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“Yo trabajo” significa: no me contento con asegurar mi subsistencia.

“Lo que hago ahí es trabajo” significa: eso puedo repetirlo.

Peter Handke

Dar rodeos y buscar setas

(Con José Ortega y Gasset, Anna Tsing y Peter Handke)

Algunos de los estudiantes me dijeron que había habido conversaciones interesantes, sí, pero que tenían la sensación de que estábamos aún en los alrededores del tema y empezaban a desconfiar de que en algún momento entrásemos directamente en una cierta caracterización del oficio de profesor. De ahí que me sintiera obligado a hacer alguna consideración sobre qué estábamos haciendo y cómo lo estábamos haciendo. Más aún cuando esta segunda parte del curso que estaba a punto de comenzar iba a consistir también en una serie de rodeos por las manos y las maneras artesanas, en los que quería que los estudiantes me acompañaran.

Hablé primero de mi inclinación a lo que dicen que Ortega llamaba “el método Jericó”, ese que se reflejaba en el modo como los israelitas, guiados por Josué, hicieron que las murallas de la ciudad cisjordana se derrumbaran solas después de dar varias vueltas a su alrededor haciendo sonar los cuernos. Como se sabe, el método consiste en investigar un asunto sin atacarlo directamente, manteniéndose en los márgenes, en una cierta periferia, aproximándose de un modo oblicuo e indirecto, rodeándolo, trazando en torno a él, pacientemente, una serie de círculos que permitan mirarlo desde diversas perspectivas, a distintas distancias, dándole vueltas y más vueltas, intentando que mientras tanto la conversación sea lo más interesante posible y con la esperanza, sin ninguna garantía, de que durante los rodeos se produzca alguna brecha que permita iluminar y mostrar (revelar) algo del asunto en cuestión. Así que invité a los estudiantes a dar rodeos y les propuse que, en lugar de tocar los cuernos, nos dedicáramos a buscar setas, eso sí, con muchísima atención.

Ante algunas miradas estupefactas y algunas sonrisas irónicas, agregué que el oficio de profesor, para poder arraigar, necesita de ciertas condiciones, de un suelo. Dije que, en la universidad, tanto el llamado Espacio Europeo de Educación Superior (EHEA) como la llamada Área Europea de Investigación (ERA) constituyen entornos, suelos o territorios, altamente tóxicos para el oficio. Y también que las formas, como se están redefiniendo tanto las funciones de la escuela como las tareas de los profesores en la así llamada “cultura del aprendizaje y de la emprendeduría”, están desertizando los espacios y los tiempos en los que podría cultivarse algo así como una manera artesana de ejercer el oficio. Añadí que la buena noticia es que en los suelos desertizados, en los bosques arrasados por la deforestación y la contaminación, también pueden crecer cosas y que solo hay que saber buscarlas.

Hablé entonces de ese libro de la antropóloga Anna Tsing que se titula La seta del fin del mundo, o cómo sobrevivir en las ruinas del capitalismo (1), en el que se siguen las huellas de unas setas de origen japonés, los matsutakes, prácticamente desaparecidas de Japón a causa de la urbanización, pero que proliferan actualmente en los antiguos bosques arrasados de Oregón donde son recogidas por trabajadores precarios e inmigrantes sin papeles, la mayoría de origen oriental. Los matsutakes tienen la misteriosa capacidad de arraigar en suelos tóxicos. De hecho, dice Tsing que cuando en 1945 Hiroshima fue destruida por la bomba atómica, “la primera criatura viva que emergió fue un matsutake”.

El profesor artesano

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