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CAPÍTULO 4 EL ESCALAMIENTO

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Como ya ha sido señalado, el escalamiento es el proceso en virtud del cual un conflicto se vuelve progresivamente más hostil y destructivo. En este capítulo, examinaremos la dinámica esencial del escalamiento: por qué ocurre, los procesos socio-sicológicos específicos involucrados, y las diferentes maneras en que las partes en conflicto interactúan mientras se desarrolla el escalamiento, que se conocen como “modelos de escalamiento”, y en el capítulo 5 examinaremos las tendencias del escalamiento a la autoreversión, o a volverse crecientemente más irreversible.

La naturaleza del escalamiento

Todos tenemos mucha experiencia

Aun sin tener una comprensión académica de su dinámica, todos estamos familiarizados con el escalamiento y podemos reconocerlo fácilmente cuando se presenta.

Lo que se plantea en el resto de este capítulo y el siguiente no va a ser desconocido. De hecho, si una persona vive hasta los 80 años, la expectativa razonable es que habrá tenido un mínimo de 150 mil y tal vez hasta 500 o 600 mil conflictos en el transcurso de su vida. Si esos números parecen exagerados, debemos recordar que no estamos definiendo “conflicto” como una pelea violenta, sino para describir cualquier percepción de aspiraciones simultáneamente incompatibles.

Es imposible predecir cuántos de esos cientos de miles de conflictos escalarán. Eso depende de muchos factores individuales y sociales, como veremos en breve, pero lo que sí podemos afirmar con seguridad es que en el curso ordinario de nuestras vidas experimentaremos al menos unos cuantos miles de conflictos escalados, y que en el momento de su vida en que se encuentre al leer este libro, usted ya ha experimentado, como mínimo, unos cuantos miles.

De manera que no le estamos introduciendo a una experiencia nueva, que sería el caso si, por ejemplo, le estuviésemos llevando a su primer paseo en un submarino nuclear. Lo que intentaremos hacer es colocar la conocida experiencia del conflicto escalado en una nueva perspectiva, ojalá más útil, que le ayudará a comprenderlo mejor y, a base de los temas que abordaremos en la Segunda Parte, manejarlo mejor. La premisa más básica de este libro es que una mejor comprensión de la dinámica del conflicto, de su escalamiento, y de la tendencia de este último a volverse irreversible, que son fenómenos tan comunes y tan frecuentemente problemáticos en nuestras vidas, puede contribuir de manera significativa a mayores éxitos en su manejo y su resolución.

¿Qué involucra el escalamiento?

Como ya comenzó usted a apreciar cuando recordaba una o más experiencias recientes con conflictos escalados, el escalamiento involucra una serie de dinámicas complejas, incluidos varios estados sicológicos y cambios en estos. Para poderle brindar una comprensión teórica del escalamiento, debemos ayudarle a conocer esos estados sicológicos, así como tres conceptos que probablemente sean nuevos para usted: tácticas contenciosas, transformaciones, y modelos de escalamiento.

Las condiciones sicológicas del escalamiento

La condición sicológica que más evidentemente da fuerza a procesos de escalamiento es la ira, que la sicóloga Carol Tavris describe como “la emoción poco comprendida” 1.

La ira es una respuesta neurofisiológica muy básica a una frustración o a una amenaza percibida que está frecuentemente (aunque no siempre) conectada con la agresión. En el estado actual de nuestra comprensión de lo que realmente ocurre cuando nos enojamos, podemos decir que hay al menos dos procesos de por medio, que tienen lugar en diferentes partes del cerebro.

De un lado, el sistema límbico, que es una de las partes más primitivas del cerebro, responde a la aparente amenaza haciendo que éste segregue una familia de sustancias químicas llamadas catecolaminas, que son irritantes del sistema neural, como la ortiga lo es de la piel o los condimentos muy fuertes lo son del sistema digestivo.

Del otro lado, las funciones ‘más altas’ o más complejas, que operan en la neocorteza superior del cerebro, analizan el evento que ha provocado esa respuesta, que en sicología se describe usualmente como el estímulo, e intenta determinar si uno está frente a “un amigo o un enemigo”, para informar la resolución del clásico dilema de si “enfrentar o huir”.

Cuando la respuesta neural primaria y no diferenciada del sistema límbico se junta con un juicio con mayor contenido analítico, que nos dice que, en efecto, estamos siendo amenazados, o que se está bloqueando la satisfacción de nuestras necesidades o nuestros deseos, con frecuencia desarrollamos ese conjunto de estados emocionales o afectivos que llamamos ira.

La ira tiene efectos físicos, que incluyen un incremento del pulso, sudor en las manos, tensión nerviosa perceptible, cambios en las expresiones faciales y una frecuente tendencia a elevar el tono de la voz. La ira también influye en nuestras actitudes, induciéndonos a una mayor voluntad de actuar de manera agresiva contra la persona que provocó esa reacción, que es especialmente relevante en el escalamiento del conflicto.

Otro estado afectivo que con frecuencia está involucrado en el escalamiento de los conflictos es el temor. En el capítulo 2 ya se exploró cómo influye el temor en la adopción de una estrategia contenciosa: podemos temer los posibles daños que pudiera causarnos la otra parte, incluidos dolores, físicos o emocionales, u otros tipos de privación (por ejemplo, la pérdida del empleo o una mala nota en clase).

