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Y, en pocas palabras, las proezas del Salvador que resultan de Su conversión en hombre son de tal clase y número que, si alguien quisiera enumerarlas, podría compararse con los hombres que contemplan la extensión del mar y desean contar sus olas.

Porque, así como no es posible contemplar todas las olas con los ojos, pues las olas que se aproximan confunden la vista del que lo intenta; de igual manera le ocurre a aquel que intenta contemplar todas las proezas de Cristo con su propio cuerpo, pues le resulta imposible contemplarlas todas, porque, incluso cuando intenta hacer un recuento de ellas, las proezas que se aproximan van más allá de sus pensamientos y se amontonan una detrás de la otra haciéndole perder la cuenta de las anteriores.

Por lo tanto, es mejor no intentar hablar del todo, sabiendo que no podemos hacerle justicia ni siquiera a una parte, pero, después de mencionar una parte más, sólo nos queda seguir maravillándonos del todo. Porque todas las partes son maravillosas, y dondequiera que un hombre dirija su mirada, puede contemplar la divinidad del Verbo, y quedar impresionado con un gran temor.

Atanasio, On the Incarnation of the Word [La encarnación del Verbo], Nicene and Post–Nicene Fathers [Padres nicenos y post nicenos], vol. 4, (Peabody, MA: Hendricksen, 1999), p. 65–66


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