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Guerrilleros en la Guerra Civil
«Ha llegado el tiempo de los lobos, la hora del fascismo:
las personas se comportan como lobos y
estos como personas».
Vasili Grossman, La Madonna Sixtina.
La guerrilla antifranquista (vulgo, maquis) organizada como tal no existirá en España hasta el verano de 1944, en la recta final de la Segunda Guerra Mundial, y vendrá desde el sur de Francia, para reencontrarse con núcleos resistentes de emboscados y débiles apoyos en algunas ciudades. Pese a las dificultades estos resistentes representaban, en el imaginario colectivo, una continuidad en la lucha por restablecer la República democrática, perdida oficialmente desde el primero de abril de 1939. Pero la cruda realidad es que el imaginario franquista lo dominaba todo tras su victoria. El nuevo régimen totalitario y parafascista mantendrá el ejército de ocupación como tal y decretará el estado de guerra hasta 1948. Desde la resistencia armada contra Franco se entabló un duro combate por sobrevivir en territorio hostil, con una población poco o nada permeable a continuar una lucha perdida cargada de incógnitas.
Sin embargo, se puede rastrear la existencia de guerrillas formadas principalmente por antifascistas casi desde los comienzos de la Guerra Civil. Carentes en sus inicios de una organización centralizada, partidas de combatientes irregulares al servicio de la República vinieron actuando en algunos frentes desde las postrimerías de 1936. Grupos conocidos como los «niños de la noche», por ejemplo, actuaron en las inmediaciones de Madrid y en otros puntos.
A partir de mayo de 1937 el Gobierno republicano apoyó e impulsó diversas iniciativas para dotar de instrucción militar a grupos de guerrilleros y combatientes de los servicios especiales que venían operando en diversos frentes, culminando esta labor con la creación en febrero de 1938 del llamado XIV Cuerpo de Ejército o Cuerpo de guerrilleros, respetando el nombre que llevó inicialmente en Asturias. Se trataba, en realidad, de unidades militares, de fuerzas destinadas a realizar operaciones tipo comando en la retaguardia del enemigo, hostigándole, causándole daños materiales y tratando de socavar su seguridad moral. Sus acciones concretas abarcaban desde la voladura de vías férreas o puentes, a la destrucción de depósitos de armas y municiones, pasando por dinamitar una carretera, cubrir una retirada o garantizar la seguridad de personas y colectivos.
Los «niños de la noche»
Durante la primera fase de la Guerra Civil se llegaron a formar grupos destinados a actuar en los frentes más conflictivos. Se trataba de partidas compuestas por media docena, o poco más, de milicianos voluntarios, con altas dosis de arrojo y autocontrol. Sus componentes eran muy jóvenes, poco más que adolescentes con un trago de más, y su misión consistía en acercarse lo más posible, amparados en las sombras de la noche, hasta las posiciones enemigas y haciendo pie en ellas, arrojar bombas en su interior, sembrando así la confusión y el temor ante un ataque imprevisto.
El comunista valenciano Adelino Pérez Salvá «Teo», formó parte de uno de estos grupos. Era voluntario, como la mayoría de sus compañeros, y pidió ser enviado al frente más activo tras su incorporación a la milicia. Fue trasladado a Madrid y de allí a los altos del Guadarrama para relevar a otros combatientes. Permaneció en estos lugares desde agosto de 1936 hasta mayo de 1937, fecha en la que fue relevado. «Por la noche, cuando todo […] estaba en calma, cogías unas bombas, te aproximabas y se las tirabas a ellos, y te volvías. Estuvimos haciendo eso todo el tiempo». Adelino considera en su testimonio que aquello «era una actividad aburrida» [Vidal Castaño, 2004], porque no asaltaban propiamente las trincheras, y porque su participación en otras actividades era escasa. Disparaban y atacaban por sorpresa, sin ver al enemigo. Durante todo ese tiempo permaneció —como sus camaradas— en el frente sin disfrutar de un solo permiso para ir a Madrid. El gandiense «Teo» no vaciló en ser de los primeros voluntarios para enrolarse en el XIV Cuerpo de Ejército, el que sería llamado, más adelante, cuerpo de guerrilleros.
