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De garbancero a presidente
JAVIER GARCIADIEGO DANTÁN
ОглавлениеEl Colegio Nacional
Álvaro Obregón fue uno de los muchos miembros de la clase media rural —o sea, rancheros— que participaron en la Revolución de 1910. Tomó parte en ella por unos ideales democráticos, que entonces no tenía, que por sus deseos de ascenso social y económico. De repente lo vio muy claro: para lograr ese ascenso tenía que involucrarse en la política y en la milicia. Eso fue lo que hizo a partir de mediados de 1911, en la coyuntura de la caída del gobierno de Porfirio Díaz y el triunfo de los rebeldes antirrelecionistas.
Tenía entonces treinta años y gozaba de plena madurez. En efecto, había nacido en 1880 en el rancho familiar —pequeña hacienda según algunos— de Siquisiva, pero a los pocos meses quedó huérfano de padre; el fallecimiento de su progenitor afectó negativamente la economía de la familia, de por sí difícil, pues Álvaro era el menor de una prole de dieciocho hermanos. Sus estudios fueron pocos y sus oficios muchos; además, por el entorno étnico del sur de Sonora, desde siempre tuvo contacto con los indios mayo, y llegó a tener cierta fluidez al hablar su lengua, la cahita. [2]
Fracasado como agricultor, tuvo mejores logros como mecánico agrícola y llegó a ser el responsable de la maquinaria del ingenio Tres Hermanos, propiedad de sus familiares por el lado materno, los Salido, prósperos hacendados en la región. Sin embargo, él estaba decidido a ser ranchero y, de ser posible, hacendado exitoso. Para ello, con sus ahorros de hábil mecánico adquirió en 1906 un rancho, al que con desparpajo puso el nombre de ‘La Quinta Chilla’. [3] Aunque el éxito desmintió pronto el nombre del rancho, sobre todo gracias al invento de una máquina útil para la siembra del garbanzo, su vida distaba de ser feliz: por esos años enviudó y murieron dos de sus cuatro hijos.
Álvaro Obregón necesitaba nuevos horizontes y éstos los encontró en la política, por entonces más que efervescente: se derrumbaba un régimen que había dado al país estabilidad y progreso durante treinta años, pero los mexicanos optaron por la incertidumbre de un cambio violento y radical. Como lo hicieron muchos, los hermanos mayores de Obregón no simpatizaron con el movimiento antirreeleccionista, pero sí buscaron ocupar los puestos políticos que habían quedado vacantes tras la derrota de la oligarquía local porfiriana. [4]
Aprovechando el cabal respaldo de su hermano José, que había quedado como presidente municipal en Huatabampo a la salida de las autoridades locales porfirianas, Álvaro Obregón ganó las elecciones que por la presidencia municipal tuvieron lugar en septiembre de 1911. El proceso puede caracterizarse por dos elementos: fueron unas elecciones muy cuestionadas y fue decisivo el respaldo que le dieron los indios mayo, predominantes en aquel distrito. [5] Aunque el puesto no tenía mayor relevancia, medio año después cambió drásticamente su derrotero biográfico. En efecto, en el vecino estado de Chihuahua estalló la muy amenazante rebelión orozquista. [6] Para mejor combatirla, los gobernadores de los estados norteños procedieron a organizar fuerzas ‘irregulares’, leales a ellos y al presidente Madero. Obregón, en tanto presidente municipal de Huatabampo, no sólo organizó un contingente, sino que se puso al frente de él. Así se legitimó entre los elementos revolucionarios; no haber participado en la lucha maderista pasó a un segundo plano. Sobre todo, éste fue el origen de su fulgurante carrera militar. Rápidamente organizó una fuerza de poco más de cien hombres, la mayor parte mayos, quienes usaban todavía el arco y las flechas. Su nombre fue el 4° Batallón Irregular de Sonora y, como todos, fue adscrito al Ejército Federal, en particular a las filas del general Agustín Sanginés, [7] bajo cuyo mando estuvo varios meses. Aunque mucho se ha destacado la intuición militar de Obregón, lo cierto es que aquella experiencia militar en el Ejército Federal implicó un notable aprendizaje castrense. Por si esto fuera poco, en la campaña contra los orozquistas estableció sus primeros vínculos con otros jefes sonorenses, los que serían sus compañeros en los años por venir: uno de ellos fue el comisario de Agua Prieta, Plutarco Elías Calles. [8] El grado que alcanzó entonces fue el de coronel. Así regresó a Huatabampo, como el coronel Álvaro Obregón; pronto vendrían otros ascensos.