Según lo han demostrado varias investigaciones, una de las cosas que la mayoría de personas más temen es la pérdida de su buena imagen, sea de fuerza, de habilidad o de bondad 2, que también exploramos brevemente en el capítulo 2. La percepción de una amenaza contra nuestra buena imagen, es decir, el temor a pérdida de imagen, es en consecuencia una de las fuerzas más poderosas que operan en el escalamiento de conflictos.

El temor provoca algunas reacciones físicas diferentes de las que provoca la ira, incluidas una inyección interna de adrenalina que provoca mayor fuerza física, y una excitación de todo el sistema neural que explica por qué se nos ‘paran los pelos’ (literalmente), y explica también un efecto muy interesante en la circulación de la sangre. ¿Ha visto alguna vez a una persona que “casi se muere del susto”? Si la ha visto, entonces seguramente se fijó que estaba terriblemente pálida. ¿Sabe usted por qué? La respuesta es que el sistema límbico, la porción más primitiva del cerebro humano, responde a una potencial amenaza enviando una porción sustancial de todo el torrente sanguíneo a los pies, para mejorar la capacidad de huida de la persona. La próxima vez que vea a una persona que está más pálida que una hoja de papel, recuerde que, aunque tal vez ni lo sepa, su cerebro la ha preparado para que pueda huir rápidamente.

En general, los efectos del temor en nuestras actitudes y nuestro comportamiento tienden a ser similares a los de la ira: también incluyen una mayor voluntad de comportarnos de manera hostil y agresiva, y de castigar a quienes nos han asustado.

Otra realidad sicológica que está involucrada de manera importante en el escalamiento es la voluntad de culpar al otro. Algunos investigadores han constatado que la intensidad de la ira hacia la otra parte puede aumentar de manera significativa cuando se cree que la otra persona actuó con premeditación, estaba consciente de los daños que podría causar, o violó normas aceptadas de comportamiento 3. Cualquiera de estas creencias constituye base convincente para culpar a la otra persona, tanto por la existencia en sí del conflicto como por su escalamiento, y proporciona incentivos para castigar al otro y para justificar o racionalizar el propio comportamiento contencioso y agresivo, que ayuda al mantenimiento de una buena autoimagen.

Como puede verse, las condiciones sicológicas más prevalecientes en el escalamiento del conflicto tienden a reforzarse mutuamente: el temor y un sentido de amenaza pueden reforzar a la ira con gran facilidad; echarle la culpa al otro puede reforzar la ira, el temor y la protección de la propia imagen; y así, sucesivamente.

La agresión y la agresividad

Con mucha frecuencia, la ira, el temor, la defensa de la propia imagen y la tendencia a culpar a la otra parte, que alimentan el escalamiento, también inducen a una o más de las partes a comportarse de manera agresiva. La agresión y la agresividad, que es la tendencia a frecuentes episodios de comportamiento agresivo en diferentes circunstancias, merecen una breve exploración en su propio derecho.

Muchos de los pensadores más influyentes de la tradición intelectual de Occidente, incluidos San Agustín, Macchiavello, Hobbes, Marx, y el fundador de la sicología moderna, Sigmund Freud, han sostenido que nosotros los humanos somos agresivos por impulso natural. Freud sostuvo que hay cuatro impulsos humanos naturales: el hambre, la sed, el impulso sexual y la agresión. 4 La esencia de un impulso es que su satisfacción es necesaria, y que su no satisfacción conlleva consecuencias negativas que, en el extremo, amenazan la supervivencia del individuo y de su especie.

Esta noción nunca fue universalmente aceptada, pero recibió su más firme desafío en 1939, cuando cinco sicólogos de la Universidad de Yale, Dollard, Doob, Miller, Mowrer y Sears propusieron una radicalmente nueva teoría de la agresión, que la entiende como una respuesta a la frustración de las necesidades y aspiraciones. 5 Es muy claro el contraste entre esta nueva teoría y la anterior: la antigua teoría entiende a la agresión como un impulso natural que necesariamente debe ser satisfecho; la nueva teoría la entiende, en términos exactamente opuestos, como una respuesta, también natural, pero respuesta a estímulos limitantes externos, que nunca tendría lugar en ausencia de dichos estímulos.

Se esgrimen argumentos razonablemente persuasivos de un lado y del otro de este debate. Aquellos para quienes resulta más convincente la teoría del ‘impulso innato’ sustentan su creencia señalando la facilidad y frecuencia con la cual casi todos nosotros, para no decir todos, nos ponemos agresivos en algún momento. El principal argumento del otro lado es que, si la agresión fuese, en efecto, un impulso innato que necesita ser satisfecho, entonces cada uno/a de nosotros tendría que cometer un acto de agresión de tiempo en tiempo, de igual manera que necesitamos comer alimentos o beber líquidos cada cierto tiempo.

Probablemente sea válido afirmar que en este caso, como en el de muchos otros temas, no es posible llegar a una conclusión que esté más allá de duda razonable. No importa cuál de las teorías nos parezca más convincente, no podemos probar su validez. En tal virtud, resulta tal vez más importante, especialmente en el contexto de la teoría del conflicto y su resolución, explorar las implicaciones de creer lo uno o lo otro.