Huidos, topos y guerrilleros
La actuación de los guerrilleros hasta bien entrado 1937 tuvo un comportamiento un tanto anárquico. Pronto tomaron contacto con núcleos de huidos que habían escapado a las montañas circundantes cuando las tropas franquistas ocuparon sus pueblos respectivos. La abundancia de huidos procedentes del mundo rural marcó la tendencia de los resistentes a hacerse fuertes en las zonas boscosas y nudos montañosos, donde era difícil verse sorprendidos por soldados enemigos. Amplias zonas de León, regiones fronterizas de Galicia con León, y Castilla la Vieja, Asturias y Cantabria abundaron en este tipo de agrupamientos. Para el ejército franquista de ocupación la existencia de estos huidos, e incluso de guerrilleros, era una simple cuestión de orden público. Como tal encomendaron, sin escrúpulo moral alguno, la tarea de su represión e incluso eliminación, a la Guardia Civil organizada al efecto para combatir la delincuencia y el bandolerismo en pueblos, aldeas, caminos vecinales y vías de comunicación terrestres, objetivos que no tardaron en ampliarse y extenderse a la disidencia política entendida como una lacra antipatriótica y anticristiana. Así pues, los resistentes al franquismo pasaron a asimilarse a bandidos y salteadores de caminos, amén de apátridas rebeldes y, por si fuera poco, ateos.
Los huidos realizaron algunas acciones de represalia en poblaciones de León, Galicia y algunas zonas del norte. Cortada su posibilidad de volver a la normalidad o de reintegrarse al ejército republicano, luchaban por su supervivencia, utilizando métodos similares a los de sus enemigos. Hubo acciones concretas de tipo violento encabezadas por resistentes que ocasionaron varios asesinatos. En muchos casos se trataba de militantes de organizaciones que estaban contra la violencia y por el respeto a la vida. Pero estos grupos de huidos, acosados por las autoridades franquistas y motejados de malhechores, no tenían otro remedio que devolver golpe por golpe si querían asegurarse el respeto de sus contrincantes [Serrano, 2001].
Al producirse la ocupación muchos hombres, y algunas mujeres, huyeron al monte, pero otros decidieron enterrarse en vida, hacerse invisibles, desaparecer. No se marcharon al extranjero como hacían creer a sus vecinos y parientes, sino que se escondieron en lugares inhóspitos y subterráneos como galerías, cuevas, pozos cegados, sótanos e incluso habitaciones secretas, etc. Pasaron años sin ver la luz del sol. Fueron los llamados topos. Su existencia, en pueblos e incluso en algunas ciudades, difícil y siempre expuesta al peligro de ser detenido por una denuncia, constituye uno de los capítulos más tenebrosos de la resistencia contra Franco. No fue la suya, desde luego, una resistencia activa, y algunos de ellos, cuando pudieron salir de sus escondrijos, mostraban una notable decadencia de sus facultades físicas e incluso mentales.
Varios autores han recogido testimonios personales sobre la existencia subterránea de estos topos. Un libro apasionante fue el publicado por Jesús Torbado y Manuel Leguineche: Los topos. El testimonio estremecedor de quienes pasaron su vida escondidos en la España de la posguerra (1999). En el texto se recogen, de manera novelada, testimonios de muchos de ellos. Algunos eran alcaldes o autoridades republicanas, otros militares que desertaron, e incluso comerciantes, abogados, novelistas, etc., que habían logrado enfurecer al régimen de Franco. Se reseña el testimonio del guerrillero Pablo Pérez Hidalgo, alias «Manolo el Rubio», que —tras ser un guerrillero activo en los años cuarenta—, decidió esconderse, por lo que sobrevivió incluso a la represión policial contra el maquis. Es conveniente señalar que, si bien estuvieron ocultos buena parte de la posguerra, su desaparición se produjo en la mayoría de los casos en plena Guerra Civil ante la inminente llegada del ejército de ocupación y el temor a las habituales y crueles represalias o en las postrimerías de la misma, en 1939 [Torbado y Leguineche, 1999].
Uno de los casos más significativos es el de Manuel Cortés, el último alcalde republicano del pueblo de Mijas, en Málaga. Cortés reapareció en abril de 1969 tras haber estado oculto treinta años en su propia casa. Esta circunstancia fue posible gracias a la ayuda de su esposa Juliana. Lo que motivó el abandono de su escondite fue la concesión de una amnistía para todos los delitos supuestamente cometidos durante la Guerra Civil. Cortés, militante socialista y barbero de profesión, pudo comprobar así que la vida en 1969 había cambiado profundamente con respecto a la que conoció antes de su encierro [Fraser, 1986].
En este submundo, cabe destacar el papel de las familias y en particular de las mujeres, que tuvieron que soportar todo tipo de vejaciones y dificultades económicas para ocultar a «sus hombres», dando ellas mismas un ejemplo de resistencia en las peores condiciones posibles.
