Читать книгу Contendiendo por nuestro todo - John Piper - Страница 7

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l título de esta serie de libros, «Los cisnes no guardan silencio», proviene de una historia sobre San Agustín. Cuando dejó sus funciones como obispo de Hipona, en el norte de África, en el año 326 d. C., su humilde sucesor, Heraclio, se levantó para hablar y dijo: «El grillo chirria, el cisne guarda silencio».1 Por lo tanto, al titular esta serie con la frase «Los cisnes no guardan silencio» me refiero a que las grandes voces como la de Agustín han sido escuchadas a lo largo de la historia de la iglesia, y nosotros haríamos bien en escucharlas.

Le agradezco profundamente a Dios que los cisnes no hayan guardado silencio, y que la lista de inspiradores héroes de la fe de Hebreos 11 no terminó en el Nuevo Testamento. Dios ha obrado a través de la vida de innumerables santos, de los cuales deberíamos decir: aunque murieron, «aún hablan» (cf. Hebreos 11:4).

Algunos cisnes están vivos y todavía cantan en nuestra época. Pero no son muchos. Y sólo el tiempo dirá si su canto sobrevivirá a lo largo de los siglos. Sin embargo, el tiempo ya le ha dado un veredicto a cientos de cisnes del pasado. Ellos han muerto, y sus obras han pasado la prueba del tiempo. Por lo tanto, escuchar sus cantos es algo especialmente valioso para nosotros. Puedes escucharlos cuando estudias lo que ellos escribieron, o cuando lees buenas biografías acerca de ellos. Probablemente, es más sabio usar nuestro tiempo de esa manera, en lugar de usarlo para estar actualizados con las noticias recientes que serán olvidadas en quince días, y las ideas modernas que en diez años demostrarán ser carentes de poder.

No conozco a nadie que haya defendido a los autores y a los libros antiguos mejor que C. S. Lewis (1898–1963). Cuando estaba a punto de cumplir sesenta años, confesó con humildad y sabiduría: «He vivido casi sesenta años conmigo mismo y con mi propio siglo, y no estoy tan enamorado de mi persona ni de mi siglo como para no tener el deseo de mirar hacia un mundo que va más allá de ellos».2 Cuando hablaba de un «mundo que va más allá de ellos» no se refería a un mundo futuro o de fantasía. Se refería al mundo del pasado.

Él puso en práctica lo que predicaba al escribir una introducción a la obra de Atanasio, La encarnación del Verbo, escrita probablemente en el año 318 d. C. Arriesgándome a que te sientas tentado a dejar a un lado este libro y comiences a leer sólo libros antiguos, compartiré lo que Lewis dijo acerca de la lectura de libros antiguos como el clásico de Atanasio.

Se ha difundido la extraña idea de que, sin importar el tema, los libros antiguos sólo deberían ser leídos por los profesionales, y que el lector amateur debería contentarse con los libros modernos (…) [Los estudiantes no buscan los libros de Platón, sino los libros acerca de Platón] —leen todo lo referente a los «tecnicismos» y la influencia de Platón en una sola lectura de doce páginas que resume lo que Platón realmente dijo (…) Pero si tan solo supieran que ese gran hombre, en virtud de su grandeza, es mucho más inteligible que su comentarista moderno…

Ahora bien, a mí me parece que ese es un mundo al revés. Naturalmente, debido a que yo mismo soy escritor, no deseo que el lector ordinario nunca lea libros modernos. Pero si ese lector tuviera que elegir sólo entre los libros antiguos o los modernos, mi recomendación sería que leyera los antiguos. Y le daría este consejo precisamente porque es un lector amateur y, por lo tanto, tiene menor discernimiento que un experto y tiene menos protección en contra de los peligros de leer exclusivamente libros contemporáneos. Un libro nuevo todavía se encuentra en una etapa de juicio, y el lector amateur no está en condiciones para juzgarlo. Ese libro tiene que ser puesto a prueba por el gran corpus de pensamiento cristiano de todos los tiempos, y todas sus implicaciones ocultas (a menudo insospechadas por el autor mismo) tienen que salir a la luz…

Después de leer un libro moderno, una buena regla que podemos aplicar es la de no leer otro libro moderno sin antes leer uno antiguo. Si esa regla es demasiado estricta para ti, al menos deberías intentar leer un libro antiguo por cada tres modernos…

Por lo tanto, todos nosotros necesitamos los libros que corregirán los errores característicos de nuestra época actual. Y con eso me refiero a los libros antiguos (…) Podemos estar seguros de que la ceguera característica del siglo XX (la ceguera acerca de la cual la posteridad preguntará: «¿Cómo pudieron haber pensado de esa manera?») se encuentra en el lugar que menos sospechamos, en donde podemos trazar una línea delgada de común acuerdo entre Hitler y el presidente Roosevelt o entre H. G. Wells y Karl Barth. Ninguno de nosotros puede escapar completamente de esa ceguera(…) El único paliativo es permitir que la limpia briza marina de los siglos pasados sople en nuestras mentes, y la única manera de hacer eso es leyendo libros antiguos.3

En este libro, te invito a sentir la «limpia briza marina» soplando desde el siglo IV, el siglo XVII, y principios del siglo XX. Tal vez todo esto te anime a leer lo que escribieron Atanasio, John Owen, y J. Gresham Machen. Sus vidas no sólo son como brizas del pasado que son refrescantes y agradables, sino que también es necesario verlas como vidas ejemplares de hombres contendientes por la pureza y el valor incalculable de la verdad bíblica. En la Introducción trataré de explicar por qué digo todo eso. Por ahora sólo quiero agradecerle una vez más a Dios, porque estos cisnes no han guardado silencio y porque estuvieron dispuestos a sufrir con tal de salvaguardar el evangelio para nosotros. En ese sentido, ellos habrían dicho junto con Atanasio: «Estamos contendiendo por nuestro todo».4

Contendiendo por nuestro todo

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