La idea de que la agresión y la agresividad son parte de nuestra naturaleza innata y esencial tiende a dar pábulo a: (i) la creencia de que son inevitables, y que nada se puede hacer para evitar los propios actos individuales o grupales de agresión; y (ii) la creencia de que una persona o un grupo que comete un acto de agresión no es, en último caso, moralmente responsable por las consecuencias que pudieran derivarse. Ambas creencias subyacen afirmaciones como “No lo pude evitar,” o “¿Qué esperabas? Soy solo humano,” detrás de las cuales quienes cometen actos de agresión se escudan con frecuencia ante pedidos de que controlen su agresividad o que asuman la responsabilidad por ella.

Al contrario, la idea de que la agresión y la agresividad son reacciones que pueden ser controladas tiende a respaldar: (i) la creencia de que hay mucho que podemos hacer para aprender a evitar o a mitigar nuestras actitudes y nuestros comportamientos agresivos; y (ii) la creencia de que sí debemos asumir la responsabilidad moral por los daños a otras personas que pudiesen causar nuestros actos de agresión.

La manera en que Usted comprenda el escalamiento y sus causas será sustancialmente influenciada por el juicio de valor al que llegue sobre esta muy importante cuestión de si los seres humanos cometemos actos de agresión por un impulso innato o, al contrario, si estos constituyen una respuesta a estímulos externos que puede ser traída bajo un creciente control consciente a base de la reflexión y del esfuerzo.

Muchos investigadores que han dedicado sus vidas al estudio de la violencia han llegado a la conclusión de que ésta constituye un claro potencial, pero no una necesidad en la naturaleza humana. Preocupados porque este consenso científico no está adecuadamente diseminado o comprendido, 20 de los más destacados sicólogos, neurofisiólogos, eticistas y expertos en otros campos de las ciencias biológicas y sociales, oriundos de 12 países, se reunieron en Sevilla, España en 1986 y emitieron la Declaración de Sevilla, 6 que ha recibido el posterior respaldo de la American Psychological Association y de la American Anthropological Association, entre otras importantes organizaciones académicas, y fue adoptado por el Consejo Económico y Social de la ONU, UNESCO, en 1989. El siguiente es el texto completo de dicha Declaración:

En el convencimiento de que es nuestra responsabilidad referirnos, desde nuestras respectivas disciplinas particulares, a las actividades más peligrosas y destructivas de nuestra especie, que son la violencia y la guerra; con el reconocimiento de que la ciencia es un producto cultural humano que no puede ser definitivo ni totalmente incluyente; y con agradecido reconocimiento por el apoyo recibido de las autoridades de Sevilla y de los representantes de UNESCO en España; nosotros, los académicos que suscribimos, provenientes de todas partes del mundo y de varios campos científicos relevantes, nos hemos reunido y hemos llegado a la siguiente Declaración sobre la Violencia. En ella, desafiamos varios de los descubrimientos supuestamente biológicos que han sido utilizados, aun al interior de algunas de nuestras disciplinas, para justificar la violencia y la guerra. Porque esos supuestos descubrimientos han contribuido a generar un ambiente de pesimismo en nuestros tiempos, planteamos que el abierto y meditado rechazo de esos conceptos errados puede contribuir de manera significativa al Año Internacional de la Paz.

El uso inapropiado de teorías o de datos científicos para justificar la violencia y la guerra no es algo nuevo; se ha hecho desde el advenimiento de la ciencia moderna. Por ejemplo, la teoría de la evolución ha sido utilizada para justificar no solo la guerra, sino también el genocidio, el colonialismo y la supresión de los débiles.

Fijamos nuestra posición a base de cinco proposiciones. Estamos conscientes de que hay muchos otros temas en relación con la violencia y la guerra que podrían ser provechosamente enfocados desde el punto de vista de nuestras diciplinas, pero nos restringimos acá a lo que consideramos ser un importante primer paso.

“La guerra es producto de la cultura. La guerra es biológicamente posible, pero no es inevitable.”

Es científicamente incorrecto decir que hemos heredado una tendencia a hacer la guerra de nuestros ancestros animales. Aunque luchar es un comportamiento muy común entre especies animales, se han reportado solo unos pocos casos, entre las especies actualmente vivientes, de luchas destructivas al interior de una misma especie, y ninguno de esos casos involucra el uso de herramientas diseñadas para ser usadas como armas. La normal alimentación de una especie con base en la depredación de otra no puede ser considerada el equivalente de la violencia al interior de una misma especie. La guerra es un fenómeno peculiarmente humano y no ocurre entre otros animales.

El hecho que la guerra ha cambiado tan radicalmente a través del tiempo indica que es un producto cultural. Su conexión biológica es principalmente a través del lenguaje, que hace posible la coordinación de los grupos, la transmisión de la tecnología y el uso de herramientas. La guerra es biológicamente posible, pero no es inevitable, como lo evidencia la variación de su ocurrencia y naturaleza en el tiempo y en el espacio. Existen culturas en las que no han ocurrido guerras desde hace varios siglos, y existen otras que han participado en guerras, a veces con frecuencia, y otras que no lo han hecho.

Es científicamente incorrecto decir que la guerra o cualquier otra manifestación de la violencia está genéticamente programada en nuestra naturaleza humana. Aunque es cierto que los genes están involucrados en todo tipo de función del sistema nervioso, proporcionan un potencial de desarrollo que solo puede ser actualizado en conjunción con el ambiente ecológico y social. Aunque los individuos varían en su predisposición a que les afecten sus experiencias, es la interacción entre su herencia genética y las condiciones de crianza y desarrollo que determina sus personalidades. Salvo raros casos patológicos, los genes no producen individuos necesariamente predispuestos a la violencia. Tampoco determinan lo opuesto. Siendo los genes copartícipes en el establecimiento de nuestras capacidades de comportamiento, no determinan los desenlaces por sí solos.

