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Obregón. Testamento político
ÁLVARO MATUTE / CARLOS SILVA
ОглавлениеInstituto de Investigaciones Históricas - UNAM
Para Noé Espinosa Cruz, por toda la historia
Este ensayo trata sobre la vida del general Álvaro Obregón entre 1915 y 1919. En este periodo su salud se deterioró drásticamente a raíz de la pérdida de su brazo derecho en una de las más celebres de las batallas revolucionarias, la de Celaya contra los villistas en 1915. A partir de este acontecimiento su vida se aceleró y radicalizó por completo. Pretendió alejarse de la vida pública para aliviar sus males, firmó su testamento para asegurar a sus seres queridos y aprovechó el tiempo visitando infinidad de clínicas y médicos en México y Estados Unidos. Sin embargo, muchos obstáculos, que él mismo generó, le impidieron el retiro por entero de la vida pública, por lo que decidió fortalecerse: remendó su posición política y militar, se trataba del caudillo victorioso e invicto de la Revolución; rehízo sus redes políticas, a nivel local, nacional e internacional; fortaleció su apoyo incondicional de los sectores obrero y campesino, que lo convirtieron en el único interlocutor del gobierno constitucionalista, reafirmó sus bases de poder a nivel regional, principalmente en el norte del país, y contribuyó a la creación del Partido Liberal Constitucionalista (PLC), logrando a partir de ello, y al paso del tiempo, colocar a sus operadores políticos en puestos clave, que en su momento le otorgarían incondicionalmente su apoyo. En conjunto, todo ello se convertirá en un poder ilimitado que utilizará contra sus adversarios para acceder a la Presidencia de la República en 1920. Asimismo, recompone su vida personal y, “aparentemente”, se enriquece como empresario. Para 1919 se encuentra listo para enfrentar su principal obstáculo político, Venustiano Carranza. “Sintió que el triunfo era más suyo” que del presidente. Quiso entonces poner en perspectiva lo que por “ley natural”, según él, le correspondía, la primera magistratura del país. Todo ello, definitivamente repercutió en la esfera política del México revolucionario y de los años posrevolucionarios.
El 27 de septiembre de 1916, a las once de la mañana, el general Álvaro Obregón Salido compareció ante la notaría número 2 de la ciudad de México y ante la presencia de su titular, Jesús Trillo, dictó el testamento de sus bienes. [36] Aunque puede parecer que este hecho es poco relevante en la biografía del futuro del caudillo, nuevas fuentes documentales, incluyendo este documento, permiten hacer una interpretación diferente de los hechos. Un primer acercamiento a este proceso sugiere, y en esto coincide la mayoría de la historiografía del momento, que a partir del 3 de junio de 1915 la vida de Álvaro Obregón cambió radicalmente. [37] Por la pérdida de su brazo debido a la explosión de una granada en el casco de la Hacienda de Santa Ana del Conde, Guanajuato. Obregón, tal como lo hace en su primera incursión revolucionaria en 1912, refiere que su actuación está cubierta y para el caso, refiere estas palabras al general Francisco Murguía después de aquel incidente fatídico: “diga usted al Primer Jefe [Carranza], que he caído cumpliendo con mi deber, y que muero bendiciendo a la Revolución. [38]
A partir de ese momento, la vida y las expectativas, personales y políticas, de Obregón cambiarían radicalmente. Por un lado, su salud física y mental quedó mermada de manera considerable, y, por otro lado, su posición sobre sus actividades políticas se transformó, quedando limitada a su recuperación física. [39]
Sin embargo, su fortaleza y voluntad le permitieron reincorporarse a sus actividades. El 10 de julio de 1915, casi un mes después del acontecimiento que lo dejó baldado, volvió nuevamente para tomar las riendas del ejército del Noroeste y terminar con la campaña contra Villa y su División del Norte, que quedaría concluida en los últimos días de diciembre de ese año. [40]