Estas formas de oposición a la ocupación y a la represión posterior son, por su misma esencia, clandestinas; es decir, trataban de ocultarse a la autoridad del régimen establecido, tanto antes como después de 1939. Topos, huidos y guerrilleros convivieron durante la Guerra Civil presentando afinidades y discrepancias en su estilo de vida y forma de entender la resistencia. Entre las primeras predominó el afán de supervivencia, aspecto que entroncaría bien con los años de la agonía de la guerrilla antifranquista una década después. En líneas generales, podemos decir que es una tendencia común a todo movimiento en profundo declive o en trance de desaparición. No es, ciertamente, el mismo tipo de sentimiento que el de los guerrilleros del XIV Cuerpo que se sintieron derrotados pero no vencidos. Los topos, en su afán por subsistir, se retiraron de hecho de la resistencia. Los huidos, con objetivos y escenarios semejantes a los de los guerrilleros, tuvieron tendencia a la dispersión y al aislamiento con prácticas, en ocasiones, ajenas a los principios ideológicos y sociales por los que luchaban.
Los guerrilleros representaron, por el contrario, el potente imaginario de una resistencia organizada, compacta, no exenta de componentes míticos. Imaginario y mitos que no lograron conectar con un pueblo llano —pese a la heroica aureola del guerrillero— desconocedor de sus objetivos. Así fue durante toda la Guerra Civil. Luego, llegó la derrota, los exilios y la Segunda Guerra Mundial, que representaron, más que un corte temporal —que también—, un profundo cambio social con todas sus implicaciones políticas e incluso militares. La situación europea y mundial había dado un vuelco importante. Nunca la guerrilla antifranquista de los años cuarenta encontraría ya una situación semejante a la de 1939.
El maquis antifranquista de los años cuarenta, considerado por la dirección política del Partido Comunista de España (PCE) como el continuador de los combates de la Guerra Civil, fue organizándose, clandestina y disciplinadamente, con el fin de canalizar la resistencia hasta restaurar la democracia, es decir, la República. Como esta forma de gobierno quedó eliminada por el régimen de Franco, sus posturas, conforme avanzaba el tiempo, rozaron el puro idealismo, a la par que generaban un larvado derrotismo, acompañado, en ocasiones, por un irreductible aventurerismo; tendencias de difícil remedio que el PCE se aplicó a erradicar sin remilgos.
Las guerrillas, como factor común entre guerra y posguerra, fueron esencialmente rurales. Existieron, no obstante, experiencias para llevarlas al ámbito urbano en Madrid y alguna que otra ciudad —en los años cuarenta—, pero fracasaron, abortadas por la policía franquista. Por su parte, los movimientos anarcosindicalistas empeñados en las luchas de clase desarrollaron formas de resistencia urbana como el Grupo Petróleo, nutrido por cenetistas, libertarios y trabajadores de la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos SA (CAMPSA), en Barcelona, ciudad donde tenían los mayores apoyos. Carentes de dirección política, estos resistentes fueron también presa fácil de las fuerzas represivas.
El XIV Cuerpo de Guerrilleros
El presidente del gobierno republicano Juan Negrín López, con la aquiescencia de mandos militares y asesores soviéticos —estos de hecho no se lo exigirían hasta septiembre de 1937— del Ejército Popular de la República (EPR), «decidió unificar todas las unidades guerrilleras en el XIV Cuerpo de Ejército», aunque lo retrasó hasta firmar su «Orden Comunicada Reservada» —que no se publicaría en el Diario Oficial— del 3 de febrero de 1938 [Blasco y Cabrera, 2013].
La idea primitiva de esta decisión partió del coronel Vicente Rojo, «al concebir un ejército de maniobras» donde se encuadrasen al lado del veterano V Cuerpo «el XIV Cuerpo (las nuevas fuerzas guerrilleras…) y los Cuerpos, XX, XXI y XXII» [Alpert, 2007]. En principio, el cuerpo de guerrilleros estaba destinado a operar en el llamado Frente Norte, pero tras la caída de Bilbao en junio de 1937, estas unidades fueron redistribuidas provisionalmente en otros frentes, a la espera de una nueva reestructuración. Y esta llegó con la creación del XIV Cuerpo de Ejército dentro del EPR que aspiraba a tener en control de todas la unidades dispersas dedicadas a servicios especiales.