Es científicamente incorrecto decir que en el transcurso de la evolución humana ha ocurrido una selección a favor de comportamientos agresivos por sobre otros tipos de comportamientos. En toda especie que ha sido bien estudiada, el status al interior del grupo se logra a base de la habilidad para cooperar y para desempeñar funciones sociales relevantes para la estructura de ese grupo. La ‘dominación’ involucra enlaces y afiliaciones sociales; no es simplemente función de la posesión y el uso de un poder físico superior, aunque sí involucra comportamientos agresivos. En los casos en que se ha instituido una selección genética a favor de la agresión en ciertos animales, por medios artificiales, ha resultado rápidamente en la producción de individuos hiper-agresivos; esto indica que la agresión no fue seleccionada en niveles máximos bajo condiciones normales. Cuando tales animales hiperagresivos, creados en contextos experimentales, están presentes en un grupo, perturban el orden social o son expulsados del grupo. La violencia no está ni en nuestro legado evolutivo ni en nuestros genes.

Es científicamente incorrecto decir que los humanos tenemos un ‘cerebro violento’. Aunque sí tenemos los mecanismos neurales para actuar de manera violenta, estos no son activados automáticamente por estímulos internos o externos. Como los primates superiores, y a diferencia de otros animales, nuestros procesos neurales superiores filtran tales estímulos antes de que podamos actuar con base en ellos. Cómo actuamos es moldeado por cómo hemos sido condicionados y socializados. No existe nada en nuestra neurofisiología que nos impulse a reaccionar con violencia.

Es científicamente incorrecto decir que la guerra es causada por ‘instintos’ o por cualquier motivación única. El desarrollo de la guerra moderna ha sido un largo viaje desde el dominio de factores emocionales y motivacionales llamados ‘instintos’ hacia el dominio de factores cognitivos. La guerra moderna involucra el uso institucional de características personales tales como la obediencia, la posibilidad de la sugestión y el idealismo; habilidades sociales como el lenguaje; y consideraciones racionales tales como el cálculo de costos, la planificación y el procesamiento de la información. La tecnología de la guerra moderna ha exagerado rasgos asociados con la violencia tanto en el entrenamiento de combatientes como en la preparación para la guerra de las poblaciones en general. Como consecuencia, tales rasgos con frecuencia se consideran, equivocadamente, las causas y no las consecuencias del proceso.

Concluimos que la biología no condena a la humanidad a la guerra, y que la humanidad puede ser liberada de su sometimiento al pesimismo biológico y empoderada para emprender con confianza las tareas transformadoras necesarias en este Año Internacional de la Paz y en los años venideros. Aunque esas labores son principalmente institucionales y colectivas, también descansan en la conciencia de participantes individuales, para quienes el pesimismo y el optimismo son factores cruciales. Así como “la guerra comienza en las mentes de las personas”, la paz también comienza en nuestras mentes. La misma especie que inventó la guerra es capaz de inventar la paz. La responsabilidad yace en cada uno de nosotros.

• Sevilla, España, 16 de mayo, Año Internacional de la Paz, 1986.

Las herramientas de la contienda: las tácticas contenciosas

¿Qué es lo que en efecto hacemos cuando nos vemos involucrados en un proceso de escalamiento? La respuesta yace en la noción de las tácticas contenciosas, varios tipos de comportamientos con los cuales buscamos que la otra parte decida ceder, objetivo que en la práctica se puede lograr haciendo que la otra parte se asuste o se sienta sicológicamente disminuida, o, al contrario, pueden causar que la otra parte se irrite, se enoje y se ponga agresiva y hostil, en cuyo caso lo más probable es que el conflicto escale.

Las tácticas contenciosas pueden clasificarse en ligeras, medianas y pesadas. Las ligeras incluyen los argumentos persuasivos, el halago no sincero y el congraciamiento, que es el proceso de hacerse agradable de manera también no sincera. El grupo intermedio incluye hacer que la otra persona se sienta incómoda o culpable. Las tácticas contenciosas pesadas incluyen amenazas de causar serio daño, los llamados compromisos irrevocables y el hecho de provocar daños físicos o sicológicos. Cada uno de estos tipos de tácticas contenciosas es explorado en más detalle a continuación, y se presenta un resumen de ellas en la Tabla 4.1 al final de esta sección.

Las tácticas contenciosas ligeras

Argumentos persuasivos: ¿Habría Usted pensado, de ordinario, que la simple presentación de un argumento persuasivo en favor de las propuestas o las aspiraciones de una persona o un grupo pudiera ser considerada ‘contenciosa’? Es probable que no. Recuerde, sin embargo, que definimos como ‘contenciosa’ a cualquier estrategia cuyo objetivo es la satisfacción de las propias aspiraciones, independientemente de si se satisfacen o no los de la otra parte. Si la intención del argumento persuasivo es obtener una ventaja a costa de la otra parte, es contencioso.

Halago no sincero: El halago también puede ser una táctica contenciosa, por los mismos motivos por los cuales puede serlo un argumento persuasivo: decirle a una joven que se ve bella cuando en realidad uno no lo cree –en otras palabras, brindarle un halago no sincero para satisfacer los propios objetivos, sin importar si se satisfacen o no los de ella–es evidentemente contencioso.

