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Controversia, cobardía, y orgullo

lgunas controversias son cruciales para el bien de la verdad que da vida. Huir de la controversia es un síntoma de cobardía. Pero disfrutar la controversia, por lo general, es un síntoma de orgullo. Algunas tareas necesarias son tristes, e incluso la victoria no está exenta de lágrimas, a menos que haya orgullo. Disfrutar la controversia es un síntoma de orgullo porque los que tienen humildad aman la unidad basada en la verdad más que la victoria basada en la verdad. La humildad ama todo aquello que exalta a Cristo, más que la confrontación que defiende a Cristo —incluso más que la vindicación que defiende a Cristo. La humildad se deleita en adorar a Cristo en espíritu y en verdad. Si la humildad tiene que contender por una verdad que preservará la adoración, lo hará; pero no porque la contienda sea algo placentero. Ni siquiera es porque la victoria sea placentera. Sino porque amar y proclamar a Cristo por lo que realmente es y por lo que realmente hizo sí es algo placentero.

De hecho, conocer y amar la verdad de Cristo no sólo es placentero ahora, sino que es el único camino hacia la vida y el gozo eternos. Esa es la razón por la que Atanasio (298–373), John Owen (1616–1683), y J. Gresham Machen (1881–1937) se tomaron con tanta seriedad las controversias de sus tiempos. Eso no era lo que les gustaba; sino lo que el amor les demandaba (el amor por Cristo, por Su Iglesia, y por Su mundo).

La controversia es menos crucial, pero es necesaria

Hay tareas que son más cruciales y urgentes que la controversia con respecto a la verdad y el significado del evangelio. Por ejemplo, es más crucial y urgente creer en el evangelio, proclamarlo a los pueblos no alcanzados, y orar por el poder necesario para predicar el evangelio. Pero alguno podría argumentar que eso es igual a decir que enviar aviones con comida para las personas hambrientas es más crucial y urgente que la ciencia de la aeronáutica. Es verdad. Pero la comida no llegaría en aviones a las personas necesitadas si no hubiera ingenieros aeronáuticos. Es como decir que una inyección de penicilina para los niños que mueren de fiebre es más crucial y urgente que las investigaciones de biología y química. Es verdad. Pero no existiría la penicilina sin esas investigaciones.

En todas las épocas han existido personas que tratan de minimizar la importancia de la controversia que defiende la verdad, diciendo que la oración, la adoración, la evangelización, las misiones y la dependencia del Espíritu Santo son más importantes. Todos hemos escuchado objeciones a la controversia, tales como: «Dejemos de discutir sobre el evangelio y salgamos a compartirlo con un mundo que perece»; «Orar es más poderoso que debatir»; «Debemos depender del Espíritu Santo y no de nuestro razonamiento»; «Dios quiere que lo adoremos, no que discutamos acerca de Él».

Me encanta toda la pasión por la fe, la oración, el evangelismo, y la adoración que hay detrás de ese tipo de afirmaciones. Sin embargo, cuando se utilizan para menospreciar la controversia que define y defiende el evangelio, entonces se convierten en afirmaciones que muerden la mano que les da de comer. La oración que tiene la capacidad de exaltar a Cristo no sobrevivirá en una atmósfera en la que se devalúa la preservación, la explicación y la reivindicación de la enseñanza bíblica acerca del Dios que escucha la oración. El evangelismo y las misiones mundiales deben nutrirse con el alimento sólido de una verdad evangélica bien fundamentada, sin ambigüedades y rica, para mantener el valor y la confianza al enfrentarse a las aflicciones y a las falsas religiones. Y, si los profundos y claros contornos bíblicos de la gloria de Dios no son vistos y guardados del siempre invasivo error, la adoración corporativa será diluida con sustitutos culturales.