No tardará en abrirse paso la necesidad de reorganizar el nuevo cuerpo y prepararlo para actuar en la retaguardia enemiga. Les fueron adjudicados distintivos: una estrella roja en la hombrera izquierda y una calavera con las tibias cruzadas en la derecha, y estaba compuesto por «seis divisiones, dos de las cuales llevaban los números 200 y 300. Cada división constaba de cuatro brigadas y cada brigada era de 150 hombres». Pero estas cifras no eran demasiado fiables, pues procedían de las declaraciones hechas a las tropas franquistas por prisioneros republicanos [Alpert, 2007]. Lo ejemplifica, con un informe, en el que se atribuye una operación guerrillera en Ávila, a dinamiteros rusos. Por un lado, está la confirmación del éxito del secretismo pretendido por jefes republicanos y soviéticos. Todo lo que era o parecía extranjero, no podía ser —para los franquistas— más que ruso. Por otro lado, incluso la población civil en la España republicana ignoraba prácticamente su existencia y la importancia de su papel, por lo que «apenas apoyó a los guerrilleros». Se trató de «una oportunidad perdida» [Alpert, 2007]. Antony Beevor, prestigioso historiador militar llega a señalar como factor decisivo de la derrota republicana el no haber utilizado a fondo la guerra de guerrillas [Beevor, 2015]. Una valoración un tanto desmesurada, si tenemos en cuenta las circunstancias que condicionaron y limitaron la extensión y consolidación del XIV Cuerpo, entre otras, por ejemplo: la estrechez de medios económicos.
En cualquier caso, el Gobierno de la República no dispuso de mucho tiempo para dotar de mayor eficacia a su pequeño ejército guerrillero, y prefirió —por diversas razones— potenciar el fortalecimiento de un ejército regular a la vieja usanza, es decir, al uso de estrategias y tácticas militares, que en algunas batallas recordaban viejas estampas de la Gran Guerra. Sin embargo la movilidad y extensión de los frentes, la novedosa contundencia de los bombardeos aéreos sobre la población civil, con su carga de desmoralización y demanda de represalias, nos dicen bien a las claras que se trataba de épocas distintas. El horror y el dolor de la guerra se extendieron más allá de la propia retaguardia y llegaron hasta las ciudades. Las ansias de burlar y engañar al enemigo —en cualquier caso— se habían renovado.
La escuela de Benimámet
La puesta en marcha del XIV Cuerpo planteaba necesidades de formación para sus cuadros dirigentes; una preparación intensiva y especializada para quienes se consideraban como la élite del EPR. Para estos menesteres, Gobierno y mandos militares decidieron apoyarse en la experiencia del personal soviético, conocedor de la estrategia y las tácticas guerrilleras empleadas en su propia guerra civil. Se habilitaron para tal fin escuelas y campos de entrenamiento. Todo fue llevado con sigilo. Solo las personas directamente implicadas debían conocer objetivos y funciones concretas. Las escuela principal estuvo ubicada en Benimámet, población agregada a Valencia, situada a unos seis kilómetros del centro de la entonces capital de la República española. La escuela se trasladaría, mediado 1938, a un anónimo lugar del centro de Jaén y también disponía de sede en Alcalá de Henares, en donde se cubría otra fase de preparación con personal seleccionado. Existían otras bases situadas en algunos lugares de Cataluña (Olot), Extremadura y Andalucía.
La escuela de Benimámet estaba camuflada bajo el eufemístico rótulo, patentado por las Brigadas Internacionales como Batallón de Instrucción de la Defensa contra Aeronaves (BIDCA) aunque en él ya militaran guerrilleros como el jienense Domingo Ungría o el malagueño Antonio Gan «Cubano». El 27 de febrero de 1938, este Batallón quedó también integrado en el XIV Cuerpo de Ejército.
La escuela destinada a desarrollar los cursos iniciales de formación ideológica y capacitación técnica —manejo de toda clase de armas y explosivos—, por su proximidad a Valencia recibió aquellos días a ilustres personalidades, mandos civiles y militares, residentes o de paso en la capital de la República. Entre otros notables personajes, visitó esta escuela el famoso escritor estadounidense Ernest Hemingway, acompañado por el novelista alemán Gustav Regler, a la sazón comisario de guerra de la XII Brigada Internacional y agente soviético. En aquellos momentos, Hemingway estaba totalmente identificado con la causa republicana y era uno de sus mejores propagandistas. En aquellos años el autor de Por quién doblan las campanas, actuó como agente soviético o, en el mejor de los casos, como agente doble [Volodarsky, 2013].