En los albores de 1916 Obregón se sintió desmejorado física, mental y quizá, políticamente, y cada vez con más frecuencia reflexionó entre amigos y con su querida confesora, María Tapia, con quien por esos días contrajo matrimonio, sus deseos de retirarse de la política porque estaba convencido de haber cumplido con su cuota revolucionaria, pero sobre todo, porque habían comenzado a darse una serie de diferencias políticas con el primer jefe, Venustiano Carranza. [41]
La imagen de guerrero, luchador incansable, militar invicto y más adjetivos que le generaron sus victorias durante el movimiento revolucionario la trasladó al escenario político, “en donde, andando el tiempo, llegaría a desafiar a Carranza por el liderazgo del movimiento constitucionalista. La derrota que le impuso a Villa lo habría de convertir en el héroe militar más destacado de la Revolución y reforzaría inconmensurablemente su autoridad en la lucha política por venir”. [42]
Sintiéndose más aliviado y consciente de que debía fortalecer su posición político-militar frente a Carranza, con el fin de mantener su sobrevivencia, Obregón comenzó a llevar agua para su molino. El 13 de marzo de 1916 fue nombrado secretario de Guerra para hacerse cargo de la persecución y captura de Villa, que había invadido Columbus, Nuevo México. En principio aceptó el cargo, a cambio de llevar a cabo los primeros intentos de profesionalizar al ejército, [43] primero, pues era una urgencia para la institución, y después con el fin de restringir la capacidad castrense de acceder a puestos políticos de elección popular. [44] Además, comenzó a manifestarse, de manera franca y abierta, el apoyo de algunas uniones obreras y campesinas que desde 1914 habían mostrado su simpatía por el “manco de Celaya”, a partir de su iniciativa de crear la Confederación Revolucionaria. [45]
El apoyo total de las organizaciones trabajadoras se volvió más real para Obregón cuando el Ejército Constitucionalista ocupó nuevamente la Ciudad de México, en el primer tercio de 1916. La Federación de Sindicatos del Distrito Federal organizó una huelga general, apoyada por electricistas, ferrocarrileros y algunos miembros de la Casa del Obrero Mundial. [46] Carranza adoptó una posición dura y pidió al general Pablo González que se encargara del asunto, exigiendo cárcel para los líderes y pena de muerte en algunos casos. [47] Por su parte, Obregón, inteligentemente, se mantuvo al margen del conflicto, conservando el apoyo irrestricto de las organizaciones obreras. Sin embargo, el primer jefe le ordenó aclarar y fijar su postura, pues, más allá del conflicto, Carranza observaba, cada vez con más recelo, cómo el sonorense aprovechaba la situación para fortalecerse políticamente, más aún, siendo él, en ese momento, como ya se dijo, el único interlocutor real entre el gobierno constitucionalista y los sectores obreros. Obregón ofreció su renuncia como Ministro de Guerra, pero Carranza la rechazó, proponiéndole a cambio la embajada de México en España, o mantenerse en el puesto hasta la conclusión de las elecciones presidenciales de 1917, cuando, entonces sí, debería renunciar al cargo. [48]
A finales de febrero y principios de marzo de 1916 comenzaron a crecer los rumores de que Obregón “intentaría” levantarse en armas contra el gobierno, sobre todo porque eran ya, notoriamente públicas, las desavenencias y el poco entendimiento con el presidente Carranza. Sin embargo, y como una ironía de la historia, lo que parecía un asunto muerto y enterrado contribuyó a dar la percepción de que, una vez más, ambos caudillos se reunirían para zanjar la nueva crisis nacional que se asomaba. El 9 de marzo, Francisco Villa organizó un ataque a la población de Columbus, Nuevo México, “con lo que surgió la posibilidad de una intervención de los Estados Unidos a México”. [49] Carranza ordenó a Obregón trasladarse a la frontera para arreglar el asunto. La intención de Carranza tenía varias aristas. Si las negociaciones de Obregón llegaban a buen puerto, Carranza y su gobierno se fortalecerían y terminarían de legitimarse ante los ojos del país. De no ser así, el único culpable del fracaso y las posibles consecuencias de los hechos se le achacarían a Obregón.