Menos de un año después tendría que retomar las armas para rechazar el cuartelazo perpetrado por Victoriano Huerta. Su respuesta fue como la de muchos jefes revolucionarios sonorenses, quienes se aliaron con sus autoridades civiles, encabezadas por el gobernador interino Ignacio Pesqueira, [9] quien sustituyó a José María Maytorena, [10] el que pidió licencia, pues como miembro de la élite local intuía que la lucha contra Huerta terminaría, necesariamente, por tener un claro contenido social. Con una decisión que preveía el futuro y que hacía poca justicia a los antecedentes, el exgarbancero y revolucionario tardío, el presidente municipal de Huatabampo, donde estuvo al frente del 4° Batallón de Irregulares, de poco más de cien elementos mal armados, fue designado jefe del Departamento de Guerra de todo el estado de Sonora. Con dicha decisión del flamante gobernador, Obregón quedó por encima de revolucionarios que procedían de la etapa precursora, como Manuel Diéguez, líder de la huelga de Cananea, [11] o de varios que habían destacado en la lucha maderista de 1910, como Salvador Alvarado o Juan G. Cabral. [12] Al margen de los consabidos celos, la decisión probó pronto ser acertada. A los pocos meses, las fuerzas rebeldes dominaban por completo el estado de Sonora, habiendo sido barridas las tropas huertistas. El primer triunfo de Obregón tuvo como objetivo controlar la estratégica plaza fronteriza de Nogales; luego tomó Cananea y a mediados de abril le arrebató Naco al general federal Pedro Ojeda. Al mes siguiente vendrían los triunfos de Santa Rosa y Santa María, donde venció a generales profesionales tan connotados como Miguel Gil y Luis Medina Barrón. [13] Su exitosa campaña le valió el ascenso a general brigadier. Incluso quienes le tenían envidia, como Salvador Alvarado, reconocieron sus capacidades táctica y estratégica, además de su valor como soldado. Acaso su primera gran decisión estratégica haya tenido que ver con el puerto de Guaymas: dado que había sido fortalecido por el gobierno huertista, Obregón decidió no intentar una costosa toma, en vidas y elementos municionísticos; prefirió dejarla debidamente sitiada para que sus ocupantes no pudieran salir de ella ni intentaran recuperar el estado o atacar la retaguardia obregonista.
Álvaro Obregón, presidente municipal de Huatabampo, Sonora. Jesús H. Abitia, 1912. Colección particular.
Todo lo anterior vino en abono de que Obregón fuera nombrado por Carrranza como Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste, [14] lo que lo hacía superior a los demás cabecillas sonorenses y a quienes se le fueran sumando en su próximo camino al centro del país. En todo caso, para finales de 1913 inició su campaña sobre Sinaloa, tomando Culiacán y Topolobampo, y estableció una relación de dominio sobre los jefes locales, como Felipe Riveros y Ramón F. Iturbe. [15] Después de una relativa inactividad, debida a que tuvo que esperar a que Pablo González pudiera hacer un descenso al centro en forma simultánea, Obregón inició en marzo su avance contra la Ciudad de México. Así, en mayo ya dominaba Mazatlán y Tepic, y para principios de julio ocupó Guadalajara —luego de los cruentos combates de Orendáin y El Castillo— y después Colima.
