Читать книгу La vida no admite representantes - Jorge Bucay - Страница 4

Introducción

Оглавление

Hace casi veinte años escribí este texto para el anuncio público de la aparición en España de la revista Mente Sana, un magazine mensual sobre temas de desarrollo humano que yo dirigiría y editaría durante más de una década, con gran repercusión y mayor orgullo:

Hablo de felicidad,

pero no de la felicidad confundida con alegría, sino de aquella ligada a la serenidad absoluta que solamente puede dar la certeza de caminar en el rumbo correcto.

Hablo de libertad,

pero no de la libertad absurda que muchos confunden con omnipotencia, sino de aquella que nos hace responsables de todo lo que hacemos y decimos, así como de todo lo que decidimos callar o no hacer.

Hablo del amor,

pero no de cualquier amor, sino solamente del verdadero amor. Ese que poco tiene que ver con la pasión enamoradiza. Ese que no condiciona, que no impone y que no quiere poseer ni dominar. Del amor que no es excluyente ni tiene límites. Ese que sólo pretende el bienestar y el crecimiento de aquello que es objeto de su amor, porque le regocija la sola existencia de la persona amada; nada más y nada menos.

Hablo, por eso, de aquellos que hemos aprendido que el amor a los demás se potencia en el amor por uno mismo; que el valor de la propia libertad sólo la pueden comprender los que trabajan por ser libres, y que la felicidad puede ser mucho más que un momento si nos hacemos responsables de hacer de nuestros propósitos, un rumbo.

Hablo, en fin, para aquellos que aprendimos a amar sintiéndonos libres, felices y amados alguna vez; todos los que aprendimos en carne propia la incuestionable verdad de aquella frase de William Schutz, que le diera nombre a su libro:

Todos somos uno

Una idea poderosa que deja al descubierto el hecho de que incluir a otros, próximos o lejanos, en nuestras vidas es, paradójicamente, la mejor manera de ser solidaria y sanamente egoístas.

Hoy, alejado de la tarea editorial, veo ese texto en mi pantalla y al releerlo me sorprendo tanto como me alegro al darme cuenta de que sigo pensando exactamente lo mismo respecto de estos puntos.

Alegría por haber podido mantener en el tiempo, desde todos los foros, esas mismas banderas, lo que me reafirma en su verdad esencial. Sorpresa, querido lector, querida lectora, porque de muchas maneras —ni yo ni ustedes— somos los mismos de entonces, y porque más allá de nosotros, el mundo que habitamos, seguramente, tampoco es el mismo.

Sólo en los últimos veinte años, muchas cosas han pasado:

Sufrimos los atentados en las Torres Gemelas, en Nueva York, y en Atocha, Madrid.

Las redes sociales en internet se popularizaron en todo el mundo, volviéndose el foro excluyente de comunicación masiva.

Tsunamis y terremotos arrasaron Japón e Indonesia.

Se descifró el genoma humano.

Se desarrolló el método CRÍSPR.

Vivimos varias pandemias de nuevos virus, como el H1N1 y el SARS-CoV-2.

Murieron Michael Jackson, Stephen Hawking y Robin Williams.

La más grave crisis económica desde los años treinta azotó el mundo

La masacre de la escuela de Beslán nos mostró a terroristas chechenos colocando a niños como escudos en las ventanas de la escuela tomada.

Por primera vez un hombre negro fue elegido presidente en Estados Unidos.

Se desató la Primavera Árabe.

Varios grupos terroristas vinculados al fundamentalismo islámico mantuvieron en alerta a todo Occidente.

Aparecieron Facebook y el teléfono móvil inteligente.

Se difundió por el planeta la lucha por la igualdad de la mujer y el modelo social inclusivo.

El escándalo de la página web de WikiLeaks.

El Reino Unido anunció el Brexit.

La Catedral de Notre Dame se incendió reduciendo gran parte de su estructura a cenizas.


Freepik

Abdicó el papa Benedicto y se nombró a Francisco I.

ETA e IRA depusieron in aeternum la lucha armada.

Se produjo la masiva llegada de refugiados a Europa huyendo del hambre y de la guerra de Medio Oriente.

Varios países aceptaron el matrimonio igualitario.

Malala Yousafzai recibió con 19 años el premio Nobel de la Paz.

Se descubrió y desarrollo la nanotecnología.

Se demostró que eran posibles la clonación y el desarrollo de células madre.

Se demostró que existe la neurogénesis tanto celular como funcional.

China compite con Estados Unidos por ser primera potencia mundial.

Estos hechos que marcaron el ingreso en el siglo xxi son una parte de aquellos que, a mi parecer, cambiaron el mundo.

Pero también en estos años:

Murió mi madre.

Y pocos años después, murió también mi padre.

Nacieron mis cuatro nietos.

Por primera vez en mi vida me animé a escribir una novela (El candidato) que fue premiada en la ciudad de Torrevieja.

Abandoné mi tarea asistencial y mi consulta.