No es válido contrastar la dependencia del Espíritu Santo con la defensa de Su Palabra en la controversia, porque el Espíritu Santo usa medios, incluyendo la predicación y la defensa del evangelio. J. Gresham Machen lo explica de esta manera:

Por supuesto, es perfectamente cierto que los argumentos por sí solos son insuficientes para convertir a un hombre en cristiano. Puedes discutir con ese hombre desde ahora hasta el fin del mundo, puedes presentarle los argumentos más asombrosos —pero todo eso sería en vano si no se tiene algo más: el misterioso poder creativo del Espíritu Santo en el nuevo nacimiento. Sin embargo, el hecho de que los argumentos sean insuficientes no significa que sean innecesarios. A veces los argumentos son usados directamente por el Espíritu Santo para llevar a un hombre a Cristo. Pero con mayor frecuencia son usados indirectamente.5

Por eso, Atanasio, John Owen y J. Gresham Machen dedicaron sus mentes, sus corazones y sus vidas a las controversias de su tiempo, las cuales definían y defendían a Cristo. No era porque el Espíritu Santo y la oración fueran inadecuados. Era porque el Espíritu obra a través de la Palabra predicada, explicada, y defendida. Y porque la oración bíblica no sólo apunta al corazón de la persona que necesita ser persuadida, sino también al corazón del persuasor.6 El Espíritu Santo puede hacer que un argumento bíblico sea convincente en la boca del maestro y en el corazón del estudiante.

Así que, Atanasio, Owen y Machen creían que aquello por lo que estaban contendiendo era de un valor infinito. De hecho, no lo veían como algo que los distraía de la obra de amor. Más bien, lo veían como amor —amor a Cristo, a Su Iglesia, y a Su mundo.

La controversia cuando «nuestro todo» está en juego

Atanasio luchó toda su vida a favor de la deidad de Cristo, en oposición a los arrianos, los cuales decían que Cristo fue creado, y, en medio de esa lucha, dijo: «considerando que esta lucha es por nuestro todo (…) también debemos asegurarnos de que nuestro más sincero interés y nuestro objetivo sea el guardar aquello que hemos recibido».7 Cuando todo está en juego, vale la pena contender por ello. Eso es lo que hace el amor.

Machen, en su contexto americano del siglo XX, lo expresa de esta manera: «La controversia del tipo correcto es buena; porque de tal controversia, como enseñan la historia de la Iglesia y las Escrituras, se obtiene la salvación de las almas».8 Cuando uno cree que la verdad que salva almas (nuestro todo) está en juego en una controversia, salir corriendo no sólo es un acto de cobardía sino de crueldad. Estos hombres nunca salieron corriendo.

John Owen, la mente más brillante del puritanismo, participó en más controversias que Machen y Atanasio juntos, pero estaba impulsado por un amor a Cristo mucho más evidente. Eso no significa que amaba más a Cristo (sólo Dios sabe eso); sino que él articuló la batalla por la comunión con Cristo de una manera más explícita que ellos. Para Owen, prácticamente todos los enfrentamientos contra el error tenían que llevarse a cabo en aras de la contemplación de Cristo. La comunión con Cristo era su tema constante y su objetivo. Él sostenía la opinión de que tal contemplación y comunión sólo eran posibles por medio de una percepción verdadera de Cristo. La verdad acerca de Cristo era necesaria para la comunión con Cristo.

Por lo tanto, toda controversia relacionada con la defensa de esta verdad era por el bien de la adoración.

¿Qué alma que conoce estas cosas no cae con reverencia y asombro? ¡Cuán glorioso es Aquel que es el Amado de nuestras almas! (…) Cuando (…) nuestra vida, nuestra paz, nuestro gozo, nuestra herencia, nuestra eternidad, y nuestro todo se encuentran ahí, ¿acaso los pensamientos acerca de eso no deberían morar siempre en nuestros corazones, refrescando y deleitando nuestras almas en todo momento?9

Al igual que Atanasio, Owen dijo que «nuestro todo» está en juego cuando contendemos por la verdad de Cristo. Y después, llevó la batalla hacia la conexión más cercana con la bendición de la comunión con Dios. Incluso durante la batalla, no sólo después de ella, debemos tener comunión con Dios. «Cuando tengamos comunión con Dios en la doctrina que defendemos, entonces seremos guarnecidos, por la gracia de Dios, contra todos los ataques de los hombres».10 El fin de contender por Cristo es también esencial para los medios. Si no nos deleitamos en Cristo a través de la verdad que defendemos, entonces nuestra defensa no es por el bien del valor inestimable de Cristo. La adoración es el fin y los medios de la controversia que exalta a Cristo.