El esforzado propietario de la Quinta Chilla y exitoso joven militar estaba próximo a convertirse en figura de alcance nacional. Luego de tomar Guadalajara se internó al centro del país, vía Irapuato, Salamanca, Celaya y Querétaro, para llegar a las goteras de la Ciudad de México al mismo tiempo que Pablo González. El Primer Jefe Carranza tomó entonces una decisión que sería extremadamente provechosa para Obregón. En efecto, acordó que éste firmaría los Tratados de Teoloyucan con los derrotados gobierno y ejército huertistas. [16] También decidió Carranza que luego hiciera Obregón la entrada triunfal a la Ciudad de México. En cambio, dispuso que los gonzalistas recibieran las armas y el parque que debía entregar el disuelto Ejército Federal. En síntesis, a éstos les dio elementos de fuerza, pero a Obregón lo acercó a la gloria histórica, [17] imprescindible para iniciar la creación de su figura de caudillo. No hay duda: la imagen de vencedor del huertismo —firmando su rendición en el fanal de un automóvil— y de libertador de la capital del país catapultó el capital político de Obregón: su fama pública.
Su nueva dimensión le permitió pasar de la milicia regional a la política nacional. Para comenzar, un par de semanas después, con la autorización del Primer Jefe, Obregón se dirigió a Chihuahua para conferenciar con Villa. Luego, juntos se dirigieron a Sonora; el objetivo era conminar a Maytorena, quien había recuperado la gubernatura, a que aceptara el predominio del Cuerpo de Ejército del Noroeste, o sea de Obregón, mediante jefes leales a éste que habían permanecido en la entidad, como Benjamín Hill y Plutarco Elías Calles. Todavía en septiembre, Obregón hizo un segundo viaje a Chihuahua, para volver a entrevistarse con Villa. El tema fue muy distinto: el jefe de la División del Norte le anunció su rompimiento con Carranza y lo invitó a acompañarlo en la defección. El rechazo de Obregón provocó su ira. Varias versiones —todas diferentes— sostienen que el sonorense estuvo cerca de morir a manos de Villa. Más parecido a un operador político que a un jefe militar, Obregón hizo una tercera negociación en aquel mes de septiembre de 1914: se dirigió a Zacatecas para convencer a varios jefes villistas de que aceptaran asistir a la Convención que ellos mismos habían acordado con Carranza. [18] El acuerdo fue que sólo asistirían si la Convención tenía lugar en Aguascalientes, ciudad neutral, y no en la capital del país, dominada por el carrancismo.
Al margen de lo acordado por Obregón y los villistas, la Convención dio comienzo el 1 de octubre en la Ciudad de México, pero sin la participación de los villistas. Días antes, un grupo de generales constitucionalistas, entre los que destacaban Lucio Blanco, Ignacio Pesqueira, Rafael Buelna, Eduardo Hay y el propio Obregón, crearon la Comisión Permanente de Pacificación, que tenía como objetivo lograr un acuerdo entre carrancistas y villistas. Se presentaban como constitucionalistas ‘independientes’, ‘no personalistas’; se les conoció como ‘pacificadores’. En tanto mayoría, se impusieron a los carrancistas y lograron que la Convención se trasladara a Aguascalientes. Conforme aumentaron las diferencias entre Carranza y Villa, se llegó a proponer que, como solución, ambos renunciaran. De ser así, el poder recaería en el tercer grupo, en el de los Pacificadores, entre los que día a día aumentaba la influencia de Obregón. El horizonte parecía muy halagüeño: pasar de Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste a Jefe Nacional de la Revolución. Para comenzar, en la Convención se designó al ‘pacificador’ Eulalio Gutiérrez como presidente del país, [19] luego de desconocer a Carranza. El problema fue que Gutiérrez no procedió de igual manera; al contrario, designó a Villa Jefe del Cuerpo de Ejército de la Convención. Ante la evidencia del crecimiento de Villa, quien poco antes había intentado fusilarlo, Obregón prefirió reconstruir su alianza con Carranza, quien pronto designó al sonorense como comandante de las fuerzas constitucionalistas. Así, el próximo combate entre Obregón y Villa, jefes de los respectivos ejércitos constitucionalista y convencionista, quedó claramente anunciado.