Murió Héctor, mi amigo y compañero de ruta durante veinticinco años.

Desarrollé en Durango, México, el proyecto Desarrollo Humano para Todos, con el fin de hacer realidad un sueño: demostrar que la educación es la herramienta de corrección de los grandes males de la sociedad.

Fui invitado y visité treinta y ocho de los cincuenta y dos países donde se editan mis libros.

La madre de mis hijos y yo decidimos dejar de ser un matrimonio difícil y nos transformamos en la amorosa familia que somos.

Asumí el desafío de montar frente a ocho mil personas mi performance El circo de tu vida en México y lo repetí después en España.

Con sorpresa fui criticado, injuriado y censurado por algunas personas a las cuales no conozco ni me han leído nunca.

Con igual o mayor sorpresa fui halagado, premiado y recomendado por otras tantas que quizá tampoco saben nada de mí.

Hechos mundiales y personales que, entre todos, sin lugar a dudas, cambiaron mi vida en lo personal.

¿Y tú? ¿Cómo has pasado estos veinte años?

¿Cuál ha sido tu camino?

Te invito a que detengas la lectura y durante cinco o diez minutos te dediques a pensar en las diez cosas —o cinco o tres—, situaciones, cambios y circunstancias que transformaron tu vida y la de aquellos a tu alrededor. Y después, si quieres, te invito a tomar nota aunque sea de los titulares de esos eventos, para pensar más tarde en qué haremos con ellos.

Qué tratamiento les daremos, en qué lugar esconderemos, de qué forma mostraremos, cómo seguiremos, con todas esas cosas, grandes o pequeñas, que han pasado en estos años, en nuestras vidas y la de todos.

Decía el gran Antonio Porchia:


Había una vez dos monjes zen que caminaban por el bosque de regreso al monasterio. Cuando llegaron al río, una mujer lloraba en cuclillas cerca de la orilla. Era joven y atractiva.

¿Qué te sucede?le preguntó el más anciano.

Mi madre se muere. Está sola en casa, del otro lado del río, y yo no puedo cruzar. Lo intentésiguió la joven—, pero la corriente me arrastra y no podré llegar nunca al otro lado sin ayuda... Pensé que no la volvería a ver con vida. Pero ahora... Ahora que han aparecido ustedes, alguno de los dos podrá ayudarme a cruzar...

Ojalá pudiéramosse lamentó el más joven—. Pero la única manera de ayudarte sería cargarte a través del río y nuestros votos de castidad nos impiden todo contacto con el sexo opuesto. Lo tenemos prohibido... Lo siento.

Yo también lo sientodijo la mujer. Y siguió llorando.

El monje más viejo se arrodilló, bajó la cabeza y dijo:

Sube.

La mujer no podía creerlo, pero con rapidez tomó su hatillo de ropa y subió a horcajadas sobre el monje.

Con bastante dificultad, el monje cruzó el río, seguido por el joven.

Al llegar al otro lado, la mujer descendió y se acercó al anciano monje con intención de besar sus manos.

Está bien, está biendijo el viejo retirando sus manos—, sigue tu camino.

La mujer se inclinó con gratitud y humildad, recogió sus ropas y corrió por el camino hacia el pueblo.

Los monjes, sin decir palabra, retomaron su marcha al monasterio. Aún les quedaban diez horas de caminata...

Poco antes de llegar, el joven le dijo al anciano:

Maestro: usted sabe mejor que yo de nuestro voto de abstinencia. No obstante, cargó sobre sus hombros a aquella mujer a través de todo lo ancho del río.

Yo la llevé a través de todo lo ancho del río, es cierto, pero ¿qué te pasa a ti que todavía cargas con ella sobre los tuyos?

La sentencia de Porchia suena contundentemente cierta, y aunque veinte años no son cien años, son muchos años.

Ojalá puedas coincidir conmigo y aceptar sin dudarlo la secuencia de los hechos históricos que, más allá de nuestra valoración de ellos, anidan en nuestros recuerdos. En lo personal sé que gracias a estos hechos de dentro y de fuera, buenos y malos, alegres y tristes, y especialmente gracias a la forma en la que se presentaron, soy quien soy.


Freepik

Dicho de otra forma, soy (como tú) resultado de todo lo que viví, padecí o disfruté, y cualquier cosa diferente habría producido un Jorge Bucay diferente con un presente distinto.

Pensemos en esto: si me satisface ser este que soy, y serlo es consecuencia de todo lo anterior, debería yo tener cuidado y honrar permanentemente mi historia, haya cursado con risas o con lágrimas, haya sido fácil o complicada, haya sido cuesta abajo o cuesta arriba.

Con este planteamiento, se comprende perfectamente que si no me satisface lo que soy, lo que siento y como vivo, reniegue de todas esa “malditas cosas” que no era justo que pasaran, me enoje con mi pasado y me queje de mi destino.

Una vez más...

Me hicieron de cien años algunos minutos que se quedaron conmigo, no cien años.

La vida no admite representantes

Подняться наверх