Hacerse agradable a ojos de otra persona (que también se conoce como congraciarse), que en la mayoría de circunstancias es irreprochable, se vuelve una táctica contenciosa si de por medio hay la intención de sacar ventaja de las reacciones que genera. Maneras típicas de congraciarse incluyen esperar a saber a qué candidato apoya la otra persona en una elección, qué vino le agrada, etc. y luego expresar la misma preferencia, aunque uno no la comparta en realidad..

El halago y el congraciamiento presentan un interesante problema por el hecho de que son tácticas ambiguas. La joven a quien se le dice que se ve bella o la persona con cuyos gustos y preferencias nos expresamos siempre de acuerdo no tienen cómo saber, de inmediato, si están o no siendo sometidas a tácticas contenciosas. Como vimos recién, la llave para determinar si es ése el caso está en las intenciones de la otra parte, que no son inmediatamente aparentes. Si la intención detrás de decirle a la joven que se ve bella es reforzar su autoestima o alegrarla en un momento de tristeza (en otras palabras, ayudar a la satisfacción de alguna necesidad de ella, sin la expectativa de satisfacer las nuestras) no estaría ocurriendo nada contencioso. Si por el contrario (como primero se presentó el ejemplo), la persona que le dice lo bella que se ve en realidad no lo cree, y la está halagando solo para conseguir algo de parte de ella, la táctica es contenciosa, aunque esto no sea evidente. Lo mismo es cierto en el caso del congraciamiento.

La ambigüedad señalada hace que estos dos tipos de táctica contenciosa sean particularmente insidiosas, y éste es uno de los motivos por los cuales ambos tipos se utilizan con mucha frecuencia. Quien las aplica puede fácilmente ‘lanzar piedras y esconder el brazo’: si aplica estos dos tipos de tácticas, puede, si se le desafía, negar cualquier intención contenciosa.

Las tácticas contenciosas intermedias

Las tácticas que típicamente son categorizadas en un nivel intermedio entre ‘ligeras’ y ‘pesadas’ incluyen:

Hacer que la otra persona se sienta culpable, táctica contenciosa de frecuente uso, que es diferente, de dos maneras importantes, de las últimas examinadas. Primero, no es ambigua: si una joven le dice a su enamorado, en tono triste, que su mal humor y largos silencios le hacen daño, no existe duda de que le anima una intención contenciosa, y no hay motivos para dudar de la sinceridad de sus expresiones: tal declaración de malestar es sin duda una táctica contenciosa.

La otra manera en que esta táctica contenciosa es diferente de las dos anteriores es que inducir un sentido de culpa en la otra parte está algo más arriba en una escala de ‘hostilidad’ o de ‘pesadez’. El halago y el congraciamiento son casi siempre menos irritantes. La mayoría de nosotros, en consecuencia, mostraremos una menor tendencia a responder de manera defensiva o, peor, ofensiva, ante un halago o un intento por congraciarse con nosotros. Al contrario, sí estamos con frecuencia dispuestos a responder de manera contenciosa cuando alguien intenta hacernos sentir culpables.

Irritar a la otra persona, pero no mucho: Subiendo unos cuantos puntos en la escala de ‘contenciosidad’, a niveles en los cuales es cada vez más probable que se genere un escalamiento, la táctica de irritar levemente, confundir o avergonzar a la otra parte para reducir su resistencia a ceder puede llevarse a cabo de diversas maneras 7.

Éstas incluyen burlarse de la otra parte, resaltar sus deficiencias o sus debilidades y avergonzarla frente a otros.

Las tácticas contenciosas pesadas

La amenaza de hacer serio daño: ¿Quién de nosotros jamás ha recibido o proferido una amenaza? Padres, hijos, profesores, empleadores, amigos … todos las proferimos con alguna frecuencia. En consecuencia, la mayoría de nosotros conocemos cuán efectivas pueden ser. Aún si éstas son, en sí, poco duras (por ejemplo, “No te voy a prestar el libro”), el mero hecho de que se profieran típicamente trae consecuencias negativas porque revela una posible voluntad de causar daño.

Las amenazas son diferentes, en ese sentido, de las advertencias: si usted está caminando bajo un andamio y algo comienza a caer desde él, no pensaría que le está amenazando la persona que le grita “¡Cuidado!” Al contrario, si alguien dice, “¡Deme lo que quiero o le pego un tiro!” es obvio que tiene la voluntad de hacer daño. Todavía no se sabe con seguridad, pues subsiste alguna duda respecto de cuán creíble es la amenaza, pero el mero hecho de que ha sido proferida significa que existe al menos algún nivel de posibilidad de que la intención de hacer daño esté presente. La distinción general entre tácticas contenciosas ‘ligeras’ y ‘pesadas’ es obviamente aplicable a las amenazas, las cuales también pueden ser ‘más ligeras’ o ‘más pesadas’. “No te voy a prestar mi libro” es una amenaza evidentemente más ligera que “No te volveré a hablar,” o que “Te mataré,” o “Bombardearemos sus poblaciones civiles” que son amenazas evidentemente pesadas. También es importante aclarar que la naturaleza del daño que se causaría no es solo físico: puede darse la amenaza de causar daños sicológicos, y la amenaza de estos puede incluso resultar más efectiva que la de causar daños físicos. Finalmente, la manera en que se expresa una amenaza puede hacer una importante diferencia: si es expresada suavemente, puede resultar menos amenazante que si es expresada seria o agresivamente.

