Читать книгу Jota y el misterio de las botellas - Jorge de Leonardo - Страница 10
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«Pues no ha estado tan mal». Jota caminaba hacia la plaza donde había quedado con sus padres. Portaba en la mano derecha un palo a modo de bastón, fruto de la cabaña que habían empezado a construir entre dos chopos cerca del río.
Saúl no le dejaba de sorprender. Demostraba una habilidad y una sabiduría fuera de lo común en todo lo referente a peces, insectos, árboles y edificación de cabañas.
Susana no se quedaba atrás. Parecía que llevaba viviendo en el pueblo toda la vida. Si había que recoger piedras, ella era la primera; si era necesario atar los troncos, cogía una cuerda sin decir nada y se ponía a la tarea con gran precisión.
Al principio, Jota se dedicó a observar manteniendo las distancias. Hubo un momento en el que Susana le pidió ayuda para transportar una piedra hasta uno de los chopos y… ya no paró.
—¿Descansamos un poco? —Saúl se echó las manos a la espalda tratando de estirarse. Gruesas gotas de sudor perlaban su frente y resbalaban pegándose al flequillo.
—Por mí, bien —dijo Susana con la cara colorada como un tomate por el continuo esfuerzo—. Vamos a meter los pies en la poza.
Se acercaron los tres al río. Dejaron las zapatillas sobre una roca plana y se adentraron despacio con cuidado de no resbalarse. El contraste al contacto con el agua fría hizo que Jota ahogara un gemido.
—¿No aguantas, chavalo…?
Una mirada furiosa fue suficiente para que Saúl no acabara la frase.
—Per… perdona. No pensaba que te molestase tanto.
El gesto de Jota se suavizó y Susana sonrió aliviada. Durante unos minutos solo se escuchó el suave rumor del agua, mezclado con el zumbido constante de los mosquitos.
Al salir, se sentaron sobre la roca en la que habían dejado las zapatillas. Jota puso cara de asombro, al ver sus pies rojos por el frío. Saúl se dirigió a él, por primera vez, con actitud conciliadora:
—Es normal tenerlos así.
—Nunca me había metido en un río. Es… relajante.
Susana se levantó enérgica.
—Pues no os relajéis demasiado. Queda mucho por hacer.
Ensimismado, llegó hasta la plaza. Sus padres lo esperaban sentados en una terraza. Bea se balanceaba en un columpio impulsándose de forma exagerada con sus cortas piernas.
—¡Jotaaaa! ¿Me empujas un poco más alto?
Pero su hermano continuaba pensando en la mejor manera de acabar la cabaña, y que el techo aguantase los posibles embates del viento y de la lluvia.
—Cariño, vienes un poco sucio, ¿no? —Su madre lo escrutó de arriba abajo.
—Normal —le ayudó su padre—. Si han estado en el riachuelo, calla que no viene empapado.
De repente, Jota salió de su letargo. Sus ojos verdes focalizaron la mirada hacia sus padres; con voz angelical les espetó:
—¿Sabéis que con el agua muy fría los pies se te vuelven rojos?