Una noción equivocada con respecto a la

controversia y la vitalidad de la Iglesia

Existe una idea errónea acerca de la relación entre la salud de la Iglesia y la presencia de la controversia. Por ejemplo, algunos dicen que el avivamiento espiritual, el poder, y el crecimiento no vendrán a la Iglesia de Cristo a menos que los líderes de la Iglesia dejen a un lado las diferencias doctrinales y se unan en oración. De hecho, es muy necesario que hagamos oración corporativa pidiendo por la misericordia de Dios sobre nosotros. Y también es un hecho que hay ciertas diferencias doctrinales que no deberían ser elevadas a lugares prominentes. Machen explicó su propia pasión por la doctrina a través de la siguiente advertencia: «Cuando insistimos en la base doctrinal del cristianismo, no queremos decir que todos los puntos de la doctrina sean igualmente importantes. Es perfectamente posible mantener la comunión cristiana a pesar de ciertas diferencias de opinión».11

Pero hay un error histórico y bíblico en la suposición de que la Iglesia no crecerá ni prosperará en tiempos de controversia. Machen dijo, como vimos anteriormente, que la historia de la Iglesia y las Escrituras enseñan el valor de la controversia correcta. Es importante ver esto, porque si no lo vemos, cederemos ante la enorme presión pragmática de nuestro tiempo, la cual minimiza la doctrina. Cederemos a la presión de que un ministerio impulsado por la verdad no puede ser un ministerio que ame a las personas, que salve las almas, que avive a la iglesia, que promueva la justicia, que movilice las misiones, que intensifique la adoración y que exalte a Cristo. Pero, de hecho, es la verdad (la verdad bíblica y la verdad doctrinal) la que les da fundamento y duración a todas estas cosas.

El testimonio de la historia de la Iglesia con

respecto al lugar de la controversia

Por el testimonio de la historia de la Iglesia sabemos que las temporadas de controversia a menudo han sido temporadas de crecimiento y fortaleza. Eso fue una realidad en los primeros siglos de la Iglesia. La mayoría de los cristianos de la actualidad podría sorprenderse al saber que la batalla por la deidad de Cristo no fue una batalla entre un gran ejército ortodoxo y un pequeño grupo de herejes marginales. En realidad, fue una batalla en la que, en ocasiones, la mayoría de los líderes de la iglesia no eran ortodoxos.12 Sin embargo, la Iglesia creció a pesar de la controversia y la persecución. De hecho, creo que debemos decir que el crecimiento de la verdadera iglesia en esos días ocurrió gracias a líderes como Atanasio, que tomaron una postura a favor de la verdad. Sin la controversia no tendríamos el evangelio, y, por lo tanto, no existiría la Iglesia.

La Reforma protestante

La época de la Reforma protestante fue un tiempo de gran controversia entre los protestantes y los católicos romanos, y aún entre los protestantes mismos. Sin embargo, la plenitud del evangelio fue preservada dentro de estas grandes batallas doctrinales, y la verdadera fe se extendió y se fortaleció. De hecho, la difusión y vitalidad de la fe reformada en el siglo posterior a la muerte de Juan Calvino en 1564 fue sorprendente13 y produjo algunos de los más grandes pastores y teólogos que el mundo ha conocido14, y todo ello surgió de las controversias de Wittenberg y Ginebra.

El Primer Gran Despertar

El Primer Gran Despertar en Gran Bretaña y Estados Unidos en el siglo XVIII fue una época de enorme crecimiento para la iglesia y de un profundo avivamiento de miles de individuos. Pero es bien sabido que los dos grandes predicadores itinerantes de ese movimiento tenían un entendimiento opuesto en lo referente a la obra de Dios en la salvación. George Whitefield era calvinista, y John Wesley era arminiano.

J. I. Packer explica los cinco puntos del calvinismo de esta manera:

(1) El hombre caído en su estado natural carece de todo poder para creer en el evangelio, así como carece de todo poder para creer en la ley, a pesar de todos los incentivos externos que se le pueden extender. (2) La elección de Dios es una elección libre, soberana e incondicional de pecadores, considerados como pecadores, a fin de ser redimidos por Cristo, recibir la fe, y ser llevados a la gloria. (3) La obra redentora de Cristo tuvo como fin y meta la salvación de los escogidos. (4) La obra del Espíritu Santo para llevar a los hombres a la fe nunca fracasa en su objetivo. (5) Los creyentes son mantenidos en fe y gracia por el poder invencible de Dios hasta que lleguen a la gloria. Algunas veces estos puntos son presentados en forma de un acróstico, usando la palabra «TULIP» (en inglés), como sigue: Total depravity (Depravación total), Unconditional election (Elección incondicional), Limited atonement (Expiación limitada, Irresistible grace (Gracia irresistible), Preservation of the saints (Perseverancia de los santos).

