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Estrés positivo y estrés negativo. ¿Es siempre malo el estrés?

¿El estrés es una enfermedad?

El estrés es sin duda un problema de salud de primera clase y no solamente por el estrés en sí mismo, sino porque es la puerta de entrada para diferentes enfermedades. Según investigaciones avaladas por la Organización Mundial de la Salud el estrés generado por el trabajo multiplica por tres el riesgo de padecer hipertensión, por dos el de sufrir un ataque al corazón, por siete el de tener un problema de salud mental y por dos la probabilidad de padecer dolor de espalda, de cuello o de hombros.

Además, el estrés no se reduce al ámbito laboral, ya que los problemas de la vida relacionados con la salud, el dinero, las relaciones personales, los estudios, las obligaciones familiares, además de muchos otros, también producen estrés de la misma manera que el trabajo. En realidad todas las personas lo han sufrido o sufrirán en algún grado a lo largo de la vida.

Pero no todo son malas noticias, porque el estrés no nos lleva siempre a enfermar. Aunque se suele vivir de manera negativa no es necesariamente algo malo, pues también tiene una parte positiva e incluso necesaria. En realidad, el estrés es consustancial con la vida y sus problemas, y es la clave tanto para entender cómo superamos estos problemas, como para comprender qué pasa cuando sucumbimos ante ellos.

¿Qué es el estrés?

¿Qué nos viene a la cabeza cuando se habla de estrés? Si se lo preguntamos a diversas personas, podemos obtener una gran cantidad de respuestas diferentes. Aquí repasamos las cinco más típicas, que reflejan diferentes puntos de vista:

 El estrés se produce por acumulación de trabajo, interrupciones, discusiones, exigencias a las que uno debe hacer frente.

 El estrés aparece cuando se percibe algo como amenazante y que debe ser superado.

 El estrés es un estado de agobio, tensión y nerviosismo.

 El estrés consiste en un conjunto de reacciones físicas que implican la activación cardíaca, sudoración, inquietud, tensión muscular y otros cambios.

 El estrés es una alteración que se manifiesta a través de diversos síntomas: dificultad para dormir, taquicardia, problemas estomacales, dificultad para concentrarse, irritabilidad, dolores musculares, etc.

Estas posibles definiciones del estrés son bastante diferentes y no coinciden entre sí, pero no podemos decir que solo una de ellas sea la verdadera definición de estrés y que las otras sean totalmente falsas. Cada una se refiere a un aspecto importante, pero no único del estrés. En realidad, esas definiciones se complementan, porque cada una se centra en un aspecto diferente, y si las sumamos nos acercaremos a lo que es realmente el estrés: un proceso que se desarrolla a lo largo del tiempo, desencadenado por unas circunstancias externas (como acumulación de trabajo) que se perciben como una amenaza o un peligro, que provoca un estado psicológico de malestar y unos cambios fisiológicos, y que, finalmente, puede llegar a tener unas consecuencias nocivas para la salud.

¿Cómo aparece el estrés?

Vamos a empezar a describir este proceso, estos cambios que aparecen ante los problemas y las dificultades, por el principio, es decir, por las fuentes de estrés o estresores. Hay muchas circunstancias que pueden convertirse en fuentes de estrés; veamos una pequeña lista.

 Estás en un atasco de tráfico, a punto de llegar tarde al trabajo.

 Te han hecho unas pruebas médicas y estás esperando el diagnóstico.

 Tienes que acudir a una entrevista para obtener un puesto de trabajo.

 Tienes que convivir en la oficina con una persona que no colabora nunca.

 Has suspendido un examen.

 Se te estropea el coche y no tienes dinero para comprar otro nuevo.

 Tienes un día con mucho trabajo y aparece un imprevisto que debes atender.

 Te llaman y te dicen que ha fallecido un familiar cercano.

 Tienes que estar siempre pendiente de un familiar enfermo al que debes cuidar.

 Tienes que asistir a una reunión familiar y no todos te caen bien.

 Te has apuntado a hacer un deporte de aventura este fin de semana y no sabes si serás capaz de dar la talla.

 Has perdido el bolso con el móvil, las tarjetas, la documentación y el dinero que acabas de sacar del cajero.

 Es tu día de fiesta pero estás solo y te aburres.

