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2. Razones, capacidades y presiones

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El poder en la organización no significa el simple ejercicio de la fuerza manifiesta, no es análogo a la exigencia física, la coacción o la violencia. El concepto de fuerza sugiere una diferencia o capacidad mayor en cuanto a los individuos y a una desigualdad reconocida en una relación laboral. Es lo que se pone de manifiesto cuando el gerente de personal propone nuevos contratos o sanciones, o cuando los dirigentes gremiales se movilizan con los empleados para solicitar mejoras laborales. Se dinamiza la relación con los actores en situaciones donde el empleo es una variable o necesidad significativa. En tanto que incluye resistencias y rechazos, el poder es relativo. En el marco del análisis dialéctico de los procesos, la relación se explica como fuerzas opuestas y contradictorias.

Así planteado, el poder y la influencia no son objetos externos, no se trata de “algo” que se entienda fuera de la relación. Las desigualdades o la asimetría en las relaciones sociales se sostienen por diversidad de medios, que incluyen el control sobre recursos que otros necesiten, el saber profesional, la influencia personal, la persuasión, sugestión y seducción. No intentamos destacar las mejores o peores formas en abstracto, sino de advertir sobre las diferencias existentes en las relaciones. El análisis de la relación en el contexto nos muestra el poder en sus aspectos positivos y negativos, movilizadores e inhibidores.

El poder es una relación de fuerzas entre emisores y receptores con recursos (materiales, simbólicos) y ciertos fines e intereses diferentes. En esa relación hay una capacidad y voluntad de los emisores que prevalece, a pesar y junto con la resistencia que existe en los destinatarios. En este sentido, Max Weber definió el poder como la probabilidad de un actor de estar en posición de realizar su propia voluntad, a pesar de la resistencia que deba enfrentar. Dicho autor destaca que la probabilidad es un rasgo independiente de las bases que lo sustentan.

Existe en el poder un componente de aceptación, en el marco de una relación, al que se llega como parte de una transacción o intercambio, no necesariamente de un consenso. Como en la situación entre quien dispone de información y otro que la necesita. De disponer de libertad de elección (sin presiones), se supone que la contraparte establecería la relación en otros términos. El empleado no desea permanecer en esa empresa, pero en un contexto de desocupación no tiene alternativa, incluso aceptar órdenes que no comparte del todo. La relación con el supervisor no es completa, se da dentro de ciertos límites, de acuerdo con condiciones que ambas partes cumplen.

En su vertiente amoral del fin que justifica los medios, el poder posterga la consideración de la dignidad y los valores humanos.

Esto ocurre cuando el poder está asociado con el sometimiento de unos y la impunidad de otros, y a pesar de que la ley guarde silencio al respecto, porque los problemas del poder nada tienen que ver con la ilegalidad de la fuerza sino con la compulsión, no da alternativas. Sirve de ejemplo el caso de quienes padecen el encierro en los asilos psiquiátricos, los adherentes a sectas de fanáticos sometidos a “lavado de cerebro”, los empleados que han ignorado órdenes por reservas de conciencia o los niños que son tratados como prisioneros en escuelas donde reciben “castigos ejemplares”. En esta vertiente del poder, las organizaciones en apariencia voluntarias son en realidad lugares de cautiverio.

El poder no solo se manifiesta como algo represivo sino que es también un proceso de carácter activo o movilizador que impulsa el cambio y vence resistencias irracionales. Puede hablarse de la característica positiva del poder y de su capacidad constructiva cuando no es oculto y permite conocer los fines que orientan al emisor. Su fuerza no consiste solo en el control sobre los recursos económicos, porque la comunicación puede basarse en buenas ideas, razones, saberes o el lenguaje. Pero la relación continúa siendo asimétrica ya que las partes no están en un pie de igualdad. Una asimetría que está asociada a alguna forma de legitimidad que sustenta las indicaciones de un juez, médico, profesor o gerente en la medida en que haya un reconocimiento y los intereses personales (ocultos) no sean opuestos a la posición del destinatario.

El carácter perverso del poder es visible cuando actúa separado de los contenidos temáticos que impone, cuando se ejercita gracias a la sensación de importancia que proporciona a los actores el sentimiento de estar por encima de otros. Según John K. Galbraith: “El poder es perseguido no solo por el servicio que presta a intereses personales, a valores o creencias, sino también por sí mismo, por las recompensas emocionales y materiales inherentes a su posesión y ejercicio”. Por una cuestión de decencia básica este hecho se enmascara, se racionaliza en los discursos y no se reconoce abiertamente. No es común que se admita la sensualidad del poder. El poder es seductor también cuando el sujeto lo asimila a un desafío. Al respecto, Jean Baudrillard afirma: “El poder seduce. Pero no en el sentido vulgar de ser un deseo de las masas. No: en realidad seduce por su reversibilidad. No hay dominantes y dominados. Es una relación”.

Además de su implicancia cultural, la posesión del poder se refiere a una capacidad especial del sujeto. Es un modo de informar que su poseedor está en condiciones de usar la fuerza para imponer sus proyectos, que sus amenazas tienen fundamento y son realizables. La lógica en la lucha por los símbolos del poder se basa entonces en las gratificaciones y el placer que trae su posesión. También por el hecho de que la ostentación pública de los recursos y su cotejo con los símbolos competidores permiten al ganador obtener el respeto y las recompensas propias del poder. Ello hace innecesario el uso continuado y desgastador de los castigos o sanciones.

Se visualiza en la lucha por los símbolos del poder, en los ritos, en el escenario, en las ceremonias asociadas a su ejercicio. Los rituales son gratificantes en lo personal y confirman a quien detenta el poder frente a terceros. Nos referimos en particular al placer de disponer de los símbolos por lo que ellos significan; es decir, por el respeto o el temor que emana de ellos. Los símbolos en las relaciones de poder tienen un significado adicional para la identificación del poseedor, ya que definen la posición y prestigio de los individuos y grupos en sus respectivos estamentos sociales.

Política, ideología y poder aplicados a organizaciones

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