Y esta es la manera en la que Packer describe los cinco puntos del arminianismo:

(1) El hombre nunca está totalmente corrompido por el pecado, de manera que nunca alcanza un grado tal de corrupción que le impida creer de manera salvífica en el evangelio que le es presentado, ni (2) tampoco está totalmente controlado por Dios hasta un grado en el que no puede rechazar el evangelio. (3) La elección que Dios hizo de aquellos que serán salvados, fue hecha con base en Su conocimiento anticipado de los que iban a creer por su propia voluntad. (4) La muerte de Cristo no aseguró la salvación de nadie, ya que tampoco aseguró el don de fe para nadie (pues no existe tal don de fe): más bien, lo que Su muerte hizo fue abrir la posibilidad de la salvación para cualquiera que cree. (5) Depende de los creyentes mantenerse a sí mismos en el estado de gracia, por medio de mantener su fe; aquellos que fracasen en esto y se aparten, se perderán. De manera que, el arminianismo hizo que la salvación del hombre dependiera en última instancia del hombre mismo, debido a que ve a la fe salvífica completamente como una obra del hombre, es decir, como una obra realizada por él mismo, y no como una obra de Dios en él.15

La controversia se encontraba en el centro humano del Gran Despertar. El desacuerdo de Wesley con el calvinismo «estalló en un sermón de 1740 titulado “Gracia Libre” (…) Para Wesley, la insistencia calvinista de que el poder electivo de Dios era el elemento básico en la conversión del pecador era algo que estaba al borde del antinomianismo (…) Wesley no podía ser persuadido de que la Biblia enseñaba las doctrinas calvinistas».16

Whitefield respondió a la crítica de Wesley con una carta publicada desde Bethesda, Georgia, con fecha del 24 de diciembre de 1740. Él sabía que la controversia entre evangélicos sería mal vista por algunos y saboreada por otros. No obstante, se sintió obligado a participar en la controversia:

Me preocupa mucho que los adversarios que tenemos en común se deleitarán al vernos diferir el uno con el otro. Pero, ¿qué puedo decir? Los hijos de Dios están en peligro de caer en el error (…) Cuando recuerdo la manera en la que Pablo reprendió a Pedro por su disimulo, me temo que, pecaminosamente, he guardado silencio por mucho tiempo. ¡Oh, entonces, no te enojes conmigo, querido y honrado señor, si ahora libero mi alma, diciéndote lo que creo, que en esto te equivocas grandemente!17

Mark Noll dijo que la respuesta de Whitefield a Wesley «inauguró el conflicto teológico más duradero entre los evangélicos, el conflicto entre la interpretación arminiana y la calvinista con respecto a lo que las Escrituras enseñan acerca de la naturaleza, la fuerza motora, y las implicaciones de la salvación».18 Sin embargo, con la controversia en el centro, el Gran Despertar trajo una vida y un crecimiento sin precedentes a las iglesias de las colonias americanas y de Gran Bretaña. Un ejemplo de eso son los Bautistas. Ellos fueron los «principales beneficiados del Gran Despertar»19 en Estados Unidos. «En las colonias de Norteamérica había menos de cien iglesias bautistas en 1740, pero en 1776, al estallar la guerra con Gran Bretaña, había casi quinientas».20 Asimismo, las iglesias presbiterianas se incrementaron de aproximadamente ciento sesenta en 1740 a casi seiscientas en 1776.21 La realidad es que la controversia fue prominente en medio del Gran Despertar, y Dios bendijo ese movimiento con vida espiritual y crecimiento.

El Segundo Gran Despertar

Lo mismo se puede decir del Segundo Gran Despertar. Fue «el más influyente avivamiento del cristianismo en la historia de los Estados Unidos. Su mismo tamaño y sus múltiples expresiones han llevado a algunos historiadores a cuestionar si es posible identificar solo un Segundo Gran Despertar como tal. Sin embargo, entre 1795 y 1810 hubo un amplio y general reavivamiento del interés por el cristianismo en todo el país».22 Francis Asbury y Charles Finney fueron los líderes principales de este Despertar. Ambos eran controversiales, pero ambos vieron un crecimiento asombroso.