Volodarsky se refiere a la escuela ubicada en la actual pedanía de Benimámet como escuela de subversión y sabotaje: «la base —dice— de entrenamiento de guerrillas […]». Recoge la vinculación del XIV Cuerpo con los servicios secretos, tanto el soviético (NKVD) como el republicano Servicio de Información Militar (SIM). La elección de Benimámet como sede, según este autor ruso, se debió a la gestión personal de José Díaz y Dolores Ibárruri, aunque no existe rastro ni memoria oral o escrita de su paso —si es que lo hubo— por esta población.
Es interesante la visión que de la misma —aislada entonces del núcleo urbano por una feraz huerta de hortalizas, naranjales y una red de acequias— tenían los brigadistas alemanes que pasaron por allí y de sus relaciones con los habitantes del lugar. Kurt Weber, uno de los brigadistas alemanes, habla de un antiguo convento, con toda probabilidad un edificio hoy inexistente, que albergaba una comunidad de monjas trinitarias, aunque no se puede descartar que se utilizaran otros alojamientos.
Heinrich Fomferra, otro brigadista alemán, escribe: «Los alumnos se seleccionaron con ayuda del comité central del PCE. En Benimámet —afirma— había dos escuelas más de este tipo. El director de una de ellas era el camarada Gustav Röbelen». No se trataba, al parecer, de otras escuelas, sino de otros lugares de la misma población donde se realizaban prácticas de tiro y manejo de explosivos y que, según la testigo presencial Carmen Palop, se localizaron en el antiguo y lujoso «chalé de Panach» —requisado al efecto— donde hoy existe una biblioteca y un jardín públicos. Fomferra asegura haber recibido órdenes de crear una escuela en Almería, pero no dice dónde ni cuándo.
Tal vez, el testimonio más interesante por sus observaciones sociológicas es el del brigadista Fritz Mergen: «Fuimos a Benimámet, un pueblo cerca de Valencia», y tras reseñar el tipo de prácticas militares que realizaban y su entusiasmo por aprender con mucha rapidez, se refiere a la población:
«Benimámet es un pueblo de campesinos. La población era muy pobre y una parte vivía aún en cuevas (tengo algunas fotos de ellas). Respecto a nosotros eran muy abiertos y nos contaban cómo los grandes propietarios les explotaban. Al empezar la guerra civil en aquel lugar hubo también grandes enfrentamientos […]. Los campesinos del Frente Popular tomaron el poder en sus manos. Nos apoyaban en lo que podían y se alegraban de la solidaridad de las BI que luchaban […] contra el enemigo común: el fascismo.
Para nosotros era prioritario aprender la lengua española […]. La mayoría de los habitantes del pueblo eran analfabetos. Cada uno de nosotros apadrinó a varias personas para enseñarles a leer y a escribir. Cada tarde nos reuníamos […] y gracias a ellos aprendimos mucho más rápidamente el español […]. No olvidaré nunca estos días. Aquí se sentía la pertenencia común al conjunto de la clase [social], a pesar de las diferentes nacionalidades […]. Todos, jóvenes o viejos, habían echado raíces en mi corazón».
El mismo brigadista resume, de forma muy particular, sus relaciones con los habitantes de Benimámet, influido por la información previa que debió recibir de sus instructores. Nos descubre, incluso, su destino como guerrillero:
«En mayo de 1937 —había llegado a Benimámet en enero— recibí, juntamente con algunos camaradas, mi primer trabajo. Fuimos al frente. El lugar donde estaba el Estado Mayor se llamaba Híjar, y estaba entre Teruel y Zaragoza».
Kurt Weber comenta:
«Allí nos juntamos con veinte compañeros españoles (12 de ellos llegaron acompañando a Domingo Ungría) y algunos soviéticos. Recibimos completa información sobre todas las armas que había en España así como sobre explosivos y su utilización».
Aunque la ubicación de este centro estaba relacionada con la cercanía del Gobierno republicano, que deseaba disponer de un control directo, en la práctica, según estos y otros testimonios, la mayoría de los profesores de las escuelas y de los responsables políticos de la instrucción militar e ideológica era personal soviético.
Los testimonios proceden de los archivos de la ex República Democrática Alemana, concretamente del Archivo Federal de Berlín-Lichterfelde (AFB-L), de dos colecciones diferentes. El testimonio de Weber procede del fondo titulado Guerra nacional-revolucionaria de España, que forma parte de la sección SAPMO (Archivo de los Partidos y las Organizaciones de Masas), y los restantes, de la colección de testimonios antifascistas. Actualmente, estos archivos que contienen materiales alemanes, algunos españoles y muchos de procedencia soviética, están unificados en el citado AFB-L.