Compromisos irrevocables: Estos involucran el establecimiento invariable de un determinado curso de acción, no importa qué, de manera que la culpa de cualquier consecuencia negativa se traslada a la otra parte. Un usuario frecuente de esta táctica contenciosa fue Gandhi: por ejemplo, informaba a las autoridades coloniales británicas que decenas de miles de opositores al régimen colonial en la India iban a realizar una marcha de protesta, y que continuarían con su marcha no importaba cuán dura fuese la represión en su contra. El compromiso irrevocable consistía en la decisión de seguir marchando, con la cual Gandhi transfería a las autoridades británicas toda la responsabilidad moral de decidir si intentar o no evitar las manifestaciones y por qué medios tratar de hacerlo. Si el intento llegase a resultar en violencia y derramamiento de sangre, la culpa sería de los ingleses.

Provocar daños serios: Esta es, claramente, la máxima táctica contenciosa, cuyo objetivo es obligar (y ya no solo persuadir) a la otra parte a ceder. Consiste en destruir sus bienes, causar serios dolores físicos o sicológicos y, en el extremo, matar a la otra parte o a personas allegadas a ésta. Como sabemos demasiado bien, el uso de esta táctica contenciosa es muy común. En todos los contextos de las relaciones humanas –parejas, familias, comunidades de varios tipos, naciones, el plano internacional–individuos y grupos se causan daños y dolores físicos y sicológicos de manera continua y reiterada. Este es el motivo fundamental por el cual el escalamiento alto de los conflictos llega a ser un problema de extrema gravedad.

Tabla 4.1 Resumen de las tácticas contenciosas

LigerasIntermediasPesadas
Argumentos persuasivosGenerar sentido de culpaAmenazas pesadas
Halagos no sincerosIrritar al otroCompromisos irrevocables
CongraciamientoAmenazas seriasDaños físicos y sicológicos
Amenazas ligeras

¿Qué pasa con quien es objeto de las tácticas contenciosas?

Como ya se ha señalado, el objetivo de la aplicación de tácticas contenciosas es tratar de persuadir y, por último, de obligar a la otra parte a que ceda. Con frecuencia se logra ese resultado y, con él, un desenlace GP: una u otra de las partes que es objeto de tácticas contenciosas simplemente se rinde. Mostramos este proceso en el diagrama del conflicto somo sigue:


Donde la parte más alta de la línea del escalamiento, P, es el punto en el que la parte que decide hacerlo se rinde. Como puede verse, el punto P es relativamente más bajo que los niveles de escalamiento que pudieran alcanzarse de otra manera, que se indican con la línea punteada.

La rendición no es, sin embargo, siempre la consecuencia de ser el objeto de tácticas contenciosas. En otras ocasiones, la parte que es objeto de ellas simplemente se niega a darse por vencida, no importa cuán pesadas y dañinas se hayan vuelto las tácticas contenciosas que la otra parte aplica. Esa decisión de no darse por vencida responde, en un alto grado, al fenómeno que en el capítulo 2 describimos como rigidez de las aspiraciones. Cuanto más rígidas las aspiraciones de una Parte A, menos probable es que, a medida que el conflicto escala, las tácticas contenciosas que aplique la Parte B logren que A se dé por vencida.

Una vez más, estamos frente a los efectos combinados de lo que ocurre de lado y lado. Si la rigidez de aspiraciones de quien es objeto de las tácticas contenciosas es baja, la aplicación de las más ligeras pudiera ser suficiente para que ésta decida ceder y el conflicto, desde su punto de vista, tenga un desenlace PG. Del otro lado, como acabamos de ver, si se aplican tácticas contenciosas ligeras y éstas se enfrentan a un alto grado de rigidez de aspiraciones, lo probable es que suba la intensidad del escalamiento a cada vez mayores niveles, y se incremente también la rigidez de las aspiraciones de las partes. Esta combinación potencialmente letal ocurre, incluso, en imágenes en espejo, con la aplicación de tácticas contenciosas cada vez más pesadas de lado y lado y, al mismo tiempo, la creciente determinación de ambas partes de no ceder, bajo ninguna circunstancia, a raíz de las rigidez de sus aspiraciones.

La rigidez más extrema es alcanzada cuando está amenazada la satisfacción de las necesidades humanas más básicas, como lo señaló John Burton. Cuando las necesidades de un individuo o de un grupo de alimentos, agua, seguridad, etc. están bajo la amenaza de no ser satisfechas, la rigidez de esas aspiraciones puede hacer que sigan peleando hasta la muerte, no importa cuán pesadas sean las tácticas contenciosas que la otra parte llegue a aplicar en su contra.

Transformaciones

Otra dimensión interesante del proceso de escalamiento es la serie de transformaciones que ocurren al interior de las partes, y en la relación entre ellas, a medida que avanza el proceso.

Cinco tipos de transformaciones son generalmente reconocidas, aunque, como se planteará más adelante, es mejor entender que son seis: ligero a pesado, pequeño a grande –que es la transformación que acá se propone debe ser vista como dos distintas–específico a general, pocos a muchos y una creciente voluntad de hacer daño.

