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INTRODUCCIÓN

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Cuando oigo que un hombre tiene el hábito

de la lectura, estoy predispuesto a pensar bien de él.

NICOLÁS DE AVELLANEDA

Me han pedido que escriba un libro sobre la visita al enfermo. Y aquí está; también porque cada vez lo veo más necesario… y urgente. Y si lo tienes en tus manos con intención de leerlo, cabe pensar que estás buscando algo saludable para ti y para los demás. Te felicito y me alegro contigo.

Pienso en las familias, en los amigos, pero pienso también en los profesionales, empezando por los médicos, que en las visitas a los enfermos experimentan con frecuencia la dificultad de querer hacerlo bien y quizá no fueron formados o la cultura no les ayudó a pensar en cómo situarse ante el que sufre.

Las palabras, los gestos, las habilidades sociales para saber estar, lo que toca y lo que no toca decir, constituyen elementos que podrían parecer de sentido común, y en realidad no lo son.

Hemos aprendido por ósmosis a comportarnos y tenemos conductas que claramente podrían ser revisables y mejorables.

Confieso que escribo estas páginas –como otros dos de los numerosos trabajos publicados ya– habitado por la rabia. Es esa sensación de malestar que produce la contemplación de escenas desagradables para el enfermo cuando un visitante, en lugar de aliviar con su presencia, molesta, reprocha, habla por los codos, hace caso omiso de la situación concreta en que el enfermo se encuentra… y, lleno de buena voluntad, su presencia se convierte en un virus que eleva la temperatura interior de la lucha contra el mal.

Sueño con que estas páginas sirvan para dar por fin la razón a Fernando de Rojas cuando dice: «Saludable es al enfermo la alegre cara del que le visita», porque, efectivamente, muchas veces la cosa no es así.

Confieso que arranco estas líneas con aires críticos y puede que negativos. Mi idea sobre cómo visitamos a los enfermos no es aún muy positiva, por más que sean numerosas las personas que casi han consagrado su vida a la humanización del acompañamiento en el sufrimiento… Queda mucho por hacer en todos los contextos: en la visita del familiar, del amigo, del profesional de la salud… en el hospital, en el domicilio, en el centro de salud…

Confío encontrar en el lector, seguro visitador de enfermos, la disposición para aprender. Comparto con Winston Churchill su sentencia: «Personalmente siempre estoy dispuesto a aprender, aunque no siempre me gusta que me den lecciones». Sería una buena disposición –la de aprender– para abrir unas páginas que quieren contribuir a generar una cultura humanizadora en torno a acompañar en el sufrimiento.

La visita al enfermo

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