Todas esas situaciones son diferentes, unas son importantes y transcendentales y otras lo son menos. Cada persona las puede interpretar a su manera, pero lo esencial es que todas pueden llegar a provocar estrés. Es crucial darse cuenta de que en todos estos ejemplos hay una parte de hechos objetivos —por ejemplo, que te roben el bolso—, pero también hay siempre otra parte de apreciación personal, de expectativas subjetivas. Por ejemplo, si estás esperando un diagnóstico puedes pensar en todas las enfermedades terribles que podrías sufrir o, por el contrario, ser optimista y pensar que todo irá bien; o incluso puede ser que pases de una cosa a la otra. Las fuentes de estrés en realidad tienen una parte externa a la persona, la situación objetiva, y otra relacionada con sus creencias, pensamientos, interpretaciones y expectativas, que llamaremos la apreciación personal.

Lo importante es ver que esas situaciones son diferentes y variadas, muy distintas, pero coinciden en que producen el mismo efecto: el estrés. Entonces la pregunta que hay que hacerse es: ¿Qué tienen en común? La respuesta es que esas fuentes de estrés te impelen a cambiar, implican que tienes que realizar un esfuerzo de adaptación. Son circunstancias que irrumpen en tu vida, algunas veces de forma involuntaria (no te roban el bolso porque tú lo estés deseando), y otras veces como consecuencias de tus decisiones pasadas (hace un mes creías que era buena idea apuntarte a un deporte de aventura y ahora, cuando estás a punto de practicarlo, te asusta), pero que siempre te obligan a cambiar: los planes del día o tus hábitos o la forma de ver las cosas.

Las fuentes de estrés no son situaciones que podamos ignorar aunque lo queramos y, generalmente, nos obligan a hacer algo que no entraba en nuestros planes. Son demandas que te hacen cambiar o adaptarte. Existen cuatro formas básicas de adaptación:

1 Aumentar el esfuerzo. Esta es la fórmula de afrontamiento más obvia: tengo trabajo y surge un imprevisto, tengo que correr más, tengo que conciliar el horario laboral con el cuidado de los niños. Esta es una foto habitual del estrés, pero no la única.

2 Adquirir una habilidad. Otras veces, para hacer frente al estrés no debemos hacer más, sino mejor. Por ejemplo, formarte para promocionarte en el trabajo, aprender inglés o esforzarte en ser amable con la familia de tu pareja.

3 Aceptar algo desagradable. En muchas ocasiones adaptarse no es ni más ni menos que aceptar que las cosas no son como uno querría que fuesen. Por ejemplo, tras una ruptura sentimental, toca aceptar algo difícil y no deseado: que la relación ha acabado para siempre.

4 Renunciar a algo. El esfuerzo de adaptación puede consistir en hacer menos o en dejar de hacer algo. Por ejemplo, si tenemos dificultades con el dinero, quizás debamos reducir los gastos menos necesarios.

Tanto si se trata de hacer más de algo o hacerlo mejor, o de hacer menos, todo implica un cambio y significa un esfuerzo. Para realizarlo, el cerebro organiza una serie de reacciones orgánicas (que veremos en el siguiente capítulo), de cambios en nuestro cuerpo, que tienen como función facilitar ese esfuerzo y, asimismo, se despliega una conducta, que llamaremos afrontamiento, para hacer frente a la situación.

Figura 1. El núcleo del estrés: componentes básicos del proceso


Y aquí aparecen las emociones o, mejor dicho, los sentimientos emocionales que acompañan a los cambios orgánicos y a las conductas. En situaciones de estrés siempre hay emociones, pero estas dependerán de la situación concreta y de su apreciación; además, pueden ir cambiando con el paso del tiempo. Podemos sentir miedo ante un peligro inminente; ansiedad por la sensación de que algo irá mal; enfado contra algo o alguien; tristeza ante pérdidas y fracasos; agobio ante la acumulación de tareas pendientes; titubeo ante decisiones que hay que tomar; fatiga ante un esfuerzo continuado, y también esperanza o ilusión o entusiasmo a la hora de superar las dificultades.

Es decir, el estrés puede comportar diferentes estados emocionales, pero siempre hay emociones y, lo más importante, es que estos sentimientos encauzan y guían nuestros esfuerzos de adaptación. El miedo y la ansiedad nos predisponen a evitar peligros y amenazas; la tristeza, a reparar pérdidas; el enfado, a centrarnos en las barreras y obstáculos; el entusiasmo nos empuja a esforzarnos en conseguir algo y la fatiga mental a descansar para recobrar fuerzas.

