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BIEN,

AMOR

Se dice que algo es bueno en cuanto que es perfecto. Y la perfección de algo puede ser contemplada desde tres puntos de vista. Primero, la perfección como constitutiva del ser de algo; por ejemplo: en el fuego, la primera perfección sería el ser que tiene por su forma sustancial. Segundo, la perfección a la que se le añade algo indispensable para un obrar perfecto; en el fuego, la segunda perfección sería su calidad: ligereza, sequedad y similares. Tercero, la perfección a la que tiende algo como a su fin; en el fuego, la tercera perfección la tiene en cuanto está detenido en su lugar propio. (I, 6, 3)

El primer movimiento de la voluntad y de cualquier facultad apetitiva es el amor. El acto de la voluntad y de cualquier facultad apetitiva tiende al bien y al mal como objetos propios. El bien, en sí mismo y de forma principal, es el objeto de la voluntad y del apetito; el mal es bien solo por otro y secundariamente, esto es, en cuanto que se opone al bien. Por eso es necesario que los actos de la voluntad y del apetito que se orientan al bien sean anteriores a los que se orientan al mal. Como la alegría es anterior a la tristeza y el amor al odio. Siempre, lo que es por sí mismo, es anterior a lo que es por otro. (I, 20, 1)

El amor tiene siempre una doble dimensión: una, el bien que se quiere para alguien; otra, aquel para quien se quiere el bien. Pues en esto consiste, propiamente, amar a alguien: querer para él el bien. Si alguien ama a otro está queriendo el bien para ese otro, y, consecuentemente, lo trata como si fuera él mismo, deseando para el otro el bien que desea para sí mismo. En este sentido el amor es llamado fuerza de fusión (vis unitiva) porque se funde con otro considerándolo como si fuera él mismo. (I, 20, 1, ad 3)

Como nuestra voluntad no causa la bondad de las cosas, sino que es movida por ella como por el objeto, de igual modo nuestro amor, por el que queremos el bien para alguien, no causa su bondad. Sucede más bien al revés. Es decir, su bondad, ya sea real o aparente, provoca el amor por el que queremos que conserve el bien que posee, y alcance el bien que aún no tiene. A ello nos entregamos. (I, 20, 2)

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