Ya con su nueva responsabilidad, a principios de enero de 1915 Obregón quitó a los zapatistas la ciudad de Puebla y sus alrededores, y a finales de mes ocupó la Ciudad de México. Sólo estuvo en ésta cuarenta días, poco gratos, por cierto. Con los constantes cambios de autoridad habidos desde mediados de 1914, [20] la ciudad padecía una terrible crisis delincuencial; además, el caos monetario y la falta de producción y de abasto agropecuario dieron lugar a una terrible carestía. Fueron meses de hambre y de tifo. Las relaciones de Obregón con los comerciantes, el cuerpo diplomático y la Iglesia católica fueron peor que tirantes. En cambio, su alianza con el movimiento obrero, que se tradujo en la creación de los Batallones Rojos, [21] fue importante para su triunfo contra el villismo.
A mediados de marzo, el sonorense abandonó la Ciudad de México con rumbo al Bajío, vía San Juan del Río y Querétaro. Iba a enfrentar a Villa; iba a conseguir otro lauro para su joven historial. Contra lo que muchos ingenuos predecían, Obregón derrotó al duranguense en todos los aspectos. Se trató de una derrota casi total que dejó destrozada a la invicta División del Norte. En táctica y estrategia lo venció en los combates de Celaya, durante la primera mitad de abril. Luego, el sonorense se dedicó a perseguir a los villistas, buscando su aniquilación. En esa campaña persecutoria, el 3 de junio —casi dos meses después de su triunfo inicial—, en la hacienda de Santa Ana, cercana a León, una granada villista le arrancó el brazo derecho. Desde entonces Obregón fue mal llamado ‘el manco de Celaya’. Sin embargo, en realidad cambió su brazo por el aura de ser un mutilado de guerra, con lo que logró dos identidades: de general invicto y de héroe popular. [22]
Ya recuperado, a finales de 1915 Obregón siguió inflingiendo duras derrotas a Villa. Una vez minimizado el mayor problema militar que enfrentaba el gobierno de Carranza, Obregón pudo dedicarse a la política. Fue así como, en marzo de 1916, fue designado secretario de Guerra. Sin embargo, todavía entonces el campo de batalla le era más propició que la oficina ministerial. Sucedió que en febrero Villa había atacado la población norteamericana de Columbus, demostrando que no estaba vencido del todo. Para colmo, dicho ataque dio lugar a la ‘Expedición Punitiva’, que puede resumirse como la ocupación por diez mil soldados estadounidenses del territorio chihuahuense durante un año. [23] Por lo mismo, se dedicó a negociar con las fuerzas norteamericanas su retiro. Sin embargo, las negociaciones diplomáticas resultaron serle más complejas que las militares. Insatisfecho con su complaciente postura, Carranza le quitó dicha responsabilidad, dejándolo al frente de la Secretaría pero dedicado a asuntos menores. Para colmo, a finales de 1916 tuvo lugar en Querétaro el Congreso Constituyente, en el que quiso impedir la participación de un grupo de políticos civiles —los ‘renovadores’— encabezados por Félix Palavicini, con el que tenía pésimas relaciones desde principios de 1915. Durante muchos años se exageró la influencia de Obregón en el Congreso Constituyente. [24] Hoy sabemos que esto ha sido un mito político e historiográfico. [25]
Comprensiblemente, su relación con don Venustiano se había deteriorado, al grado de que Obregón ya no sería miembro del gabinete al inicio del periodo constitucional de Carranza, en mayo de 1917. Si bien se alejó de la política gubernamental para dedicarse a una muy exitosa producción garbancera, Obregón también se dedicó a ampliar sus ‘redes’ políticas nacionales y a coquetear con el gobierno de Washington. Sobre todo, se dedicó a disfrutar el declive político de Carranza; más aún, buscó beneficiarse personalmente del creciente desprestigio de don Venustiano. Es indudable: sus desafíos a éste en la Convención, durante la Expedición Punitiva y luego en Querétaro, habían sido prematuros. El sonorense era todavía un inexperto en política y Carranza estaba en el pináculo de sus éxitos. Sin embargo, la situación cambió dramáticamente para 1919 y 1920: el debilitamiento presidencial y el ascenso de Obregón eran dos efectos paralelos; más aún, concluyeron en el momento de la sucesión presidencial. Carranza no tenía un sucesor viable ni la fuerza suficiente para imponer a uno que no lo fuera. Obregón se había convertido en el hombre más poderoso y popular del país. Su dolorido triunfo sobre Villa hizo olvidar al mal diplomático.