Mientras esto sucedía, el gobierno estadounidense envío un contingente militar de cinco mil hombres al mando del general John J. Pershing a perseguir a Villa. Obregón viajó a la frontera para iniciar las negociaciones, que comenzaron a retrasarse principalmente por las objeciones del propio Carranza, que exigía el inmediato y completo retiro de tropas de suelo nacional. Los estadounidenses se rehusaban a irse hasta concretar la captura de Villa. Y a pesar de que aún continuaba en el ambiente la posibilidad de un conflicto militar entre ambas naciones, las intenciones de los dos gobiernos por solucionar la crisis nunca sobrepasaron los límites del diálogo, sobre todo por parte del presidente Woodrow Wilson, quien nunca dejó de ponderar como un hecho de la mayor importancia el que Estados Unidos se encontraba a punto de incursionar en el conflicto bélico mundial. Tal y como sucedió.
Finalmente, y después de dos meses, el 9 de mayo de 1916 se concretó un arreglo que convino tanto a Estados Unidos como a México. Ambos países acordaron, de palabra, la suspensión de hostilidades. Estados Unidos se comprometió a retirar sus tropas, lo que no ocurrió sino hasta enero del año siguiente; mientras que México se comprometió a emplazar diez mil soldados para custodiar la frontera, amén de continuar con la persecución y aniquilamiento de Villa y su ejército. [50]
Venustiano Carranza con algunos miembros de su gabinete, entre ellos el secretario de Guerra, Álvaro Obregón, y el embajador Isidro Fabela, ©37830,1917. Secretaría de Cultura-INAH, SINAFO.
Solucionada la encomienda, Obregón regresó a la capital para continuar en sus menesteres como Ministro de Guerra, decidido a no intervenir más en cuestiones de su ejercicio público, con la finalidad de reducir los conflictos con Carranza. Abocado a la burocracia y administración castrense, delegó a los generales Jacinto B. Treviño y Francisco Murguía la responsabilidad de la lucha efectiva para terminar con la persecución de “los elementos disidentes que aún quedaban”, principalmente de los villistas. “Obregón se sentía ciertamente hastiado de sus deberes como secretario de Guerra, y sus numerosas diferencias, tanto personales como ideológicas, con el Primer Jefe, que estaban siendo más obvias cada día. Sin embargo, decidió permanecer en el cargo mientras se celebraba el Congreso Constituyente, de diciembre de 1916 a enero de 1917, que se promulgara la Constitución y se instalase el nuevo gobierno”. [51]
A pesar de las diferencias con Carranza, Obregón aún se consideraba como el candidato natural para sustituir al primer jefe en la Presidencia de la República:
no muy lejos, casi al alcance de la mano, lo esperaba la silla presidencial. Ningún caudillo le hacía sombra, ni siquiera el primer jefe, a quien por lo pronto guardaría lealtad, pero a sabiendas de que podría separársele en cualquier momento sin afectar un ápice su prestigio. Era el hombre fuerte de México, el triunfador de la Revolución. En 1917 tenía sólo 37 años. Los mismos que Porfirio Díaz en 1867, al triunfo de la República. Y como Porfirio frente a Juárez, sintió que el triunfo era más suyo que de Carranza. [52]
Pero era imposible permanecer en el cargo y, al mismo tiempo, ajeno a las actividades políticas. Para finales de octubre de 1916, Obregón participó denodadamente en la creación y fundación del PLC, que postularía a Carranza como presidente constitucional. Alrededor del partido se reunieron los “más conspicuos elementos de la Revolución”. Ahí se encontraban Pablo González, Cándido Aguilar y el propio Obregón, así como sus más cercanos colaboradores. El éxito de esta reunión tuvo de inmediato dos interpretaciones. Por un lado, se había asegurado la “representatividad geopolítica” más importante e influyente del país alrededor de la figura de Carranza; y por otro quedaba automáticamente cancelada cualquier aspiración a contender o competir contra él por la Presidencia, por lo menos en las elecciones de 1917. “Sobre todo, los competidores posibles decidieron posponer sus aspiraciones para cuando sus personalidades maduraran suficientemente”. [53]
