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CAPÍTULO 1 EL CONFLICTO: CONCEPTOS INICIALES
ОглавлениеEste capítulo comienza con lo más básico: una propuesta de definición del conflicto que se utilizará en todo el resto del libro, y una explicación detallada de sus elementos principales. Luego, presenta dos distinciones esenciales -entre el conflicto interno y el conflicto relacional, y entre el conflicto en sí y su escalamiento–y ciertas reflexiones acerca de los orígenes del conflicto, de si es o no evitable o deseable, y de la validez de una teoría general del conflicto.
Manera en que se propone entender ‘conflicto’
Entre las muchas definiciones de ‘conflicto’ de las que disponemos, tal vez la más apropiada es la propuesta por Rubin, Pruitt y Kim:
‘Conflicto’ significa una divergencia percibida de intereses, o la creencia de que las actuales aspiraciones de las partes no pueden ser satisfechas simultáneamente. 1
Hay varios elementos críticos en esta definición. Primero, se refiere a la percepción y a la creencia, lo cual sugiere que el conflicto es, en un alto grado, una realidad sicológica que existe, en lo esencial, en las mentes de las personas. Puede argumentarse que el conflicto existe aun si las partes no lo perciben, pero parece más razonable incluir la palabra “percibida” en la definición, como lo hacen Rubin, Pruitt y Kim, porque es solamente ante un conflicto percibido que las partes pueden responder, actuar, y eventualmente buscar una resolución.
Segundo, la definición propuesta se refiere a las actuales aspiraciones, que son diferentes de meros deseos o sueños: una aspiración refleja tanto un deseo como la intención concreta de satisfacerlo. Si la aspiración de una persona o un grupo –la búsqueda concreta de una satisfacción–se ve entorpecida porque es incompatible con la de otros, es mucho más probable que se dé un conflicto que si lo que parece estar amenazada es la satisfacción de un mero sueño o de una remota posibilidad.
Tercero, la palabra simultáneamente subraya un aspecto esencial de esta manera de entender el conflicto: el reconocimiento de que es el momento en que se espera satisfacer una aspiración que puede generar la incompatibilidad: las aspiraciones de dos personas o grupos pueden ser incompatibles si se busca satisfacerlas al mismo tiempo, pero perfectamente compatibles si no.
Para ilustrar la definición propuesta de “conflicto”, consideremos el caso de una joven pareja, Juan e Isabel. Una tarde, Isabel revisa la programación de la televisión y descubre que una de sus películas favoritas, que ha querido ver con Juan durante varios meses, va a ser transmitida esa noche, a las 7:30. Entretanto, camino de regreso a su casa, esa misma tarde, Juan ve un anuncio de un concierto que tendrá lugar esa noche a las 7:30, y decide que le gustaría ir al concierto con Isabel.
¿Existe un conflicto en ese momento? Volvemos al tema de la percepción de aspiraciones incompatibles. En este caso, solo existe un conflicto en potencia: las condiciones están dadas para que surja un conflicto, pero hasta que Juan e Isabel se encuentren, subsiste la posibilidad de que sus aspiraciones incompatibles nunca salgan a la luz, y el conflicto nunca se dé.
Si tan pronto como Juan ve a Isabel le cuenta con entusiasmo acerca del concierto, y aun antes de que él termine ella le cuenta de la película, sin duda tenemos un conflicto. Están satisfechas las tres condiciones críticas de la definición propuesta por Rubin, Pruitt y Kim: las actuales aspiraciones de Juan e Isabel son simultáneamente incompatibles; no es posible que hagan ambas cosas –ir al concierto y ver la película juntos–a las 7:30 p.m. de esa misma noche.
Conflictos basados en creencias y valores
Con frecuencia se oye describir a ciertos conflictos como “religiosos” (p.e. el conflicto israelí-palestino) o como “ideológicos” (p.e. la Guerra Fría o el conflicto entre los Estados Unidos y Cuba).