A mediados de 1919, un año antes de las elecciones, Obregón lanzó su candidatura, autopostulándose como un aspirante independiente, de ideología liberal y reformista pero no radical. Había crecido, mientras Carranza envejeció y Pablo González se desprestigió. [26] Por su parte, la estrategia electoral gubernamental fue peor que desastrosa. Para comenzar, el partido político que se había creado a finales de 1916, el Liberal Constitucionalista, dio su apoyo a Obregón; lo mismo hizo la principal organización obrera del país, la CROM —Confederación Regional Obrera Mexicana—, fundada en 1918 por Luis N. Morones, quien durante el proceso electoral se alió a Plutarco Elías Calles, el hombre más cercano a Obregón. [27] Además, Carranza decidió que su sucesor fuera un civil, alegando que la lucha armada había concluido. Al margen de que aún se padecieran auténticos estados de guerra en varias regiones del país, [28] lo que daba gran poder a los militares, la decisión de Carranza era a todas luces prematura, pues la principal institución política era entonces el Ejército Nacional, la única con redes, presencia y organización a todo lo largo y ancho del país. Para colmo, Carranza eligió un candidato poco afortunado: Ignacio L. Bonillas, quien carecía de capital político propio. [29] Por último, Estados Unidos había decidido obstaculizar al máximo cualquier posibilidad de continuidad de la política nacionalista de Carranza, y Bonillas era su embajador en Washington y, por ende, su ‘mancuerna’ en la política yancófoba.
Todos estos factores explican que la campaña de Bonillas sólo encontrara dificultades y contratiempos, a diferencia de la de Obregón, que crecía en apoyos cada día, comenzando con la llamada ‘clase política’. [30] Desesperado, el gobierno trató de impedir legalmente la posibilidad de que Obregón llegara a la presidencia, vinculándolo a un cabecilla rebelde de la zona veracruzana, Roberto F. Cejudo. Es probable que, en efecto, estuviera inmiscuido con éste. Como quiera que haya sido, el intento de Carranza fue un doble detonante: para que Obregón saliera huyendo de la capital y para que sus correligionarios, Adolfo de la Huerta y Plutarco Elías Calles, organizaran la rebelión de Agua Prieta, [31] la que cundió rápidamente por varias regiones del país, sobre todo a través de la defección de la mayor parte del Ejército Nacional. [32]
Solo, sin elementos militares que lo defendieran, pues hasta los gonzalistas habían desertado, Carranza salió huyendo rumbo a Veracruz, donde creía que encontraría el apoyo de Cándido Aguilar y sus fuerzas. Ni siquiera pudo llegar a Veracruz, pues fuerzas gonzalistas atacaron su convoy, por la retaguardia, y otras le impidieron seguir la marcha. Tuvo entonces que internarse en la sierra de Puebla, donde murió asesinado la madrugada del 21 de mayo en un caserío llamado Tlaxcalantongo, a manos del rebelde Rodolfo Herrero. [33]
Finalmente había llegado la hora de Obregón. Muerto Carranza, era el revolucionario más importante. Como tal, había participado en la victoria sobre Victoriano Huerta; como revolucionario moderado que era, había vencido al rebelde popular por antonomasia, Pancho Villa; como revolucionario de clase media, había derrotado a dos miembros de los revolucionarios de la élite, José María Maytorena, en el ámbito regional, y Venustiano Carranza, en el nacional. A mediados de 1920, nadie podía competir con él. Aun así, no quería llegar a la presidencia como un rebelde triunfante, y menos como responsable del asesinato de don Venustiano. Quería ascender a la presidencia con plena legalidad. Por eso maniobró para que Adolfo de la Huerta fuera presidente provisional, [34] cuya gestión estaría marcada por la organización de unas elecciones extraordinarias en las que triunfara y se legitimara Obregón. [35] También hizo que el asesinato del viejo mandatario coahuilense recayera en Herrero. Su llegada a la presidencia fue diseñada estratégicamente como una más de sus principales batallas. El ranchero que se hizo militar y que luego se hizo político llegaba al Palacio Nacional. Como tantas veces se ha dicho, lo tenía ‘en la mira’ desde Huatabampo.