Mujeres y dirigentes
Martínez Reverte proporciona datos sobre los soviéticos, usando como fuentes las memorias de soldados y de las mujeres —una de ellas «de escandalosa belleza», sostiene— que actuaron como traductoras y asistentas de mandos y comisarios políticos y a la vez como instructoras de guerrilleros: Anna K. Starinova —de soltera, Obrucheva, y luego esposa del coronel y comisario político, Ilía Starinov—, Elizaveta Parshina —que se casó más tarde con el coronel Sproguis, del contraespionaje soviético—, las hermanas Abramson, etc. El grupo de Sproguis donde formaron rusos y españoles (malagueños) tuvieron una destacada actuación en la batalla de Guadalajara. Una información que no existe —puntualiza— en los archivos españoles porque, al parecer, «los archivos relacionados con ellas fueron trasladados a la URSS al final de la guerra». Destaca el papel de las traductoras rusas que, además de hacer de escolta de jefes militares soviéticos, pedían «voluntarios para un cuerpo de guerrilleros» [Martínez Reverte, 2014]. En el informe remitido a Stalin y Voroshilov (octubre de 1937), por el consejero militar jefe, G. Shtern, se dice de las intérpretes: «[…] van a todos los sitios acompañando a sus jefes y se exponen a los mismos peligros […] he observado a esas mujeres bajo las bombas, bajo la lluvia de proyectiles y balas […] y jamás he visto casos de cobardía. Estas heroicas mujeres han suscitado la admiración de los españoles» [Rybalkin, 2007].
Elizaveta Parshina o «Josefa Pérez Herrera», una de las diez intérpretes, publicó parte de sus memorias noveladas, traducidas al castellano como La brigadista. Diario de una dinamitera de la Guerra Civil (2002), donde queda patente que combatió en los frentes (Madrid, Toledo, Málaga, etc.) acompañando a un grupo de dinamiteros asturianos. Una vida apasionante imposible de resumir en unas líneas. Estuvo casada con el también coronel de la reserva, Artur Sproguis, ex consejero de inteligencia militar del Ejército Popular de la República. Parshina fue una de las tres mujeres que lograron ingresar en una unidad de élite de los servicios de la inteligencia militar de la URSS, en los inicios de la Segunda Guerra Mundial.
No solo rusos y alemanes estuvieron en esta escuela. También algunos combatientes de la Brigada Lincoln como los neoyorquinos Bill Aalto —exboxeador de origen judeo-ruso— e Irving Goff, ambos homosexuales, que destacaron por su valor como oficiales. Al parecer fueron los inspiradores del personaje de Robert Jordan, protagonista de Por quién doblan las campanas, la novela «española» de Hemingway, quien por temor a la homofobia desatada entre los comunistas, señaló como su modelo al impoluto comandante Robert H. Merriman, muerto heroicamente en la batalla del Ebro.
El mando del XIV Cuerpo recayó en un militar español, el capitán ascendido a teniente coronel Domingo Ungría González, miembro del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) y persona de confianza del gabinete Negrín. Prieto, ya cesado, había propuesto a Jesús Pérez Salas, ex miembro del gabinete militar de Azaña. Como adjunto de Ungría en el mando, y en calidad de comisario político, fue promovido Peregrín Pérez Galarza, que llegará a capitán del EPR y mucho después jefe de la AGLA con el alias de «Ricardo», de quien ya hablaremos más extensamente. En la práctica, los alumnos dependían de los instructores rusos. La historia posterior de Domingo Ungría es un tanto sombría. Tras la guerra se exilió a la URSS, donde ejerció como asesor de la Escuela Superior de Guerrillas, cerca de Moscú. Su muerte, ocurrida en el sur de Francia cuando iba a incorporarse al maquis en la España de 1945, cuenta con versiones dispares.
El período de instrucción duraba entre dos y cuatro meses como máximo, y las materias esenciales de este eran, según el citado brigadista Heinrich Fomferra: «Táctica de guerrillas, conocimiento del armamento y el tiro, voladuras, materiales incendiarios, conocimiento del terreno, etc.» Lo más importante de este particular currículum educativo eran los problemas tácticos de ataque por sorpresa a posiciones enemigas, o la infiltración más allá de sus líneas, y por ende, el perfecto manejo de todo tipo de armas y explosivos. Fritz Mergen refiere en enero de 1937 que, estando en Murcia, su unidad fue prácticamente disuelta. «Yo mismo, con algunos camaradas, fui convocado para un empleo especial. Fuimos a Benimámet […]. Aquí nos familiarizamos con el uso de toda clase de armas de fuego […] así como de toda clase de materiales y dispositivos explosivos».