Existe un potencial error de concepto detrás de tales descripciones: la creencia que la base de estos conflictos está dada por las evidentes diferencias entre los sistemas de valores y creencias de la una y la otra parte. Es cierto, la mayoría de israelíes profesan la religión hebrea y la mayoría de palestinos el islam. Es también cierto que los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos se guían por ideologías políticas y económicas fundamentalmente diferentes. Sin embargo, debemos preguntarnos si esas diferencias son la esencia de los respectivos conflictos. Aunque pueda parecernos extraño, la respuesta es que no.
Los israelíes y los palestinos no están atrapados en su mortal pelea principalmente porque tienen creencias religiosas diferentes. Las aspiraciones incompatibles que configuran ese conflicto tienen mucho más que ver con la identidad de cada grupo y con sus pretensiones territoriales incompatibles.
De manera similar, el conflicto entre Cuba y Estados Unidos comenzó porque el régimen cubano establecido en 1959 expropió activos de propiedad norteamericana, y se desarrolló aún más a partir de 1960 porque cada una de las partes aspiró a exportar y/o a consolidar su postura ideológica en toda América Latina.
El punto crítico, en ambos casos, es que la mera diferencia de creencias y valores religiosos, políticos o de otro tipo no constituye, en sí, un conflicto. Las personas pueden tener creencias y valores diferentes, pero si se respetan mutuamente y no aspiran a cambiar las creencias y valores de otros, no hay incompatibilidad de aspiraciones.
Este análisis resalta otra idea importante: para poder entender un conflicto, que es el primer prerequisito para poderlo manejar o resolver, es esencial comenzar por identificar las reales necesidades y aspiraciones de las partes, cuya simultánea incompatibilidad configura el conflicto.
Conflicto interior vs. conflicto relacional
Todos conocemos el conflicto interior que surge cuando enfrentamos decisiones difíciles como, por ejemplo, la elección entre un fuerte deseo y un principio moral que se le opone, o la elección entre seguir o no en una relación afectiva tormentosa. El conflicto interior ocurre dentro de la mente de una persona y puede, incluso, nunca ser revelado a ninguna otra.
El conflicto relacional, por contraste, ocurre entre dos o más personas o grupos. Cuando ocurre en el nivel individual, lo describimos típicamente como conflicto interpersonal, y cuando involucra a dos o más grupos, como conflicto social. Como lo sugiere la frase ‘dos o más personas o grupos’, el conflicto relacional puede ser bilateral (dos partes) o multilateral (muchas partes).
El conflicto interior y el relacional no son dos fenómenos totalmente diferentes e independientes el uno del otro. Una persona que está experimentando un serio conflicto interior puede ser mucho más propensa a entrar en conflictos relacionales con las personas a su alrededor, y, del otro lado, una persona involucrada en un conflicto relacional serio está típicamente más propensa a sentir un conflicto interior, que de otra manera tal vez no se daría. Sin embargo, el conflicto interior y el relacional son fenómenos diferentes, cada uno con sus propias causas, dinámicas y posibles enfoques de resolución. En consecuencia, cada uno puede, razonablemente, ser estudiado de manera independiente frente al otro.
Este libro está enfocado en el conflicto relacional, al cual nos referiremos de acá en adelante simplemente como ‘conflicto’, para evitar la constante repetición del término ‘relacional’.
Conflicto vs. escalamiento
Otra distinción clave, que es necesario hacer desde el comienzo de nuestro estudio del conflicto, su evolución, manejo y resolución, es aquella entre el conflicto en sí y un tipo particular de evolución del mismo que denominamos escalamiento.
Si regresamos a la definición del conflicto propuesta por Rubin, Pruitt y Kim, podemos observar que nada en ella sugiere hostilidad, ira o pelea. La incompatibilidad de aspiraciones en determinado momento, como aquella entre Juan e Isabel, puede surgir, ser reconocida por las partes, y luego ser resuelta pacíficamente entre éstas. El conflicto no implica, inevitablemente, que se va a generar una pelea.
