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Los hombres nos dicen que nuestra predicación debería ser positiva y no negativa, que podemos predicar la verdad sin atacar el error. Pero si seguimos ese consejo deberíamos cerrar nuestra Biblia y desechar sus enseñanzas. El Nuevo Testamento es un libro polémico casi desde el principio hasta el fin.

Hace algunos años estuve en una organización de profesores de la Biblia en universidades y en otras instituciones educativas de América. Uno de los más eminentes profesores de teología del país ofreció un discurso. En su mensaje admitió que hay controversias lamentables con respecto a la doctrina en las Epístolas de Pablo; pero dijo que la esencia real de las enseñanzas de Pablo se encuentra en el himno al amor cristiano del capítulo trece de 1 Corintios; y que hoy en día podemos evitar la controversia, si tan sólo enfocamos nuestra mayor atención en ese himno inspirador.

En respuesta, estoy obligado a decir que ese ejemplo no fue escogido correctamente. Ese himno al amor cristiano se encuentra en medio de un pasaje muy polémico; nunca hubiera sido escrito si Pablo se hubiera opuesto a entrar en controversia con los errores que había en la iglesia. Su alma estaba inquieta dentro de él a causa del mal uso de los dones espirituales, por esa razón fue capaz de escribir ese glorioso himno. Y así ha ocurrido siempre en la Iglesia. Se puede decir que casi todas las grandes declaraciones cristianas nacen en la controversia. Sólo cuando los hombres se han sentido obligados a tomar una postura en contra del error es cuando se han elevado hasta los puntos más altos en la celebración de la verdad.

J. Gresham Machen, “Christian Scholarship and the Defense of the Faith” [La erudición cristiana y la defensa de la fe], en: J. Gresham Machen: Selected Shorter Writings [Una selección de escritos cortos], ed. D. G. Hart (Phillipsburg , nj: P&R, 2004), p. 148–149


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