Con esto quedó en claro que González sólo tenía el tamaño político de un “subalterno de Carranza, y que sólo existía en él la posibilidad de acceder al poder heredándolo, no compitiendo”. [54] En el caso de Obregón la cuestión es más compleja. En principio se podría considerar que “tenía tanta capacidad militar como inexperiencia política”, [55] por lo que todos los rumores y amagos de derrocar a Carranza que se habían desatado eran más bien resultado de una “bravuconería” del militar victorioso pero sin contar con una oportunidad real de oponerse a las argucias políticas del primer jefe; o bien habría que considerar como impedimentos su estado de salud y su imperiosa necesidad de reposicionarse y fortalecerse políticamente para enfrentar a Carranza; o simplemente, que hiciera honor a su palabra de no postularse, como se rumora que había pactado con Carranza durante un encuentro en Querétaro en 1916, seguro de ser él a quien el primer jefe elegiría como su candidato a la Presidencia en 1920. [56]
Después de las confrontadas sesiones entre carrancistas, obregonistas y algunas otras facciones políticas durante el Constituyente de Querétaro en los primeros días de 1917, se llevaron a cabo las elecciones para presidente constitucional en las que por supuesto resultó triunfador Venustiano Carranza [57], y como estaba acordado, Obregón renunció a su cargo como secretario de Guerra el 1 de mayo, anunciando su “separación” de la vida pública. [58] Mientras Obregón reconfiguraba sus redes políticas, y se desarrollaba el Constituyente de Querétaro, amén de llevarse a cabo las elecciones presidenciales de 1917, existe una fecha que llama poderosamente la atención y que sugiere rasgos, cualidades y modos de la personalidad que el sonorense proyectaba en ese tiempo y para años futuros.
Como se hizo hincapié, el 27 de septiembre de 1916, Obregón declaró y firmó su testamento con un ánimo precautorio. Indudablemente, para el sonorense, en esos momentos no todo giraba en torno a la esfera política nacional; los síntomas de su delicado estado de salud comenzaron a reflejarse en su vida diaria, por lo que al firmar su testamento no sólo cumplía con un canon social y cultural, lo cual sigue siendo una costumbre desde tiempos ancestrales, sobre todo entre los personajes de determinada clase social y/o desempeño público. Ello significaba que realmente se sentía enfermo y por supuesto que aquello influiría en su desempeño político, como más adelante él mismo se lo confesaría a su propia esposa: “estoy cansado de ser, pero no de servir. Hoy me voy, pero si me dicen que vuelva, aquí estaré”. Ella misma confesaría al cónsul estadounidense en Nogales que su esposo no se encontraba bien, “que él no quería mezclar más su vida con la política” y que sus males se “agravaban por su condición sifilítica”. [59]
Obregón acudió ante un notario, autoridad civil competente para el caso, para asegurar y confiar sus bienes a su familia, las personas más queridas, las más cercanas, las de toda su vida. [60]
La interpretación de un documento notarial no debería generar más expectativas que las que representa por sí sola. Sobre todo, si se considera que, a lo largo del tiempo, desde los tlacuilos, pasando por los escribanos hasta llegar a los fedatarios contemporáneos, éstos han dejado testimonio jurídico de hechos básicamente cotidianos (testamentos, cesiones de bienes y derecho, ejercicios y cumplimiento de poderes, etcétera) de personajes públicos, privados y gente común y corriente, sin más pretensión que cumplir con un trámite civil que les permita, a ellos y a quienes los rodean, hacerse la vida más sencilla. Sin embargo, y en este caso en particular, se trata de un documento en que figura uno de los hombres más significativos de la historia política contemporánea del país. Por lo que un documento firmado por Álvaro Obregón, como por otros personajes de la historia, sí puede generar mayores expectativas.