La figura 1 muestra estos componentes principales del núcleo del estrés, pero es muy importante no ver este esquema como algo estático, pues las fuentes de estrés son acontecimientos que pueden evolucionar con el tiempo, y esta evolución depende de cómo los afrontemos.

¿Cuándo se convierte en un problema? Estrés adaptativo y estrés desadaptativo

Hemos visto que las fuentes de estrés desencadenan cambios fisiológicos y conductas de afrontamiento encauzadas por las emociones, y esto es en principio un proceso adaptativo necesario para la supervivencia del individuo. Si las personas no tuviésemos la capacidad de estresarnos, no podríamos hacer esfuerzos extras cuando las circunstancias externas lo requieren. Pero el hecho de que el estrés sea necesario o adaptativo no significa que sea agradable, divertido o relajado. Una cosa no tiene que ver con la otra.

Entonces, si realmente el estrés es un proceso adaptativo, ¿por qué lo vemos como un problema y la Organización Mundial de la Salud advierte de sus peligros? Veamos dos ejemplos concretos.

Pensemos en una persona que sufre una gran acumulación de trabajo; si los clientes acuden todos a la vez y no les dice que no puede atenderles, tiene que esforzarse. Durante algún tiempo es posible que duerma mal y no se alimente bien del todo, y si además en ese momento hay una epidemia de gripe, es mucho más probable que enferme que otra persona que no ha sufrido estrés. Por lo tanto, tenemos un proceso de estrés que sirve para hacer frente a una circunstancia, pero que ha tenido unas consecuencias negativas en la salud.

Veamos otro ejemplo, el de una persona que está preparando unas oposiciones y, como en el caso anterior, hace un esfuerzo para realizar un buen examen. Está muy preocupada porque sabe que se van a presentar muchos candidatos y el examen será muy competitivo. Intenta hacer un sobreesfuerzo y sufre mucha ansiedad cuando piensa que es posible que todo el tiempo invertido no sirva para nada. Es tal la ansiedad que le provoca esta situación, que finalmente no hace un buen examen porque no está concentrada y no pasa las oposiciones. En este caso la tensión necesaria para esforzarse en la preparación le ha jugado una mala pasada y ha sido excesiva: un estorbo, más que una ayuda. Por lo tanto, tenemos un proceso de estrés que ha tenido un efecto negativo sobre el rendimiento.

Entendemos que el proceso de estrés es un proceso natural y adaptativo ante las demandas, las amenazas y los retos, pero que en determinadas circunstancias puede tener efectos negativos sobre la salud y el rendimiento. Este pequeño paso, que va del esfuerzo para superar las dificultades al sobreesfuerzo, es el que señala el límite entre el estrés adaptativo y el estrés desadaptativo. Sin embargo, este es un límite algo difuso. ¿Cuándo se traspasa y aparecen los problemas? Esta es precisamente la pregunta a la que vamos a intentar responder a lo largo de este libro. Pero podemos avanzar que el estrés se convierte en un gran problema cuando se hace crónico y se prolonga en el tiempo. En cambio, cuando se limita a un esfuerzo intenso durante periodos cortos de tiempo se convierte en una ayuda para la adaptación.

¿Es lo mismo estrés que ansiedad?

Muchas veces me preguntan sobre la diferencia entre estrés y ansiedad. Efectivamente, a menudo cuando se está en una situación de estrés se experimenta ansiedad, pero no siempre; de hecho se puede tener estrés sin estar ansioso y estar ansioso sin que ello tenga que ver con el estrés.

La ansiedad, junto con el miedo, es una emoción defensiva, se produce ante peligros potenciales y nos hace estar alerta. Miedo y ansiedad son parecidos, aunque cuando se habla de miedo nos referimos a algo más concreto, centrado en el presente y con una respuesta simple ante el peligro. Por ejemplo, si vemos un perro que nos mira fijamente y nos ladra podemos tener miedo y alejarnos del animal. Si subimos alegremente al trampolín de una piscina, puede que al ponernos en el borde y mirar hacia abajo nos entre el miedo y, sencillamente, nos volvamos atrás y no nos lancemos al agua.

