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LÍMITES

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Son numerosas las personas —más de las que imaginamos en nuestra sociedad culta— que se acercan a los sacerdotes para pedir exorcismos sobre alguien supuestamente poseso. La Iglesia es prudente: a la inmensa mayoría los envía al médico, al psicólogo, al psiquiatra; o les dice que coman y duerman bien, que disminuyan su stress, que descansen, que tomen vacaciones. Sólo en un mínimo de casos la Iglesia juzga prudente hacer los exorcismos. Se requiere que el Obispo dé su aprobación. Y, aunque en principio cualquier sacerdote tendría poder para hacer los exorcismos, en la práctica sólo puede hacerlos el exorcista nombrado por el Obispo, quien lo escoge por su virtud y conocimientos en la materia.

A falta de estadísticas usaré números simbólicos. Digamos que de un millón de casos que se presentan, la Iglesia juzga prudente hacer exorcismos en diez de los casos; y a los demás los envía, como dijimos, al descanso o al psicólogo. A estos casos los dejamos de lado pues están, en principio, resueltos. Atenderemos a los diez casos de exorcismo.

En este trabajo trato de dar una posible explicación natural, digamos, por lo menos, a nueve de esos diez casos. Notemos el matiz posible, pues en el campo de lo humano no siempre se puede contar con certezas absolutas.

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