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INTRODUCCIÓN

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El rito funerario siempre ha sido algo importante a través de la historia y en las distintas civilizaciones. Desde la época de los neandertales el ser humano es la única especie que entierra a sus difuntos. Esta costumbre dice relación, por una parte, con acompañar a los familiares y deudos y, por la otra, con la necesidad de rendir homenaje a la persona fallecida. Pero también, según las creencias dominantes, con la posibilidad de una existencia que se prolonga más allá de la muerte. Asimismo, su realización es una forma de consuelo para los familiares, amigos, conocidos. Tratándose de una figura pública, las ceremonias de esta naturaleza constituyen, además, una forma de reconocer, agradecer y despedir a quienes fueron sus líderes. Por lo mismo, se puede decir que la realización de honras fúnebres es una costumbre tradicional en cualquier sociedad. No realizar una ceremonia de este tipo cuando fallece una persona puede significar, en ciertos casos y en algunas sociedades, un agravio para quien no es objeto de ella.

En India, hasta mediados del siglo XX, las viudas debían lanzarse a la pira y sus cuerpos eran consumidos junto a los restos de su marido muerto. Hasta ahora, los cadáveres son cremados y las cenizas arrojadas a algún río sagrado. En la antigua Roma, el cuerpo era mantenido durante varios días, una vez perfumado y arreglado con sus mejores trajes, en el vestíbulo de la casa mortuoria. En Atenas se hacía algo similar, pero instalándolo en el vestíbulo de la que había sido su casa; luego se hacía un solemne desfile hasta el lugar donde era enterrado el cuerpo, y en él participaban músicos, la viuda, familiares y amigos que lloraban la partida del difunto.

En Chile, una vez que la persona fallece la vestimos habitualmente con un traje formal y la depositamos en una urna que se mantiene en la casa, iglesia u otro lugar que determinen sus deudos, por aproximadamente veinticuatro horas, después de lo cual se realiza generalmente una ceremonia religiosa y un acto en el cementerio, donde se pronuncian discursos en honor del fallecido.

En el caso de un presidente de la República, este debe recibir lo que se llama un funeral de Estado, el que guarda relación con la dignidad y el reconocimiento que recibió de sus conciudadanos, al elegirlo para ejercer la máxima magistratura. Esto significa, entre otros elementos, velatorio en el edificio del Congreso Nacional u otro de similar jerarquía, la declaración de duelo oficial durante tres días, el izamiento del pabellón nacional a media asta en los edificios públicos, una misa en la Catedral de Santiago, celebrada por el nuncio apostólico y los obispos chilenos, y en el cementerio, previo a la sepultación, un acto en que participa su familia, los cercanos y las más altas autoridades del país. En el mismo acto, figuras representativas del quehacer nacional emiten discursos en su homenaje. Al mismo tiempo, numerosos seguidores concurren a darle el último adiós.

Los dos funerales del presidente Allende

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