No obstante, cuando uno pide a un grupo de personas que digan lo primero que se les viene a la mente al oir la palabra ‘conflicto’, algunas de las respuestas más frecuentes incluyen:
Disputa | Pelea |
Diferencia | Violencia |
Desacuerdo | Guerra |
Aunque todas las palabras en las dos columnas implican la presencia de aspiraciones incompatibles, existe una sutil pero muy importante diferencia entre unas y otras que es necesario enfatizar. Tres de las palabras que aparecen más arriba evidentemente sugieren la existencia de un conflicto, pero no necesariamente sugieren que éste se ha tornado hostil o destructivo. Éstas son las tres palabras de la primera columna:
Disputa | |
Diferencia | |
Desacuerdo |
Las palabras de la segunda columna, por el contrario, sugieren tanto la presencia de un conflicto como el hecho de que éste se ha tornado hostil, duro y potencialmente dañino, o, para describirlo en los términos de la teoría de conflicto, sugieren que el conflicto ha escalado:
Pelea | |
Violencia | |
Guerra |
La distinción que estamos introduciendo entre el conflicto y el escalamiento no siempre está clara en las mentes de muchas personas.
¿Por qué es importante esa distinción? Porque el conflicto y su escalamiento son fenómenos diferentes que demandan procesos muy diferentes para su manejo y su solución. Si esos procesos no son diferenciados y no son ejecutados cada uno en su momento oportuno, tienen escasas posibilidades de éxito. Como veremos en la Segunda Parte, existe sustancial evidencia que respalda la creencia de que la situación empeorará si se intenta resolver al mismo tiempo un conflicto y su escalamiento, lo cual lamentablemente se intenta hacer con bastante frecuencia.
Orígenes del conflicto
Otra pregunta crítica a la cual es importante dar una respuesta desde el principio se refiere al porqué del conflicto.
La respuesta depende, por supuesto, de cómo se define el conflicto. Si uno acepta la definición propuesta por Rubin, Pruitt y Kim, la respuesta tiene sus raíces en tres realidades: la intensidad de las necesidades y las aspiraciones humanas; el hecho que no son infinitos los medios para satisfacer esas aspiraciones, y la tendencia gregaria de la humanidad.
Los humanos entramos en conflicto, primero, porque nuestras casi infinitamente diversas necesidades y aspiraciones con frecuencia son bastante fuertes, y pueden llegar a ser enormemente intensas. Si fuésemos esencialmente indiferentes respecto de si comemos o nos quedamos con hambre, tenemos calor o frío, tenemos o no las muchas, muchas cosas con las cuales satisfacemos nuestros deseos y nuestras necesidades, entonces es bastante posible que no surgirían conflictos: ante la incompatibilidad de nuestras aspiraciones con las de otros, simplemente nos encogeríamos de hombros y seguiríamos nuestro camino. Pero lo cierto es que no somos indiferentes entre la satisfacción o la insatisfacción de nuestras necesidades y aspiraciones: cuando queremos algo, y otra persona quiere lo mismo y en consecuencia pudiera interferir con la satisfacción de nuestro deseo, esa incompatibilidad con la otra persona crea la situación que describimos como un conflicto.
Segundo, nuestras aspiraciones con frecuencia resultan ser incompatibles con las de otros simplemente porque no hay suficientes medios para satisfacer a todos. Cuando dos personas o grupos tienen una misma aspiración –territorio, agua, bosques, una mujer, un puesto de trabajo–y no hay suficientes opciones disponibles para satisfacer los deseos de todos, surge un segundo motivo importante por el cual ocurren los conflictos.
Tercero, nuestras aspiraciones con frecuencia son incompatibles con las de otros por el simple hecho de que somos animales sociales, que solemos vivir en grupos. Si cada uno de nosotros fuese un ermitaño que vive aislado de todos los demás, nuestras necesidades y aspiraciones casi nunca serían incompatibles con las de otras personas.
¿Es evitable o no, y es deseable o no el conflicto?