Ligero a pesado

Esta transformación está directamente conectada con la progresión de tácticas contenciosas de más ligeras hacia más pesadas. Aunque es posible que una u otra de las partes aplique las tácticas contenciosas más pesadas desde el inicio de un conflicto (en cuyo caso se podría decir que el escalamiento “nace” pesado), lo más frecuente es que la contenciosidad mutua entre las partes se exprese inicialmente a través de tácticas contenciosas ligeras, y se mueva solo gradualmente hacia arriba en la escala de ‘pesadez’.

La parte A podría, por ejemplo, comenzar por aplicar argumentos persuasivos o una amenaza ligera, luego tratar de hacer que la Parte B se sienta culpable o decir algo hiriente, y posteriormente escalar hacia alguna de las tácticas realmente pesadas. Todos hemos experimentado este tipo de progresión, la cual ocurre, típicamente, si el objetivo primordial de una estrategia contenciosa –conseguir que la otra parte ceda para lograr un desenlace GP–no se está logrando con solo las tácticas ligeras.

Pequeño o grande

La transformación que es generalmente descrita en teoría de conflicto como ‘pequeño a grande’ en realidad involucra dos distintas transformaciones, que es preferible identificar y analizar de manera separada.

Inclusión de otros conflictos (o Proliferación de temas)

El término ‘proliferación de temas’ describe el proceso mediante el cual las partes agregan progresivamente más temas en conflicto al proceso de escalamiento. Regresemos al ejemplo de Juan e Isabel. Asumamos que ambos han asumido estrategias contenciosas, y que en consecuencia el conflicto entre ellos ha escalado. Asumamos, además, que la pelea va creciendo en intensidad y se vuelve cada vez más iracunda y agresiva. En ese proceso, Isabel saca a relucir otro antiguo (y no resuelto) conflicto respecto del lugar al que salen a comer con frecuencia, que es el favorito de él, pero no de ella. Juan luego se queja de que ella no deja que las viejas peleas se queden en el olvido. Ella se queja de su mal genio. Y así, sucesivamente. ¿Resulta familiar? Esa es la proliferación de temas.

La literatura de la teoría de conflicto tiende a tratar esa proliferación como una característica del escalamiento de un solo conflicto. Parece más apropiado, sin embargo, reconocer que consiste en la inclusión, en el escalamiento de un conflicto original, de uno o más conflictos adicionales que involucran la incompatibilidad de otras aspiraciones. Esta manera de entender el asunto podría expresarse en el diagrama de la evolución de los conflictos como sigue:


Donde la línea 1 representa al conflicto original, en el transcurso del escalamiento del cual se agregan, sucesivamente, los conflictos 2, 3, 4 y 5.

Entendida en estos términos, resulta más apropiado describir a esta transformación como la inclusión de otros conflictos.

Asignación de creciente importancia y más recursos

La otra variable que se incluye en la idea tradicional de la transformación ‘pequeño a grande’ es la importancia que las partes asignan al conflicto. A medida que progresa el escalamiento y crecen los temores y la sensación de amenaza, existe una natural tendencia a asignar una creciente importancia al conflicto a invertir crecientes recursos -tiempo, atención, apoyos que se adquieren con dinero–para su manejo.

Esta asignación de creciente importancia puede ser consecuencia, al menos en parte, de la inclusión de otros conflictos que recién se explicó, o puede ocurrir aun si no se incluye ningún otro conflicto en el escalamiento del original. El hecho que pueden darse separadamente la inclusión de otros conflictos o la asignación de creciente importancia es lo que más justifica el tratamiento de estos procesos como dos transformaciones separadas.

Específico a general

A medida que va subiendo el nivel del escalamiento, existe una tendencia a que el o los temas que originalmente fueron materia del conflicto se vuelvan crecientemente menos precisos en las mentes de las personas involucradas. En el extremo, las aspiraciones originalmente incompatibles pueden nublarse a tal punto que son olvidadas, y la relación entre las partes se vuelve, en general, una de confrontación y antagonismo. Esta es la esencia de la transformación ‘específico a general’. Se manifiesta claramente cuando a las partes se les pregunta de qué se trata el conflicto y tienen que admitir que no se acuerdan, lo cual significa que el escalamiento del conflicto ha adquirido vida propia, y es la dinámica de éste la que domina la relación. William Ury relata un ejemplo clásico:

Pregúntele a la esposa por qué le grita al marido y puede que ella responda, “Porque él me está gritando a mí.” Pregunte al marido por qué le está gritando a su mujer, y él dará la misma respuesta: “Porque ella me está gritando a mí.” 8

Pocos a muchos

Otra transformación que ocurre con frecuencia a medida que escala un conflicto es la progresiva inclusión de otras partes. Esto puede suceder porque una o más de las partes originales busca el apoyo y la ayuda de aliados, o porque el conflicto comienza a afectar los intereses, la seguridad, etc. de otros que no estuvieron inicialmente involucrados o afectados. En cualquiera de los dos casos, las consecuencias de la inclusión de más participantes o actores son una mayor posibilidad de destructiva hostilidad y una mayor dificultad para el posterior des-escalamiento y la resolución del conflicto.

Existen muchos ejemplos de la transformación ‘pocos a muchos’. Un clásico caso en la historia moderna fue la progresiva incorporación, en ejecución de tratados de mutua defensa, de más y más países al conflicto, originalmente entre el Imperio Austro-Húngaro y Serbia, que derivó en la Primera Guerra Mundial. En los contextos interpersonales y familiares, es extremadamente frecuente que conflictos entre esposos o entre enamorados comiencen a involucrar a otros miembros de las respectivas familias, a medida que crece el escalamiento.