La ansiedad, en cambio, es algo más difusa que el miedo, es un sentimiento de aprensión, nerviosismo y temor ante algo que puede pasar en el futuro pero que no tiene por qué ser algo muy concreto. Si caminamos de noche por una calle solitaria podemos sentirnos ansiosos, porque pensamos que es posible que nos pase algo malo, sin saber exactamente qué. La ansiedad depende de la incertidumbre que percibimos en nuestro futuro.

Imagina que te vas de vacaciones, es el primero de agosto y tienes un billete para volar en una compañía low cost con destino a un lugar de vacaciones fantástico. Es un día complicado, podría haber retrasos por exceso de tráfico, se ha hablado de una posible huelga, en el aeropuerto hay muchísima gente y las colas son largas. Toca esperar, tener cuidado de que no te roben la maleta en un descuido y cumplir con todos los requisitos de los controles de seguridad. Al final estás sentado en tu asiento dentro del avión, que se dispone a despegar, y respiras aliviado. No ha pasado nada grave, solo algunas colas y esperas, falta de información y alguna incomodidad, pero lo has pasado muy mal, especialmente por lo que podría haber ocurrido y no por lo que ha sucedido finalmente. Estabas nervioso y en tensión por posibles acontecimientos reales y factibles, pero no totalmente seguros. Eso es la ansiedad.

La ansiedad es esencialmente anticipatoria y responde más a la incertidumbre acerca de lo que sucederá que a la certeza de un daño, como sucede en el caso del miedo. Por ejemplo, piensa en el estudiante que tiene que pasar un examen: a medida que se acerca el día aumenta la ansiedad, imagina qué le pueden preguntar y puede temer quedarse en blanco. La ansiedad mezcla la preocupación por la posibilidad de suspender con la esperanza de aprobar. Es máxima un momento antes de empezar, pero cuando el estudiante ya tiene delante el examen y empieza a contestar, entonces ya entra en otro estado, en el que se esfuerza por responder bien y en el que ya no hay incertidumbre. Ya ha quedado atrás la ansiedad de la espera.

Por lo que hemos visto, la ansiedad o el miedo son formas de reaccionar en situaciones de estrés. Sin embargo, nos hemos de fijar en que los peligros o las situaciones son objetivos y reales, mientras que el miedo y la ansiedad son respuestas emocionales subjetivas: no todas las personas experimentan el mismo grado de miedo ante un peligro concreto. Por lo tanto, no es lo mismo tener estrés que ansiedad: tener estrés es tener que afrontar algún tipo de problema que surge en la vida. La ansiedad, en cambio, es la forma en que vives ese problema. La ansiedad es muy habitual en situaciones de estrés, pero no es la única emoción posible, ya que ante los problemas podemos reaccionar con ira o rabia, o con desesperación o tristeza. La ansiedad es quizás el modo más frecuente de experimentar estrés.

Pero, en otras ocasiones, hay quien siente ansiedad ante situaciones que no son peligrosas para la mayoría de la gente, y entonces se habla de trastornos de ansiedad. Se producen si esta es especialmente intensa, si la persona no la puede controlar y altera su vida normal. Hay diversos tipos de trastornos de ansiedad:

 La ansiedad generalizada se produce cuando una persona experimenta de manera continua esa sensación de aprensión y temor sin que necesariamente ocurra nada en especial.

 La ansiedad social consiste en experimentar una intensa ansiedad cuando se tiene que tratar con otras personas, especialmente si son desconocidas.

 Los ataques de pánico son en realidad una reacción orgánica, como la del estrés, intensa y sin que necesariamente sea proporcional con respecto a lo que ha ocurrido en el entorno.

 Las fobias son también trastornos de ansiedad y consisten en un miedo intenso a situaciones que en sí mismas no son peligrosas. La fobia más extendida es la agorafobia, el miedo a los espacios públicos y abiertos en los que sería difícil encontrar ayuda si fuese necesario. También hay diferentes y variadas fobias simples: a las alturas, a los espacios cerrados, a los insectos, etc.

Por lo tanto, la ansiedad es una de las emociones que se pueden experimentar durante situaciones de estrés, y en este caso siempre va relacionada con circunstancias que son potencialmente amenazantes aunque no de manera totalmente segura. Y, por otra parte, también es una emoción presente en diversos trastornos mentales cuando no está justificada por esas circunstancias externas, cuando es claramente desproporcionada o está fuera del control de la persona que la sufre.

