Читать книгу El palomo negro - Jorge Muñoz Gallardo - Страница 9
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ОглавлениеEn cuanto me instalé en Londres, un editor me ofreció una gran suma de dinero por mis revelaciones. En toda Europa estaban interesados en conocer la verdad sobre el fraude del collar y yo era la persona que más sabía del asunto. La favorita de María Antonieta, la Polignac, llegó a Londres y me visitó en mi casa para ofrecerme doscientas mil libras a cambio de mi silencio. Volvía a tener las cartas del triunfo en mis manos. Acepté el dinero de la reina, pero en cuanto la Polignac regresó a Francia consentí en publicar mis memorias mediante un jugoso contrato con el editor londinense. El libro tuvo un éxito enorme y se hicieron nuevas ediciones en las cuales cargué las tintas a mi favor y aproveché de vengarme del cardenal de Rohan y de todos quienes estuvieron en mi contra. Les di en el gusto a los que disfrutaban con el escándalo y me llené los bolsillos. Atraído por mi éxito literario y financiero, el conde de la Motte reapareció en mi vida, pero como ya no lo necesitaba lo dejé parado en la calle y después de cantarle unas cuantas verdades me despedí de él con un portazo en sus narices. Solo deseaba volver a ver a Rétaux que, según creía, podría reaparecer en cualquier momento. Por el contrario, cuando me enteré de que el imbécil de Loth murió asesinado en un confuso incidente en una taberna española, no pude menos que sonreír satisfecha; ojalá le ocurriera lo mismo a Nicole, por culpa de ellos llevo esta horrible marca en el pecho que ni todo el dinero del mundo puede quitarme.
Cuando estalló la revolución recibí la visita de un mensajero que venía de París para sugerirme que regresara a Francia; me ofrecían protección. Querían reabrir el proceso del collar teniendo a María Antonieta como acusada y yo entre los acusadores. Sería la culminación de mi venganza, sin embargo, mi ánimo no era el mismo, algo me pasaba, la desaparición de Rétaux, el único hombre que había amado y en el cual confiaba, me tenía deprimida. Rechacé las invitaciones y me encerré en mi casa, disponía de todos los lujos y comodidades que se pueden desear y no me sentía feliz. El recuerdo de mi madre y las miserias de mi niñez me visitaban continuamente en sueños y en la vigilia. Comía muy poco, había bajado de peso, a veces me venían accesos de llanto. Cuando recibí esa carta anónima en la que me indicaban que Rétaux había muerto, me vine abajo. La vida perdió su sentido. Con un lacayo fiel conseguí un veneno mortal.
Ahora estoy sentada delante de la mesita cubierta con un fino mantel rojo, sobre el cual humea la taza de té donde acabo de echar el veneno.