Читать книгу La España del maquis (1936-1965) - José Antonio Vidal Castaño - Страница 8

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Presentación

¿Qué fue el Régimen franquista? Entre 1939 y 1975 fue una irregularidad, un fenómeno, la excepción de su entorno, la anomalía que convino, el sistema primero repudiado y luego aceptado.

Fue una dictadura militar de derechas, un sistema político y pretoriano a un tiempo, un régimen unipartidista y a la vez deudor de una coalición reaccionaria, un Estado próximo al fascismo y después aliado de Occidente, de los valores de la Cristiandad. ¿Y esto qué significa?

Pues un sistema de partido único (Falange Española Tradicionalista y de las JONS o Movimiento Nacional) con una jefatura dotada de plenos poderes: un reino sin rey. Significa también un sistema de pluralismo limitado, limitadísimo, con familias políticas, con adhesiones inquebrantables y otras puramente circunstanciales.

Es un régimen castrense, capitaneado por militares..., a cuya cabeza hay un general, un jefe de los ejércitos que es a la vez jefe del estado: un Generalísimo o un Caudillo. Nace en la época de los fascismos, en tiempos convulsos.

Nace en esa época atroz —terrible, decía Antonio Gramsci—, con países debilitados por crisis económicas profundas, por crisis sociales abiertamente violentas, por derrotas militares irrestañables o por amenazas revolucionarias. Nace a partir de un pequeño partido o movimiento de corte igualmente fascista: Falange Española.

Pero en el franquismo el régimen y el partido no son lo mismo. El sistema surge de la Guerra Civil y, por tanto, surge de una coalición de fuerzas combatientes y políticas que luego tendrán diversa influencia o diferente predominio. Existen, por tanto, esas distintas familias con ideologías variadas: desde el falangismo hasta el carlismo, pasando por el Opus Dei o los propios militares o la Iglesia.

El franquismo es un régimen que dura, que se asienta, que persiste y que evoluciona a lo largo de varias décadas con el auxilio material e inmaterial de la Iglesia católica. Dura gracias a la circunstancia estratégica y geolítica que beneficia a España, en particular, el combate occidental contra el sovietismo, contra el expansionismo soviético.

El Régimen evoluciona desde el totalitarismo hasta el autoritarismo corporativista y nacionalcatólico: desde el fascismo de partido único hasta la dictadura unipersonal, militar, con pluralismo limitado. Pero lo que no dejará de ser nunca el franquismo es un sistema antiliberal y antidemocrático, antisocialista, anticomunista, como otras dictaduras de origen igualmente fascista.

«La forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal», decía José Ortega y Gasset en un párrafo memorable de La rebelión de las masas. Vale decir, la forma más sofisticada, la técnica más compleja de funcionamiento social es el sistema democrático porque hace convivir a los diferentes, a los que piensan distinto, a los que se contrarían. Lejos de eliminar las tensiones, la democracia liberal reconoce los conflictos, conflictos de intereses o de opinión, y les da un cauce de expresión.

«Ella lleva al extremo la resolución de contar con el prójimo y es prototipo de la “acción indirecta”[…]», añadía Ortega. Contar con el prójimo, pero no porque piensa igual que nosotros, sino porque sostiene cosas diferentes, porque sus juicios, por muy equivocados que puedan ser, expresan puntos de vista que serían una pérdida eliminar.

El franquismo es justamente lo contrario y a este sistema represivo, policial y militar se opondrán comunistas y anarquistas, convencidos de las consecuencias de la acción directa, del levantamiento armado, de la lucha, de la guerrilla. El Estado español de 1939 aplicará con persistencia y sin contemplaciones su aparato represor. ¿Para qué? Para acallar a quienes fastidian o incordian por su simple supervivencia, para exterminar a quienes amenazan o se enfrentan con el propósito de destruir el Régimen, a sus representantes y a sus gerifaltes. Será un sistema que niega las libertades, que interviene la economía, que absorbe, controla, limita y persigue. Al menos, hasta un cierto punto.

Aceptar la pluralidad de intereses, admitir la legitimidad de los conflictos y de las opiniones diversas es un logro civilizado, lo que no significa que esos juicios que nos son contrarios debamos aceptarlos sin más para callar los nuestros. Lo elevado de la democracia liberal es legalizar esos conflictos y sobre todo excluir la violencia. ¿Y qué es lo civilizado?

«La barbarie es ausencia de normas y de posible apelación». La mayor o menor «cultura se mide por la mayor o menor precisión de las normas», apostilla Ortega. En efecto, se mide por la densidad normativa de la sociedad y del sistema político. Eso no quiere decir que el Estado deba regularlo todo, sino que debe crear un espacio jurídico en el que no haya lugar a la improvisación o a la arbitrariedad, un ámbito o dominio en el que todos sepan a qué atenerse y en el que la vulneración de esas normas bien fijadas y claras tenga respuesta institucional prevista.