Cuando Francis Asbury llegó a América en 1771, había cuatro ministros metodistas que atendían a unos trescientos laicos. Cuando murió en 1816, había dos mil ministros y más de doscientos mil metodistas en los Estados Unidos y varios miles más en Canadá.23 Pero su apego al inglés John Wesley y sus métodos poco ortodoxos de ministerio llevaron a Asbury a la controversia con los patriotas americanos y los líderes de la iglesia. Por ejemplo, fue desterrado de Maryland porque no quiso firmar un juramento de lealtad al nuevo gobierno estatal.24 La bendición de Dios sobre su ministerio durante cuarenta y cinco años no se vio interrumpida por la controversia que se produjo a su alrededor.

Finney, que abandonó su origen presbiteriano, era poco ortodoxo tanto en su método como en su teología. Él adoptó el controversial uso de la «banca de la ansiedad» y convirtió eso en la norma del avivamiento posterior.25 Él era más arminiano que John Wesley:

Wesley afirmaba que la voluntad humana es incapaz de elegir a Dios sin la gracia preparatoria de Dios, pero Finney rechazaba tal afirmación. Él era un perfeccionista que creía que era posible alcanzar una etapa permanente de vida espiritual elevada, si se buscaba con todo el corazón. Siguiendo a los teólogos de Nueva Inglaterra, proponía una concepción gubernamental de la expiación, según la cual la muerte de Cristo era una demostración pública de la voluntad de Dios de perdonar los pecados, en lugar de ser un pago por el pecado como tal.26

Ese tipo de teología está destinada a enfrentarse a la oposición. Un ejemplo de esa controversia puede verse al observar la relación que Finney tenía con sus contemporáneos Asahel Nettleton y Lyman Beecher. «Finney fue el portavoz de la religión fronteriza emergente que era tanto especulativa como emocional. Nettleton fue el defensor de la vieja ortodoxia de Nueva Inglaterra que se negaba a separarse de las amarras del pasado».27 Lyman Beecher era un pastor congregacional en Boston y compartía las opiniones calvinistas históricas de Nettleton. Ambos hombres tuvieron ministerios fructíferos, y el evangelismo itinerante de Nettleton fue bendecido con tantas conversiones que, Francis Wayland (1796–1865), uno de los primeros presidentes de la Universidad de Brown, dijo: «Supongo que ningún ministro de su tiempo fue el medio de tantas conversiones (…) Él (…) hacía oscilar al público del mismo modo en el que los árboles del bosque son movidos por un viento poderoso».28

Pero la controversia entre Finney, por un lado, y Nettleton y Beecher, por el otro, era tan intensa que se convocó una reunión en New Lebanon, Nueva York, en 1827 para resolver las diferencias. Muchos clérigos preocupados vinieron tanto del lado de Finney como del lado de Beecher. La disputa terminó sin reconciliación, y Beecher le dijo a Finney: «Finney, conozco tu plan, y tú sabes que lo conozco; tú quieres venir a Connecticut y llevar una racha de fuego a Boston. Pero si lo intentas, vive el Señor, te veré en la entrada del Estado, y convocaré a toda una artillería de hombres, y pelearé por cada centímetro del camino hacia Boston, y combatiré contigo allí».29

La controversia, la vitalidad, y el crecimiento son compatibles

El objetivo de estas ilustraciones de la historia de la Iglesia es dejar de lado la idea de que el poderoso despertar espiritual sólo puede llegar cuando se deja a un lado la controversia. Aunque no quisiera insistir en ello como si fuera una estrategia, la historia parece sugerir lo contrario. Cuando hay un gran movimiento de Dios para traer avivamiento y reforma a Su iglesia, la controversia se convierte en parte del proceso humano. No sería descabellado decir como Parker Williamson que, al menos en algunos casos, la controversia no fue sólo un resultado sino un medio para la revitalización de la Iglesia.