Al hacer su declaración y dar su firma notarial, Obregón se hizo acompañar como testigos de Aarón Sáenz, Emilio Portes Gil y Arturo H. Orcí. Se trataba de personajes leales, atributo principal en cualquier escenario político. Pero el hecho no es gratuito. Estos hombres lo habían acompañado desde el inicio de sus actividades militares. Para 1917, durante la elección para diputados de la XXVII Legislatura y la conformación de bloques parlamentarios, éstos aparecen, en primer término, el licenciado Portes Gil como presidente y líder del Partido Liberal Constitucionalista, conformando un bloque mayoritario obregonista abocado a facilitar las líneas políticas dictadas por el sonorense; en segundo lugar, el licenciado Aarón Sáenz como presidente de la Cámara Alta, quien con esta calidad allana el camino al obregonismo de lleno y a entorpecer al carrancismo. Y por último, Arturo H. Orcí, abogado del “manco”, asesor jurídico y amigo hasta el final de su vida. [61] Obregón señala en el documento que, en caso de ausencia, los señores Ramón Ross y Adolfo de la Huerta serían los encargados de llevar a cabo sus designios jurídicos. [62]
Obregón se asumía enfermo y este tipo de actividades lo demostraban. Sin embargo, quizá también estaba previendo su futuro. Dependiendo de su estado de salud, sus pretensiones cambiarían radicalmente. Por supuesto, entre ellas estaba la de volver a la vida pública, necesariamente con una imagen y poderosa. [63] Igualmente era indispensable sacudirse los rumores acerca de su rompimiento con Carranza, ya que esto le había venido restando simpatías con sus seguidores. Su plena convicción e identificación con el movimiento constitucionalista podría tergiversarse a los ojos del pueblo, que asumiría ese posible rompimiento ideológico “como una traición, o por lo menos como una falta de ética. Además, tal ruptura política podría muy bien haber acarreado otra guerra, ya sea antes o después del Congreso Constituyente”. [64] Ante ello:
Obregón optó por representar el papel de “Cincinato”, es decir, un ciudadano convertido en dirigente por las circunstancias, que una vez cumplido su deber regresa a sus actividades privadas, pues no podía aspirar a ser el sucesor oficial de Carranza sin aceptar su tutelaje, ni tampoco podía presentarse como un opositor rebelde sin perder legitimidad. Para Obregón, la oposición legal era la mejor vía para suceder a Carranza. [65]
Para que Obregón estuviera a la altura de sus ambiciones era necesario que tuviera pleno control de sus bases de poder político y militar, tanto en la capital como al interior de la república, sobre todo en los estados norteños, especialmente en Sonora, Sinaloa y Chihuahua, y así lo asumió. Por lo pronto, abrió dos frentes en sus operaciones; por un lado, la cuestión política y por otro la económica. Políticamente, Obregón, como el mismo Carranza, después de 1916 comenzó una labor para reorganizar sus bases de poder. Para ese tiempo, muchos hombres, militares y políticos, que habían participado en las diversas etapas del movimiento armado iniciado en 1910, el maderismo, el huertismo, el zapatismo, el villismo y el constitucionalismo, “continuaban en espera de su ganancia”. Una buena parte de ellos prontamente se identificaba con cualquier grupo, sobre todo con los que encabezaban en ese momento algún tipo de liderazgo, pero otros más al ver que ni sus expectativas ni sus ambiciones personales se cumplían abanderaban otra causa a la menor provocación. Poco a poco y al paso del tiempo Obregón, y tras bambalinas fue colocando a sus alfiles en puestos clave, militares y políticos. Destacan los casos de Jesús M. Garza, en Baja California; Francisco Serrano, Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta, en Sonora; [66] Francisco Murguía, en Chihuahua, además, como ya se había mencionado, de todos aquellos que conformaban liderazgos sin una bandera ideológica bien definida y/o quienes directa o indirectamente se vieron beneficiados o apoyados en algún momento o de algún modo por el sonorense, entre ellos elementos partidistas, líderes sindicales, militares, políticos, empresarios, familiares, etcétera. Linda B. Hall recoge el comentario de un observador de ese momento: “Obregón esperará a que el pueblo materialmente lo llame para salvar al país de la ruina final causada por el gobierno de Carranza. Una de las ideas que tiene Obregón en mente es la de lanzar su candidatura para suceder a Carranza cuando concluya su término de éste, si es que logra permanecer todo ese tiempo a la cabeza del gobierno de México”. [67]
