Читать книгу Las zonas oscuras de la democracia - Jorge Eduardo Simonetti - Страница 7
ОглавлениеIntroducción
Democracia:
Cuántas cosas hemos hecho los hombres invocando tu nombre.
Recordarte en la ausencia nos consoló en momentos que la niebla autoritaria lo oscurecía todo y los derechos debían arrancarse a tirones, y supimos apreciar tu presencia como abanderada en las transiciones pacíficas que tus tiempos, hoy ya largos, establecen en el mando social.
Nos hemos servido de tu esencia para promover el bien, la libertad, la dignidad humana, la tolerancia, el diálogo, la visión plural, para luchar contra el autoritarismo, la injusticia, la desigualdad, también contra el flagelo del hambre y de la pobreza extrema. Lo hicimos con suerte desigual, pero siempre con la posibilidad que tu generosidad nos regala, de poder corregir nuestros errores, aprender de las caídas, emprender otros rumbos, rescatar nuevas ilusiones.
Magnánima, le pusiste el cuerpo a las inconsistencias humanas, a las que en tu nombre generaron verdaderas autocracias, a quienes, derrotados en su política incompatible con la condición humana, osaron resurgir bajo el engañoso paraguas de la radicalización democrática, a quienes pretendieron utilizarte meramente desde el discurso político y no desde los hechos concretos, a quienes no entendieron que tus males su curan con más y no con menos de tu genética pluralista.
En las buenas estuviste para brindarnos tu impronta, tu organización, tus objetivos; en las malas para iluminar las noches oscuras con tus valores.
Y yo puedo decirte, con una mano en el corazón, que comí de tu mano, curé mis heridas en tu regazo y me eduqué en los pliegues de tu infinita sabiduría. Yo supe que era verdad aquello que me decía uno de tus sacerdotes más queridos: “con la democracia se come, se cura y se educa”, ¡sí que lo supe!
También me enseñaste a identificar el engaño, la apariencia, la falsa sonrisa, el mensaje artificioso. No les creí cuando difundían la consigna de “democratización de la justicia”, querían utilizar tu buen nombre para terminar con tu hija predilecta, la república.
En tus aulas aprendí a diferenciar la autoridad del autoritarismo, el pensamiento plural de la uniformidad alienante, entendí que la solidaridad humana sólo tiene valor cuando compartimos lo que es propio, que no es con monedas de libertad que debemos pagar a los poderosos de turno el precio de la propia dignidad, que el trabajo y no la dádiva nos confiere la ciudadanía completa en tus dominios.
La democracia nace de la voluntad de la ley, se consolida con el cumplimiento de los estándares republicanos y se prolonga en el tiempo a través de la práctica social. Necesita de líderes democráticos, los autócratas sólo pueden generar seguidores, nunca ciudadanos.
En definitiva, querida democracia, no nos debes nada, somos nosotros tus eternos deudores, porque no hemos sabido completar con energía los amplios espacios que nos entregaste para que los administráramos con sabiduría, para en cambio malversar tus principios con propósitos egoístas, declinaciones éticas e inconsistencias fácticas.
Somos los hombres los que debemos defender la democracia, aunque a veces pareciera que es ella la que debe defenderse de nosotros. Diré, entonces, parafraseando a un conocido demócrata: “no preguntes que puede hacer la democracia por ti, pregúntate que puedes hacer tú por ella”.
Sé que la lucha para iluminar tus zonas oscuras nunca termina, está en permanente reconfiguración, precisa de hombres libres, libres de sus temores, de sus fragilidades, de sus egoísmos, dispuestos a no hacerles fácil a los autoritarios, a los que utilizan tu buen nombre para sus propios fines, a los que medran con el esfuerzo ajeno.
En definitiva, quiero seguir contigo, recogiendo tus girones, desplegando tus banderas, defendiendo tus propósitos, porque si te vas, si nos abandonas definitivamente, si piensas que no tenemos remedio, se habrá instalado en la república, definitivamente, la espesa niebla de la autocracia o de la anarquía.
El autor