En la escuela de Benimámet se prepararon algunos hombres que llegaron a ser, a partir de 1944 y 1945, tras haber pasado por el exilio francés, importantes jefes de la AGLA, como Isidro Cortijo Zamora, «Carrión» —procedente de Cuenca—, nuestro ya conocido Peregrín Pérez Galarza «Ricardo», y Vicente Galarza Santana, que se daría a conocer como «Andrés», y que sería el primer jefe de la AGLA. Ambos, de los que volveremos a ocuparnos, procedían de Buñol, una población valenciana con tradición guerrillera. Alejandra Soler, alma mater de la Federación Universitaria Escolar (FUE) en Valencia, hace memoria en La vida es un río caudaloso con peligrosos rápidos (2013) para recordarnos: «A finales del verano de 1939 recibimos la visita de Peregrín Pérez. Quería vernos para contarnos los detalles de la muerte de José Alabau, comandante del XIV Cuerpo de Ejército Guerrillero, y gran amigo nuestro». Soler refiere la muerte de Alabau, quien, herido de muerte, «para no caer prisionero, se había suicidado».
Carácter y organización
Así las gastaban los guerrilleros del XIV Cuerpo de Ejército, que en ocasiones se integraban como secciones de una brigada internacional para determinadas misiones. Era una unidad muy selectiva y extremadamente politizada. Tenían «un acusadísimo espíritu de cuerpo», fuertes vínculos de dependencia y ayuda mutuas [Parshina, 2002]. Los grupos guerrilleros actuaban con autonomía y se dividían en secciones. Huían de los contactos con corresponsales de guerra, teniendo por norma ocultarse de las miradas exteriores. Elegían a sus propios jefes por criterios basados en la confianza personal, la astucia y el valor demostrados en combate. En su código estaba el no dejar atrás a un compañero herido o no renunciar al rescate de camaradas prisioneros. Vivían o trataban de vivir como una comuna, organizando sus propios servicios —cocina, lavandería, intendencia, armería, etc.—. A veces iban a la guerrilla acompañados por su familia, mujer e hijos, o parte de ella. La mayoría de estos criterios relativos a la jerarquía en el mando, confianza personal, dependencia mutua y ausencia de publicidad, continuaron vigentes en las agrupaciones y partidas guerrilleras que se formaron a partir de 1944 y 1945. Las que relajaban o incumplían estos códigos o pautas solían tener poca vida y eran presa fácil del enemigo.
Teóricamente disponían de tres divisiones irregulares (la 57, 58 y 200) distribuidas en secciones o batallones igualmente irregulares. Estos batallones nunca llegaron a sobrepasar los ciento cincuenta hombres —sumando el total de sus efectivos divididos en las secciones pertinentes— [Alpert, 2007]. Las cifras totales, estimadas, se mueven en torno a unos 2 000 hombres como máximo en tiempos de Domingo Ungría. Llevaron a cabo sus primeras misiones como nuevo Cuerpo en los frentes de combate de Teruel, durante la toma de la ciudad y la retirada posterior, incluida la batalla del río Alfambra (diciembre de 1937 a febrero de 1938). El antecedente serían las mencionadas acciones de los «niños de la noche» y los servicios de espionaje acerca de las fuerzas italianas del Corpo Truppe Volontarie (CTV), en los que intervino activamente el líder anarcosindicalista Cipriano Mera, que contribuyeron al éxito de las tropas republicanas en la batalla de Guadalajara. Los comandos solían ir pertrechados con un fusil ametrallador —generalmente del tipo Shmeisser— y pistolas Astra o similar. En ocasiones, iban provistos de documentación falsa —carnés de Falange— para disponer de coartadas en caso de detención al infiltrarse tras las líneas enemigas.
A lo largo de la guerra se sucedieron sabotajes, como el realizado al ferrocarril en diversas provincias ocupadas por el enemigo. Se limitaban a los objetivos de su misión y estudiaban cada acción minuciosamente, con la ayuda de un práctico o persona conocedora del terreno que de manera voluntaria, o no, se incorporaba al grupo para llevar adelante las operaciones previstas. Los informes del ejército franquista recogen numerosas acciones de «los rojos» a lo largo de 1937 y 1938 (El Escorial, Yunquera, Málaga, Trillo, Guadalajara, Brihuega y otras localidades). Se citan, en ocasiones, lugares donde se suponía que se reunían y los nombres de algunos supuestos jefes: «un tal Carlos». Navarra, Granada, Bobadilla, Buitrago, Almadén, etc., son otros de los lugares señalados.
