Читать книгу Jota y el misterio de las botellas - Jorge de Leonardo - Страница 8
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–¡Me ha picado un mosquito!
La voz enfadada de Jota se perdió entre el sonido del riachuelo. Paseaban por un sendero paralelo al cauce bajo la fresca sombra de los chopos. Su padre iba abriendo el camino.
—No te rasques el brazo que se te va a poner rojo.
—¡Pero es que me picaaaa!
—Coge un poco de agua con cuidado y te la echas en el brazo —le dijo su madre—. Te esperamos aquí.
Al acercarse a la orilla, una voz le advirtió:
—Si te apoyas en esas piedras húmedas, te caerás al río.
Jota miró a su izquierda, primero confundido, y luego enfadado. Una figura lo observaba sin disimulo.
—Oye. Tú eres el que me has sacado antes la lengua.
—No sé a qué te refieres —contestó el niño rubio encogiendo los hombros.
—Que sí, que sí. Eras tú.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó el intruso, cambiando de conversación.
Jota le enseñó de mala gana el brazo enrojecido.
—Si necesitas echarte agua, será mejor que bajes por este otro lado. —Le indicó con la mano un acceso libre de piedras.
—No me hace falta tu ayuda —contestó, girando la cara.
Apoyó el pie derecho en una pequeña roca. Al tratar de adelantar el izquierdo, perdió el equilibrio. Si no llega a ser porque el muchacho rubio lo había seguido sin que se diera cuenta, habría acabado empapado hasta los huesos. Lo agarró de la camiseta y tiró con fuerza, haciendo que Jota se cayera encima de él.
—Gra… gracias —balbuceó aturdido, todavía sentado—. Casi me caigo.
—Te he dicho que esta zona es peligrosa —contestó el otro sacudiéndose el polvo de la camiseta—. Vivo aquí todo el año y me conozco cada rincón del pueblo. Seguro que vienes de la ciudad.
Al incorporarse, Jota comprobó con admiración la silueta de su salvador. Era bastante alto para su edad; el flequillo, más amarillo si cabe por efecto del sol, le caía con gracia ocultando en parte sus ojos marrones.
—¿Y eso qué más da?
—No da igual, chavalote. Venís aquí, y os pensáis que podéis ir por donde os dé la gana.
—No me llames chavalote. Mi nombre es Jo…
—¡Jotaaaa! ¡Jotaaaa!
—Son mis padres —suspiró resignado—. Me tengo que marchar. —Y salió corriendo de vuelta al sendero.
—Hijo, ¿cuánto has tardado? —le preguntó su padre extrañado.
—¿Qué tal el picotazo? —continuó su madre.
Jota desvió la vista al brazo. Con la repentina aparición del niño del pueblo, se le había olvidado por completo.
—Creo que me sigue picando…