En cuanto al segundo frente considerado por Obregón, el económico, tan importante como el político, el caudillo debía consolidarse como una persona solvente, condición indispensable para mantener y reflejar una posición políticamente robusta. Por ello se debe considerar que, durante su retiro, el caudillo dedicó mucho de su tiempo a sus negocios, nacionales y extranjeros, y al mismo tiempo, combinando ambos frentes, a “hacerse aceptable ante los Estados Unidos como un posible presidente”. [68] Esto último parece confirmar lo señalado: en pleno retiro y con el estado de salud a medias, Obregón estaba concentrado en afianzar sus negocios y su presencia política. De entrada, aprovechó la coyuntura política que se presentaba cuando el gobierno estadounidense no reconoció de jure el gobierno de Carranza. Durante sus constantes viajes a Estados Unidos, “por motivos médicos y de negocios”, en los últimos meses de 1917 Obregón estaba convencido de poder conseguir el beneplácito del gobierno estadounidense y con ello, definitivamente consolidar su presencia política.
En su testamento resulta muy difícil saber si Obregón era un hombre poderosamente rico, tal y como se ha sugerido a lo largo del tiempo. No existe ningún indicio que lo ratifique en pesos y centavos. Sin embargo, otros documentos permiten observar que sí, se trataba de un hombre acaudalado. Baste recordar cómo, durante su retiro, entre 1917 y 1919, a pesar de su fracaso rotundo en negocios como la exportación de tomates con la casa W. R. Grace, [69] él mismo tuvo que solventar una parte de la deuda con su propio dinero, aproximadamente 5 000 dólares, lo cual no fue suficiente para cubrir el total, por lo que la deuda restante continuó aumentando, más intereses, hasta después de su muerte en 1928. [70]
Sin embargo, entre 1917 y 1919 Obregón sí logró sus objetivos, y con creces, pese a su estado de salud:
Los desórdenes fisiológicos que debió causar su mutilación lo impelían a comer en exceso. Obregón engordó, encaneció, se abotagó. Jorge Aguilar Mora explica el proceso:
Después de la amputación, comenzó a sufrir trastornos reales e imaginarios, y aprovechaba cualquier ocasión, que de preferencia coincidiera con alguna diligencia de sus negocios, para visitar hospitales norteamericanos. La preocupación por su salud se volvió obsesión y anotaba mentalmente todos los cambios que se producían día a día en su cuerpo. A medida que aumentaba la agudeza de su auscultación, iba confundiéndose más y más con la mirada escrutadora de los otros. A los cuarenta años, cinco después de su mutilación, era ya un hombre viejo…
Durante este periodo llevó a cabo la creación y consolidación de la empresa Oficina Comercial Obregón, [71] la cual representaba a una serie de cooperativas, todas ellas dedicadas a la producción del garbanzo. Primero, a nivel local, captando los mercados de Sonora, Sinaloa y Chihuahua, principales zonas de sus bases de poder político, y más tarde a nivel internacional, sobre todo en Estados Unidos, en las ciudades con alta ascendencia hispana, como California, Texas, Chicago y Nueva York. Sus constantes viajes a Estados Unidos durante este periodo fueron bien aprovechados por Obregón al abrir vetas comerciales muy importantes para la producción agrícola garbancera del norte y centro del país. Además, existe información documental de que Obregón, aparte de realizar una buena cantidad de actividades comerciales entre clientes e instituciones, públicos y privados, por lo menos hasta 1920, cuando el precio del garbanzo vino a la baja, logró penetrar comercialmente en espacios poco explorados, como el del ejército estadounidense, que lo compraba para “elaborar pan”. Asimismo, la oficina de negocios estadounidense se benefició de la Casa Comercial Obregón al adquirir el producto a un precio razonable para después venderlo más caro a los países centroamericanos. [72]
