Читать книгу Los dos funerales del presidente Allende - Jorge Donoso Pacheco - Страница 9
“Están enterrando al presidente”
ОглавлениеAl final decidieron tomar contacto con la viuda, Hortensia Bussi, para darle la información sobre la muerte de su esposo y “pedirle” que su sepultación fuera hecha en la más estricta intimidad. La viuda les solicitó a los familiares de Eduardo Grove, casado con Isabel, hermana de Allende, que les permitieran usar el mausoleo que tenían en el Cementerio Santa Inés, en Viña del Mar.
La sepultación se efectuó el 12 de septiembre, es decir, al día siguiente del fallecimiento de Allende, oportunidad en que hubo “toque de queda” durante todo el día, circunstancia que favorecía al propósito de la Junta, en el sentido que esta fuese del más bajo perfil y que no existiese oportunidad alguna de realizar cualquier impensable manifestación popular, dado el férreo control que se ejercía sobre la población.
El edecán aéreo, Roberto Sánchez, recuerda lo que ocurrió cuando le encargaron retirar el cuerpo de Allende y proceder a su sepultación. Relató que cuando él había llegado a retirar el cuerpo del presidente, en la guardia del Hospital Militar le informaron que había salido pocos minutos antes, custodiado por tanquetas de Carabineros. Entonces, dice: “Ordené al chofer que avanzara lo más rápido posible. Íbamos de uniforme, en un vehículo de la Fuerza Aérea, pero no podíamos correr mucho, aunque las calles estuvieran vacías. Había muchos controles militares. En la Plaza Italia, los soldados me informaron de tanquetas que habían pasado poco antes. Unas habían seguido [por] Alameda abajo. Otras habían doblado por Vicuña Mackenna hacia el sur. Opté por intentar alcanzar al segundo grupo. No pude”.
En la pista de Los Cerrillos, el DC 3 estaba con los motores en marcha. No, el ataúd del presidente aún no ha llegado, le informaron al edecán. Pocos minutos después, aparecía el sombrío cortejo. Hacía frío. O quizás no tanto, pero el edecán recuerda que sintió frío. No recuerda, en cambio, en qué vehículo venía el féretro. Solo sabe que miró el ataúd y ordenó a los soldados que ayudaran a bajarlo para luego subirlo al avión. Las tanquetas de Carabineros custodiaban la operación.
“Los minutos pasaban, algunos oficiales decían que se debía despegar de inmediato y el comandante Sánchez tenía la vista fija en el acceso a la pista. Estaban allí, en silencio, grupo aparte, cabizbajos, los sobrinos Eduardo y Patricio Grove, junto con un sobrino nieto de apenas diecisiete años, Jaime Grove. Rodeaban a Laurita Allende, la adorada hermana del presidente. ¿Por qué no llegaba la primera dama?
’Temí cualquier cosa. Hice todo lo posible para calmar el apremio del piloto, tratando de ganar tiempo para que la señora Tencha pudiera llegar. Fue un inmenso alivio verla aparecer. Lamentablemente, las hijas no pudieron llegar, relata el comandante Sánchez”3.
Los funcionarios del cementerio que participaron en la sepultación recuerdan que en la tarde anterior se les advirtió que al día siguiente se efectuaría el sepelio del presidente Allende, por lo que debían concurrir a pesar del “toque de queda” y debían usar su identificación para traspasar los controles existentes e ingresar al cementerio4.
Los funcionarios Héctor Hurtado Navarrete, Sergio Morales Carvajal y Jaime Guzmán Cáceres relatan que el 12 de septiembre el cementerio estaba rodeado por personal de la Marina –pues estaba vigente el toque de queda–, las puertas permanecían cerradas y no se atendió público.
Como a las 12:40 horas, prosigue el relato, llegó el cortejo por la parte alta del cerro, el que estaba compuesto por la viuda del presidente Allende, Hortensia Bussi, su hermana Laura Allende, el edecán aéreo, coronel de Aviación Roberto Sánchez5, dos oficiales del Ejército, dos de la Marina y dos de Carabineros de Chile.
La viuda de Allende refiere así el modo en que se le comunicó la muerte de su marido y la forma de realizar su sepultación: “Al otro día de su muerte (miércoles 12 de septiembre) me avisaron por teléfono que Salvador se encontraba en el Hospital Militar y que estaba herido. Me dirigí allá y aunque me identifiqué plenamente, los soldados me negaron la entrada. Después hablé con un general que me recibió con estas palabras: ‘Señora, fui amigo de Salvador Allende. Le expreso mi más sentido pésame’. Entonces supe que había muerto.
’Me prometió este general, cuyo nombre no conozco, un jeep y un oficial para que me acompañara al campo aéreo del Grupo 7 de la Fuerza Aérea de Chile, donde me señalaron que tenía que dirigirme. Pero después salió otro general, que tampoco conozco, y simplemente me dijo que viajara en mi auto, porque no había disponibles ni vehículos ni soldados. Decidí viajar en el pequeño automóvil de mi sobrino Eduardo Grove Allende. En el campo aéreo me dijeron que el cadáver de Salvador estaba a bordo de un avión de la Fuerza Aérea. Antes de abordarlo hablé por teléfono con mi hija Isabel, pero no pudo acompañarme porque le faltaba su salvoconducto.