¿Somos una sociedad estresada?

Algunos puntos de vista populares sobre el estrés no siempre tienen una buena base científica. En ocasiones se habla del estrés como un mal de la vida actual, consecuencia del ritmo frenético de las sociedades ricas. Se argumenta que en los países más desarrollados, aunque se ha mejorado mucho en los aspectos materiales, se han perdido las relaciones personales cálidas y directas de las pequeñas comunidades y de la familia extensa, que existe una gran competitividad, que la prisa domina la actividad de las personas, y que la inseguridad laboral y la incertidumbre respecto al futuro se han generalizado.

Esta visión del estrés está muy extendida, pero hay que tener en cuenta que el estrés como reacción psicofisiológica es un recurso que las personas compartimos con el resto de los animales; por lo tanto, el estrés siempre ha existido. Durante la historia de la humanidad la esperanza de vida de las personas dependía del acceso a alimentos, de las enfermedades, de los conflictos y las guerras, y del estrés. Y el hecho de que la esperanza de vida de los países desarrollados haya avanzado espectacularmente en los últimos años contradice la idea de que el estrés y sus consecuencias negativas en la salud sean mayores en las sociedades desarrolladas.

Quizás el hecho de que percibamos estrés en nuestra sociedad esté más relacionado con la circunstancia de que hemos mejorado mucho más en otros aspectos de la salud que en el campo del estrés. Se han mejorado la producción y acceso a la alimentación, se han controlado muchas enfermedades y se han reducido los conflictos y las guerras, pero, en cambio, seguimos sufriendo estrés ante las incertidumbres y los problemas de la vida. Es posible que hoy en día no tengamos más estrés que en el pasado, sino que lo seguimos teniendo mientras que otros problemas más materiales se han ido solucionando.

Quizá ha llegado el momento de aprender a mirar el estrés de otra manera, simplemente como lo que es en realidad: una reacción física y psicológica de nuestro cuerpo que se prepara, de la mejor forma posible, para extraer lo mejor de nosotros mismos ante situaciones difíciles. Si identificamos este valor positivo del estrés, podremos realmente usarlo a nuestro favor y empezar a gestionarlo.

Algunas trampas: la cultura del estrés

A pesar de todo, en la sociedad actual existe un interés creciente por fomentar el bienestar emocional y todo el mundo reconoce la necesidad de reducir el estrés y adoptar estilos de vida más saludables.

Sin embargo, en nuestra cultura aún sobreviven algunos convencionalismos, algunas creencias y actitudes que, sin que nos demos cuenta y sin desearlo, nos conducen al estrés. Para verlo haz una prueba, acércate a algún colega del trabajo y dile: «¡Qué bien vives! ¡Siempre tan tranquilo y relajado!». Quizás alguna persona se lo tome a bien, pero es muy probable que se considere este comentario como una especie de recriminación. Es posible que al responderte tu colega empiece a justificarse y a decir que trabaja mucho y que se lo pasa muy mal, y a poco que pueda, te dirá que el que vive bien eres tú.

En realidad, estamos alimentando de manera inconsciente pautas sociales que enaltecen el estrés y que, de manera solapada, lo fomentan. Muchas personas creen que tener estrés y muchos problemas significa tener más responsabilidad y ser más importante. Parece como si para valorarse a uno mismo fuese necesario enfatizar los problemas que se tienen y lo que se sufre a causa de ellos.

Vamos a examinar tres presunciones, tres ideas que sin darnos cuenta nos mantienen en el círculo vicioso del estrés desadaptativo.

1 Identificar esfuerzo con sufrimiento y malestar. Parece como si el trabajo duro, el esfuerzo, resistir, tuvieran que ser siempre algo que se vive como sufrimiento, cuando en realidad esforzarse y conseguir objetivos o, al menos, tener la seguridad que se ha intentado, puede resultar algo satisfactorio. Si creemos que esfuerzo es igual a malestar, estamos sacando de nuestra vida el estrés adaptativo, es decir la motivación para bregar con los problemas.