Creciente voluntad de hacer daño

La última transformación crítica es la creciente voluntad de hacerle daño a la otra parte, que claramente involucra la reducción de las inhibiciones morales que la mayoría de personas sentimos en contra de causar dolor y sufrimiento a otras personas. La reducción de esa inhibición puede ser alimentada por tres de las otras cuatro transformaciones: la inclusión de otros conflictos, la asignación de mayor importancia a los conflictos en proceso de escalamiento, y la inclusión de otras partes en el conflicto. Una mayor voluntad de hacer daño a la otra parte a su vez puede alimentar la transformación de ‘ligero a pesado’.

Puede argumentarse que una mayor voluntad de hacer daño a la otra parte es la más seria de todas, por sus efectos en las partes. Retomaremos esta idea en el capítulo 5, en el que exploraremos la tendencia del escalamiento a volverse irreversible.

Tabla 4.2

Resumen de las transformaciones que ocurren durante el escalamiento

Formulación Tradicional 9Propuesta en este libro
Ligero a pesadoLigero a pesado
Pequeño a grandeInclusión de otros conflictos Creciente importancia y más recursos
Específico a generalEspecífico a general
Pocos a muchosPocos a muchos
Estar bien-Competir-Hacer dañoCreciente voluntad de hacer daño

Modelos de escalamiento

El escalamiento puede seguir tres patrones o modelos básicos: escalamiento unilateral, espiral autoreversante o espiral con cambios estructurales. En cualquier punto de la evolución de un conflicto, los modelos son mutuamente excluyentes, pues es virtualmente imposible que se den dos de ellos al mismo tiempo. A través del tiempo, sin embargo, el escalamiento de un determinado conflicto puede cambiar de un modelo a otro, algo que en efecto sucede con cierta frecuencia.

Escalamiento unilateral

Como lo sugiere el término, este modelo describe una situación en la que solo una (o algunas) de las partes experimentan las condiciones sicológicas y las transformaciones que caracterizan el proceso de escalamiento. Refiriéndonos una vez más a su propia experiencia, puede que recuerde una o más ocasiones en las que participó en u observó un conflicto en el que una de las partes se iba poniendo cada vez más furiosa, dura y agresiva, escalando unilateralmente, mientras la otra parte permanecía tan tranquila como había estado antes de que surja el conflicto. La llave para considerar ‘unilateral’ al escalamiento es el hecho que dicha parte no escala: sus emociones, sus actitudes y su comportamiento permanecen en un nivel constante, mientras que las de la otra parte sí escalan.

Espirales

La manera más simple de clarificar la idea del escalamiento unilateral es por medio de contrastarlo con uno en espiral, que Rubin, Pruitt y Kim describen como sigue:

Las tácticas contenciosas de la Parte A estimulan una reacción contenciosa por parte de la Parte B, que provoca más comportamiento contencioso en la Parte A, completando el círculo e iniciando su siguiente iteración. (…) Las tácticas pesadas que utiliza la Parte A producen estados sicológicos en la Parte B que estimulan una reacción de dureza de su parte, que producen estados sicológicos en la Parte A, y así, sucesivamente, una y otra vez. 10

Las espirales pueden a su vez evolucionar de dos maneras muy distintas que exploraremos en las secciones siguientes: espirales autoreversantes y espirales con tendencia a que el escalamiento se vuelva irreversible.

Espirales autoreversantes

La esencia de una espiral autoreversante es que involucra estados sicológicos de baja intensidad y corta duración, que bajo la mayoría de circunstancias muestran una tendencia a evanecerse por su cuenta, y con relativa rapidez. El ejemplo clásico de una espiral autoreversante es una pelea entre enamorados: las partes pueden llegar a estar muy enojadas y a comportarse con altos niveles de hostilidad mutua, pero como con una tormenta de verano, el mal momento dura poco y, una vez que se pasa, las cosas regresan a su estado ‘normal’ previo, caracterizado por sentimientos dulces y afecto mutuo. En la mayoría de casos, no es aplicado todo el rango de posibles tácticas contenciosas mientras dura la espiral del escalamiento, y las transformaciones que tienen lugar generalmente se limitan a un grado moderado de ‘ligero a pesado’, la inclusión de otros conflictos y la asignación de mayor importancia. Por el contrario, generalmente son evitadas las tácticas contenciosas más pesadas y las transformaciones de ‘específico a general’, ‘pocos a muchos’ y ‘mayor voluntad de hacer daño’.

Una espiral temporal y autoreversante es representada en el diagrama de la evolución de un conflicto como sigue:


Los niveles de intensidad del escalamiento temporal de un conflicto pueden a su vez ser más o menos severos:


Espirales con tendencia a que el escalamiento se vuelva irreversible

No es siempre el caso que el escalamiento de un conflicto sea de baja intensidad y duración, y autoreversante. En algunas ocasiones, una variedad de fenómenos adicionales intervienen en el proceso y resultan en que el escalamiento adquiera una creciente tendencia a volverse irreversible, que es representada en el diagrama de la evolución de un conflicto como sigue:


Los niveles de intensidad de un escalamiento acompañado de cambios semipermanentes o estructurales también pueden ser más o menos severos:


La compleja y fascinante dinámica de este modelo de escalamiento es el tema del siguiente capítulo.

Teoría del conflicto

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