Otra interesante pregunta se refiere a si es o no evitable el conflicto. Dados sus orígenes, es bastante evidente que es inevitable. No existe una base lógica para pensar que podríamos atenuar la intensidad de nuestras diversas necesidades, ni la escasez de recursos disponibles, ni nuestra necesidad de vivir en sociedad. Lo que es más, al menos dos de esas características de la existencia humana –la diversidad de nuestras necesidades y nuestra sociabilidad–son importantes para que nuestras vidas sean más interesantes y satisfactorias, de manera que aun si se identificasen buenos motivos para querer evitar los conflictos, también existen muy buenos motivos para no querer hacerlo. De hecho, la mayoría de nosotros asignamos alto valor tanto a la diversidad individual como a la sociabilidad humana, y estamos interesados en la defensa de ambas.
Ahora bien, resulta lógico preguntarnos si algo es evitable en tanto es dañino, como lo son las sustancias tóxicas o las enfermedades cardiovasculares. Pero, ¿es dañino el conflicto? Si lo es, entonces deberíamos, por lógica, preocuparnos por evitarlo. Pero si no lo es, no debería ser ésa una de nuestras preocupaciones.
Muchos de nosotros estamos convencidos que el conflicto en sí no es dañino. Al contrario, como lo expresan Rubin, Pruitt y Kim:
Primero, el conflicto nutre el cambio social. (…) Una segunda función positiva del conflicto social consiste en facilitar la reconciliación de los legítimos intereses de la gente. (…) El tercer efecto positivo es que, en virtud de las primeras dos funciones, el conflicto estimula la cohesión grupal. 2
Si el conflicto no es evitable ni es dañino, deberíamos más bien preguntarnos por qué la idea de evitarlo surge con tanta frecuencia en tantos contextos diferentes.
Primero, el hecho que no se distingue entre el conflicto y el escalamiento, que ya hemos explorado, suele generar una aversión al conflicto, cuando, en realidad, a lo que la mayoría de personas tenemos aversión es al conflicto escalado –aquella condición en la cual un conflicto se vuelve una pelea y se torna doloroso y destructivo. Ciertas personas son descritas como “aversas al conflicto”, pero tal vez resultaría más apropiada la expresión “aversas al escalamiento”. Una vez que se comprende la crítica distinción entre el conflicto y el escalamiento, y se aprecia que es el escalamiento el que típicamente causa dolor y destrucción, podemos volvernos menos propensos a preguntar si el conflicto en sí puede o debe ser evitado.
Por otro lado, muchos de nosotros hemos vivido situaciones en las cuales decidimos no evitar un conflicto, sino más bien intentar resolverlo, solo para descubrir que no podemos resolverlo y, en el peor de los casos, que el intento por resolverlo solo empeoró las cosas. Intentamos, por ejemplo, conseguir que la otra persona o el otro grupo converse con nosotros sobre el tema, y nos encontramos con un silencio hostil; o, si logramos que se sienten a conversar, nos culpan del problema sin mostrar la más mínima voluntad de aceptar alguna responsabilidad por lo sucedido; o comenzamos a culparnos mutuamente, y, al comenzar a sentir frustración e ira, comenzamos a decir cosas hirientes, que quién sabe ni siquiera pensamos o sentimos en realidad, pero que pueden conducir a que causemos dolores permanentes y pongamos fin a una relación. Todos hemos tenido este tipo de experiencia, y conocemos cómo se siente el pasar por ellas. Y, además, la mayoría de nosotros no somos hábiles para el manejo y la resolución de ese tipo de situación. En consecuencia, muchas personas terminan con una fuerte aversión hacia el conflicto (que, más propiamente, es una aversión hacia el escalamiento), por malas experiencias y desconocimiento de cómo manejarlas. A ese tema está dedicada toda la Segunda Parte de este libro.
El argumento de que el conflicto “en realidad conlleva algunos interesantes beneficios potenciales” conduce a otra pregunta interesante: ¿Significa esto que deberíamos andar buscando conflictos?