’Subí al avión. Imagínese el cuadro que vi: un ataúd en el centro, cubierto con una frazada militar, y a los lados, Patricio Grove, mi otro sobrino, y Laura Allende, la hermana de Salvador. Me acompañaron también el edecán Roberto Sánchez y Eduardo Grove. Volamos hacia Viña del Mar. El avión descendió en la Base Aérea de Quintero. El vuelo fue sin tropiezos, suave. Después bajaron a Salvador.
’Pedí verlo, tocarlo, pero no me lo permitieron… Me dijeron que la caja estaba soldada. En dos automóviles, siguiendo al furgón, fuimos hasta el Cementerio Santa Inés. La gente nos miraba extrañada. No sabían de quién se trataba, ni de quién era el cadáver que iba en el furgón. Había una gran cantidad de soldados y de carabineros, como si se esperase una multitud. Las cinco personas que acompañábamos a Salvador caminamos en silencio hasta la cripta familiar, donde habíamos enterrado hacía un mes a Inés Allende, la hermana de Salvador, que había muerto de cáncer.
’Insistí en ver a mi marido. No me lo permitieron, pero levantaron la tapa [del ataúd] y descubrí una sábana que lo cubría. No supe si eran los pies o la cabeza. Me dieron ganas de llorar. Los oficiales me impidieron que lo viera. Volvieron a repetirme que el ataúd se encontraba soldado. Entonces dije al oficial que me acompañaba, en voz alta: ‘Salvador Allende no puede ser enterrado en forma tan anónima. Quiero que ustedes sepan por lo menos el nombre de la persona que están enterrando’. Tomé unas flores y las arrojé a la fosa y dije: ‘Aquí descansa Salvador Allende, que es el presidente de la República, y a quien no han permitido que ni su familia lo acompañe’”6.
En el cementerio, colocaron el ataúd en el nicho superior derecho del mausoleo de la familia Grove Allende, donde estaban sepultados los dueños de dicho panteón, Eduardo Grove e Inés Allende. La viuda y la hermana del fallecido presidente insistieron varias veces en su petición de ver el cadáver, lo que les fue negado reiteradamente.
“Hortensia Bussi les dijo a viva voz, para que escucharan quienes se encontraban allí, que se estaba enterrando al presidente y que los sepultureros que estábamos realizando esa faena eran los representantes del pueblo de Chile, a quien Allende había servido toda su vida. Enseguida, tomó unos cardenales de una tumba vecina y los depositó en la tumba de su marido. Por el rostro del edecán aéreo, Roberto Sánchez, se deslizaron algunas lágrimas, lo que impresionó vivamente a quienes presenciaban la sencilla ceremonia”.
Una vez concluida, los funcionarios del cementerio se fueron a almorzar. Al regresar comprobaron estupefactos y sin poder explicarse cómo había ocurrido, que había ingresado un gran número de personas que exigían que se celebrara alguna misa o algún otro rito religioso previo a la sepultación definitiva del presidente, pues “reclamaban que no se le podía enterrar de esta manera”.
Quizás nunca se podrá saber cómo se enteraron del entierro del presidente, dadas las circunstancias que se vivían en ese momento: estaba vigente el toque de queda, el que se aplicaba estrictamente hasta el punto de que su quebrantamiento significaba el riesgo de una detención e incluso perder la vida; por otra parte, había una férrea censura de prensa cuya consecuencia más inmediata era que solo circulaba la información proporcionada por el gobierno y nada había sido divulgado respecto de este hecho.
La reacción de quienes ingresaron al camposanto y su exigencia de realizar algún rito antes de la sepultación corrobora el acendrado sentimiento popular sobre el homenaje o reconocimiento previo a su entierro que se debe hacer a una persona fallecida; con mayor razón si esta es nada menos que un presidente de la República fallecido en tan trágicas circunstancias.
La primera pregunta que surge es ¿cómo supieron de la muerte del presidente si no había ninguna información a este respecto? Y luego, ¿cómo supieron que el entierro que vieron desde lejos era el de Allende? Además, ¿cómo superaron los controles establecidos para el cumplimiento del toque de queda? ¿Por qué corrieron los riesgos que implicaba su rompimiento? ¿Era esta una demostración de “la lealtad de su pueblo, la que pagaría con su vida”, según las últimas palabras del presidente? ¿Sería el sentimiento de piedad que todo ser humano bien nacido siente por quien ha fallecido?
Más allá de todas las interrogantes que surgen de este hecho, las personas allí reunidas sacaron el ataúd desde donde había sido colocado y en esta maniobra se quebró el vidrio y una astilla le hirió la frente al occiso. Luego, habían levantado la tapa, por lo que se veía la parte superior del cadáver y de esta forma, los funcionarios y demás personas que se habían reunido espontáneamente pudieron comprobar que efectivamente a quien estaban sepultando era al presidente Allende. Su rostro –según los funcionarios del cementerio– “no estaba más deformado que un cadáver normal… La zona de la barbilla estaba ennegrecida y (tenía) un ojo desviado, lo que se podía apreciar porque estaba sin anteojos, pero era fácilmente identificable”7.
Cuando describen su vestimenta, reconocen su camisa, su corbata y el pullover con el que aparece en las fotos que le tomaron el 11 de septiembre y que fueron difundidas posteriormente.
El director del cementerio llamó a Carabineros para tratar de restablecer el orden, los que se llevaron a varios de los manifestantes detenidos y a los demás los conminaron a que se retiraran a sus respectivos domicilios.
Enseguida, dirigiéndose a los funcionarios, les exigieron que debían guardar absoluto silencio respecto a lo acontecido y de los hechos de los cuales habían sido testigos.