Históricamente, las controversias que han girado en torno al significado y las implicaciones del Evangelio, lejos de perjudicar a la Iglesia, han contribuido para darle vitalidad. Como el fuego de un refinador, el intenso debate teológico ha dado como resultado una convicción clara, una visión común y un ministerio vigorizado.30

J. Gresham Machen llegó a la misma conclusión al repasar la historia de la Iglesia y la naturaleza de la misión de Cristo en el mundo:

Cada verdadero avivamiento nace en la controversia, y produce más controversia. Eso ha sido una realidad desde que nuestro Señor dijo que no había venido a traer paz a la tierra; sino espada. ¿Y saben lo que creo que sucederá cuando Dios envíe una nueva reforma a la iglesia? No podemos saber cuándo llegará ese bendito día. Pero cuando ese bendito día llegue, creo que podemos estar seguros de que tendrá al menos un resultado. En ese día no escucharemos nada acerca de los males de la controversia en la Iglesia. Todo eso será arrasado como por un poderoso diluvio. Un hombre que está encendido con un mensaje nunca habla de esa manera miserable y débil, sino que proclama la verdad con gozo y sin temor, en presencia de toda cosa elevada que se levanta contra el evangelio de Cristo.31

Probablemente la presencia regular de la controversia en tiempos de avivamiento y reforma se debe a varios factores. En estas temporadas de vida espiritual emergente, las pasiones se elevan muy alto. Y cuando las pasiones están elevadas, la controversia es más probable. Por otra parte, Satanás también alcanza a ver los peligros que el avivamiento levanta en contra de su causa, y seguramente hará lo que pueda para traer desunión y descrédito a los líderes de la iglesia. Pero más esencialmente, el avivamiento y la reforma son causados e impulsados por una percepción más clara de las glorias de Cristo y de la repugnancia del pecado; y cuando éstas se ven más claramente y se habla de ellas con más precisión, la división es más probable que cuando se habla de Cristo en términos vagos y la gente se preocupa poco por Su nombre. Si a esto añadimos que en tiempos de avivamiento la gente ve más claramente que la eternidad está en juego en lo que creemos, esto es algo que afila nuestra doctrina. Las cosas cobran mayor importancia cuando entendemos que «nuestro todo» está en juego.

El testimonio de la Escritura con respecto

al lugar de la controversia

Además del testimonio de la historia de la Iglesia, la Biblia misma testifica que hay un cuerpo de doctrina acerca de Dios y Sus caminos que existe objetivamente fuera de nosotros mismos, y que esa verdad es tan importante que, si es necesario, vale la pena entrar en controversia para preservarla. El apóstol Pablo identifica este cuerpo de doctrina como la «forma de doctrina a la cual fuisteis entregados» (Romanos 6:17). Esa forma de doctrina funciona como un estándar, como una vara de medir, o como un patrón. Podemos medir todas las demás verdades a través de ella. En otra parte se le denomina como «todo el consejo de Dios» (Hechos 20:27), como «la forma de las sanas palabras» y como «el buen depósito (…) que mora en nosotros» (2 Timoteo 1:13–14). En otras palabras, es algo que no cambia.

Está de más poner demasiado énfasis en la importancia de esta verdad revelada acerca de Dios y Sus caminos. Esta revelación aviva y sostiene la fe;32 es la fuente de la obediencia;33 libera del pecado;34 libera de los lazos de Satanás;35 aviva y sostiene al amor;36 salva;37 y es el fundamento del gozo.38 Y, sobre todo, como suma de todo lo demás, este cuerpo de verdad bíblica es el medio para tener a Dios el Padre y a Dios el Hijo: «El que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo» (2 Juan 9).

El cristianismo ha sido muy poco agradable para la mentalidad pragmática que se resiste por completo a la controversia, y eso se debe a que el núcleo de la fe cristiana consiste de la historia y la doctrina que no cambian. En ese sentido, Machen, con la claridad que lo caracteriza, afirma lo siguiente:

Desde el principio, el evangelio cristiano, tal como el nombre «evangelio» o «buenas noticias» lo indica, consistía en un relato de algo que había sucedido. Y desde el principio se expuso el significado del suceso; y cuando se expuso el significado del suceso entonces surgió la doctrina cristiana. «Cristo murió», eso es historia; «Cristo murió por nuestros pecados», eso es doctrina. Sin estos dos elementos enlazados en una unión absolutamente indisoluble, no hay cristianismo.39

Es la razón por la que ocurre la controversia. Los intentos por «reinterpretar» el suceso bíblico, o la interpretación bíblica del suceso (la historia o la doctrina) son una amenaza en contra del corazón del cristianismo. El cristianismo no sólo se trata de una vida o de una moralidad. Se trata de Dios obrando de una vez por todas en la historia, y de Dios interpretando el significado de esas acciones en la Escritura.