Podría significar eso, siempre que estemos muy claros respecto de la tantas veces reiterada distinción entre el conflicto y el escalamiento. De acuerdo con esa distinción, ‘buscar un conflicto’ no es sinónimo de ‘buscar un pleito’ o una pelea. Buscar un conflicto podría significar, por ejemplo, buscar a personas cuyas creencias, valores, actitudes y costumbres son diferentes de las nuestras, y que aspiran a cambiar las nuestras. Una vez que encontremos a tales personas, lo cual no es nada difícil, podemos derivar algunos de esos ‘interesantes beneficios potenciales’ por medio de escuchar cuidadosamente los argumentos que proponen, hacer un esfuerzo por comprender esos argumentos y no rechazarlos de plano, tratar de comprender las raíces históricas y sicológicas de esas creencias diferentes, identificar las diferencias fundamentales con las nuestras, y -¿quién sabe?–tal vez reexaminar las nuestras a la luz de las nuevas ideas que hemos oído y comprendido.
Tal vez identifiquemos partes de nuestros propios sistemas de creencias y valores que merecen ser reexaminadas. Tal vez veamos oportunidades para mejorarnos o para mejorar nuestras relaciones con otras personas. O tal vez encontremos motivos claros para reafirmar nuestras creencias y nuestros valores. En cualquiera de los casos, si logramos evitar que escale ese conflicto, que hemos buscado, lo habremos convertido en algo valioso.
¿Cuán prevaleciente es el conflicto?
Algo que a nadie se le escapa es que el conflicto, como estamos utilizando ese término, es una realidad humana extremadamente prevaleciente. Salvo que vivamos en condición de ermitaños, lo cual no es común, es probable que nos veamos involucrados en varios conflictos –situaciones de incompatibilidad simultánea de aspiraciones–en un mismo día e incluso en el transcurso de una hora. Una persona razonablemente activa que vive hasta la vejez típicamente se verá involucrada en cientos de miles de conflictos en el transcurso de su vida.
Además, una muy alta proporción de todos los conflictos en los cuales nos vemos involucrados ocurre al interior de relaciones a largo plazo que valoramos y que deseamos conservar y mejorar. Entre éstas están nuestras relaciones con nuestras parejas, nuestros padres, nuestros hijos, nuestros amigos, nuestros vecinos, nuestros empleados, nuestros empleadores, nuestros clientes …
La validez de una teoría general
Todo conflicto humano, sea interpersonal o social, y sea bilateral o multilateral, es, al menos en algunos aspectos, diferente de todo otro conflicto, pasado, presente o futuro. No obstante, sigue siendo cierto que los conflictos humanos muestran una marcada tendencia a evolucionar bajo lineamientos similares, y que su manejo y su resolución están también sujetos a un importante número de realidades que son válidas para toda la especie humana.
Diferencias entre las normas sociales, las creencias, los valores, las actitudes, etc. que prevalecen en una y otra sociedad indudablemente afectan las maneras en que se expresa el conflicto, el grado en el cual es aceptable o no el escalamiento abierto, las maneras y los medios de posible contacto entre las partes, y muchos otros aspectos de la evolución, el manejo y la resolución de los conflictos.
No obstante, un conjunto muy poderoso de realidades sicológicas, socio-sicológicas, antropológicas y sociológicas comunes a toda la especie humana subyace todos esos procesos, de manera que es científicamente válido pensar y actuar en términos de una toría general coherente, tal como está expuesta en este libro.
Este punto fue ilustrado de manera graciosa en una ocasión por el profesor Roger Fisher de la Universidad de Harvard, autor de la teoría de negociación que exploraremos en los capítulos 15 y 16: invitado a dictar una conferencia en la época del máximo escalamiento de la Guerra Fría, la tituló “Negociar con su cónyuge o con la Unión Soviética: ¿Son diferentes?” Su respuesta es que, en esencia, no lo son. Este libro recoge esa idea, compartida con el profesor Fisher y muchos académicos contemporáneos, de que existe un cuerpo válido de teoría general, aplicable en la mayoría de situaciones, que merece la pena ser estudiado y comprendido.