2 Asociar el trabajo con el malestar y el bienestar con la familia y los amigos. En principio parece normal pensar que el trabajo es algo duro y que encontramos comprensión y cariño en las personas más cercanas, pero fijémonos en que pasamos prácticamente la mitad del tiempo que estamos despiertos trabajando o atendiendo a obligaciones. No podemos resignarnos a regalar la mitad de nuestro tiempo al sufrimiento, tenemos que aprender a disfrutar y cultivar el estrés adaptativo especialmente en el trabajo y en las obligaciones.Fijémonos ahora en nuestra vida familiar y nuestro tiempo de ocio: no podemos confiar en que la solución del estrés laboral consista en esperar a las fiestas o a las vacaciones para recuperarnos. A las personas que tienen dificultades para disfrutar en el trabajo también les cuesta disfrutar de su tiempo de ocio.El que crea que se va al trabajo a sufrir y que en familia todo es disfrute, será infeliz toda la vida. En el trabajo se pueden encontrar alicientes y en la familia problemas, es mejor buscar siempre lo mejor de la vida y no creer que hay compartimentos separados que no conectan entre sí nuestras emociones.

3 La intolerancia con el bienestar ajeno. Tenemos tendencia a considerar más graves nuestros problemas que los de los demás. Podemos entender que otros tienen problemas y sufren, e incluso mostrar empatía hacia esas personas, pero cuando nosotros sufrimos y sentimos la presión de un problema insoportable, nos cuesta creer que otros puedan pasarlo peor.Las personas que tienden a compararse con los demás y a decidir si están bien o mal en función de cómo se expresan los otros siempre llegarán a la conclusión de que ellas están peor, precisamente porque creerán que sus problemas son más graves. Habría que romper esta espiral de compararse con los demás en una especie de competición para ver quién sufre más en esta vida, quién es más importante y a quién le deben más los otros.Pero aún hay más: cuando alguien sufre o está muy estresado, el bienestar de los demás o su tranquilidad se pueden ver como una ofensa o una amenaza, pues cuando sufrimos no toleramos bien a las personas felices.

CONSEJO PRÁCTICO

La relación entre estrés y satisfacción

Te propongo un pequeño ejercicio: piensa durante unos instantes en tus propias fuentes de estrés y apunta cinco situaciones que te provocan estrés habitualmente.

¿Has pensado en la falta de tiempo? Cuando hago esta pregunta a los participantes de algún curso de manejo del estrés la falta de tiempo es quizá la queja más frecuente.

También suelen aparecer el trabajo, el dinero o incluso la familia. Muchas veces se trata de situaciones como las colas, los atascos de tráfico o los viajes en metros y autobuses atestados.

Estas fuentes de estrés son muy comunes, pero hay otras que dependen de la edad: los más jóvenes hablan de los exámenes y los amigos o compañeros de estudio, los universitarios también de los exámenes y de compaginar estudios con trabajo. Cuando se tienen niños, su cuidado es una fuente de estrés común, y cuando nos hacemos mayores, lo son la salud y los achaques que empiezan a ser habituales.

Hay quien introduce aspectos más propios de su forma de ser, por ejemplo, tener que tomar decisiones, tratar con desconocidos, las discusiones o hablar en público.

¿Tus fuentes de estrés están entre algunas de las que he comentado? Tanto si es así como si son otras distintas, en todo caso te propongo que mires más allá de las fuentes de estrés y pienses en las cosas que te producen bienestar y satisfacción ¿Pasar el tiempo con los amigos y la familia, quizá? ¿Ser valorado en el trabajo? ¿Haber pasado un examen? ¿Cuidar y ver crecer a los nietos? Pueden ser cosas muy diversas, pero si tenemos fuentes de estrés es porque también tenemos ilusiones, proyectos, objetivos, cosas de las que disfrutar.

Compara tus fuentes de estrés y tus fuentes de satisfacción, y hazte esta pregunta: ¿No tendrán el mismo origen? Cuando conseguimos algo nos produce bienestar y cuando vemos que se interponen barreras para lograrlo aparece el estrés. No pienses solo en lo que te estresa, en las barreras y las dificultades, piensa también en tus fuentes de satisfacción, porque están siempre relacionadas, justo detrás de las barreras.

Cuando estamos estresados sabemos perfectamente lo que no queremos, pero lo que necesitamos es saber lo que sí queremos. No olvides tu lista de fuentes de satisfacción, siempre ayudarán.

Libérate del estrés

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