materiales, muebles e inmuebles, que poseen un especial interés histórico, artístico, estético, plástico, arquitectónico, urbano, arqueológico, ambiental, ecológico, lingüístico, sonoro, musical, audiovisual, fílmico, científico, testimonial, documental, literario, bibliográfico, museológico, antropológico y las manifestaciones, los productos y las representaciones de la cultura popular (MinCultura, 2012, p. 2).

El patrimonio cultural se subdivide en patrimonio cultural material –expresiones, productos y objetos del patrimonio cultural, algunos conjuntos o bienes individuales especiales por su valor simbólico, artístico e histórico– y en patrimonio cultural inmaterial –aquellas manifestaciones, expresiones, conocimientos, usos, técnicas, espacios culturales y prácticas que le dan a una comunidad y a un grupo humano un sentido de identidad, pertenencia y continuidad histórica–. El patrimonio cultural inmaterial no solo incluye tradiciones heredadas del pasado, sino también las expresiones culturales contemporáneas (rurales y urbanas). Cayetano Betancur Campuzano afirma: «Si bien el hombre debe recibir el pasado cultural, ha de hacerlo no como se recoge un peso muerto, sino mediante una nueva elaboración individual». (Betancur, 1950, p. 11). También una nueva elaboración colectiva, porque el legado cultural es de todos.

El patrimonio consolida valores simbólicos que garantizan la construcción de identidad. Es lo que nos hace tener la certeza de que pertenecemos a un lugar, que ese lugar es nuestro, que lo llevamos puesto. Es lo que nos hace saber que tenemos un espacio único y propio en el mundo. El patrimonio cultural no debe concebirse desde una perspectiva únicamente nostálgica. Es un conjunto de cosas que se tienen que preservar para las generaciones venideras. Su valor no es solo económico (real o potencial), sino también afectivo, pues producen orgullo y emoción, o nos hacen sentir identificados con algo, con un país, con una región, con una tradición o con una manera de ser y de vivir.

1 Además de las armonías tradicionales, existen también varias formas de extender las armonías. Es común encontrar en la música moderna armonías creadas apilando cuartas, como en buena parte de las composiciones de Aaron Copland, o armonías creadas con quintas.

2 http://www.medicoscubanos.com/diccionario_medico.aspx?s=C&p=93

Las músicas andinas colombianas en los albores del siglo XXI

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