Читать книгу Los dos funerales del presidente Allende - Jorge Donoso Pacheco - Страница 7
ОглавлениеLOS FUNERALES
Primer funeral
El presidente Salvador Allende se suicidó luego de que fuera destituido por un cruento golpe de Estado, el 11 de septiembre de 1973. Los responsables de aquel hecho se vieron ante el dilema de qué hacer respecto de la sepultación de los restos mortales del depuesto primer mandatario. Ubicaron a su viuda, a través del –en ese momento– edecán aéreo de Allende, Roberto Sánchez, y la obligaron a buscar alguna sepultura donde efectuar sus funerales, lo más rápido posible. La familia Grove, que tenía vínculos de parentesco con el presidente, facilitó su mausoleo en el Cementerio Santa Inés de Viña del Mar, y allí se efectuó el entierro, dentro del mayor sigilo, exigido tanto a los familiares como a los funcionarios que participaron en ese breve acto. Ese fue el primer funeral del presidente Allende. Ni siquiera se admitió una placa que identificara su lugar de sepultación. Era difícil pensar que por las circunstancias en que se produjo el golpe, y por la odiosidad que manifestaban hacia el presidente, se le despidiera con un funeral de Estado, como le correspondía. Sin embargo, por lo menos resultaba esperable que hubiese el respeto mínimo hacia una persona fallecida en tan trágicas circunstancias.
En el sentido contrario, el día en que Patricio Aylwin asumió el mando de la nación, 11 de marzo de 1990, la ceremonia –tal como correspondía– se realizó en el salón de honor del Congreso Nacional, en su sede de Valparaíso. Dada esta circunstancia, algunos dirigentes y parlamentarios del Partido Socialista acordaron visitar la tumba del expresidente Salvador Allende, en el Cementerio Santa Inés, ubicado en la vecina ciudad de Viña del Mar. El ministro del Interior, Enrique Krauss, en conocimiento de esta iniciativa, le consultó al presidente Aylwin si le parecía apropiado que acompañara a ese grupo. El presidente, sin dudarlo, le respondió que le parecía muy bien que lo hiciera. Este fue el primer gesto público de acercamiento entre personeros de la Democracia Cristiana y el presidente Allende, del que fueron opositores, después de acceder al gobierno de la nación.
En abril de ese mismo año, Patricio Aylwin instruyó a su ministro Secretario General de Gobierno, Enrique Correa, que organizara el traslado de los restos mortales del presidente Allende al Cementerio General, en Santiago, con la finalidad de realizar el funeral que correspondía al rango y dignidad de presidente de la República, como era de plena justicia hacerlo. Este sería el segundo funeral de Salvador Allende.
Segundo funeral
El ministro Correa me llamó para que ejecutara, bajo su supervisión, la instrucción entregada por el presidente Aylwin. Sentí que era un honor y una gran responsabilidad participar en la preparación de este acto reparatorio a la memoria de Salvador Allende y un paso importante en nuestra reconciliación como país. Entre otras circunstancias, yo había sido un leal y firme opositor a su Gobierno.
Convinimos con el ministro Correa que la mejor fecha era el 4 de septiembre, pues correspondía a su elección como presidente de la República. Por lo demás, en esa época, la primavera estaría por llegar y era presumible que nos acompañaría un clima más benigno para un acto que se realizaría preferentemente al aire libre.
No recuerdo si se dijo explícitamente, pero yo lo entendí así sin que fuese necesaria explicación alguna, que era necesario realizar los preparativos con absoluta reserva hasta el momento en que el presidente Aylwin hiciera el anuncio. Por otra parte, era imprescindible cumplir a cabalidad con los requisitos legales para un traslado de este orden, sin descuidar ningún detalle.
En cumplimiento de este encargo debí abocarme a indagar acerca de las circunstancias que rodearon el primer funeral –si es que así puede llamarse– del presidente Allende. Desde los documentos oficiales emitidos en esa oportunidad –como el acta y certificado de defunción–, hasta el relato de quienes participaron en la sepultación, para comprobar, como hecho principal, que en la tumba de la familia Grove, en el cementerio de Santa Inés, había sido enterrado y aún permanecía allí el cuerpo del presidente Salvador Allende.
A esos hechos y los que me correspondió vivir en la preparación y el traslado de los restos mortales del presidente Allende se refiere el contenido del presente libro.