La magnitud de lo que está en juego al preservar el verdadero significado de las Escrituras es tan grande que la controversia es un precio que los maestros fieles han estado dispuestos a pagar desde el principio. Es un hecho que no tendríamos el Nuevo Testamento si no hubiera habido controversia en la iglesia primitiva. Si, de entre los veintisiete libros del Nuevo Testamento, extraemos los documentos que no abordan la controversia, sólo tendríamos, como máximo, un pequeño puñado de textos.40

El Nuevo Testamento nos llama a la controversia

El Nuevo Testamento no sólo es un ejemplo de controversia, sino que también nos llama a la controversia, cuando ésta es necesaria. Judas, el hermano del Señor, dice: «Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos» (Judas 3).

El apóstol Pablo se regocijó porque los Filipenses eran participantes con él «en la defensa y confirmación del evangelio» (Filipenses 1:7). Además, le dio el siguiente encargo a Timoteo: «Que prediques la palabra (…) Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:2–4).

Es importante observar que los que se apartarían de la sana doctrina eran los miembros de las iglesias, no las personas del mundo. «Y de vosotros mismos» advierte Pablo a los ancianos de Éfeso, «se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos» (Hechos 20:30). Y, como dice el apóstol Pedro, «habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras» (2 Pedro 2:1). Por lo tanto, Pablo concluye de manera sobria: «Es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados» (1 Corintios 11:19).

Aprendamos, pues, de los que han contendido correctamente

A la luz del testimonio que la historia de la Iglesia y las Escrituras nos dan con respecto a la necesidad de la controversia en este mundo imperfecto, y tomando en cuenta que la controversia es compatible con la revitalización de la Iglesia, haríamos bien en aprender todo lo que podamos de aquellos que han caminado a través de la controversia y han bendecido a la iglesia al hacerlo. Atanasio, Owen y Machen hicieron eso. Las lecciones que podemos aprender de ellos son muchas. Sus vidas nos enseñan cómo el lenguaje puede ser manipulado sutilmente en las controversias; cómo la santidad personal y la comunión con Dios son esenciales para la batalla; cómo, en ocasiones, el amor y la paciencia para con nuestros adversarios puede conquistar con más efectividad que los argumentos; cómo la perseverancia en medio del sufrimiento es esencial para permanecer siendo fieles a la verdad; cómo los problemas culturales más fuertes le dan forma a las disputas de la Iglesia; y cómo es muy importante regocijarnos más que nuestro adversario si pretendemos contender por la buena noticia.

Espero que llegues a amar a estos tres hermanos que nos precedieron. Te ruego que los cuentes entre el número de los que se mencionan en Hebreos 13:7: «Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe». Son dignos, por derecho propio, de ser imitados; aunque no sin reservas, pues son meramente hombres. Pero el tiempo los ha probado tanto a ellos como a su obra. Y eso merece nuestra atención. Es una ventaja (una muy grande) que los tres sean de siglos diferentes al nuestro (el IV, el XVII y principios del XX). Porque eso nos lleva a ver la realidad a través de los ojos de una época diferente. Esa es la gran ventaja, pues nos ayuda a librarnos de los peligros del esnobismo cronológico, el cual presupone que en nuestra época hay mayor sabiduría que en las otras.

Y a medida que aprendemos de los héroes de nuestra fe, debemos tomar la determinación de renunciar a todo orgullo que ame la controversia y a toda cobardía que le tema a la controversia. Así que, con humildad y valentía (es decir, con fe en el Cristo soberano), hagamos caso a la advertencia de Martín Lutero, quien nos exhorta a que, cuando sea necesario contender por una verdad, no proclamemos únicamente aquello que nos mantendrá seguros:

Si profeso con la voz más fuerte y la exposición más clara cada porción de la verdad de Dios, excepto precisamente ese pequeño punto que el mundo y el diablo están atacando en ese momento, por más que profese audazmente a Cristo, en realidad no estoy confesando a Cristo. La lealtad del soldado es probada justo en el punto en el que se desata la batalla, pero, aunque él se mantenga firme en todo el campo de batalla, si titubea al llegar a ese punto, es comparado a aquel soldado que huye y deshonra a su ejército.41

Contendiendo por nuestro todo

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