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CAPÍTULO 1
Del insight a la auto-creación Vicisitudes de la interpretación desde la modernidad a la posmodernidad

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La corporeidad de lo psíquico y los procesos de individuación se ubican para Freud en el núcleo del advenimiento de nuestro ser personal. Así, en “El yo y el ello”1 afirma que el Yo es primero y fundamentalmente un Yo corporal, una diferenciación del Ello a efectos de la percepción; esto es, de lo que se logre ir captando (y pensando) a punto de partida de lo experimentado. A partir de la corporeidad de lo psíquico, el logro de una identidad personal implicó para Freud un complejo proceso de diferenciación e individuación a través de la niñez y la adolescencia hasta llegar a la adultez, proceso que abarca una parte del psiquismo, no la totalidad de nuestra vida psíquica. La concretitud e indiferenciación de nuestras dependencias emocionales primarias y la conflictiva ligada a ellas se perpetúa en nuestras relaciones durante nuestro decurso vital, como se hace evidente en la importancia que adquiere en el Freud final su concepto ampliado de lo inconsciente no reprimido como zócalo de la personalidad.

Conviene ceñir la vastedad de nuestro tema distinguiendo el posmodernismo (como ideología filosófica y académica heredera del romanticismo, que extiende a la vida cotidiana el modelo del arte) de la posmodernidad como la época sociocultural en la que vivimos, donde la realidad cotidiana y la realidad política se pliegan al modelo mediático del espectáculo signado, afirma un autor mayor de la izquierda literaria norteamericana, por la infinitización del presente y la incapacidad de elaborar las experiencias personales a raíz del “olvido” del tiempo histórico.2 El posmodernismo académico, sostiene Fredric Jameson, se asienta en el pasaje de la parodia hacia el pastiche, pasaje donde la ironización romántica se vacía más y más de contenido.3 A esto cabe agregar que en la eclosión de lo novedoso la celebración se torna omnipresente.4

Entre nosotros, en El asedio a la Modernidad, Juan José Sebreli (1991) enfatizó el translado masivo al plano político de la concepción wagneriana de la “obra de arte total”. Ya en la época del surgimiento del nazismo, señala, Goebbels postulaba el predominio de la imagen fusionando en la “obra de arte total” la propaganda política y la estetización, al modo de un todo retórico englobando lo real. Por esas épocas, en un ya lejano 1937, el historiador y filósofo del arte Roger Collingwood5 anotaba que bajo el impacto mediático la prevalencia social de la diversión bifurcaba la experiencia en una parte “real” y otra consistente en un “hacer creer” ilusorio, con lo cual entraba en bancarrota la realidad cotidiana, configurando un cambio fundamental de nuestras experiencias personales.

En el pasaje a la cosmovisión de la posmodernidad los procesos de evolución psíquica viran en la sociedad global y también en el ámbito del psicoanálisis, pues el eje del tratamiento y la función de la interpretación pasan del insight a la autocreación, tema tratado en otros trabajos.6 No se me escapa que abordar el tema del psicoanálisis en la posmodernidad implica adentrarse en un campo minado, dada la turbulencia emocional que habita la interfase entre las cosmovisiones moderna y posmoderna.

El contexto académico de la segunda mitad del siglo XX estuvo signado por distintas variantes del llamado “giro lingüístico” de la filosofía y las disciplinas del hombre, donde la retórica y el orden del discurso se autonomizaron reviviendo impulsos nucleares de la vertiente romántica. Tomaré como guía el eje que va desde el romanticismo a Nietzsche y Foucault, para pasar luego al posmodernismo psicoanalítico.

Posmodernidad y posmodernismo

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