La violencia, pues, se reduciría a ultima ratio. Más aún, la violencia (incluso la violencia verbal) como principal recurso es la antítesis de la civilización. Pues bien, esa violencia es la forma habitual de funcionamiento de un Estado, el franquista, que se dota de leyes, de marcos normativos, para regularizar la crueldad que se ejerce contra quienes perdieron la Guerra Civil o simplemente se oponen o son sospechosos de disidencia.

En España pasaremos entre 1975 y 1978 de un Régimen originariamente fascista y carpetovetónico, nacionalcatólico y castrense, a una Democracia parlamentaria, pluripartidista y constitucional. Las circunstancias fueron complicadas...: no puedes desalojar de buenas a primeras a quienes llevan varias décadas en el poder; tampoco puedes hacer una depuración radical. Pero debes lograr de quienes mandan que acepten su retirada institucional, su asentimiento, su sometimiento a la nueva legalidad. La oposición al Régimen, brava, valerosa, es insuficiente y poco fuerte, pero tiene legitimidades bien ganadas y asentadas.

Lo que se libra entre 1975 y 1978 no es un juego de suma cero. Es una transacción, un acuerdo entre partes rivales, entre opuestos. Hay un patrimonio material e inmaterial, un pasado que justifica, unas ataduras ideológicas. Hay matanzas y un ensañamiento que no se pueden olvidar, hay unas heridas por restañar... Y hay una generosidad razonablemente egoísta de quienes aspiran a convivir. De esas convivencias y de esas expectativas, nace el Régimen del 78. Con todas sus imperfecciones.

José Antonio Vidal Castaño ha escrito libros y artículos muy valiosos sobre lo que fue el primer franquismo, sobre lo que fue la primera oposición, una epopeya armada, guerrillera y española condenada al fracaso militar. Son textos imprescindibles para conocer mejor los tiempos del maquis, no tan remotos. Son textos utilísimos para conocer la conducta humana en situaciones extremas.

La historia no es la restitución vengativa o arbitraria del pasado; tampoco es un campo de batalla. Es la exhumación de lo antiguo o de lo cercano con vocación objetiva, sistemática, documentada y hasta equidistante. Con la pasión del científico y con la frialdad del literato, que diría Vladímir Nabokov. El resultado es edificante, algo muy distinto de las jeremiadas, de los panfletos, de los rencores.

Nos pasamos la vida fantaseando con las cosas que podríamos hacer o haber hecho, con los actos que podíamos emprender o haber emprendido. Nos pasamos la vida cavilando en silencio. Por muy parlanchines o bocazas que seamos, guardamos reserva de ciertas cosas. Como los guerrilleros... Los otros, quienes nos observan, solo pueden apreciar rasgos, indumentarias, maquillajes o ademanes superficiales, impresiones. No es solo que nos cubramos o nos ocultemos: es que buena parte de lo que sentimos o pensamos no lo revelamos o no lo verbalizamos.

Nos pasamos la vida anticipando lo que podría sucedernos si emprendiéramos este o aquel curso de acción. Como los maquis. Columbramos, sospechamos, sopesamos un porvenir no materializado, un futuro solo evanescente. Nos valemos de la imaginación para predecir y nos servimos de la imaginación para adentrarnos retrospectivamente en lo que no siempre hemos vivido.

Una parte fundamental de nuestra existencia no se da, no se consuma, no se materializa, y encima esas cavilaciones nos afectan hondamente. Como el bravo guerrillero que imagina... El asunto es raro o patético. Es humano. Puede muy bien ocurrir que lo ficticio cobre mayor impacto que lo ordinario o lo real, que nos trastorne más lo engañoso o lo deseado que lo verdadero y contundente. Como al maquis.

Hay dos o tres cosas que podemos hacer con la producción de Vidal Castaño. Leer sus obras, releerlas, hojearlas. En cualquiera de los casos, los beneficios que nos procuran son muy rentables. Al tocar sus libros, sujetarlos, abrirlos o incluso terminarlos, algo se nos pega. Nos acercan a un mundo que no es el nuestro, un mundo de seres vivos y muertos que algo dijeron. Con valor, con menos medios y con más o menos comodidades que las nuestras.

Los libros de Vidal Castaño nos hacen salir del ensimismamiento presente; nos hacen abandonar esa idea tan extendida de que lo pasado no vale o ya está caduco. El mundo actual tiene numerosas cosas buenas, pero no nos engañemos: muchas de las preguntas que se planteaban nuestros antepasados siguen vigentes. ¿Por qué razón? Porque las respuestas que ellos nos dieron siguen siendo parcialmente válidas o porque los problemas que esperábamos haber superado aún están por resolver. Asuntos como el género humano, como la condición humana, como la bondad o la maldad, como la utilidad o el desprendimiento, como el altruismo o la benevolencia, son materias de nuestro tiempo. Y de siempre.

Justo Serna

Universidad de Valencia

La España del maquis (1936-1965)

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