Pero, ¿debemos considerar las constantes idas de Obregón al país del norte como meros viajes de negocios y de salud? Seguramente no. En el fondo, Obregón quería mostrar a Carranza su presencia y poder desde un aparente exilio. Los informes consulares al Departamento de Estado, en donde se da cuenta minuciosa de las actividades de Obregón, podrían contribuir a afirmar nuestra teoría. [73]
Fortalecida su empresa exportadora, ayudado para su consolidación a través de su prestigio, posición y favores políticos, desde sus primeros viajes a Estados Unidos, Obregón fijó su posición. Abiertamente nunca había declarado sus intenciones políticas, aunque en la interpretación de los cónsules estadounidenses siempre quedó claro que sus actividades comerciales no se encontraban limitadas a ello. [74] De no ser así, entonces valdría la pena considerar por qué se le recibía con honores militares a su llegada a Estados Unidos, [75] por qué se ponían a su disposición, por órdenes de la Casa Blanca, guías e intérpretes para sus estadías, visitas, consultas médicas, reuniones comerciales de trabajo y, más allá, por qué era recibido por el propio presidente estadounidense para conversar sobre la situación política de México y el mundo. ¿Se trataba de una mera cortesía, del trato a un distinguido invitado? La prensa se encargó de esparcir los más disímbolos rumores acerca de su presencia, desde que había viajado con el fin de estudiar el terreno y repartir propaganda nazi, pues apoyaría a los alemanes en contra de Estados Unidos, y que se encontraba ahí para dirigir al ejército estadounidense para la guerra. [76]
Sin embargo, quizás el gobierno de Estados Unidos tan sólo estaba convencido de que el sonorense era el único indicado para sustituir a Carranza en la presidencia en 1920, reconociendo con ello su trayectoria de militar victorioso, su enorme influencia y apoyo político en las diversas esferas de poder político y militar en México, además de su fructífero ascenso y consolidación como empresario, y lo más importante: su ascendencia y simpatía por su gobierno. [77] Obregón se dio el lujo de manipular su lugar de privilegio ante el gobierno estadounidense, disuadiéndolo de que con la posición de Norteamérica ante su inminente intervención en el conflicto mundial podría estar de lado de los aliados, o, en su caso, de los alemanes. Probablemente negoció su adhesión a Estados Unidos y con ello logró su apoyo para convertirse en 1919 en el candidato a la presidencia de México. [78]
La candidatura de Obregón fue creciendo y se hizo inminente para finales de 1918 y principios de 1919. Para esas fechas comenzó a cosechar todo aquello que había sembrado desde poco antes de que se retirara de la vida pública. Había enmendado su poder político y económico, pero nunca su poder físico, pues en realidad estaba mermado por sus dolencias. En julio de 1919 hizo oficial y pública su candidatura a la presidencia, postulado por el Partido Liberal Constitucionalista y apoyado por el Congreso, [79] y aunque la realidad política no fue la misma que vivió entre 1916 y 1919, pues ya como presidente tuvo que pagar la factura de todo aquello que embargó para lograr, entre otras cosas, el reconocimiento de Estados Unidos. Personalmente se puede asegurar que cumplió con sus objetivos. Álvaro Obregón se convirtió en el presidente de México para el periodo de 1920 a 1924.
Pero junto con él engordó su bolsillo. En unos años, la Quinta Chilla pasó de 180 a 3 500 hectáreas, sembradas en su mayor parte de garbanzo. [80]
En 1925 realizó otro testamento, en el que, como en el anterior, nunca quedó clara la cantidad de sus bienes ni de su fortuna. Lo que sí se sabe es que al paso del tiempo su poder político, como sus condiciones físicas, fueron mermando; sus negocios fueron decayendo, al grado de morir totalmente endeudado, y lo que dejó, según su nuevo testamento, fue repartido en partes iguales para sus seres queridos, tal y como sucedió en 1916, pero en éste se le tuvo que restar alguna parte de la gran deuda heredada. [81]
El presidente Álvaro Obregón, Harris & Ewing, 1921. Biblioteca del Congreso, Washington, EUA.