Los medios con los que contaban los guerrilleros eran escasos, sobre todo los usados para obtener información sobre personas en territorio enemigo. Lo más sofisticado era una emisora de radio clandestina con longitud de onda de cuarenta metros, con base supuestamente situada en Valencia (ZRX, base 2). Reconocido el heroico valor de las partidas guerrilleras, la eficacia y alcance de sus acciones no llegó a crear serios problemas en la retaguardia enemiga, al menos no de la importancia necesaria para paralizar una ofensiva o cambiar el curso de una batalla. No se llegó a constituir un verdadero ejército guerrillero según reconocen los testimonios de algunos de los participantes como Adriano Romero, que fue activo guerrillero [Petit, 2011; Thomas, 2011].
En general se constatan operaciones de sabotaje —voladuras de puentes y vías férreas, destrucción de alambradas enemigas…—, exploración y golpes de mano —asaltos con granadas o dinamita, recuperación de prisioneros…—, e incluso capturas de soldados y oficiales enemigos que eran entregados a su respectivo Estado Mayor para ser interrogados. Según la misma fuente, los «nacionales», con fecha noviembre de 1938, en una «Información sobre el enemigo. Guerrilleros rojos.—Misiones», ponen en conocimiento de sus fuerzas en Segovia que «el gobierno rojo ha ordenado a los jefes de las Brigadas organizar grupos de guerrilleros […] para paquear —los “pacos” eran tiradores emboscados— a los nuestros con nutrido fuego de fusil ametrallador […] y hostilizar a los jefes y oficiales que por descuido, transiten sin protección por nuestras trincheras» [ver Archivo General Militar (AGM) de Ávila (Legajo 5, carpeta 12, armario 23)].
Derrotados pero no vencidos
El llamado XIV Cuerpo de Guerrilleros era una fuerza militar bastante peculiar que tenía que pechar con el grave inconveniente de carecer de efectivos humanos suficientes —no reconocido este aspecto por todos los autores— y pertrechos tecnológicos adecuados, necesarios para quebrantar seriamente a los ejércitos de Franco, mucho mejor armados y más numerosos que, además, poseían el dominio de las operaciones aéreas, amén de superioridad logística.
Su acción más brillante, ya legendaria, fue el asalto al fuerte de Carchuna, «El Castillejo», ubicado en la playa granadina de Motril, en medio de un paraje desolado. Construido por encargo de Carlos III en 1797, fue convertido a partir de 1938 en prisión militar franquista adonde fueron a parar centenares de combatientes republicanos, que fueron tratados como mano de obra esclava. El jefe de la guarnición del fuerte-prisión era el alférez León Martínez, con fama de violento.
Cuatro presos del EPR, contando con la complicidad del sargento Rafael Guerrero —republicano movilizado por los franquistas—, lograron fugarse y llegar a las líneas gubernamentales. Se trataba del teniente Joaquín Fernández Canga y tres oficiales más. El SIM pasó la información al XIV Cuerpo y el 23 de mayo de 1938, tras un ataque de distracción con fuego de morteros, una partida guerrillera de diez hombres comandada por Aalto y Goff, apoyada por fuerzas de la 55 Brigada Mixta —sector al mando de José María Galán, hermano de Fermín, el héroe de Jaca—, asaltaron el fuerte de madrugada, causando al enemigo varias bajas. Aprovecharon la brecha abierta por el fuego artillero, liberando a la totalidad de los prisioneros que ascendían a unos trescientos, que eran en su mayoría dinamiteros asturianos y ex compañeros de guerrillas. En la retirada no pudieron evitarse algunas bajas, tras un choque con fuerzas de la Guardia Civil en las inmediaciones de Calahonda.
La última acción conocida del XIV Cuerpo fue cubrir la retirada de los principales dirigentes del PCE y de importantes autoridades y personajes republicanos que salieron hacia el exilio francés desde el aeródromo militar de Monóvar conocido como El Mañá, en Alicante, tras el golpe de Casado contra el Gobierno de Negrín. A partir de ese momento, las vidas de sus miembros estarán ligadas al exilio republicano; la mayoría lucharán en la Résistance francesa contra los nazis formando la Agrupación de Guerrilleros Españoles (AGE), o en la Legión Extranjera. Otros, en la Unión Soviética, formarán parte del Ejército Rojo. Algunos de entre ellos, a partir de 1944, volverían como veremos a España para seguir luchando contra el régimen franquista, encargarse de la organización y dirección de las agrupaciones guerrilleras creadas al efecto o sirviendo como enlaces entre el maquis español y los dirigentes instalados en París.